INICIO ARRIBA LOS LIBROS
JAIME DESPREE
Martina
Historia de dos músicos adolescentes CAPÍTULOS
. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

8. 9. 10. 11. 12. 13. 14.
15 16. 17. 18. 19. 20. 21.

22. 23. 24. 25. 26. 27.

Donar
4El amor es como una rosa: hermoso, pero con espinas. Incluso en el más frío de los inviernos, la rosa conserva la promesa de la primavera. Autores desconocidos PRÓLOGO Estimado lector/a, tal vez hayas observado que esta novela está narrada con un estilo similar a un guión cinematográfico. Esto tiene una explicación: no es una novela inspirada sino “revelada”, porque, aunque parezca extraño, esta novela surgió de un sueño, en forma de una proyección cinematográfica, y solo me faltó ver las secuencias del final, porque mi gato, Niko, me despertó cuando se aproximaba el final. Es posible que su autor me demande por plagio de su sueño. La comencé con extraordinaria rapidez, porque ya la tenía asimilada, pero pronto me encontré con la complejidad emotiva del personaje de Martina y he tardado dos años para retomar la escritura cuando estoy en el estado mental y espiritual adecuado para afrontarla. Deseo que disfruten con este personaje como yo he disfrutado al escribirlo. Berlín, septiembre de 2025 PRIMERA PARTE Madrid, calle Goya, en el corazón del distinguido barrio de Salamanca; siete de la tarde de un caluroso día de principios de otoño. Un potente anticiclón se ha estabilizado prácticamente sobre la ciudad desde hace varios días, que impide la entrada de la fresca brisa de la cercana Sierra de Guadarrama, y hace aumentar peligrosamente los niveles de contaminación del aire. Agravado, además, por el intenso tráfico en el barrio a esas horas de la tarde, cuando regresan a sus privilegiadas viviendas los directivos, altos ejecutivos, renombrados profesionales o especialistasa en todas las enfermedades, reales o imaginarias, de ricos y famosos, los únicos que pueden residir en este barrio. Después de una relajante ducha y un cambio radical a una vestimenta deportiva, dejando en el armario los símbolos que acreditan su elevado rango, sacan a pasear a una escandalosa perrita Yorkshire y a una aburrida esposa, al cercano parque del Retiro, donde se encuentran con otra pareja con la misma rutina diaria y la misma aburrida esposa, pero de una raza de perro diferente. Cinco buenas amigas, residentes en el mismo barrio, tres viudas de prominentes ex maridos, una divorciada y ,otra soltera, se reúnen en una concurrida cafetería situada en esa misma calle, para contar las aventuras que han vivido durante los dos meses más calurosos del verano madrileño, que han pasado en sus respectivas propiedades en alguna zona costera. La primera en llegar a la cita es Martina, viuda desde hace dos años del ex director de la sucursal en el barrio de una entidad bancaria multinacional. Martina cumplirá pronto medio siglo, pero por los cuidados que exigían la imagen de la consorte de un banquero; su simpatía y su espontaneidad natural, no aparenta su avanzada edad. Ha conseguido superar el dolor por la muerte de su esposo y recuperado su contagiosa simpatía y jovialidad natural. Con la puntualidad que se espera de una ex jueza, llega Julia, de sesenta y tres años de edad, la más veterana de todas. Es la filósofa del grupo, por su buen juicio y acertados consejos. Hace ya diez años que enviudó de un magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. Las dos mujeres se saludan con un caluroso abrazo y con elogios del buen aspecto de ambas. Ocupan una mesa con cinco sillas, a la espera de las tres amigas ausentes. Apenas han tomado asiento cuando llegan Ingrid y Jennifer, pero todos la llaman por su castellanizado alias de Fina. Ingrid es viuda desde hace tres años de un director de orquesta alemán afincado en España. Tras la muerte de su esposo Ingrid hubiera querido regresar a su añorado Berlín, pero la ataban en Madrid sus dos hijos, nacidos aquí, con sendos empleos, el hijo en el consulado alemán y su hija el Instituto Goethe. Fina no es viuda, pero ha cumplido treinta y dos años, sin que nadie la haya cortejado, por sus escasos atractivos femeninos. La última en llegar es Susana, ex modelo, divorciada, sin interés por volverse a casar. Los camareros conocen a estas cinco mujeres porque suelen reunirse un día a la semana para comentar lo más destacado de la actualidad; acordar la asistencia a una obra de teatro o asistir al estreno de alguna película con la presencia de su director y alguno de sus protagonistas, o tal vez asistir a la inauguración de la exposición de un nuevo pintor en la galería del barrio. Han acordado por unanimidad no discutir sobre política, salvo en tiempo de elecciones, para decidir a qué partido político votar. —¿Qué van a tomar hoy las señoras? —pregunta el camarero cuando todas están aposentadas. —¡Por Dios, Manuel—protesta Martina—, no nos trates de señoras, que está pasado de moda! —¿Entonces cómo debo llamarlas?—pregunta el camarero. —¡Chicas! ¿Verdad, chicas? —No sé si me acostumbraré—responde divertido el camarero —¿Qué van a tomar, chicas? —Lo de siempre, Manuel. En su agenda personal hoy tiene previsto acudir a la presentación de un libro en unos grandes almacenes de la zona. Ninguna parece tener nada extraordinario que contar. Han repetido lo mismo que el año anterior. Martina en su privilegiado refugio en una idílica población en la costa de Almería, Julia en su caserío familiar en Asturias, cada año más deteriorado, por lo que ha pasado estos dos meses peleando con fontaneros, electricistas y albañiles. Ingrid ha asistido a un concierto extraordinario en la Filarmónica de Berlín y, como solía hacer en vida de su esposo, asistió al tradicional Festival Wagner, y pasó las dos últimas semanas de Agosto recuperando fuerzas en un balneario de Baviera. Fina solo ha disfrutado de un mes de vacaciones, porque el curso intensivo de inglés que imparte para ejecutivos finaliza en julio. Agosto lo dedicó a dar largos paseos por el parque del Retiro, por si allí el destino le pudiera reservar un amante, en el mismo lugar donde en otra época se concertaban numerosos matrimonios entre ingenuas criadas y la soldadesca. En la entrada a unos grandes almacenes de la zona se ha formado un pequeño tumulto de gente, que esperan la llegada de un popular escritor de una exitosa saga de novela negra, para presentar la última entrega de su interminable saga. 2. De la estación del Metro situada en las proximidades de los grandes almacenes, sale un joven, pero que pronto cumplirá treinta años, con un aspecto deplorable. A pesar de ser un día caluroso, viste un gabán de estilo militar, deformado por el excesivo uso, unos pantalones tejanos descoloridos y unas zapatillas deportivas, que en sus mejores tiempos debieron ser blancas. Tiene una abundante y descuidada cabellera, cubierta con una gorra roja de visera, con el logotipo de una popular marca de refrescos, y luce una barba de varios días, que le oscurece su rostro de rasgos severos y que podemos calificar como varoniles. El personaje es Leónidas, Leo, para sus escasos amigos, un escritor ignorado y frustrado, lo que justifica el abandono de su imagen. No acude a la presentación del libro porque admire a su autor, sino todo lo contrario, lo detesta, y tiene la intención de increparle, acusándolo de ser una marioneta de su editorial para llamar la atención de los medios de comunicación que acudan a este evento. El guarda de seguridad de los almacenes le ha visto entrar y sigue todos sus movimientos, porque sospecha que pueda tratarse de un ratero y tenga la intención de cometer algún robo. El espacio del departamento de librería donde tendrá lugar la presentación todavía está vacío y Leo elige una silla en la primera fila, porque quiere asegurarse de que noten su presencia. Poco después los asistentes van ocupando sus sillas, pero las contiguas a la que ocupa Leo permanecen desocupadas, por la aversión de su desaliñado aspecto. Solo un anciano, ocupado en las dificultades para ocupar su asiento, parece ignorar a Leo, se sienta en una de las sillas contiguas, mientras la otra persona permanece desocupada. Unos instantes antes del comienzo del acto y cuando todas las sillas están ocupadas, excepto la contigua a la de Leo, llega Martina. Ha visto el asiento vacío contiguo al de Leo, y se dispone a ocuparlo. Cuando se encuentra con Leo duda de sentarse allí, pero ya es demasiado tarde, porque ya ocupan el estrado el moderador y el autor invitado. Martina se decide a ocupar el asiento, porque siente que todas las miradas están pendientes de sus movimientos y concentrarse en la presentación, manteniendo las distancias con Leo. —¿Está libre este asiento? —pregunta Martina a Leo, sin ocultar un gesto de desagrado. —Claro que está libre, ¿o es que no ve que no hay nadie? Esta agresiva respuesta le confirma sus temores de la primera desagradable impresión. —Buenas tardes —saluda él moderador a los asistentes—, no creo que sea necesario presentar a nuestro autor invitado, porque es sobradamente conocido por el gran éxito de su saga de novela negra. Leo se revuelve en su asiento y murmura indignado: —¡Sí, es una novela negra por la basura que contiene! Martina ha escuchado el murmullo y contemplado alarmada los expresivos gestos de rechazo de Leo, y decide abandonar la presentación. Se levanta y sale precipitadamente de los grandes almacenes. Ya en la calle se tranquiliza y decide regresar a su apartamento, a solo dos manzanas de allí. No ha visto que Leo también ha abandonado la presentación y sigue a Martina. —¡Eh, señora…espere…! Martina se vuelve presa del pánico, porque cree que la ha seguido para robarla y le ruega aterrorizada: —¡No me haga daño, se lo ruego, no me haga daño! —¿Por qué iba a hacerle daño? –contesta Leo extrañado por la reacción de Martina. Pero Martina no le escucha, porque está presa de un ataque de pánico. —¡Mire, tengo quinientos euros en mi monedero, se los daré si no me hace daño! —¿Se refiere usted a este monedero? —Leo saca de uno de sus amplios bolsillos el monedero de Martina —, se le ha caído en su precipitada salida, yo solo quería devolvérselo. ¿Por qué voy a hacerle daño? Martina no puede evitar una risa histérica. —¡Lo siento, de veras que lo siento y te ruego que me disculpes, ¡pero se cuentan tantas historias de robos violentos contra las mujeres, que pensé que tú eras uno de esos ladrones! —Y no tiene quinientos euros, sino un billete de quinientos euros, tres de cien y uno de veinte. ¿Pretendía regatear con su agresor?—comenta Leo sarcástico. —¿A visto lo que tenía y me lo devuelve? —exclama Martina asombrada por el gesto de Leo –. Cualquier otro que lo hubiese encontrado cogería el dinero y tiraría el monedero a una papelera. —¿Me está sugiriendo que debía haberme quedado con su dinero? —No, no, por Dios, no es eso, —responde Martina, recuperada del ataque de pánico —pero a primera vista no parece que te sobre el dinero! —No, no me sobra—responde Leo, que le ha desagradado el comentario—, pero quedarme con algo que sé de quién es, me parece más infame que si se lo hubiera robado. —¿Pero de qué planeta has venido? —le responde asombrada Martina, que ha recuperado su carácter jovial y espontáneo–, porque en el nuestro no hay gente como tú! Mira, me has evitado un montón de males de cabeza, porque en el monedero llevo mi carnet de identidad, el permiso de conducir y una docena de tarjetas de crédito de todos los colores. Creo que mereces una recompensa. Martina saca un billete de cien euros de su monedero y se lo ofrece a Leo. —¿Cien euros por traerle el monedero,—responde Leo, que lo rechaza enérgicamente–. No tiene que darme nada, lo ha perdido por mi culpa. Estoy muy enfadado con este autor y no he podido contenerme. —No hagas que me sienta desagradecida, de alguna manera tengo que recompensarte. Tengo una idea: te invito a una pizza en Antonino. ¡Sabe Dios cuánto hará que no has comido una sabrosa pizza! ¿De acuerdo? Leo se siente desbordado por la espontaneidad y decisión de Martina, y acepta con un leve movimiento afirmativo de cabeza, acompañado de una resignada exclamación: —¡Lo que usted mande! —¡Y no me trates de usted, que hace sentirme más vieja de lo que ya soy! —insiste ella, que coge por la mano al sorprendido Leo. —Ven, vamos al departamento de caballeros a ver si encontramos algo que ponerte más decente, y no te preocupes por el dinero, creo que tengo tanto que podría comprar estos almacenes! Bueno, ¡creo que he exagerado un poco! Martina elige ella misma una cazadora adecuada para esa época del año, una camisa estampada de vivos colores, unos pantalones de estilo casual y unas zapatos deportivos a tono con las prendas que ha elegido. Leo sigue la febril actividad de Martina y el trasiego de prendas que elige y descarta, hasta dar con la que está buscando, y parece divertirle. Mientras un empleado del departamento le toma las medidas para elegir la talla adecuada. Finalmente se acerca al confundido Leo con una velada expresión de triunfo, cargando con todas las prendas que ha elegido: —Toma, pruébatelas, seguro que te sientan bien, ¡tienes una buena percha! Cuando Leo sale del probador Martina no puede contener su admiración por su transfiguración. —¡Tú no puedes ser el mismo que ha entrado hace un momento en el probador! ¡Algún duende te ha cambiado! ¡Ahora sí que te dejarán entrar en la pizzería! Martina paga la cuenta y pide al empleado una bolsa para poner la vieja ropa de Leo. —La tiraremos en la primera papelera que nos encontremos —exclamó divertida Martina—. Y salieron de los hacia la cercana pizzería. 