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JAIME DESPREE
La pasión de Alicia
Historia de una traición CHAPTERS
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Donar
1. El diagnóstico

Cinco sencillas palabras bastaron para derrumbar todo el fantástico universo que había creado con mis novelas y en el que había vivido alejado de este mundo: «Tiene una enfermedad incurable. Se lo acaba de comunicar el especialista que trata mi enfermedad». El mensajero espera mi reacción, pero soy incapaz de asimilar lo que acabo de oír. Se produce un silencio tenso. Parece que el médico tiene miedo de seguir describiendo mi situación, pero considera que debe expresarse con claridad para que no me haga ilusiones y me advierte que no me quedan más de seis meses de vida, o en casos excepcionales y si respondo bien al tratamiento, quizá un año. Salgo del hospital y lamento haberme hecho diagnosticar la causa de mis molestias. Por supuesto, no acepto el diagnóstico. Al fin y al cabo, los dolores aún son soportables. Es una mañana fresca y húmeda, como suelen ser las mañanas de otoño, pero agradable para dar un paseo. Para demostrar que el diagnóstico es inaceptable, vuelvo a mi apartamento. ¿Por qué yo? Sí, conozco a muchas personas que padecen enfermedades incurables, pero por alguna razón inexplicable pensaba que yo era inmune. Ahora necesito algo de tiempo para asimilar mi error. Tengo que aceptar que soy una persona como las demás y que puedo padecer las mismas enfermedades, aunque me resista a aceptarlo. Estoy cansado y aún me queda más de la mitad del programa por delante. Camino. Entro en un pequeño parque junto a la iglesia del barrio. En uno de los bancos hay un mendigo dormitando y, cuando me acerco a él, me mira con una clara expresión de odio, porque mi aspecto de persona acomodada debe de humillarle. No puede saber que acabo de ser condenado a una muerte prematura, de lo contrario no tendría motivos para envidiarme. Me siento en un banco cercano porque mis piernas ya no pueden dar un paso más. El mendigo tiene un aspecto hosco y se arrastra con sus harapos como si esto fuera su casa y yo hubiera entrado sin llamar. El médico me ha estigmatizado. Ya no soy el yo que, hace solo una hora, podía hacer lo que quisiera, sino el yo y la muerte. A partir de ahora, tendré que contar con ello en cada pensamiento y cada acción. Pero no me resigno. Quizás los médicos se equivocan. Quizás mis historiales médicos se han extraviado y pertenecen a otro paciente. Una secretaria sin experiencia podría haber cometido este terrible error. La naturaleza no puede abandonarme y la vida no puede ser tan irresponsable conmigo. El destino no puede oponerse a mi voluntad, porque es mi voluntad la que debe moldear mi destino. No puede ser que me pase esto a mí. Todavía tengo muchas cosas nuevas que admirar, muchas historias fantásticas que contar y, por qué no, quizá amar a alguien. ¿Es esto un castigo divino? ¿Estoy condenado a una muerte prematura por supuestos pecados, aunque no pueda saber en qué consisten mis culpas? La gran conmoción y la inquietud que me ha provocado el diagnóstico han anulado por completo mi sentido del tiempo. No sé cuánto tiempo llevo sentado en este banco. Mientras pienso en mi desolación en una parte remota del universo, estoy seguro de que alguien que ya conoce mi destino debe sentir lástima por mí. Probablemente sea un ángel, el mismo que aparecía en las imágenes de oración que nos daban de niños en las clases de religión. En aquel entonces, yo también quería ser un ángel. Quería volar, ver el mundo desde arriba, mudarme a países cálidos, ser libre como los pájaros, y según esas imágenes coloridas, solo los ángeles podían volar. Por eso quería ser un ángel. Se me eriza el pelo, porque intuyo que ese ángel quizá esté ahora sentado en este banco, escuchando mis pensamientos nostálgicos e intentando en vano consolarme, porque los ángeles y los humanos son incompatibles por alguna razón que solo Dios debe conocer. Pero he vuelto al tiempo real, porque el mendigo me lanza de vez en cuando una mirada sombría y resignada, porque no puede entender por qué alguien como yo está sentado a esta hora de la mañana en este banco, reservado para los pobres. Me gustaría decirle que yo tampoco lo sé, pero no le serviría de nada. El sol es frío, otoñal, pero claro y brillante. Una brisa fresca y húmeda del mar cercano humedece mi rostro acalorado. En los coches y las aceras aún se ven las huellas de los relámpagos matutinos. El invierno llegará pronto. Es inevitable que el invierno llegue algún día para todos nosotros, pero algunos no viviremos para ver la próxima primavera. El mendigo se ha incorporado y me mira con asombro. Creo que, a pesar de su aspecto, debe de tener la capacidad de leer la mente. Sí, él sabe lo que pienso, porque los que sufrimos tenemos la misma expresión facial, la misma apatía en los ojos, la misma curvatura de la espalda, los mismos ojos enrojecidos, y todo esto se traduce fácilmente en el lenguaje común: desesperación. Durante unos instantes parece indeciso. Finalmente se decide y, con el paso de alguien cuyos músculos están entumecidos, se acerca a mi banco, pero no se sienta. Se queda de pie, vacilante, indeciso. Finalmente se decide y me pide un cigarrillo, pero por desgracia no puedo fumar. Le ofrezco unas monedas, pero incomprensiblemente las rechaza. Su mirada se pierde en un punto indeterminado, parece estar pensando si entablar una conversación o volver a su propio mundo. Como si este encuentro no hubiera tenido lugar y sin hacer el más mínimo gesto, vuelve a recorrer con la misma torpeza la corta distancia que separa nuestros dos mundos y se envuelve de nuevo en sus harapos para seguir dormitando. Ha