4 Antonino, propietario y animador de su pizzería, recibe a Martina en italiano y con exagerados gestos de afecto. —(Cara Martina, è da un secolo che non vieni nella mia pizzeria, mi sei mancata tanto...! (Querida Martina, hace un siglo que no vienes por mi pizzería, te he echado tanto de menos…!) La coge familiarmente de la mano y exclama con un gesto teatral de admiración: —¿Cuándo me darás tu fórmula de la eterna juventud, porque cada día estás más joven y guapa! —Antonino, creo que estás necesitando unas nuevas gafas, pero te agradezco tus cumplidos. Anda, búscanos una mesa para dos, porque hoy vengo con mis amigas. —¡Al momento! Hoy es un día muy caluroso, tal vez os apetezca una mesa en la terraza. —Sí, es una buena idea… —¡Y es más romántico!—añadió Antonino con un gesto velado de complicidad. —Antonino, no es lo que estás imaginando. Tú siempre estás pensando en el amore, pero es solo un buen amigo. ¡Podía ser su madre! —¡Ho capito!, pero el destino está lleno de sorpresas… Leo ha permanecido ausente, incapaz de asumir todo lo que le ha sucedido en tan escaso espacio de tiempo y no ha prestado atención a la conversación de Martina y Antonino. Antonino toma nota de las pizzas elegidas. —¿Vino rosso? Martina aprueba la elección y Antonino trae una jarra, escancia las dos copas y exclama, con el mismo tono teatral: —Il vino moderato è salute per il corpo e gioia per l'anima. (El vino con moderación es saludable para el cuerpo y para el alma) Y acude a la entrada para recibir a nuevos clientes, con los mismos gestos teatrales. —Antonino no es italiano, —comenta Martina—, sino de una pequeña localidad del sur. Estuvo en Italia doce años, donde aprendió el oficio de pizzaiolo. Dice que es bueno para el negocio que le tomen por un napolitano. Martina alza su copa y propone un brindis: —¡Brindo porque todos fueran tan honestos como tú! Leo compartió el brindis, azorado por la alusión tan directa a él. —Bueno, señor alienígena —comenta Martina divertida—, estamos cenando juntos y todavía no sé tu nombre. Leo parece volver en sí. —Leónidas, me llamo Leónidas, pero puedes llamarme Leo. —¿Leónidas? Es un nombre muy raro, ¿de dónde viene? —Mi padre, que ya no vive, admiraba a los antiguos espartanos y me puso el nombre de uno de sus reyes. —Tal vez pensó que su hijo llegase a ser algún día rey. —¿Un rey? No, antes prefiero ser mecánico o barrendero. Ser rey es el oficio más esclavo del mundo. —Y tú qué oficio has elegido: ¿mecánico o barrendero? —Uno más complicado y peor pagado—responde sonriendo la pregunta de Martina— ¡El oficio de escritor! —¡Ah, mira tú por dónde ahora sé la razón de tu enfado en la presentación: ¡Celos profesionales! Ese escritor que tú detestas ha vendido más de un millón de libros. ¿Cuántos has vendido tú? A Leo le extraña la pregunta, pero recuerda que Martina ha ido a la presentación del libro, y piensa que puede ser una de sus millones de admiradoras: —¿Te gusta ese autor? —pregunta Leo, que teme que sea afirmativa. —No lo sé, todavía no he leído nada suyo, por eso he venido a la presentación. La verdad es que ya no sé qué leer. Las novelas policiacas y de misterio no me gustan; las románticas siempre son los mismos argumentos: chico busca chica, pero algo les separa, pero siempre vencen los enamorados, al final se casan, fueron felices y comieron perdices. ¿De qué tratan tus novelas? ¿Son también románticas? —Sí, algunas son románticas, pero otras tratan de la vida; de los seres humanos, con sus logros y sus fracasos; sus alegrías y tristezas; su juventud y su vejez; de sus ilusiones y sus desengaños… —Para escribir sobre todo eso—le interrumpe Martina—, has tenido que vivir muy intensamente y tener una gran imaginación…¡Ah, aquí vienen las pizzas..! ¿Puedo preguntarte algo personal? —Sí, puedes, no tengo nada personal que ocultar. —¿Estás casado? —Martina se arrepiente de haberle hecho esta pregunta, porque Leo puede malinterpretarla, y se apresura a rectificar. —¡No tienes que responder! Yo solo quería saber… —No tengo porqué ocultarlo, —le interrumpe a su vez Leo—. No estoy casado ni podría estarlo. Sobrevivo con lo poco que consigo con alguna traducción de vez en cuando. ¿Cómo podría mantener una familia? —Vale, ya hemos hablado bastante sobre ti, ahora me toca el turno a mí… No hacen la pizza Margarita mejor que en esta pizzería.—Martina hace este comentario para quitar dramatismo a la conversación Algo cruza sus mentes, porque Leo no responde y ambos guardan un elocuente silencio. Martina no puede hablar de ella misma, porque inesperadamente ha sentido una angustiosa nostalgia de los años que vivió con su difunto esposo. Leo se pregunta desconcertado si Martina intentaba seducirle. Él nunca había imaginado tener tan buena empatía con una mujer que le doblaba la edad. Martina siente un súbito deseo de llorar angustiada por el recuerdo de su difunto esposo, a quien siente que está traicionando. —¡Ay señor, casi se me había olvidado que hoy tenemos una reunión de vecinos, y me toca a mí ser la presidenta! Dile a Antonino que apunte todo eso en mi cuenta. Se levanta con un ágil movimiento y sale precipitadamente de la pizzería. Leo no reaccionó, porque no puede saber cuál ha podido ser la causa de su huida. No ha dicho nada que hubiera podido ofenderla. Antonino la ha visto salir sin despedirse, como era habitual, y se acerca a la mesa donde Leo permanece sin reaccionar. —¿Qué le ha sucedido a Martina? ¿Por qué se ha ido tan precipitadamente y sin despedirse de mí, como ha hecho siempre? Leo se encoge de hombros, le comunica la indicación sobre el pago de la cuenta y abandona también la pizzería, sumido en un océano de dudas Antonino se limitó a exclamar: ¡Ah, l’amore, l’amore, è una caramella avele! (Ah, el amor, el amor es un caramelo envenenado!) Martina camina en un estado de gran ansiedad. Desea llegar cuanto antes a su apartamento y ni siquiera espera el ascensor, que debía encontrarse en los pisos altos del edificio, y sube los seis pisos por la escalera. Llega sin aliento y entra en el gran salón guiada por la tenue luz que entra por las amplias puertas acristaladas que daban acceso a una terraza, desde donde se puede contemplar una espectacular vista panorámica de Madrid. Se deja caer sobre el amplio sofá y deja que un amargo llanto alivie su angustia. Después, permanece recostada sin dejar que nada ocupe su mente, en especial la imagen de Leo, en el momento que sale del probador con las prendas que ella misma había elegido. Así permanece hasta que cree estar recuperada de la momentánea depresión y enciende una lámpara de sobremesa, se acerca hasta una gran biblioteca, busca entre los estantes el álbum familiar de fotos de la historia de treinta años de su vida junto a su esposo. Lo deja sobre el sofá para ir a la cocina y prepararse una bebida relajante. Vuelve al salón y contempla el gran álbum de tapas doradas sin atreverse a abrirlo. Solo quiere estar segura de que no le ha olvidado ni traicionado su recuerdo. Tras mantener una enconada lucha con su conciencia, abre el álbum y se estremece al contemplar la primera foto, en la que aparece ella, a los diecinueve años, junto con un joven pintor, que exponía su obra por primera vez en una conocida galería del barrio. Al fondo aparecía la primera pintura que vendió a la joven risueña Martina. La fotografía apareció en la sección de arte y cultura de un periódico local y mostraba una escena del barrio de Lavapiés, el mismo en el que ella había pasado su primera infancia, hasta su traslado al actual distinguido barrio de Salamanca. Martina acude a la inauguración de la exposición y descubre la la pintura con un nostálgico recuerdo. Alguien la está observando. —Señorita —se dirigió a ella el que llegaría a ser su esposo—, la estoy observando y parece que le entusiasma esta pintura… —¡Sí, claro que me entusiasma, es la casa de Lavapies donde pasé mi infancia! —¡Qué coincidencia! No dice nada más. Unos minutos después, mientras la joven Martina permanecía extasiada por él descubriendo, se acerca a ella el pintor y le dice para su asombro: —¡Gracias, señorita! Su papá me ha comprado este cuadro para usted, porque dice que tiene gratos cuerdos de su infancia. Esta es la primera pintura que vendo desde que comencé a pintar.—y la marcó como vendida. Instantes después se acerca su presunto padre y le aclara por qué lo ha hecho. —¡No se sorprenda, señorita, tenía intención de ayudar a este pintor con talento comprándole una pintura, y después de conocer su interés por la obra creí que estaría mejor aprovechada mi inversión regalándosela a usted. Solo le pido a cambio que me permita invitarla a un refresco, hoy es un día muy caluroso. —¡Sí, hiciste una buena inversión, la mejor de tu carrera! —susurra Martina desolada. Después ojea lentamente cada página del álbum y en cada una encuentra un motivo para la añoranza, que provocan sollozos incontrolados. 3. Leo decide regresar caminando a la antigua vivienda en el animado barrio de Chueca, que comparte con otros artistas: músicos callejeros, pintores sin galerías en las que exponer, actores mediocres, con el mismo aire de fracasados que Leo. Abre la puerta con el máximo sigilo, porque no notasen su entrada, pero el responsable del pago del alquiler del piso le estaba esperando. Después de contemplar indignado su nueva vestimenta, le increpa con extremada acritud. —¡De modo, Leo, que no tienes dinero para pagar tu parte de alquiler del piso, pero si tienes para comprarte ropa, que como veo, no es precisamente barata! —¡Mira, tío, no estoy de humor para tus monsergas—respondió Leo indignado—¡Ahora déjame en paz, mañana hablaremos de lo que sea. —¡Conque monsergas, eh! Si no te pones al día de lo que debes a finales de este mes, te encontrarás tus cosas en la escalera, que… —Leo no escucha el resto de sus amenazas, entra en su caótica habitación y cierra la puerta con un sonoro portazo. Se deja caer sobre un desvencijado sillón recuperado de los contenedores callejeros y vuelve a peguntarse qué había ido mal para que aquella mujer, que se había comportado con con tanta generosidad y simpatía, huyera sin dejar ni rastro ni cómo podría ponerse en contacto con ella. ¿Qué faltas tan graves he cometido—se queja amargamente—para que caiga sobre mí este castigo? Contempla apesadumbrado el desorden de su habitación, pero carece del estímulo necesario para ocuparse en poner orden. Restos de hamburguesas se descomponen en la papelera; docenas de libros comprados en librerías de usado se amontonan sobre una desvencijada cómoda sin puertas. Los libros en mejor estado, y de autores reconocidos, los ha vendido; hileras de botellas de cerveza vacías se alinean sobre el alféizar de una ventana, protegida por una tupida red contra los voraces mosquitos, que comunica con un angosto y oscuro patio interior, por el que llega el molesto sonido de televisores o equipos de música a todo volumen en cualquier hora del día o de la noche; o los gritos y gemidos de las frecuentes disputas de una pareja mal avenida y los lastimosos aullidos de algún perro dejado solo demasiado tiempo. Angustiado por todos los negativos sucesos de aquel día, Leo siente que ha llegado el dramático momento de renunciar a su sueño de llegar a ser un aclamado escritor. 