perdido la confianza en las personas a las que solo pide un cigarrillo; yo he perdido la confianza en mí mismo, al que solo le pido el valor para afrontar mi desgracia. El mendigo se ha levantado de nuevo y se acerca a mí. Con un gesto de humildad burlona, me pide las monedas que le he ofrecido. No me apetece interesarme por su situación, solo me interesa la mía. No ha pasado ni una hora desde que me enteré de mi condena y tengo la sensación de que, antes de volver a mi apartamento, habré pasado por la fase de rebelión, que no es más que recurrir a las patadas, un paso previo a la aceptación y la sumisión sin defensas ni reservas. «He aquí que soy esclavo del Señor, hágase conmigo según tu palabra». Según tu palabra». El mendigo se impacienta, probablemente piensa que quiero humillarlo, y noto más odio en su mirada equivocada que en la anterior. Le entrego las monedas y él vuelve a su banco sin dar las gracias. Las cuenta y me lanza una mirada despectiva y grosera. Sin duda, esperaba que fuera más generoso. No puedo soportarlo más y sigo mi camino, pero una parte de mi cuerpo arde como si ya estuviera en el infierno y me cuesta caminar. ¿Existe el infierno? ¿Existe el cielo? ¿Existe Dios y sus ángeles y querubines? Con horror, me doy cuenta de mi rápida transformación. Por primera vez, dudo de mis arraigadas creencias seculares. Hasta hace un minuto, el infierno, el cielo y Dios no eran más que anécdotas, un tema de conversación lleno de incongruencias y fanatismo para los crédulos e ignorantes, lleno de ceguera intelectual e irracionalidad. Y de repente, estas cuestiones teológicas resurgen, pero con un nuevo significado. También siento que mi mente pronto estará vacía y se negará a pensar, al igual que yo no podía dejar de pensar en la muerte y sus intrincados misterios. Tengo que redescubrir la nada y sumergirme en ella hasta el día de mi muerte anunciada. Son las tres de la madrugada y no puedo dormir. Solo oscuridad y nada más. Las figuras que se proyectan en el techo por las luces de los coches son lo único que llama mi atención, todo lo demás parece haber desaparecido. Todo a mi alrededor está en silencio, es oscuridad, es nada. Quienquiera que haya creado esta palabra absurda, ha pensado en mí, yo le he dado su verdadero significado, su significado real, su vacío opresivo. A las cuatro de la mañana seguiré pensando lo mismo que pienso ahora, y durante las próximas horas, los próximos días, hasta el día de mi muerte, seguiré pensando lo mismo: nada. No tengo nada más en qué pensar, salvo en la nada, y pensar en la nada es como no pensar en nada. Dejo mi mente en blanco para evitar que mi cerebro reviva los malos recuerdos, los buenos no los he olvidado. Pero de todo eso no queda nada. Es hora de mi propio y definitivo juicio. Fui ambicioso, egoísta y desleal. Si existe el infierno, sin duda estaré condenado. Debo admitir que estos dolores persistentes, junto con mi arrepentimiento, han agotado mi imaginación y mi creatividad. Mi última novela es mediocre, incluso lamentable. Los personajes son muertos vivientes y se comportan como auténticos zombis. Creo que he perdido el contacto con la realidad y vivo en un mundo paralelo. Veo el nuevo mundo, pero no lo siento; lo oigo, pero no lo entiendo, y ya no tengo a nadie a mi alrededor que comente esta obra del tiempo; una persona de confianza a la que contarle un montón de desgracias sin ser rechazado, ignorado u olvidado. He pasado de una dimensión a otra sin darme cuenta. He conversado con mis sueños de grandeza, con la convicción de que pondría el mundo a mis pies, y ahora soy su felpudo. He traicionado a la única mujer que he amado. He despreciado a mis amigos y admirado a mis enemigos, porque he preferido el estímulo de la victoria tras una guerra encarnizada contra mis enemigos a la estéril paz de los amigos. Y ahora no tengo ni amigos ni enemigos. A unos los he humillado y los otros me han ignorado y rechazado mi enemistad, de modo que no queda nada, ni de unos ni de otros. Yacido en la cama, trato de olvidar que tengo un cuerpo corrupto que amenaza con destruir mi alma y también mi espíritu. Esta noche, las luces esporádicas de los coches que pasan por el tejado me parecen almas doloridas que me advierten de que muy pronto seré uno de ellos y cruzaré los tejados de otros condenados; que ni el cielo ni el infierno existen, solo la insoportable nada. Por fin amanece. He dormido dos o tres horas reparadoras. Es un alivio dormir; tener la posibilidad de encontrarse con las personas que más se aman, pero no las reales, sino las que se necesitan y que, estando despiertas, duermen en la imaginación. Solo en los sueños las cosas suceden como deseamos; sin sueños, el alma no tendría refugio, ningún lugar donde anidar y cantar su canción, sería presa de la cruda y dura realidad. No sé quién nos ha dado la capacidad de soñar, pero debe de haber sido alguien muy comprensivo y que conoce bien las debilidades del ser humano. Quizás fue el Dios del que hablan las religiones, pero no puedo aceptarlo porque simplemente no creo en nada. Incluso he dejado de creer en mí mismo. Quien vive en las profundidades de la nada no puede creer en nada. Pero amanece y es mi momento de optimismo; el momento más esperado, porque la luz debe ser la causa de toda la creación, mientras que la oscuridad es responsable de destruirla, de precipitar la creación a un abismo sin retorno, el mismo abismo que nos espera después de la muerte. He pensado mucho en la muerte, sobre todo en la mía; en mi muerte irreversible y prematura. Me gustaría creer en la transmigración de las almas, porque la vida no se destruye, solo se transforma. Sería un consuelo creer que, poco después de mi último aliento, podría formar