7 Martina cierra el álbum después de ver la última fotografía. Es una escena familiar, tomada en la amplia terraza de su casa de verano. Martina hace la foto sujetando su móvil con un brazo y con el otro lo rodea por el hombro de su esposo. Al fondo aparece la pequeña bahía con un mar de un intenso color turquesa y la llegada de las pocas embarcaciones de pescadores que quedan en la aldea. Un mes después de esta entrañable imagen su esposo fallecía víctima de un infarto durante un agitado encuentro con los accionistas. Martina vuelve a tener un acceso de llanto, pero algo le dice que no es por culpa de aquel entrañable recuerdo, sino por algo que le oprime el pecho sin saber cuál debe ser la causa. Para intentar despejarse, sale a la terraza cuando el cielo se enrojece en un sobrecogedor crepúsculo otoñal. Cómo si sintiera que alguien la empuja, se acerca a la barandilla y por primera vez siente un súbito ataque de vértigo y un impulso que parece empujarla al vacío. Horrorizada, vuelve al salón, y con gran nerviosismo cierra los grandes ventanales con llave y arroja las llaves sobre el estante más elevado de la librería, para que no pueda cogerlas. Se arroja al sofá y vuelve a sollozar sin que sepa la causa. Está profundamente deprimida y decide pedir ayuda a Julia, porque teme que pueda cometer una locura. Entre sollozos, consigue marcar su número de teléfono de Julia. —Hola, Martina, ¿cómo ha ido la presentación? —le pregunta Julia. Pero Martina no puede responder. Julia se da cuenta de que está llorando y le pregunta alarmada: —¿Qué te sucede, te has caído? Martina consigue balbucear unas palabras. —Julia…, necesito tú ayuda… estoy muy deprimida… y tengo miedo de cometer alguna locura…! —¿Pero qué te ha sucedido? —insiste Julia. —¡No lo sé… solo siento ganas de llorar… ! ¿Puedes venir a mi casa? —le ruega Martina, y deja caer el teléfono sobre el sofá, pero escucha la respuesta de Julia. —Sí, estaré allí en una media hora… —responde preocupada por el estado de Martina—, pero no hagas una tontería, sea lo que sea lo que te pasa, todo tiene arreglo! Martina permanece recostada en el amplio sofá. No se atreve a moverse por temor de que pueda perder la cabeza, porque no parece tener el control de su voluntad. Siente como si le hubieran arrancado parte del alma. Julia llega al apartamento de Martina antes del tiempo previsto, porque está alarmada por su dramática llamada, que le hace temer que pudiera estar pensando en un suicidio. No podía entender cómo una mujer que había superado la muerte de su esposo y parecía comportarse con entusiasmo por la vida, llena de un renovado optimismo y jovialidad pudiera en unas horas cambiar de actitud hasta el extremo del suicidio. Cuando Martina abre la puerta y aparece con los ojos enrojecidos por el llanto, Julia se siente aliviada, la toma por el brazo y se acomodan en el amplio sofá. —¿Pero qué te ha sucedido? ¿A qué vienen esos llantos? ¿Se ha muerto algún familiar tuyo? Martina lo niega con un gesto de cabeza. —Entonces cuéntame y veremos qué te angustia. Martina se siente violenta, porque su comportamiento con Leo ha sido demasiado irregular para que Julia lo pueda comprender y aceptarlo, aún así necesita desahogar su oprimido corazón y le relata el encuentro con Leo, el honrado gesto devolviéndole el monedero, la compra de nuevas ropas y la accidentada cena en la pizzería de Antonino. —¿Y por qué te fuiste tan precipitadamente sin despedirte? ¿Te dijo ese extraño joven algo ofensivo? —le pregunta Julia que como jueza tenía ya un veredicto. Martina vuelve a negarlo con un gesto de cabeza, y espera la reacción de Julia, que tiene la respuesta, pero duda que sea conveniente que la sepa. —¡Ay, Martina; mi pobre Martina, has contraído la más dolorosa y a la vez la más dulce de las enfermedades de este mundo: ¡te has enamorado de ese joven extraordinario! Después de treinta años de cariño y afecto de tu admirado y respetado esposo, tú corazón de diez y nueve años despierta y está conociendo el amor… Tienes el corazón de Julieta, pero el cuerpo de cincuenta años, que no seducirá a tu joven Romeo, y eso te hace sufrir. ¿No será eso lo que te atormenta? –Sí, puede ser... pero lo que me atormenta es la sensación de estar traicionando su memoria, porque yo lo amaba... –No, tú no lo amabas. Creías que amarlo significaba ser la esposa perfecta de un hombre importante, complacerlo y hacer lo que él esperaba de ti. Sentías afecto por él, lo amabas como aman los hombres, con la cabeza y sin pasión, pero las mujeres amamos con el corazón, y cuando nos enamoramos, perdemos la cabeza y nos entregamos en cuerpo y alma, sin pensar en las consecuencias. A ti también te gustaría responder con la misma generosidad y pasión, pero tu gran diferencia de edad te lo impide. —¿Qué puedo hacer? ¡Ni siquiera sé si volveré a verle!. —¡Nada! Deja que el destino haga su trabajo y espera que se apiade de ti. Me quedaré contigo esta noche y veremos una película con final feliz... ¡si es que hay alguna! 8 Leo se deja caer vestido sobre su destartalada cama, pero no puede conciliar el sueño. Del angosto patio se escuchan los gemidos y los reproches de la pareja mal avenida y de algún piso los griterío y las explosiones de alguna película de acción. Airado Leo se levanta, se acerca a la ventana y grita. -¡Bajen el volumen de su jodida televisión! Pero el molesto vecino responde subiendo todavía más el volumen. Otros vecinos se unen a su protesta y se forma un caótico escándalo. Leo no puede permanecer en su habitación. Busca en todos sus bolsillos si tiene suficiente para beber una cerveza. Apenas ha traspasado la puerta de su edificio se acerca a él una joven de aspecto llamativo, con el largo y enredado cabello teñido con mechones rojos, y con una forzada sonrisa le susurra: —Tengo la mejor a hierba de…. —Métete tu hierba por el culo, o vendesela a tu pu…! —le interrumpe Leo. —¡Para, tio, que yo no te he insultado! ¡Si estás de mala leche no lo pagues conmigo! —le interrumpe la joven. En la puerta del bar un corpulento hombre ha observado la escena y se acerca a la joven y le pregunta mirando a Leo con desprecio. —¿Qué pasa aquí? ¿Qué te ha hecho ese mamarracho? —Nada, no me ha hecho nada, pero ha insultado a mi madre, ¡llamándome hija de pu…! Se acerca a la joven y le dice prácticamente al oído. —Debe de conocerla… —¿Es para eso que me chuleas? —¿Quieres que le de dos hostias o mejor que le rompa el cuello? —No digas paridas, solo asústale un poco para que tenga más respeto. Se acerca a Leo amenazante. —Oye, tío, ¿qué coño le has dicho a mi chica? —¡Déjame en paz! —le responde Leo intentando librarse del matón. —¿Qué son estos modales? ¡Ya te estás disculpando o tendré que dejarte señal en esa cara de chulo y engreído —le amenaza el matón sacando del bolsillo una navaja. —¡Vale, tronco, déjale! Ya le has asustado bastante, y guarda eso no vayan a verte y alguien avise a la pasma. —Lo qué tú mandes, Chati —se dirije a Leo, franqueandole el paso con desgana. Leo esta profundamente afectado por el desagradable suceso y regresa a su habitación renunciando a la cerveza. “No puedo luchar contra mi destino –murmura desolado– en alguna parte debe estar escrito que nunca conseguiré realizar esta quimera de ser un destacado escritor, ni siquiera un mal escritor. Me pasaré lo que me reste de esta desafortunada vida rodeado de drogadictos, pintores que solo saben embadurnar telas, actores que no han leído a Shakesprare y filósofos postmodernos que aseguran que la verdad es un invento de Descartes. 9 Amanece un nuevo dia con una gratificante llovizna, escasa pero suficiente para despejar la contaminación de los días del agobiante anticiclón. Madrid brilla con su cara lavada y los madrileños parecen agradecidos, recuperando su vitalidad y cordialidad tradicional. En la basílica de la Concepción de Nuestra Señora del distinguido barrio de Salamanca Dios madruga. En otras más populares y modestas se llenan de emigrantes para rezar en español con su acento nacional o de otras lenguas, como las eslavas, incluso hacen acto de presencia Confucio y Buda, porque en las iglesias de Madrid son bien recibidos los que rezan lo que les dicta su corazón sin necesidad de enseñar sus pedigrees religiosos. Habituadas por sus destacados exmaridos, Julia y Martina suelen encontrarse cada domingo en las puertas de la basílica en el primer oficio de la mañana. Las dos son fieles a la tradición y siguen acudiendo cada domingo a la misma matinal. Conocen al párroco y al sacristán, un jovial personaje que siempre tiene una nota de humor o un chascarrillo popular para entretener a los feligreses. Este domingo Julia ha pasado la noche junto a la deprimida Martina, por lo que acuden también juntas a la basílica. Durante el trayecto Martina parece más serena y guarda un significativo silencio. –Sabes, Julia – rompe Martina el silencio– he estado pensando en lo que me dijiste ayer sobre nuestro destino y me pregunto que si todo está escrito en alguna parte, ¿para qué esforzarnos en mejorar nuestra conducta, si está escrita? –Pero, Martina, el esfuerzo también está escrito en el destino. –Entonces también estará escrito en mi destino que busque a este honesto joven y me disculpe por mi comportamiento en la pizzería. –Si le buscas, estará… –Pero anoche me aconsejabas que no hiciera nada. –Lo que quise decir es que no hicieras nada en el estado emocional en que te encontrabas sin consultar con tu conciencia. Afortunadamente obrastes con juicio, porque de otra manera ya no estarías en este mundo. –Si no hubieras venido tú habría perdido el poco juicio que me quedaba. El párroco de la basílica saluda desde la puerta a los feligreses que iban llegando. –Gracias a Dios que nos ha bendecido con esta oportuna lluvia –comentaba con algún feligres. –Ya podemos respirar sin mascarilla. –Por cierto, Padre, Martina y yo hemos tenido una interesante conversación: ¿cree usted en el destino? –¿Pero a qué viene esa complicada pregunta teológica un domingo a las ocho de la mañana? Para mí el destino es lo que hacemos que es grato a los ojos de Dios, e ir contra el destino son los actos que no le son gratos. Las dos mujeres parecen estar tratando de comprender la opinión del párroco. Julia es la primera en reaccionar. –Pero, padre, ¿cómo saber lo que es y no es grato a Dios? –Eso lo sabremos si escuchamos la voz de nuestra conciencia y no buscamos una excusa, que siempre la encontramos. Para eso se instituyó el sacramento de la confesión, para estimularnos a abrir nuestra conciencia y descubrir lo que hacemos para desviarnos de nuestro destino… Bueno, ya es hora de iniciar la eucaristía, esperemos que deje de llover… los humanos nunca estamos conformes… 10 Los domingos es el día en que Leo se reúne con su hermana menor para ir a un parque infantil cercano. Ivette en un embarazo tardío e inesperado, porque entre los dos nacimientos, Leo y ella, median veinte años. Sus dos progenitores perecieron víctima de la última pandemia de COVID. Ivette, como es su nombre, vive con la familia de su tía hermana, familia que ya tienen dos varones menores de edad internados en una institución de ayuda a las familias afectadas por la pandemia. —Leo, ya no quiero vivir con la tía Mirta —se queja la pequeña Ivette balanceándose en el columpio donde Teo ha llevado a su hermana —me grita y yo no quiero que me grite. Yo quiero vivir contigo, en tu casa. ¿Por qué no me llevas contigo? Tu ya no me quieres y la tia Mirla tampoco me quiere porque me regaña y me grita. —Ivette, tienes que ser paciente porque tu tia Mirta tiene muchos problemas. Su marido está muy enfermo y no puede trabajar. Ella sola sostiene la casa. –Pero yo quiero vivir contigo. ¿Por qué no me llevas contigo a tu casa? ¡Tú ya no me quieres! Ivette mueve con más fuerza su columpio y parece que está tratando de contener el llanto. De pronto Ivette comienza a entonar el Aria de Nabucco, del coro de esclavos judios de Verdi, como una forma de mitigar su amargura. –Ivette, ¿qué estás tarareando? –pregunta Leo asombrado. —No lo sé, lo he escuchado en la televisión. Me gusta mucho. —¿Cuándo lo has escuchado? —Hace un rato, antes de que vinieras tú. Es muy bonita. —¿Y la has recordado? —Sí; claro… ¡pero tú no quieres llevarme contigo y yo no quiero volver a casa de la tía Mirta…! Leo está profundamente impresionado, porque comprende que su hermana es una niña prodigio. —¡Tararealá otra vez, Ivette! Ivette repite la melodía del Aria completa. “¡Dios mio, mi hermana es una niña prodigio y no me he dado cuenta hasta ahora, y yo perdiendo el tiempo con mis estúpidas quimeras. Esto se acabó, tengo que ocuparme de su futuro! Leo toma una firme resolución y quiere que Ivette lo sepa. —Si, hermanita, vendrás a vivir conmigo tan pronto como encuentre un trabajo. Ten paciencia y dame algún tiempo. Quiero que sepas que te quiero mucho y que muy pronto estaremos juntos, como cuando papá y mamá estaban con nosotros. Ellos no ayudarán desde el cielo, donde estarán con toda seguridad. Ahora no dejes de cantar. ¿Me prometes que tendrás paciencia y no discutirás con la tía Mirta? Ivette está profundamente emocionada y se limita a asentir con un gesto de cabeza. Leo abraza a su hermana, que ya no puede contener el llanto. 11 Al finalizar la misa las dos mujeres se dirigen a la cafetería donde suelen reunirse con el resto de las amigas, para desayunar, –¿Cómo te sientes? ¿Puedo dejarte sola? –le pregunta Julia inquieta por la recuperación de Martina –Yo estoy invitada a un almuerzo con ex compañeras jubiladas de la Audiencia Nacional, pero puedo cancelar mi asistencia… todavía tengo tiempo. Podemos dar un paseo por el Retiro, que en esta época del año está precioso… –¡Y romántico! –añade Martina con una divertida expresión que confirma su recuperación– No, Julia, no es necesario que canceles tu almuerzo, ya me ha pasado la depresión. Llevabas razón, me he comportado como una adolescente, pero ya ha pasado todo, porque no soy una adolescente, sino una mujer a punto de cumplir cincuenta años. ¿Cómo se me ocurrió pensar que puedo tener una aventura romántica con un joven del que podría ser su abuela? Solo en los sueños te puedes ver con veinte años, y como escribió Calderón de la Barca, “los sueños, sueños son”. Puedes ir tranquila a tu almuerzo con tus ex colegas, porque yo me sabré controlar. Me parece una magnífica idea el paseo por el Retiro, pero es triste que algunas cosas son más bellas cuando mueren… –Así es, querida amiga, lo que pierden de vitalidad lo ganan en espiritualidad, pero con las personas no funciona así. En estos tiempos tan materializados, la belleza espiritual carece de valor y, sin embargo, es en esa belleza donde reside la felicidad. No vivimos felices, tan solo satisfechos. Estamos creando una cultura en la que la felicidad no es ni siquiera reconocible, porque, dime, Martine, ¿qué es para ti la felicidad? ¿Recuerdas los momentos en los que has sido feliz? –Supongo que en algún momento fui feliz, como el nacimiento de mi hija, Amelia, o mi luna de miel en Mallorca con mi marido, o…–Martina no parece recordar otros momentos. –Los puedes contar con los dedos de una mano. Martina regresa a su apartamento inquieta por las dudas sobre su estado emocional. Como primera precaución deja las puertas de la terraza cerradas y no intenta recuperar las llaves. Elige el último libro que ha comprado y se concentra en la lectura acomodándose en el amplio sofá. Pero el libro no es de su agrado y no puede concentrarse en la lectura. Se levanta malhumorada y coge al azar la dramática novela de León Tolstoy, “Anna Karenina”, que le desagrada más que el anterior. A pesar de estas dos malas elecciones lo intenta de nuevo, pero se asegura que no le defraude y elige “El principito”. Vuelve a acomodarse en el sofá y se entretiene en ojear las ilustraciones. Pero el efecto en su estado de ánimo es devastador, porque piensa que la literatura es posiblemente la más hermosa de todas las artes, porque un libro tan pequeño había llegado a lo más profundo de corazón de millones de lectores de todo el planeta, y ella ha conocido, y posiblemente perdido, a un autor de otro pequeño libro similar a ese. Ya no era una repentina pasión amorosa sino el sentimiento de culpa por haber humillado a un posible gran escritor. De nuevo se siente deprimida y susurra entre sollozos: ––¡Tengo que encontrarlo y pedirle disculpas, no se merece mi comportamiento! Decide ir a la pizzería de Antonino, por sí Leo ha vuelto por allí, aunque sabía que era improbable. Antonino recibe a Martina con los mismos gestos teatrales de costumbre, pero ha observado su semblante triste, que nunca antes la había visto así. –Hola, Antonino, ya puedes encargar una Margarita, porque estoy hambrienta. Antonino duda si hacerle una delicada pregunta, pero presiente que algo irregular le sucede y tal vez le ayude que se interese por ella. –Martina, ¿una sola pizza? –Sí, Antonino, una sola pizza. –Sé que no debo inmiscuirme en tu vida privada, pero hace mucho que nos conocemos y nunca has venido sola. ¿Puedo ayudarte en algo? –Sí, Antonino, puedes ayudarme. Es… es… –Es algo relacionado con el joven… Martine no oculta su ansiedad por la respuesta de Antonino. –Si, Antonino, ¿ha vuelto por aquí? –Ya te dije que el destino nos guarda grandes sorpresa. L’amore es ciego y no tiene edad. No, cara Martina, no ha aparecido por aquí ni es probable que venga. Tendrás que buscarlo en pizzerías más económicas, esta es demasiado cara para él. –¿Cómo lo sabes? Vestía ropa de marca. Martina parece resignada, pero profundamente afectada. –Cuando se trata con mucha gente se sabe a qué clase social pertenecen. Además, pagaste tú la cuenta de las pizzas. Seguro que pagastes tú también su ropa de marca que llevaba, porque los pantalones tenían todavía una etiqueta. –Sí, la pagué yo. Con la ropa que llevaba no le hubieras permitido entrar en tu pizzería. Pero no quiero encontrarle por amore, como tú dices, solo deseo disculparme y estar segura de que mi encuentro no ha herido su dignidad. –Capito, a mí también me afectó que te fueras sin despedirte…Aquí llega tu margarita…No te deprimas. Ya verás como le encuentras para disculparte… y tal vez algo más… 12 Leo se ha propuesto renunciar a su vocación literaria y entregarse por entero a la formación musical de su hermana. La suerte le acompaña y encuentra un empleo como chofer en una empresa de taxis, pero para el turno de noche. El gerente es un gran aficionado a la ópera y la historia de Ivette le ha conmovido. —Quiero ayudarte, pero la flota de taxis para el turno de día está completa, solo hay uno para el turno de noche. ¿Quieres hacer una prueba de un mes y ver como te manejas por Madrid? Leo acepta y con un anticipo saldará su deuda del alquiler y el gasto de la hermana. Leo comunica las novedades a la hermana, que las acoge con entusiasmo. —Te lo prometí y ahora solo nos falta encontrar un apartamento. Tienes que ser paciente, ahora la tía Mirta está contenta porque le daremos dinero para que te cuide mejor y no te regañe. Leo empieza la prueba, y ese mismo domingo ya es un nuevo taxista circulando de noche por las calles de Madrid. Aunque su renuncia está justificada, sigue creyendo en su talento y se promete a sí mismo volver a escribir cuando consiga consolidar la carrera musical de su hermana, aunque no tiene recursos para conseguirlo. 13 Martina ha perdido su apetito y renuncia a la pizza. –Cara Martina –protesta Antonino con una sonrisa condescendiente–, debes estar muy enamorada para rechazar una de las mejores pizzas de todo Madrid, ¡por no decir del planeta! –Está bien, no te sientas tú también humillado, envuelvela para llevar, me la comeré en casa. –Si mis clientes se enteran de que has rechazado una de mis pizzas será mi ruina. –No temas, Antonino, tu negocio está a salvo, porque nadie se enterará –y le devuelve una sonrisa con el mismo tono sarcástico. Martina regresa a su apartamento profundamente desmoralizada sin saber qué hacer para encontrar a Leo. Ya en el apartamento consulta en Internet el programa de presentaciones de nuevos libros en los grandes almacenes y recobra la esperanza al leer la presentación de un nuevo libro en ese mismo día. Unos minutos antes de la hora prevista, Martina está en la entrada de los grandes almacenes pendiente de todos los que entran, pero Leo no aparece. El corazón se agita al ver a Leo sentado en una de las primeras filas y reconoce que es Leo porque viste la cazadora que le compró. No puede acceder a la fila donde está Leo porque le impiden el paso de gente ocupando sus asientos y accede por la siguiente fila, de espaldas a Leo. –Leo, por fin te encuentro –exclama poniéndole las manos sobre sus hombros. El supuesto Leo se gira sorprendido y Martina comprueba con un profundo desazón que no es Leo, pero viste la misma cazadora. –Perdone! –se excusa Martina–, le he confundido con otra persona. El extraño acepta las excusas y Martina está tan afectada que decide abandonar su búsqueda. No quiere encerrarse de nuevo en su apartamento y decide asistir a la última sesión de un cine de estreno en la Gran Vía. Ha llegado a tiempo para ver el tráiler de los próximos estrenos, se acomoda en una de las butacas y se concentra en la película. A la salida del cine el tiempo ha cambiado y arrecia una fría ventisca con lluvia intermitente. Por suerte hay un taxi libre ante la misma entrada del cine. Se cubre con las páginas de un periodico de anuncios y entra precipitadamente en el taxi. –A la calle Hermosilla, en el barrio de Salamanca. El chófer inicia la marcha, pero de pronto se detiene y se vuelve hacia Martina, sorprendida por la brusca maniobra, y le pregunta: –¿Martina? Martina no sale de su asombro, y pregunta a su vez –¿Leo? Eres el mismo Leo que conocí antes de ayer en la presentación de un libro o eres su hermano gemelo? –Y tú, eres la misma Martina que me dejó plantado en una cara pizzería del barrio de Salamanca o eres su hermana gemela? –Soy la misma y te he estado buscando para pedirte disculpas por eso mismo….¡y te encuentro conduciendo taxi! –Es una larga historia. —¿Podemos tomar un café bien caliente y me la cuentas? –No me es posible, hoy me estreno como taxista en el turno de noche, pero podemos vernos mañana en la pizzería de Antonino, siempre que me prometas que no tienes que asistir a una junta de vecinos. –Perdóname, es de eso de lo que quería hablarte –Me parece una buena idea, nos vemos mañana a la misma hora de ayer. –¡Más que pizzas a Antonino le encantaría servirnos una tarta nupcial! –Ah, l´amore, l´amore! 14 Martina parece que ha salido del infierno y disfruta de la felicidad del paraíso. Su encuentro con Leo en aquella extraordinaria circunstancia le parece presagiar algo más que una amistad, que puede tornarse en amor. Ya no se ve a sí misma como una mujer madura, sino que ha dejado volar su imaginación para volver a tener diecinueve años. Es como si hubiera hecho un sortilegio borrando treinta años de ser una mujer símbolo para ser una mujer real, con las debilidades y grandeza de una mujer. A la hora prevista Martina y Leo vuelven a estar sentados el uno frente al otro en una mesa decorada con el color de la Toscana y la música de Verdi. Leo se pregunta qué tiene Martine que no se ven los estigmas de su edad y Martine se hace la misma pregunta, pero al reverso: que tenía Leo que ya se ven los estigmas de la madurez. Por eso, algún ángel con su carcaj repleto de flechas que se clavan directamente en un corazón, se prepara para clavarlas en sus dos posibles nuevas víctimas. Por su parte la llegada de Martina acompañada por segunda vez por Leo le confirma a Antonino que l´amore no tiene edad y se consolidaba la buena reputación de su pizzería. Leo describe a Martina su renuncia a sus frustrados anhelos literarios para hacer de su hermana lo que no ha podido ser él. –¿Y cómo piensas darle esa educación? Es muy joven para ingresar en el conservatorio y muy mayor para demorar su educación musical. Necesitará un profesor privado, o tal vez dos: uno para la música y otro para el canto… ¿Estas pensando lo mismo que yo? —Sí, creo que sé lo que piensas,,, —Entonces si estás de acuerdo este domingo podéis venir los dos y haremos una pequeña fiesta para que conozca a mi protegida. Compartirá habitación con Nanú, la nueva asistenta, porque también es muy joven y se entenderán, pero sobre todo tendrá oportunidad de aprender y practicar el inglés, porque Nanú apenas sabe unas cuantas palabras de castellano, pero habla muy bien el inglés. Martina quiere saber qué hará Leo, porque sería una decisión demasiado apresurada protegerle también a él, como era su deseo. –¿Y tú qué harás? –Por supuesto seguir de taxista, porque yo te pagaré lo que me alcance mi sueldo, ¡es mi obligación! –Claro, me olvidaba que estoy tratando con la persona que me devolvió mi monedero ¡con ochocientos euros dentro! –De acuerdo, señor alienígena. Martine considera aquel acuerdo como el primer paso de su futura felicidad. 