parte de una nueva vida, en algún lugar de la Tierra o del universo. Al fin y al cabo, de ahí venimos y ahí volveremos. Pero mi habitación se inundó de luz y ahora veo las cosas como son, y no como las sueño. Veo en la estantería, meticulosamente ordenadas por grosor, color y altura, mis novelas, con las que he pasado toda mi vida, o tal vez las he desgastado, y algunas fotos de tiempos lejanos e irrecuperables. Las mejores novelas las escribí cuando mi mente y mi imaginación aún tenían alas, porque eran jóvenes y libres y se entendían: lo que creaba la imaginación, lo escribía mi mente disciplinada. La mayoría de mis novelas fueron éxitos rotundos, pero la última se vio empañada por mi enfermedad. En mi escritorio, junto a la ventana desde la que contemplo mi parte del mundo, veo que el ordenador, que en días mejores me provocaba constantemente y apenas me dejaba respiro, ni tiempo para descansar, está inactivo y en silencio. Todo lo que se oía era el emocionante y rápido sonido de las teclas que describían en la pantalla iluminada las imágenes que brotaban como una fuente de agua fresca de mi desbordante imaginación. En aquel entonces, esta máquina era una extensión de mi mente y mi espíritu, ahora es un vulgar ordenador, como miles de otros, sin alma y sin actividad, porque ya no tengo nada que decir. El teclado me parecía un universo con el que se podían expresar incluso los pensamientos filosóficos más profundos, escribir los diálogos más apasionados o describir los paisajes más hermosos. Todo estaba ahí, muy claro, solo había que elegir las letras adecuadas, con la forma y el ritmo correctos. Era otra vida. Cada personaje que salía de ese teclado ahora vacío ponía la realidad patas arriba: ellos eran los reales, el resto era un sueño. Los sentía tan vivos que a menudo los invocaba, convencido de que aparecerían en mi habitación y hablaríamos sobre su futuro como personajes de novela. Siempre tuve la sensación de que no estaban contentos con su papel, porque nunca llegué a conocerlos tal y como eran realmente, a pesar de que yo mismo los había creado. Pero eso fue antes del diagnóstico, antes de que mi andar se volviera torpe e inseguro, mucho antes de que los primeros síntomas de mi enfermedad me hicieran perder el conocimiento debido a un dolor intenso que provenía de una parte indeterminada de mi cuerpo. Pero ya muchos años antes tenía un presentimiento de mi enfermedad. Probablemente ya lo sentía desde mi nacimiento, por lo que vivía con urgencia, escribía con urgencia y envejecía con la misma urgencia. Ahora puedo descansar y encontrar la paz, ya no hay motivo para la urgencia. 2. He perdido toda esperanza. Sé que voy a morir, pero en contra de mi voluntad. No puedo aceptar que la naturaleza decida por mí. Tengo que adelantármele impulsos ciegos; a su destrucción irracional. Solo yo puedo decidir cuándo y cómo morir. Es un pensamiento que me asusta, pero tal vez tenga que poner fin a mi vida yo mismo. ¿Suicidio? ¿Sería capaz de hacerlo? Pero ¿cómo? No quiero morir de forma violenta. ¿Con sedantes? Pero como conozco mi situación, ningún médico me los recetaría. Nunca pensé que fuera tan difícil atentar contra la propia vida. Envidio a quienes tienen la suerte de morir dormidos, porque la mayor dificultad para un suicida es tomar la última decisión de su vida, ya que no es posible revertirla. Quizás podría recurrir a la eutanasia, pero no quiero morir donde lo permite la ley, ni quiero que mi muerte sea un intercambio comercial. Me gustaría morir junto al mar, al atardecer de un otoño, para llevarme su belleza a la eternidad. ¿No se pueden cumplir los deseos de un moribundo? ¿Por qué no se pueden cumplir los míos? Pero hablo de mí mismo; planeo mi muerte por mis propias manos y por mi propia voluntad. Pretendo ser yo mismo el asesino y destruir todo lo que he creado; destruir los frutos de mis ilusiones juveniles, mis ambiciones, que he realizado tras muchos años de soledad y tristeza, mis hermosos recuerdos. Si la naturaleza me mata, al menos no seré responsable de ese asesinato. No, no puedo actuar contra mí mismo. Ningún árbol destruiría sus propios frutos. Pero si no soy lo suficientemente valiente como para atacar mi cuerpo, tendré que silenciar mi conciencia, limitar mis pensamientos sombríos y cerrar los ojos de mi imaginación, que es la única responsable de mi sufrimiento, porque no sufrimos si no imaginamos nada. ¿Debo entonces dejar que esta terrible enfermedad siga su curso? ¿Cómo soportaré este largo tormento? ¿Con qué? ¿Qué estímulo voy a contar? No puedo imaginarme tumbado en una cama de hospital esperando la muerte con indiferencia, con la mente nublada por los analgésicos y la vista borrosa, fijándola tontamente en cualquier punto de la habitación. No, esa no es una forma digna de morir. Tiene que haber otra forma más humana y menos dolorosa. Quizás la única forma digna de morir sea hacerlo en el lugar al que llamamos hogar, junto a quien nos quiere de verdad; poder estrecharle la mano hasta que su último aliento se desvanezca, porque a través de las manos las almas se comunican y expresan sus deseos y sentimientos, así se puede llevar su cariño y su sonrisa a la eternidad, aunque mis ojos ya no vean, mis oídos ya no oigan y mi cuerpo ya no sienta nada. ¡Esa es la única forma digna de morir! Una reflexión inteligente, pero inútil, porque no tengo hogar ni nadie que me quiera tanto. Este piso no es un hogar porque le falta lo esencial: una mujer. Es solo un lugar de estancia, un refugio cómodo, el espacio adecuado para un escritor, una jaula dorada en la que dar rienda suelta a la imaginación. Solo una mujer puede convertir la sala de espera de una estación de tren en un hogar, porque ella es el