15 Las amigas se reúnen en la cafetería habitual. A Julia le sorprende el cambio de humor de su amiga, que sin duda debe tener relación con su pasión amorosa por Leo. Su conversación con Julia ha cambiado su actitud sobre su ex marido. Ahora se da cuenta de que la utilizaba para conseguir ascensos, porque su matrimonio daba una imagen de estabilidad, armonía y tradición, valores necesarios en la familia de un banquero. Para completar la buena imagen hizo que Martina aprendiera inglés y a tocar el piano, porque invitar a colegas responsables de los ascensos a una velada con un financiero y una artista era una buena combinación. Interpretar “Para Elisa” o “Un claro de Luna" al piano en una velada de ambiente familiar después de una exquisita cena, sumaba muchos puntos para sus ascensos. Martina cree haber pagado con creces su devoción por su ex marido y ya es libre de rehacer su vida como ella desee, sin remordimientos ni añoranzas. –Tengo novedades que contaros. Este domingo no hagáis planes porque quiero celebrar una pequeña fiesta para conocer a mi protegida, una niña de once años que puede ser la Maria Callas madrileña. –¿Y quién es esa niña prodigio? –¿No os he dicho que he conocido a una persona excepcional? Essu hermana. Fijaros que perdí mi monedero durante la presentación del libro con más de ochocientos euros; él lo encontró ¡y me lo devolvió sin tocar un euro! —¿De qué planeta ha caído? –¡Eso le dije yo! El domingo en la fiesta, si Dios quiere y si el diablo no se entromete, lo conoceréis. –Entonces, esa es la causa del buen humor… ¡Nuestra querida Martina se ha enamorado! Pero claro, quién no se enamora de un hombre así… Debe ser mayor y estar bien situado, porque un joven no obraría de ese modo. –Pues no, es todo lo contrario, creo que no ha cumplido treinta años y puede decirse que no tiene donde caerse muerto. –¿Y ese mirlo blanco a qué se dedica? —pregunta Susana, que desconfía de cualquiera que no tenga más de cien mil euros en su cuenta corriente del banco. –¡Ahora conduce un taxi! –¡Ay, Martina, te has enamorado de un taxista! —Cuando yo le conocí era un buen escritor en un mundo dominado por los malos escritores. Ha renunciado a sus sueños para que no se malogren también los de su hermanita. En este mundo los taxistas se hacen escritores, y los escritores, para sobrevivir tienen que hacerse taxistas. —Y tú te has propuesto que deje el volante y coja otra vez la pluma —insiste Susana. —Sí, pero no abandonará su nueva profesión hasta que su hermana pueda ser admitida en el conservatorio. No se siente bien si no pone él parte de lo que cueste su educación. Es un verdadero alienígena. 16 Los días que siguieron hasta el domingo señalado para la presentación fueron de una febril actividad para Martina. No conocía el lugar de residencia de Leo pero al menos tenía su teléfono móvil. Le llamó para pedirle que si era posible Ivette cantase “Salve María”, de Schubert, porque ella sabía interpretar la parte musical en el piano, incluso hacer la segunda voz del coro. Leo solo tardó unas horas para contestar que Ivette ya había memorizado la melodía y estaba memorizando la letra adaptada. Ese mismo día acudió a una organización de ayuda a los emigrantes para contratar una nueva asistenta, porque la que tenía antes del verano había regresado a su país y no volvió. La nueva era una joven de un país de Áfricca sumido en una interminable guerra civil, llamada “Nanú”. Lo que convenció a Martina fue su estilo de cocina vegetariana, porque en su país la carne no era corriente en la dieta de la gente común. Por último invitó al director de una reconocida escuela de canto para que le diera su opinión sobre el talento de la niña prodigio. 17 El domingo de la presentación Julia se ha adelantado y llega una hora antes de lo acordado. Está preocupada por la pasión amorosa de Martina. –¿Eres feliz Martina? –le pregunta Julia sin preámbulos. –Nunca lo he sido tanto como ahora! No me preguntes por qué, pero presiento que todo saldrá como lo he soñado! –Pero tú misma citaste a Calderon, que “Los sueños, sueños son”. –¿Es que los sueños no pueden hacerse realidad? –Si, pero entonces dejan de ser sueños y la realidad no es como queremos que sea. —Entonces nunca podremos ser felices! —Puedes llamarme pesimista, pero así es la realidad. —¿Qué me quieres decir con esto? —Solo pedirte que seas más realista si no quieres que ese dulce arrebato amoroso que tienes ahora se vuelva pronto amargo. —¿Y qué me aconsejas? —Que pienses que las cosas no pueden ir como tú las deseas y lo aceptes. De esta manera podrás valorar más intensamente si se cumplen tus sueños, pero no te harán sufrir si no superan una cariñosa amistad. —¿Quieres decir que no me comporte como una mujer enamorada, sino como una simple amiga afectuosa? Lo siento, Julia, pero ¿como renunciar al sentimiento del amor por miedo de que pueda fracasar? Es como si rechazamos degustar un buen vino por miedo a que nos siente mal cuando no hay nada que haga pensar que está agriado. Si te refieres a las diferencias de edad, creo que hemos superado la edad biológica y ya estamos en la edad espiritual, en la que no hay diferencias. –Sí, Martina, puede que tengas razón y yo me hago vieja y no aceptó las reglas de este arriesgado juego. Entonces solo puedo desearte suerte y que ganes esta gran apuesta. 18 La pequeña Ivette no puede estar más feliz. Por fin deja la casa de la tía Mirta y en su nueva casa no le regañarán ni te gritarán –¿Cómo es esta señora? No me gritara, ¿verdad, Leo? –Ivette repite una y otra vez la misma pregunta. –Solo puedo decirte que tiene un gran corazón y, desde luego, no grita. Seguro que os haréis buenas amigas. Llegan Ingrid, Fina y Susana, que coinciden con el director de la academia de canto y se deleitan con los canapes vegetarianos que ha preparado Nanú, la nueva asistenta y cocinera, que son elogiados por todos los invitados. Después los tres salen a la amplia terraza desde la que se contempla una impresionante panorámica de Madrid, en la que sobresale la cúpula de la catedral de la Almudena y, como el día es claro por la lluvia caída durante la noche, se ven las cumbres de la Sierra del Guadarrama. Ha llegado el momento para el encuentro de Ivette con su protectora y no sabe cómo se debe comportar. –¿Qué tengo que decir si me pregunta por qué quiero vivir en su casa? —Le dices que no eras feliz en la casa de tía Mirta, porque tú quieres aprender música y canto para ser una gran cantante soprano. Nanú abre la puerta y Martina viene a su encuentro con una sonrisa de bienvenida. –Así que tú eres Ivette, la hermana de Leo Ivette solo se atreve a asentir con un movimiento afirmativo de la cabeza. –Me ha contado tu hermano maravillas sobre ti. –Las merece –le responde Leo convencido de su gran talento. Todos los invitados saludan a Ivette con muestras de afecto. Martina quiere que conozca a Nanú. –Ven, Ivette, que te presentaré Nanú, con la que compartirás su habitación. Ella es de un país de África… –¿Hay leones y elefantes? —interrumpe Ivette. –Naturalmente y muchos más animales salvajes… –¿Y no tienen miedo? –¡Mejor que sea ella quien te responda! Nanú ha entendido la pregunta de Ivette y responde con las pocas palabras que conoce. –¡Sí, miedo; mucho miedo —y simula temblar de miedo. Lo que le parece divertido a Ivette. –Habla muy poco castellano, pero muy bien inglés. Al principio no os entenderéis, pero ella te enseñará inglés y tú le enseñas español. ¿Has preparado la canción del Ave María, y también la letra? Ivette responde a las preguntas con un nuevo gesto afirmativo. Espera a que Martina interprete los arpegios iniciales, y con su infantil, inocente y cálida voz, canta su parte de esta composición del divino Schubert. Los invitados no salen de su asombro, porque apenas hace una hora que Ivette ha escuchado por primera vez esta canción. Cuando finaliza todos los invitados, todavía conmocionados, felicitan a la abrumada Ivette. Para completar su primera audición con público, canta también el ária de Nabucco, con la que dio comienzo su aventura en el bel canto, posiblemente la expresión artística más emotiva de todas las artes humanas. —!Esta niña puede llegar a ser la reencarnación de María Callas! –exclama el director de la academia de canto. Susana felicita también a Leo con gestos de una excesiva intimidad. Martina la ha estado observando y cree que está tratando de seducirle y Leo responde a sus gestos con otros demasiado físicos. Martina piensa que Susana conserva todavía sus atractivos y su belleza de sus años de modelo. Por primera vez siente el intenso dolor que causan los celos que no puede controlar. De nuevo se interpone la edad y sus estigmas y cree que si Leo se deja seducir por Susana tendrá una difícil rival que vencer. Julia también está observando la reacción de Martina y cree que sus temores han resultado ciertos mucho antes de lo esperado. Pero no cree que el comportamiento de Susana sea motivo para los celos de Martina. Con la socorrida excusa de padecer una fuerte jaqueca Martina finaliza la fiesta. Para hacer más intensos sus celos, Susana pide a Leo que la lleve al gimnasio con su taxi, donde cuida su perfecto cuerpo, situado a solo tres manzanas de allí, pero Leo accede. Ingrid y Fina se muestran preocupadas por la inesperada dolencia de Martina, que no era habitual en ella. Una vez más Julia permanece junto a ella porque teme que pueda recaer en otra de sus esporádicas depresiones y pide a Nanú que le prepare algo para mitigar su jaqueca. —No es necesario, Julia, era solo una excusa… —Ya lo suponía. Te he estado observando y crees que Susana estaba tratando de seducir a Leo. —Sí, y no he podido soportarlo… ¡y en mi propia casa! Ya has visto como salían juntos… llevabas razón, Julia, la realidad no es como lo que hemos soñado… ¿Qué puedo hacer?, Susana tiene más encantos que yo, es lógico que un hombre joven y apuesto como Leo se dejé seducir por una mujer de la belleza de Susana, con la que crear una familia, en cambio yo… –Tú ahora también tienes una familia. Martina, y creo que ahora la realidad es mejor que tus sueños, porque no puedo creer que Leo sea capaz de cometer semejante bajeza. Este embrollo tiene que tener una razonable explicación. Susana se comporta de esa manera con todos los hombres que conoce, es su temperamento, pero no hay nada censurable… —Julia, tú no puedes saber lo que duelen los celos porque no estás enamorada. –Pero lo he estado, y sé muy bien lo que se sufre. Lo que voy a contarte es muy personal y confío en que guardes secreto, pero creo que debes saberlo porque estás a punto de arruinar lo que puede ser tu felicidad. Yo tenía dieciocho años recién cumplidos y todavía llevaba calcetines blancos y creía en el amor eterno cuando conocí a mi ex marido, que en paz descanse. Era un joven muy tímido y cursaba Derecho, en el mismo curso que yo. No estaba enamorado de él, simplemente era una amistad fruto de compartir las mismas ambiciones profesionales, y me enamoré de un auténtico sinvergüenza que disfrutaba dándome celos pretendiendo seducir a todas sus compañeras de curso. Yo sufría tanto de los celos que decidí complacerlo y tuvimos una relación sexual de la que yo me quedé embarazada. Cuando lo supo desapareció y no le he vuelto a ver ni saber nada de él. Para evitar el escándalo, mi ex marido aceptó casarse conmigo, adoptar a mi hijo, y darle su apellido, porque él era impotente. Jorge no es hijo natural de mi difunto esposo, pero lo aceptó y le trató siempre con afecto. Nadie más que él y yo sabemos la verdadera paternidad de nuestro único hijo. Jorge lo supo cuando cumplió dieciocho años y no mostró ningún interés por conocer a su padre biológico, porque no había heredado nada de él. Después dediqué todas mis energías a mi profesión y aunque mi vida estuvo llena de paz y armonía no he vuelto a ser feliz… ¡No cometas tú el mismo error! 