hogar. Está en sus brazos, en su regazo, en su energía femenina. El hogar es la cama en la que yace una mujer. Por desgracia, hace muchos años que no sé nada de alguien que sentía tanto afecto por mí que velaba por mis tormentos y estrechaba la débil mano de un moribundo. Ella fue mi primer y único amor, la persona que estimuló mi imaginación y mi creatividad. A ella le debo lo que soy y los recuerdos que han inspirado la mayoría de mis novelas. Pero en aquel entonces mi ciega ambición era más fuerte que mis sentimientos. Nos unía y nos separaba la pasión por la literatura. Ambos estábamos convencidos de nuestro talento y no dudábamos de nuestros éxitos futuros. Nuestra relación le inspiró sus mejores poemas, por los que me sentí halagada y transportada a otro mundo, pero el destino le tenía reservado un doloroso final. La trama de mi primera novela también fue fruto de nuestra relación: la historia de una poetisa fracasada que describe su suicidio en su último poema. ¡Una amarga paradoja del destino! Ella me ayudó a corregir mis notables deficiencias literarias como principiante, incluso mecanografió el manuscrito y me sugirió que lo presentara a un conocido concurso literario para principiantes. Compartió mis ilusiones y ambiciones generosamente y sin el más mínimo atisbo de envidia. Se dedicó por completo a este trabajo, que finalmente dio frutos inesperados: ¡gané el primer premio! Lo que sucedió después es el motivo de mi arrepentimiento, que nunca podré perdonarme. Una conocida agente literaria se interesó por mí y me aseguró que tenía un gran talento literario y que en uno o dos años me convertiría en el escritor más leído y admirado de la época. Me sentí muy halagado y acepté su apuesta. Ella me sugirió el tema de mi segunda novela: una historia romántica con final feliz, y no me costó mucho imaginar la trama, solo tuve que añadir algunas escenas nuevas basadas en mis experiencias personales. En esta segunda novela, fue ella quien revisó y corrigió los numerosos errores estilísticos y gramaticales del primer manuscrito. Trabajamos en su propia casa, en un ambiente de intimidad y familiaridad, creado para seducirme y hacerme caer literalmente en sus brazos. Él había visto en mí no solo a una escritora talentosa, sino también a una amante. Para disgusto de mi fiel compañera, mi agente era una mujer con el atractivo de las mujeresh maduras pero hermosas, con un espíritu joven y una gran experiencia en el arte de la seducción, por lo que me resultaba imposible resistirme a ella. En poco tiempo, logró dominar por completo mi voluntad. Pasaba los días con un frenético programa de promoción de mi novela, que apenas me permitía dedicar unos minutos a recordar a otra mujer, que cada vez que mi imagen aparecía en los medios con la sonrisa ensayada de un arrogante vencedor, tenía que sufrir en silencio. Los pocos momentos que no dedicaba a mi promoción, tenía que pasarlos satisfaciendo sus deseos, que siempre quedaban insatisfechos, no como mi agente, sino como mi amante. Aunque a veces era consciente de mi comportamiento desleal, no podía renunciar a la vanidosa sensación de estar por encima de la gente común, de dominar su voluntad y convertirlos en aduladores y admiradores. Desde entonces, mi espíritu no ha encontrado la paz y no he conocido ni la verdadera amistad ni el apasionado sentimiento del amor. Ahora es demasiado tarde, porque tanto la amistad como el amor son como una hermosa planta, necesitan tiempo para florecer. A veces me pregunto qué habría sido de mí si no hubiera ganado ese premio inesperado. Probablemente estaría casado, tendría dos o tres hijos, una barriga más prominente y habría encontrado un buen trabajo en una compañía de seguros, donde entretanto habría sido ascendido a subdirector general. Viviríamos en una bonita casa en un tranquilo barrio residencial, con espacio suficiente para todos. Tendríamos dos perros, el histérico Yorkshire de mi mujer y uno de raza más grande, así como un gato siamés. Dos de mis hijos ya estarían en la universidad. Mi hija mayor estudiaría Derecho y ya tendría un puesto en mi empresa, y mi hija mediana estudiaría Periodismo porque creía tener vocación de escritora y ya habría publicado un libro con temática romántica en Internet. La pequeña, porque lo más probable es que tuviéramos dos mujeres, todavía estaría en el instituto y llevaría una prótesis dental para corregir la malformación de sus dientes. Mi esposa sería presidenta de una asociación cultural y, cada primer sábado de mes, nuestro gran salón se convertiría en una sala de reuniones en la que una docena de madres de familia activas y algún que otro viudo jubilado discutirían los detalles de un ambicioso programa cultural. Teníamos una buena relación con nuestros vecinos. Él sería quizás un alto ejecutivo de una multinacional de alimentos para animales y ella regentaría una pequeña y exclusiva boutique de ropa en nuestra zona residencial, que muy probablemente sería un negocio ruinoso. Cada verano, mi mujer, yo y nuestra hija menor pasábamos dos semanas en un popular lugar de vacaciones en el habían reservado una habitación en un edificio de tercera línea de mar, mientras que nuestros hijos mayores aprovechaban el verano para asistir a cursos intensivos de inglés en Londres o Nueva York. ¿Es eso lo que he pasado por alto? No, es una suposición demasiado convencional que nunca habría aceptado. Pero no quiero pensar en mi vida con esta mujer como si fuera la trama de una de mis novelas. Ella es una persona y no debo confundirla con un personaje; nuestra relación no era una novela. A veces no sé cómo distinguir entre el sueño y la realidad, porque los recuerdos acaban convirtiéndose en sueños y los sueños acaban convirtiéndose en realidad. Quizás todo habría sido diferente si no hubiera sido tan ciego y ambicioso y no me hubiera lanzado a los brazos de mi agente literario. Pero pronto su afán por sentirse joven y atractiva dejó de verse suficientemente estimulado por mí y encontró un nuevo amante, otro joven escritor ambicioso. No sentí en absoluto su traición, sino más bien una liberación, porque yo también necesitaba nuevos estímulos para continuar con el ascenso meteórico de mi popularidad. Entonces intenté recuperar a mi primer amor, pero la perdí de vista, parecía como si se hubiera mudado a otro planeta o hubiera sido engullida por la Tierra, porque ya no había forma de localizarla. Desanimado por la búsqueda infructuosa, intenté encontrar consuelo en una de mis jóvenes admiradoras. No fue difícil seducirla, incluso pude elegir entre las muchas jóvenes que me adoraban. No la elegí por su inteligencia, sino por su cuerpo, porque mi capacidad El amor se había visto destruido por mi traición. Por desgracia, a pesar de su atractivo, mis constantes remordimientos me hacían impotente e insensible, por lo que mi relación con mis jóvenes amantes fue breve y frustrante. Mis remordimientos me llevaron a aceptar la soledad y a dedicarme en cuerpo y alma a mi trabajo. Sin embargo, el contenido de mis novelas cambió radicalmente: las tramas anteriores siempre tenían un final feliz, las nuevas se volvieron tristes, negativas y con finales trágicos, en los que el protagonista de la historia moría sin excepción. Pero mi popularidad no disminuyó en absoluto, sino que siguió aumentando, porque en nuestra época ya casi no hay relaciones con final feliz, y mis lectores se identificaban mejor con el nuevo giro dramático de mis trágicas tramas. Sí, a pesar de todos estos años, sigo manteniendo viva su imagen, porque ella fue la inspiración para mis personajes femeninos más entrañables. La he descrito tantas veces que no podría olvidarla aunque lo intentara. Y si mi memoria me jugara una mala pasada y borrara su imagen, solo tendría que volver a leer las novelas en las que aparece para recuperarla intacta, tal y como la he conservado durante los últimos veinte años. Pero los años pasan y dejan sus terribles huellas. Si me la encuentro por la calle, quizá no la reconozca. ¿Qué habrá hecho el tiempo con su rostro infantil y sus mejillas sonrosadas? ¿Cómo estarán esos labios carnosos e irresistibles? ¿Y de qué color estará su cabello rubio y rizado, que siempre tiene el mismo color? Lo que no debe haber cambiado es su mirada sincera y tierna y el color azul de sus ojos. Lo que no debe haber cambiado es su mirada sincera y tierna y el color azul de sus ojos. ¡Cuánto la he echado de menos en mis largas noches de insomnio, en las que he dado vida a personajes con sus rasgos! ¡Cuánto me hubiera gustado sentir sus manos sobre mis hombros, doloridos por las interminables horas que he pasado intentando crear el mundo con las fantasías de mi agotada imaginación! Y cuántas veces me despertaba por la mañana acurrucado en mi almohada, tras un sueño en el que la había abrazado y estábamos tumbados en un césped recién cortado y perfumado, contemplando un cielo azul inmaculado, sin que nuestros ojos pudieran abarcar ni una mínima parte de su inmensidad. La conocí un día de primavera de 1997 en la cantina de la facultad, el año en que Dario Fo ganó el Premio Nobel de Literatura, que yo también quería ganar en secreto. Ella estaba delante de mí en la cola de la cantina y fingía sostener con una mano su taza de café y una enorme tarta de fresas y nata, porque en la otra mano llevaba varios libros de poesía. Le ofrecí sostener los libros, pero él se negó. Finalmente, como era de temer, la taza de café, la tarta y sus preciados libros rodaron por el suelo. Entonces aceptó mi ayuda. Mientras limpiaba los trozos de tarta que habían manchado los libros, me trajeron una nueva taza de café y el último trozo de tarta. Pero, por caprichos del destino, aquella mañana de principios de primavera se quedó sin su café y su deliciosa tarta de fresas y nata, porque tropecé con una silla descolorida y, una vez más, el café y la tarta acabaron en el suelo. Interpretamos este encuentro de torpeza por nuestra parte como una señal del destino de que estábamos hechos el uno para el otro. Los días y meses que siguieron a nuestro emocionante encuentro fueron simplemente gloriosos. Descubrimos nuestras respectivas vocaciones y ambiciones y decidimos, sellado con un beso, recorrer juntos el camino hacia la fama, que nuestro optimismo juvenil daba por sentado. Nos sentábamos en la suave hierba de nuestro campus e intercambiábamos notas sobre nuestras respectivas obras. Yo leía y apreciaba sus poemas, ella leía mis historias y las discutíamos en acalorados debates literarios. Todavía recuerdo uno de sus poemas, dedicado a mí, por supuesto: Si tu corazón fuera espuma, yo sería el océano; si tu alma fuera el cielo, yo sería la nube; Si tus ojos fueran lluvia, yo sería un campo; si tus manos fueran agua, yo estaría sedienta. Asistíamos a todos los eventos culturales relacionados con la literatura y, debido a nuestras exhaustivas preguntas, se nos consideraba «les enfants terribles» de las presentaciones de libros. Creo que los autores nos tenían miedo. No nos perdíamos ninguna película biográfica sobre escritores. Hicimos planes para el futuro, para cuando fuéramos ricos y famosos. Acordamos que pasaríamos la mitad del año en París y la otra mitad en Mallorca, en una pequeña casa en un acantilado, y que desde la ventana del dormitorio podríamos ver el amanecer sobre el Mediterráneo. Incluso habíamos decidido tener nuestro primer hijo cuando yo cumpliera 30 años, para tener tiempo suficiente para consolidar nuestras