19 Susana llamó a sus amigas para reunirse en la cafetería habitual porque tenía una importante noticia que darles. Martina se negó a acudir pero Julia insistió en que viniera a la reunión porque tal vez estaba allí la clave de sus infundados celos. Cuando estaban las cinco mujeres reunidas, Susana sorprende a todas con su noticia: –Chicas, no os lo vais a creer pero !me vuelvo a casar! —¡Pero, Susana, tú eres la mayor defensora de la libertad y siempre has sido contraria al matrimonio! –comenta Ingrid sorprendida. –¡Sí, lo era, hasta conocer a una persona excepcional! –¿Y quién ha obrado ese milagro? –pregunta Martina sin ocultar su malestar. —¡Leo! La expresión de Martina no puede disimular su consternación y hace ademán de levantarse y abandonar la reunión, pero Susana la detiene: —¡Espera, Martina, no es lo que piensas, me vuelvo a casar, pero con mi ex marido. No fui yo quien le pidió que me llevara a mi gimnasio, sino él, porque quería conocer tus sentimientos hacia él. Leo siente un gran afecto por ti, pero teme declararse porque tú reacciones como lo hiciste en la pizzería de Antonino. Él es un escritor y los escritores tienen que conocer lo más profundo de la condición humana, sus virtudes y sus defectos. Según él, solo en la virtud está la felicidad. Y la generosidad, la fidelidad y en el arte son las virtudes que nos hacen felices, !Una sabia lección para mí, que nunca he sido generosa ni fiel ni artista, sino todo lo contrario, he sido egoísta, infiel y realista, por eso, hasta hoy no he sido feliz, y en lugar de culparme a mí misma, culpé a mi ex marido, porque él sí me amaba y estaba dispuesto a sacrificar su vocación de actor para apoyar mi loca ambición de llegar a ser una renombrada modelo, por eso era generoso, fiel y un verdadero artista, pero lo confundí por débil, sumiso y poco realista. Susana guarda un emotivo silencio. Martina estrecha sus manos y exclama arrepentida: –Perdóname, Susana, deseo que seas la esposa más feliz de este alocado mundo, porque te lo mereces… –Gracias a ti, Martina –responde Susana con una emotiva sonrisa– por haber traído a este grupo de corazones solitarios a la persona que nos ha devuelto la ilusión, la alegría y la fantasía que nos libre de esa dura realidad que tanto deseábamos. Julia ha escuchado la dramática confesión con profunda tristeza, pero reacciona, intercambia una mirada y un velado gesto de reproche con Martina, por sus infundados motivos para sus celos. Recobra su ánimo y pregunta a Susana. –¿Y cuándo tendrá lugar el feliz acontecimiento? Susana no ha escuchado la pregunta y prosigue la historia de su conversión. –Después del divorcio pudo volver a recobrar su vocación y sin apoyo de nadie y la dura competencia de mundo del cine, ha conseguido un papel destacado en una superproducción sobre la vida de Catalina de Aragón y me necesita para recobrar el estímulo de ser una persona amada por otra persona, generosa, fiel y creativa, y esa debo ser yo gracias a ese ángel disfrazado de conductor de un taxi en el turno de la noche madrileña. Martina se apresura a borrar de sus mejillas dos lágrimas involuntarias y alzando su taza de café que no ha probado, sugiere un optimista brindis: –Un brindis por la pareja más enamorada del mundo mundial…! -–Descontándote a ti, querida Martina! Añade conciliadora Susana–.Por cierto, hay un taxista en la entrada del Retiro que está esperando a una pasajera muy especial. Me ha comentado que aún tiene tiempo de dar un romántico paseo por el Retiro, y después degustar una sabrosa y crujiente pizza Margarita en Antonino. Martina se dirige a Julia sin ocultar su entusiasmo: –Julia, ¿puedes…? –Vuela a reunirte con tu destino, te esperaré en tu casa y Nanú nos prepara una deliciosa cena vegetariana 20 Ha sido una reunión muy emotiva con declaraciones muy personales. Una auténtica revolución de las rutinarias vidas de estas cinco mujeres, cinco rosas de otoño. Han descubierto la cara amable y odiosa del amor. La más afectada ha sido Julia, no solo por su edad, sino por haber gastado su vida ordenada, razonable y realista, que le ha proporcionado grandes satisfacciones profesionales, pero ni cinco minutos de verdadera felicidad. Ella hubiera preferido crear una familia numerosa que le diera motivos para celebrar cada mes algún evento familiar, y una legión de nietos, que hubiera sido más gratificante que juzgar delitos que no tenían otra causa que la falta de generosidad, la infidelidad y el realismo. Martina no sabía cómo debería presentarse ante Leo. Hasta ese momento habían tenido pocas oportunidades para abrir su corazón y confesar que estaba enamorado de Leo. Era más prudente no descubrir tan pronto su pasión. Hubiera deseado un encuentro más romántico en lugar de estrechar su mano como si se tratara de un buen amigo o un colega, pero seguía pensando que todavía no había pasado suficiente tiempo para dar un paso tan arriesgado. —Me han dicho que estás esperando a una viajera muy especial, para dar un romántico paseo por el Retiro y después cenar en Antonino. —Sí, pero te han informado mal, porque esa persona especial eres tú. —Es un gran halago viniendo de ti, pero yo creo que soy una persona común y corriente. ¿Qué tengo de especial? —“Lo esencial no puede verse a los ojos” —¿Tú también lo has leído? —¡Naturalmente! —Está bien, acepto. Antonino está disfrutando con nosotros, cuando nos vea por tercera vez juntos nos dará su bendición, es un artista de l’amore. —Tal vez tenga razón.–dijo Leo con la clara intención para que Martina supiera interpretarlo, como así fue: interpreta ese comentario como una declaración de amor. 21 Durante el paseo apenas intercambiaron unas pocas palabras, porque habían aprendido que hay circunstancias en que las palabras no expresan mejor un sentimiento que el silencio y la contemplación de la belleza de la naturaleza. Solo cuando se desvanece ese encanto se pueden recuperar las palabras. Como era de esperar, Antonino no cabía en su vistosa indumentaria. Desde un principio supo que aquella desigual relación acabaría en un romance y ahora está ya viendo a la pareja en la iglesia. –Cuando se ha vivido tanto y tenido tantas experiencias uno sabe cuando una relación de mera amistad termina en boda. No me robéis el placer de ser uno de vuestros testigos de boda. –¿Pero que estás diciendo, Antonino? –¡En temas de l’amore Antonino nunca se equivoca! –exclama triunfante el propio Antonino. 22 Pero la felicidad de Martina se verá nuevamente enturbiada por una sencilla conversación con la niña prodigio que se ha propuesto proteger. Esa noche Martina creyó que debía hacer bien su nuevo papel y se acercó a la cama de Ivette para interesarse por el ánimo de la pequeña. –¿Te gusta tu nueva casa, Ivette? –Oh sí, es preciosa, y muy grande. –Sí tan grande que se puede jugar al escondite sin ser descubierto. La niña sonrió la idea del juego; pero aquel era el momento de las nostalgias y de las añoranzas y la niña la devolvió al realismo del que deseaba huir. –Yo no tengo papás ni abuelos, ¿quieres ser tú mi abuelita? Martina sintió como una punzada en el corazón rejuvenecido, pero tuvo que ser generosa y, a pesar de que con su respuesta volvía a sentirse la Martina con la edad de ser abuela, cuando ya se creía prácticamente una alegre y feliz adolescente, tuvo que aceptar la realidad. –Sí, Ivette, seré tu abuelita… –Entonces cuéntame un cuento. –Te contaré el cuento más bonito del mundo, es para niños y para adultos, porque “las personas grandes han sido niños, pero pocos lo recuerdan”. –¿Es de hadas? –No, este cuento es de príncipes; es de un pequeño príncipe como tú, y empieza más o menos así: “Cuando tenía seis años vi una magnífica lámina que representaba una serpiente boa que se comía un animal”. Ivette apenas pasa de la dedicatoria y se queda dormida”. Nanú esta despierta y contempla en silencio la escena de Martina y su protegida. Ella también tiene añoranzas de su propia familia. Antes de salir de la habitación Martina se ha dado cuenta de que Nanú esta tratando de ocultar que esta llorando. –Nanú, ¿estás llorando? Nanú lo niega con un forzado gesto de cabeza. –No señora, no; Nanú no llora! –Si, Nanú, estás llorando, porque te gustaría que alguien te arropara a ti también y los que podían hacerlo están muy lejos. Si Martina —se dice a sí misma –, acabas de ser abuela y ahora también tienes que ser madre! —Yo te arroparé, Nanú, imagina que soy tu madre. Nanú cree entender y se acaba de enjugar las lágrimas. Martina la arropa, la besa en la frente y sale de la habitación. –Buenas noches, Nanú, y que sueñes con tus angelitos negros, con los que también soñaba Antonio Machin. La imagen de la niña dormida y Nanú reconfortada le hizo susurrar un pensamiento : “Qué desgraciados son los que no tienen con quien ser generosos, ser fieles y vivir en una fantasía imaginada.” 23 Martina quiere saber dónde vive Leo, porque no le parece razonable que teniendo habitaciones desocupadas tenga que vivir solo. Sabe que es una propuesta muy arriesgada que Leo vaya a vivir en su propia casa, pero si ya ha adoptado a su hermana le parece razonable que admita también al hermano. —Leo, he pensado que si quieres ayudar en los gastos de las clases de Ivette, podrás ahorrarte lo que estás pagando de alquiler si vienes a vivir con nosotras —le ofrece Martina —así estarás mejor cuidado y hasta podrias volver a escribir. La habitación que ocupa Leo es tan ruidosa que apenas puede descansar después de conducir prácticamente toda la noche, por lo que la oferta de Martina es muy tentadora, pero cree que es una solución muy arriesgada, porque tanta intimidad les pondría en una relación íntima sin haber tenido tiempo de conocerse mejor, aunque ambos creen que su relación ha sido sincera y espontánea y ya saben como son en lo esencial. –Martina, no has pensado en las consecuencia en tu reputación? —No creo que sea inmoral alojar a un buen amigo en tu casa si dispones de suficientes habitaciones para que cada uno ocupe su propia habitación independiente. –responde Martina que no parece que le afecten las críticas. –. Además, las únicas criticas que me afectarían serían las de mis amigas, pero no harán objeciones morales, sino todo lo contrario, lo celebrarán. –Martina, no sé si hacemos lo correcto, pero ya no puedo seguir ni un día más en la habitación que comparto con ruidosos artistas mediocres, tu oferta pondría fin a esta pesadilla, pero sería una relación que respetase nuestra actual independencia. –Temes que nuestra relación suponga la pérdida de tu libertad —pregunta Martina indecisa. –Sí,¿recuerdas ese cuento para niños que los adultos no queremos que se sepa que también lo hemos leído? El zorro advierte al Principito que si se hacen amigos será inevitable que pierda su libertad salvaje a cambio de una esclavitud doméstica propia de los humanos, y puedo citar a mi filósofo favorito, Erich Fromm, que nos dijo que ser libre tiene sus riesgos y responsabilidades que tememos no ser capaces de asumir. Si vengo a vivir en esta casa puede suceder que me domestiques y después te desentiendas de los lazos que hemos creado con nuestra relación. Los humanos nunca tomamos precauciones para no crear lazos emotivos que no dejamos que enraizan en el corazón, Nos comprometemos sin preocuparnos por descubrir la esencia de esas cosas de lo que están hechos el amor y la felicidad. –No sabía que además de escritor eres filósofo. –Escritor por vocación, pero filósofo por necesidad. Todos necesitamos ser filósofos si queremos entender la realidad por nosotros mismos, sin dejarnos llevar por la opinión de los demás. 24 SEGUNDA PARTE Por la atención que requería Ivette y Nanú en adelante las reuniones de amigas se traslada de la cafetería al amplio salón del apartamento de Martina. Ha transcurrido menos de un mes desde que Martina y Leo se conocieron en un aparatoso encuentro. En los jardines del Retiro algunos árboles ya han perdido sus hojas, que en verano lucían con un brillante color verde, ahora se pudren amontonadas a la espera de ser retiradas por los jardineros y convertidas en abono para flores o árboles jóvenes plantados en primavera. El resto de los árboles se preparan para afrontar otro crudo invierno madrileño. Atrás han quedado los agobiantes días del verano. Rafagas de viento recorren las calles y plazas dejando tras de sí un cielo diáfano y unos crepúsculos de una sublime belleza, que solo la naturaleza es capaz de crear. En su primer día en el apartamento de Martina, Leo duerme tras una larga noche llevando jóvenes ociosos y ebrios desde las discotecas a sus domicilios, en los barrios de clases altas, mientras inician su turno los madrugadores obreros de la fábricas de Getafe o Villaverde. Ivette está leyendo el Principito, del que apenas pudo escuchar la dedicatoria antes de dormirse, mecida por la maternal voz de Martina. Nanú ha ido a una pastelería del barrio para comprar algo delicioso con que acompañar el café de media tarde, como solían hacer en la cafetería en sus pasadas reuniones. Hoy será el día de la presentación oficial de Leo a sus amigas, al que se une un nuevo personaje, el futuro marido por segunda vez de Susana, Arturo, que formará parte del programa de presentaciones, y todavía habra más sorpresas. Como de costumbre, la primera en llegar es Julia en el preciso momento en que Leo aparece en el salón, vistiendo una bata desfasada y que se disponía a tomar una reconfortante ducha. Julia se encuentra por sorpresa con Leo, y reacciona como era de esperar, pidiendo moderación, porque conocía los cambios de humor de Martina, a la que parecía que todo le afectaba. –En mis tiempos –comenta Julia–, las relaciones de una pareja hasta el matrimonio duraba un año solo para consolidar la amistad, y al menos cinco años de noviazgo, hasta que eran bendecidos por la iglesia y estampado su firma en acta de matrimonio en el juzgado de paz. Hoy se hace todo en menos de un mes. ¿Crees que es mejor así? —Creo que estaré más lúcido para contestar después de una buena ducha. –Sí, perdona, yo no sé cuándo debo callar. Martina ha estado ordenando la escasa ropa de Leo, y la mayoría ha ido al cubo de la basura. También ha estado ordenando sus manuscritos, incluidos poemas y páginas sueltas que no sabe a qué obra pertenecerán. Han llegado Ingrid y Fina y Leo ya está y dispuesto para el interrogatorio de Julia, un reflejo de su pasado profesional. –Es evidente que el árbol no madura sus frutos, sino es el tiempo el que lo hace –reflexiona Leo en voz alta, –por lo que no conseguimos más cosas en menos tiempo porque cada cosa lleva su tiempo. Martina y yo deberemos dejar pasar algún tiempo antes de avanzar en nuestras relaciones. –Así es, Julia, Leo es solo mi inquilino. Ha llegado Nanú con las delicias y sirve el humeante café. Susana y Arturo llegaron en el momento oportuno y Nanú sirve a los recién llegados. Su acompañante no puede negar que es un actor por su porte y estilo es una persona fuera de lo común. Leo saluda a Arturo y le felicita por haber conseguido interpretar el personaje de Arturo Tudor, hermano mayor del sanguinario Enrique VIII. Es un papel corto pero destacado, por su matrimonio con la hija de los reyes católicos de Aragón y Castilla, destinado a ser el siguiente en heredar el trono de Inglaterra, pero por su prematura muerte la corona pasaría a Enrique VIII. –A excepción de Antonio Banderas y Javier Bardem, –comenta el ex marido de Susana–, creo que nunca antes se había elegido un actor no británico para un personaje de la historia de Inglaterra. No solo el casting ha tenido en cuenta mis cualidades de actor, sino la curiosa coincidencia del nombre, y aseguran que también me parezco físicamente a ese personaje. –¿Te hubiera gustado más interpretar el personaje de Enrique VIII? –¡Eso hubiera provocado una sublevación popular en Inglaterra! Ingrid y Fina y el director de la escuela de canto que. ha llegado instantes después, han salido a la terraza para contemplar un espectacular crepúsculo otoñal a pesar de las rafagas de viento que arrecian a esa altura. –Estos crepúsculos otoñales madrileños me recuerdan los de Berlín – comenta Ingrid añorante –no he visto en ningún otro lugar un rojo más intenso que las hojas marchitas de los robles y las hayas que bordean el río Spree. ¡Cuánto los echo de menos! –¿Por qué ha citado usted Berlín? —pregunta el director —¡Sencillamente, porque soy berlinesa! –Disculpe si me equivoco, pero ¿no es usted la viuda de nuestro director alemán de la sinfónica del Real? –Sí, la misma—responde Ingrid sorprendida por la pregunta. –Yo soy… –Espere, no me lo diga–interrumpe Ingrid–¿No es usted el tenor que cantó varias óperas bajo la dirección de mi ex marido? –Sí, ¡qué grata sorpresa! Yo soy medio español y medio alemán; mi padre, que ya ha fallecido, era alemán y mi madre, que afortunadamente vive todavía y que ha sido una conocida soprano, es española. Una romántica historia. He vivido mi infancia en Berlín, por eso me ha sorprendido su comentario. Yo me había propuesto hacer mi carrera de tenor en Berlín, pero me quedé en Madrid para ocuparme de mi anciana madre. Por eso creé la academia de canto, que afortunadamente ha tenido bastante renombre. –¿Y su familia vive también en Madrid? —No, yo no tengo familia, porque no encontré la persona que aceptase mi responsabilidad de hacerme cargo de mi anciana madre. Ahora está recluida en una residencia donde la cuidan mejor que conmigo. —¿Se hará cargo de la niña que hemos escuchado? —Sí, por supuesto, y quiero hacer un anuncio. volvamos al salón. —Quiero anunciaros que me haré cargo de la educación de Ivette, ¿se llama así, verdad? totalmente gratis, porque más bien debo ser yo el que pague por tene en mi estudio una niña con el talento de Ivette.. Todos aplaudieron la generosa iniciativa felicitaron a profesotede canto mússica canto de música –También en el Hyde Park de Londres los árboles lucen unos colores ocre y rojo como salidos de algún pintor del Renacimiento. –añade Fina. Ambas mujeres vuelven al salón y esperan a que les presente Leo y Arturo, quei ya son parte del grupo. –Sí, chicas, éste ha sido el suceso más extraño que me ha sucedido en lo que llevo de vida. Nunca pude imaginar que aquel joven desarrapado y con una pésima imagen se iba a convertir en mi mejor amigo, hasta llegar a vivir en mi propia casa. Pero como dijo Antonino el primer día que nos vio juntos en su pizzería, “El destino nos guarda grandes sorpresas”. Estaba escrito en mi destino que conocería a Leo en aquella accidentada lectura de un nuevo libro de agentes secretos, criminales, espías y otros malvados personajes. –Martina guarda unos instantes de silencio para ordenar sus pensamientos –. Ahora Leo nos ha enseñado que solo vivimos para la satisfacción de nuestros sentidos, pero no para ser felices. Susana, no sabes lo que me alegra que te dieras cuenta de lo infeliz que te hacía tu egoísmo y hayas cambiado de comportamiento. Solo ahora tendréis la oportunidad de ser felices. –¿Por qué no nos cuentas sobre tus novelas y como te hiciste escritor? —pregunta Susana. –Encantado, pero antes os leeré unos poemas que será la mejor introducción para darme a conocer. Empezaré por mi triste y solitaria infancia. Pero al igual que el estiércol hace que las rosas tengan delicados colores y perfumes, la soledad y la tristeza son el estiércol del alma, donde surgen las más bellas historias. El primer poema es triste, como lo fue mi infancia: Recuerdos de un niño olvidado que miraba al cielo buscando una estrella amiga, y que recogía tristezas de alegrías perdidas. Un niño que lloraba en silencio sin lágrimas aparentes, que no conocía el recuerdo ni el canto que acuna ni el calor de los abrazos olvidados y los besos prematuros. Recuerdos de un niño rodeado de olvidos y ausencias, en un jardín incierto con flores de su invención y un lucero errante y luminoso por corazón. El segundo es jubiloso, porque habla del nacimiento del escritor. Mi adolescencia fue una repetición de la infancia, pero entonces ya era consciente de lo que me estaba sucediendo, que despertaba mi vocación de escritor, en la crítica edad en la que nacen los grandes proyectos que marcarán la juventud y la madurez. Es entonces cuando me vi ante el dilema de elegir educarme con alguna profesión bien remunerada y comportarme como se comporta la gente con sentido común. Pero yo nunca quise tener sentido común. Este es el poema que marcó mi vocación: Esta mañana los pájaros de canto alegre han despertado sonrientes, y los de canto tosco y desentonado han quedado atrapados en la noche. Este amanecer las flores de mi jardįn han cantado alabanzas a un solo Dios y han teñido de rosa mis pensamientos y de azul celeste mi mirada. Esta mañana mis deseos han llegado cabalgando en corceles blancos y mis sueños más ocultos y duraderos han llegado por sí solos. Hoy la pérfida muerte ha vuelto a su guarida y los artistas hemos sido invitado a un banquete a favor de las rosas que cumplen años por primavera. Y con todo ello escribir un poema de agradecimiento a los sueños a la fantasía, al encanto y al escritor que llevó dentro. El tercero y último es un panegírico para ser leído después de mi muerte, o mejor dicho, después de mi vida real para pasar a una vida irreal, donde los sueños se hacen realidad. Este es mi estímulo principal para los argumentos de mis novelas, cuentos y poemas. Hoy es el día señalado para escribir el poema con el que siempre he soñado. Hoy, que mi vista se aleja de mis ojos Y mis pasos no encuentran el sendero Quiero escribir mi poema más sincero. Hoy, que mis amaneceres ya son inciertos Y la noche me tiende su oscuras manos con la que me trato ya como hermanos, Hoy quiero dejar en tu memoria una flor que no se marchite Un recuerdo que no se olvide. Hoy quiero escribir el poema soñado Para estar siempre a tu lado Cuando mi voz se haya apagado. Hoy es el día señalado por mi destino para jugar con la vida mi última partida Aunque ya sé que ya está perdida. –¿Qué más puedo contaros sobre mí que no hayan dicho estos tres sencillos poemas? –Sí, tienes razón, ya podemos imaginar lo que no está escrito –comenta Martina, ö saliendo de una ensoñación. –Esa es la grandeza de la poesía. –continúa Leo –Apenas son necesarias unas pocas palabras para imaginar una gran fantasía. –Y tú, Arturo, que tienes que contarnos sobre ti y tu vocación de actor. —pregunta Julia a Arturo mostrando un gran interés por el ex marido de Susana. –Simplemente que soy el doble de ciertas personas que nos invitan a soñar y nos llevan a vivir fantasías de otros mundos. Desde niño jugaba a ser otro como si no estuviera contento conmigo mismo. También soñaba con verme en las pantallas de los cines, haciendo papeles como los de las grandes producciones históricas de Hollywood. —Lo que parece que has conseguido. —Es solo un primer escalón, a partir de este papel espero que me den otros en que no muera en la segunda escena de la película ahora cuento con el aliento y la inspiración que me estimula Susana. Ha oscurecido. En el horizonte todavía queda un pálido resplandor. Las amigas y sus compañeros se despiden de Martina, y acuerdan un día mpara la próxima reunión. Leo comienza su turno nocturno como taxista. 