respectivas carreras literarias. Todas estas maravillosas fantasías se desarrollaron antes de que ganara ese maldito premio. Hoy sé que estaba segura de cómo sería mi brillante futuro en todos los detalles, pero no estaba segura de cómo era yo, y apenas superé la primera prueba que me impuso el destino. Apenas tuve tiempo para pensar y tomar conciencia de mi lamentable destino, y mañana tengo que aparecer en público y presentar mi última novela. Soy esclavo de mi propio éxito, atrapado en las cláusulas de un contrato draconiano. Hace tiempo que dejé de ser libre, ahora soy un esclavo admirado. Daría todo lo que tengo por volver atrás y empezar de nuevo mi vida con ella, y por no haber sido tan torpe como para presentar mi primera novela a un concurso literario, solo para tener la mala suerte de ganarlo. Pero ahora es demasiado tarde. Ahora volveré a aparecer en las portadas de las revistas especializadas, pero para anunciar mi inevitable muerte. Escribirán elogios, llenos de alabanzas y virtudes que seguro que no tengo, pero a los muertos se les alaba o se les difama, pero rara vez se les respeta. Las ventas de mis libros seguramente se triplicarán, por lo que mi prematura muerte será un buen negocio para mi editorial, las imprentas y las librerías. Llorarán mi muerte con lágrimas de cocodrilo. Mi agente me visitará una y otra vez para asegurarse su comisión tras mi muerte. El editor también me visitará y, con fingida tristeza, me hará firmar un nuevo contrato para asegurarse los derechos exclusivos de mi libro. de mis libros cuando deje este mundo. Recibiré miles de condolencias de mis admiradores, que serán tan hipócritas como para desearme una pronta recuperación, pero en el fondo mi muerte les resultará mucho más morbosa y emocionante. ¿Y qué pasará con mi obra? ¿Cuánto tiempo permanecerá en la memoria de mis admiradores actuales? Un escritor muerto solo es rentable mientras duren sus funerales y homenajes, luego otros escritores vivos llenarán mi vacío y seguramente caerán víctimas de la misma enfermedad que yo. Probablemente no sobreviviré mucho tiempo. Siempre tuve la sensación de que escribía lo que los lectores querían leer, y no lo que yo quería escribir. Nunca sabré qué tipo de escritor soy, porque nunca me he puesto a prueba de verdad. Ser importante se ha vuelto demasiado fácil. No hay mayor desgracia para un escritor con vocación que ganar un concurso en su juventud, ni peor tortura que tener éxito con algo que no le gusta. Para escribir lo que dicta la propia intuición, es necesario no pensar en los lectores hasta que se tiene al menos cuarenta años. Yo soy una de esas víctimas. acepto el diagnóstico. Al fin y al cabo, los dolores aún son soportables. Es una mañana fresca y húmeda, como suelen ser las mañanas de otoño, pero agradable para dar un paseo. Para demostrar que el diagnóstico es inaceptable, vuelvo a mi apartamento. Sí, conozco a muchasi personas con enfermedades incurables, pero por alguna razón inexplicable pensaba que yo era inmune. Ahora necesito tiempo para aceptar mi error. Tengo que aceptar que soy una persona como las demás y que puedo sufrir sus mismas enfermedades. Estoy cansado y aún me queda más de la mitad del camino por recorrer. Entro en un pequeño parque junto a la iglesia del barrio. Un mendigo dormita en uno de los bancos y, cuando me acerco a él, me mira con una clara expresión de odio, porque mi aspecto de persona acomodada debe hacerle sentir humillado. No puede saber que acabo de ser condenado a una muerte prematura. Si lo supiera, no tendría motivos para envidiarme. Me siento en un banco cercano porque mis piernas ya no pueden dar un paso más. El mendigo tiene un aspecto hosco y se arrastra con sus harapos como si esto fuera su casa y yo hubiera entrado sin llamar. El médico me ha creado un estigma. Ya no soy el yo que una hora antes podía hacer lo que quería, sino el yo-y-el-muerto. A partir de ahora, tendré que contar con ello en cada pensamiento y cada acción. Pero no me resigno. Quizás los médicos se equivocan. Quizás mi historial médico se ha extraviado y es el de otro paciente. Una secretaria sin experiencia podría haber cometido este terrible error. La naturaleza no puede abandonarme y la vida no puede ser tan irresponsable conmigo. El destino no puede oponerse a mi voluntad, porque es mi voluntad la que debe moldear mi destino. Eso no puede pasarme a mí. Todavía tengo tantas cosas nuevas que admirar, tantas historias fantásticas que contar y, por qué no, quizá amar a alguien. ¿Estoy condenado a una muerte prematura por supuestos pecados, aunque no pueda conocer la naturaleza de mi culpa? Un pecador no necesita conocer los detalles de su culpa; basta con que sufra el castigo para saber que ha pecado. Es muy posible que esta enfermedad esté escrita en las estrellas o se pueda leer en la palma de mi mano, sin que yo la perciba como un castigo. Pero es más razonable pensar que es el resultado de mis largas noches de insomnio voluntario, en las que he dado vida a personajes que me llevan agradecidos a la muerte. Pero no les guardo rencor. Desde el principio he aceptado que toda obra digna de elogio contiene un poco de nuestra propia humanidad, y la humanidad también debe tener sus límites. Quizás fue culpa mía: creé espíritus y me arrogé el derecho de ser su dios. Pero sin mí nunca habrían existido, así que debo tener razón: soy su dios y, por lo tanto, no merezco ser castigado tan cruelmente. Si esa es la justicia divina, todos los artistas irán al infierno y la imaginación será perseguida y castigada con dureza Intento alejar estos pensamientos miserables leyendo algunos de los numerosos mensajes que recibo cada día. Hoy no quiero leer los elogios de aquellos que parecen haber nacido para admirar a cualquiera cuyo nombre aparezca en cualquier sitio que no sea el carné de identidad o el buzón. La mayoría de ellos solo me admiran porque tengo cientos de admiradores y seguidores, pero en realidad no saben por qué me admiran. Todos esperan lo mismo de mí: unas pocas palabras en respuesta al mito al que están sometidos. sentirse bendecidos por la gracia divina. Esta admiración incondicional consiste en frases cortas que deberían tener guardadas en su ordenador para enviárselas a sus escritores favoritos: «Su última novela me ha gustado mucho», «Su última novela me ha cautivado», «Su última novela me ha encantado», «Su última novela me ha gustado mucho», etc. ¿Y qué les voy a responder? Podría darles las gracias y dejar que se lo repartan entre ellos. 