25 Leo ha instalado su refugio literario en un reducido desván que hasta su llegada era utilizado como cuarto trastero. El reducido espacio se ilumina con una ventana sobre el tejado desde la que, como en el resto de la amplia vivienda, se puede contemplar una panorámica de la ciudad. Martina quiere convencer a Leo para que se despida del empleo de taxista y se concentre en escribir. —Ahora tienes la oportunidad de concentrarte en la escritura y no necesitas dedicarte a empleos que no te aporten nada nuevo creativo para ti. Si para sentirte responsable necesitas pagar parte de las clases de Ivette, ya me lo darás cuando publiques tu primera novela. Aquí no te molestaremos y podrás concentrarte en tus escritos —comenta Martina después de terminar de instalar todo lo que Leo necesitaba para escribir. Mientras Leo duerme después de otra larga noche recorriendo las calles de Madrid con el taxi, Martina lee el manuscrito de una de las novelas, que como las demás ha sido rechazada por todas las editoriales a las que ha enviado copias. Por los gestos que hace Martina durante la lectura del manuscrito no parece que le entusiasme, más bien al contrario, parece que le desagrada. Leo se ha despertado, duchado y vestido, y se reúne con Martina en el salón. Al verla leyendo uno de sus manuscritos le pregunta, convencido de una afirmativa respuesta. –¿Ya lo has leído? ¿Qué te parece? –¡No, Leo, no lo he podido terminar! –¿No te ha gustado? La respuesta de Martina ha confundido a Leo, porque creía que la conocía lo suficiente como para dar por sentado que le gustaría. –¿Quieres decir que no te ha gustado? –insiste Leo todavía incrédulo. –Leo, me ha gustado, pero… Leo la interrumpe porque está confundido y por un momento piensa que no ha valorado correctamente a Martina, al menos no parece ser la mujer que él había creado en su imaginación. Tal vez después de todo no acudió a la presentación en la que se conocieron por azar sino para conocer a su héroe. Por eso Leo reacciona con cierta acritud. —Tal vez te gusten más esas novelas de espías, asesinos y malvados agentes secretos, por lo que fuiste a la presentación. Puede que después de todo, sea mejor taxista que escritor y debería volver a mi antro de Chueca no se puede en lugar de estar aquí. –¿Cómo puedes decir eso? No me has dejado terminar. ¡Es buena, pero demasiado triste! –¡Claro que es triste! Vivir como vive la protagonista de esta novela es muy triste. ¿por qué no contar su historia en una novela? –¿Te has preguntado alguna vez por qué ese autor que tú detestas vende millones de ejemplares y a ti te rechazan todas las editoriales a las que has enviado tus manuscritos? –¡No será porque sus historias son alegres! –responde Leo sarcástico– No son tristes, son sanguinarias y violentas. A sus lectores no les importa que un psicópata asesine a su enemigo degollandolo con una cuchilla de afeitar que guardaba oculta en su sombrero. Ese crimen debería ser triste, pero sus lectores lo encuentran entretenido y emocionante, pero nunca triste. ¿Qué me sugieres, que invente yo también un personaje que nunca esté triste pero que en cada libro de la saga mueran violentamente media docena de enemigos, que los lectores disfrutan porque son asesinatos alegres?¿No es eso lo que me sugieres? Martina está al borde del llanto, por la dureza de la respuesta de Leo, que se da cuenta de que se ha excedido. —Disculpa, me he excedido, pero para un escritor sus obras son como parte de su alma y de su cuerpo, le duelen las criticas como si te estuvieran causando daño físico, aunque son más beneficiosas que las alabanzas. Martina se recupera por las sinceras excusas de Leo y trata de justificarle. —Esta tristeza es el reflejo de tu estado anímico anterior. Ahora seguramente que lo escribas será más optimista. Tú mismo dices que el arte es una de las virtudes que nos hacen felices, y ¿qué felicidad puede haber en la tristeza? –Touche, querida Martina, pero ser contradictorio también es de humanos Esa era la primera vez que Leo la llamaba “querida Martina”, una cuenta más del rosario de pasión y celos por su amor por Leo. 26 La presencia de Leo en el distinguido vecindario no pasa desapercibida para los más conservadores y defensores de lo que ellos consideran como un comportamiento inmoral y contra las buenas costumbres, y no tardan mucho en creer que Leo es un amante de Martina. Los vecinos más reaccionarios forman una especie de comisión para la defensa de la moralidad del vecindario. Un grupo de mujeres y hombres de avanzada edad, alguno también viudo o viuda, que gozan de generosas pensiones y, alguna es propietaria de otros valiosos apartamentos en el mismo barrio. –Es la inmoralidad más grande y más grave que hemos padecido en esta comunidad de vecinos. —sentencia la que parece ser la promotora de lo que calificaron como “cruzada”, y que es de ascendencia humilde, venida de los barrios obreros y enriquecida por la venta de unos terrenos heredados de sus abuelos en las cercanías de Madrid y recalificados como suelo urbano. —¿Cómo puede esta mujerzuela, que es el calificativo que merece, humillar públicamente la memoria de su difunto y querido esposo, una gran persona que tantas lcosas buenas hizo por este barrio? –¡Y por si fuera poco —añade otra mujer con el mismo todo de condena—se busca una criada negra que no estará ni bautizada! —¡Y qué llenara el barrio de negros!—sentencia otro, un viudo, miembro destacado de una organización de extrema derecha. —Y esa niña, ¿de dónde ha salido? —Yo creo que es hija de ella y del gigolo, porque es su vivo retrato, pero que la mantenía oculta, –Y, claro, ahora ya puede traerla a vivir con ella sin problema. –Es nuestro deber informar de esta inmoralidad a la familia del difunto y al párroco de la basílica de la Concepción, donde esta hipócrita profana la iglesia cada domingo con su presencia. No puede invertir la fortuna que debió heredar de su ex marido en vivir alegremente con un amante que es veinte o treinta años más joven que ella. Leo tiene su primer enfrentamiento con una de las mujeres del grupo ultra conservador, cuando sale como cada noche a su turno con el taxi. En el ascensor coincide con una del grupo hostil a Martina. Leo abre la puerta del ascensor y le invita a entrar ella primero, pero la mujer violentada por la presencia de Leo, rehúsa el ofrecimiento con un comentario con la intención de ofenderle. —¡Pase, pase usted, yo bajaré después, no puedo compartir el ascensor con un vividor! Leo no sabe cómo interpretar el comentario pero se da cuenta de que los vecinos son abiertamente hostiles a su presencia en esa casa. En cuanto a Martina le han negado el saludo y se muestran agresivos cuando coinciden con ella en el ascensor, en la escalera o en el hall. Incluso el conserje del edificio no se muestra servicial como era habitual sino que parece compartir la misma opinión sobre Martina que el grupo. –Parece que tus vecinos no me han recibido con entusiasmo –comenta Leo contándole el desagradable encuentro en el ascensor. –Supongo que se han inventado una historia escandalosa sobre nosotros pero no puedo desengañarles y contarles tu situación en esta casa. Tampoco me creerían. –Supongo que a mí me toman por un caza fortunas. –Y a mí como una mujerzuela indecente enamorada de un gigolo sin moralidad ni escrúpulos. –Leo, creo que sería de gran ayuda para mejorar nuestra imagen si vienes a misa con nosotras los domingos –No tengo que demostrar nada porque no hemos hecho nada que sea inmoral o escandaloso. Yo no soy creyente y puede decirse que no he pisado una iglesia desde mi primera comunión, y porque me obligaron a ir, no voy a mis principios por cuatro chismosas histéricas. que no tienen nada mejor que hacer que levantar falsos testimonios. 27 Como es habitual, Martina y Julia coinciden a primeras horas de la mañana en la basílica para asistir al primer oficio religioso. Es una mañana fría y desapacible. Son los preámbulos del próximo invierno. —Ya hay que ir pensando en abrigarse, porque pronto caerán las primeras nieves —comenta el párroco con sus feligreses. –Buenos días, Martina —le saluda el párroco–¿Tendrás un momento después de la misa? Me gustaría yque tuviéramos una breve charla sobre un asunto que te concierne. —¿De qué asunto, padre? —pregunta su vez Martina, que sospecha que debe estar relacionado con sus descontentos vecinos. —Ahora no puedo decirte de qué se trata, pero después del oficio solo te entretendré unos minutos. —De acuerdo, padre, le esperaré, aunque ya puedo imaginar de qué asunto se trata: de las quejas moralistas de mis vecinos. El párroco asintió con un gesto y entró en la basílica para oficiar la misa. —Esas víboras ya están esparciendo su veneno y han comenzado por tratar de envenenar a nuestro párroco. Quiere que hablemos de este asunto después de la misa. No me esperes para desayunar juntas en la cafetería, porque esta charla puede alargarse más de lo previsto. Martina se sienta en la única silla que hay en el pequeño despacho que comunica directamente con la sacristía. Está visiblemente inquieta porque no está segura de cuál será la posición del párroco. –Martina, nos conocemos desde hace treinta años… —comienza el párroco sin preliminares…Desde que oficié tu matrimonio… –Veintinueve, para ser exactos – puntualiza Martina –Tu ex marido, que Dios le tenga en su seno –continúa el párroco–era una persona muy respetada en el barrio. Concedió muchos préstamos para crear negocios que hoy son grandes empresas, con muchos empleados posiblemente los mejor pagados de todo Madrid. –el párroco hace una breve pausa, y prosigue con sus alabanzas del difunto marido, –Un grupo de feligreses que viven en tu mismo edificio creen que estás siendo irrespetuosa con la memoria de tu difunto marido porque dicen que has alojado en tu casa a un joven que puede ser un gigolo caza fortunas. Personalmente no doy crédito a las acusaciones de inmoralidad y en cualquier caso no son ellos los que deben juzgar tu moralidad, pero creo que si no aclaramos este asunto te harán la vida imposible. Martina está indignada y se revuelve nerviosa en su silla y conteniendo su comprensible ira responde: –Sí mi ex marido era muy respetado fue en parte porque le entregué treinta años de mi vida para que se ganara este respeto, porque en todos estos años fui una fiel y perfecta esposa de un respetable banquero. Él me moldeó a su gusto y yo nunca me opuse, porque estaba convencida de que aquel era mi deber conyugal A pesar de que me dio muchas satisfacciones no se preocupaba de mi felicidad. Hoy me doy cuenta de cómo era verdaderamente mi marido, valoraba más los resultados de sus balances que a mí, porque de mí podía estar, pero del resultado de sus balances no podía estarlo. Por eso casi treinta años después he descubierto lo que es la felicidad. No creo que sea un pecado enamorarse de una persona que te ha probado su honestidad, te quiere, te respeta y te hace feliz! —Martina relata al párroco el suceso deln monedero que le muestra.su asombro con un gesto de admiración. —Por lo que me cuentas es una persona muy distinta de la como me describieron estas señoras a tu amigo, pero mientras no salga de tu casa seguirán creyendo que es un gigolo camuflado de un joven honesto. —¿Y qué puedo hacer? No voy a arruinar mi vida y mi felicidad para complacer a cuabeatas entrometidas. —¿Estás enamorada de ese joven? —Sí padre, pero también soy consciente… —De tu edad —interrumpió el párroco.—sobre la edad no tengo nada que reprocharte. Aunque no te lo creas yo he cumplido ochenta y dos años y debería haberme jubilado a los setenta y cinco. Comprendo que no aceptes que eres una una mujer de cincuenta años ahora que tienes un nuevo motivo para sentirte joven. ¿Crees que él también te ama? —Me quiere, pero no sé si llamarlo amor. —¿No ves cuál es la diferencia? —No lo tengo muy claro, soy una novata del amor. —Tal vez no sea yo la persona más indicada para aconsejarte sobre este tema, pero si no tienes a nadie más cualificado puedo darte algún consejo. El párroco se acomoda en una actitud relajada como quien se dispone a impartir la primera lección sobre la compleja emoción del amor. –La amistad es una relación afectuosa entre personas que comparten algo en común, pero no es apasionada y puede ser compartida. El amor no es solo una relación afectuosa, sino una comunión, una entrega total, en cuerpo y alma y no puede ser compartido. Si has leído los escritos de los místicos, los versos. como Santa Teresa, se pueden leer como los versos de una mujer enamorada que desea tal comunión con Dios, por lo que muere porque no muere. —¡Esa debo ser yo! —Entonces no hay más que una solución: que os una en el santo sacramento del matrimonio! —¡Padre, no lo dirá en serio! —¿Y por qué no lo digo en serio? —responde el párroco que esperaba esta reacción de Martina—. La única solución para hacer callar a vuestros vecinos es una unión por amor, bendecida por el mismo Dios, Y ese parece ser vuestro caso. En cuanto a la edad puede ser un impedimento físico pero no espiritual. Cuando un hombre y una mujer se aman ya no tienen edad. Me gustaría conocer a este joven y tener una charla sobre el amor y el matrimonio con él. ¿Podrías hacer que escuche las opiniones de un anciano cura de barrio? He casado muchas parejas que en su mayoría se siguen amando como el de su boda.