3. Pero hay un mensaje que me llama la atención. Es el de una joven. No sé explicarlo, pero su foto me inquieta y me perturba. Quizás sea porque nuestros rasgos faciales tienen algo en común; o por su mirada altiva y provocadora, y sin embargo hay algo dulce en su rostro. Tengo la impresión de que detrás de su arrogancia se esconde una personalidad vulnerable. Casi no me atrevo a leer su mensaje, tengo la sensación de que no va a ser positivo y hoy no estoy de humor para soportar críticas. Al fin y al cabo, los elogios son un bálsamo, no curan, pero alivian; las críticas son una medicina amarga, saben mal, pero curan. Me atrevo a leerlo: «Hola, soy un aspirante a escritor que ha leído todas sus novelas y, en mi humilde opinión, solo hay una que tiene una buena motivación: la primera, el resto son aceptables, pero les falta esa característica importante. Parece que después de la primera novela perdió la motivación de la primera novela. En cuanto a su última novela, lamento decir que parece haber perdido tanto la motivación como la inspiración. Perdóneme por ser tan sincera, pero esa es mi opinión. Naomi». Quienquiera que seas, Naomi, ¡has descubierto mi secreto mejor guardado! Confieso que esta crítica feroz de una joven arrogante y engreída me ha afectado. No debería preocuparme, todas las invitaciones para la presentación de mi nueva novela están agotadas desde hace una semana y las críticas no han sido muy entusiastas, pero tampoco malas, pero lo que me sorprende es la certeza de sus juicios, que coinciden totalmente con la realidad de mi carrera literaria. Es cierto que las novelas posteriores a la primera que escribí han sido influenciadas por mi agente literario, no por un ser humano, y que no han sido escritas por un artista, sino por un profesional con buen estilo. Y ese rostro... esa expresión... esos rasgos tan parecidos a los míos: la frente despejada, los hoyuelos en las mejillas y los párpados ligeramente caídos... son idénticos. Pero me pregunto: ¿quién es esta misteriosa Naomi? No hay nada en su perfil que la identifique, ni dónde estudió, ni dónde vive, ni fotos, ni blog; ¡nada! Respondo: «Querida Naomi, tu dura crítica ha herido mi amor. Pero aprecio tu sinceridad. No tengo ninguna duda de que serás una gran escritora. Soy consciente de que ninguna de mis novelas merecerá siquiera un modesto lugar en la posteridad. Si escribiera pensando en la posteridad, perdería prácticamente a todos mis lectores. En la época actual, ningún escritor puede situarse por encima del nivel intelectual de sus lectores, porque entonces estos se sentirían culpables e ignorantes. Si apareces media docena de veces en una cadena de televisión en horario de máxima audiencia y tienes cierto atractivo físico, te conviertes automáticamente en el ídolo de miles de personas que han nacido para ser seguidores. Los medios de comunicación tienen tanto poder que, si por ellos fuera, podrían ganar el Premio Nobel al editor de un periódico provincial. Si los medios de comunicación te han idealizado, puedes escribir todo lo que quieras, porque no dejarán de admirarte. Mi última novela no es brillante, es tan corriente como los lectores corrientes que la leerán con gusto, porque habla su idioma, tiene sus vicios y sus virtudes. En cualquier caso, es la novela que ellos mismos escribirían, pero yo les he ahorrado el trabajo. La mayoría de nosotros, los escritores, no buscamos hoy en día lectores, sino periodistas y creadores de imagen, que son quienes realmente dominan el mundo. Si sueñas con ser un escritor excepcional, pasarás tu vida en ese sueño excepcional y nunca podrás vivir en la realidad. Espero que lo entiendas. Atentamente». Lo envío. Creo que es una buena respuesta, pero debo admitir que su crítica está bien fundada. No debo mi fama a mi supuesto talento, sino a la popularidad que me ha dado mi primera novela y que me ha inspirado, así como al inteligente marketing de mi protectora. Mi único mérito es haber sabido interpretar sus consejos, su profundo conocimiento de la psicología de los lectores y sus inteligentes ideas con mi capacidad para escribirlas con un estilo aceptable. Pero estoy seguro de que hay cientos de escritores mucho más talentosos que yo y que no han tenido tanta suerte como yo. Acabo de recibir un nuevo mensaje de Naomi. Me pregunto cómo habrá interpretado mi respuesta. Podría borrarla. Al fin y al cabo, solo es la opinión de una joven inmadura, no tengo por qué tenerla en cuenta. Tengo muchos admiradores y ya no me preocupa el éxito o el fracaso, porque no habrá más novelas que pueda criticar. Tiene razón: me falta musa e inspiración. Pero tengo curiosidad por saber su opinión y la abro: «Sí, las buenas novelas necesitan buenos lectores, por eso son tan escasas. Pero los buenos autores crean buenos lectores, y si escribes novelas mediocres, siempre tendrás lectores mediocres. Espero tener noticias tuyas cuando presentes tu nueva novela. Un cordial saludo y hasta mañana. Noemí». Me duele, pero lo acepto. Tiene toda la razón: cada lector tiene el autor que se merece. Sin duda, yo soy uno de los culpables de la mediocridad de los lectores, porque me he conformado con sus halagos sin preocuparme de si eran justificados o no, y ahora es demasiado tarde para corregirlos. ¿Qué puedo decir sobre la novela si nunca he escrito una novela de verdad? 5. Otra noche interminable de insomnio. Veo sombras misteriosas que se arrastran alrededor de mi cama. Sin duda, sufro alucinaciones. Tuve que esconder todos los cuadros que decoraban esta habitación, porque cuando los miraba, parecía que se movían y se caían de sus marcos. A veces miro mis manos y me parece que son las manos de otra persona y no las mías. Cada pequeño objeto se convierte en un insecto que se arrastra por las estanterías de mi librería o por la mesa de mi estudio, incluso los veo moverse sobre la colcha de mi cama. Sé que solo son alucinaciones causadas por mi vista cansada y mi estado de ánimo deprimido, pero me atormentan. No puedo soportar este sufrimiento hasta el día de mi muerte. Tengo que hacer algo. Necesito su perdón. Tengo que encontrarla, aunque sea a costa de ir al infierno, del que estoy a solo un paso. ¿Por qué no se ha puesto en contacto conmigo en todos estos años? Soy una persona pública. Debía saber cómo localizarme. Una herida no puede permanecer abierta durante veinte años. Se dice que el tiempo lo cura todo, pero no se dice qué tipo de heridas cura. Hay algunas para las que, al parecer, el tiempo no pasa, y es probable que algunas de ellas sean la infidelidad y la traición. Pero tal vez también esté casada y tenga una familia y ya no tenga interés en mí. O, quién sabe, y la idea me entristece, pero tal vez ya haya muerto. Los fantasmas siguen rondando mi cama. Parece que todos los fantasmas se han confabulado contra mí para destruir el poco juicio que me queda, pero resistiré; no es un buen momento para la locura. Cojo mi última novela de la estantería y leo la parte en la que la protagonista descubre que su amante la engaña. Es una historia de amor común y corriente, y en la vida real el engaño también es algo habitual, y tengo suficiente experiencia personal como para escribir de forma realista sobre este tipo de escenas. Otro amanecer sin motivos para el optimismo. Debo de haber dormido dos o tres horas, pero me siento cansada y dolorida, porque las pocas horas que he dormido han estado ocupadas por una horrible pesadilla. Por suerte, solo recuerdo los últimos momentos. Estaba tumbada en una cama de hospital, pero la habitación estaba pintada de rojo y una enfermera sin rostro me inyectaba una dosis de morfina. Delante de mi cama se podían ver escenas en las que un carnicero mataba cerdos. Los cerdos hablaban y le preguntaban al carnicero: «¿Por qué yo?». Pero el carnicero no prestaba atención a sus gritos y les asestaba un golpe mortal tras otro. Inexplicablemente, me llegó el turno y le volví a hacer la misma pregunta angustiosa: «¿Por qué yo?», con el mismo resultado. Y el carnicero se disponía a dar el golpe mortal cuando de repente se transformó en ella, sonriendo, tal y como la había visto por última vez en el campus. Acarició mi cabeza aturdida. Me miró durante unos instantes y luego me susurró: «El ángel de la muerte extiende sus alas, porque tiene una importante misión de Lucifer. Si caes en sus garras mortales, no lloraré por ti, sino por mí, porque no podré acompañarte al infierno, como deseaba». Y desapareció y se transformó en el carnicero, que volvió a preparar el golpe mortal, cuando, por suerte, una llamada de mi móvil me despertó de esa horrible pesadilla. Es mi actual agente literario. —Siento llamarle a estas horas, pero quiero que sepa que lo siento, ¡lo siento de verdad! —Su ambiguo mensaje me inquieta mucho. —¡Siento mucho lo de su diagnóstico! —¿Cómo se ha enterado de mi diagnóstico? —¡Alguien del hospital ha difundido la noticia de tu enfermedad incurable y está circulando por todas las redes sociales! ¡No sabía que fuera tan grave! Créeme, lo siento; ¡no sé qué decir! —Mi agente cree que está en Si no te encuentras bien, podemos cancelar la presentación. Pero eso significaría incumplir el contrato con la editorial y nos causaría muchos quebraderos de cabeza. Solo la muerte puede ser una justificación legal. No, tengo que hacer la presentación. Tarde o temprano se enterarán de mi estado de salud. Un autor sin contrato puede hacer lo que quiera, porque no ha publicado nada. En cambio, un escritor que tiene un contrato y ha publicado algo tiene una razón para justificar su esclavitud. Escribimos para tener una razón para perder nuestra libertad. Esa es la paradoja del mundo de los escritores. Quedamos para desayunar juntos en una cafetería cerca de mi casa. Mi agente venía acompañado de una joven que me causó una gran impresión. Pero no por su belleza, sino por su aspecto y su extraña vestimenta. Lleva una amplia chaqueta de cuero de un llamativo color escarlata que contrasta con su liso cabello negro, cortado a la altura de la nuca y pálido como la nieve. Lleva unas medias negras ajustadas y una falda negra que solo le cubre una pequeña parte de los muslos. Sin embargo, lo más llamativo son sus enormes botas de estilo militar, que ata con cordones rojos. Su rostro me parece vulgar, no tiene nada que destacar. Tengo la impresión de que con su llamativa vestimenta quiere conseguir que no prestemos atención a su rostro, del que ella misma debe saber que no es ni atractivo ni encantador. Sin embargo, su mirada y sus gestos son sencillos y claros. Solo por la forma en que nos saluda, deduzco que es culta e inteligente. La joven es la nueva representante de mi agente. Según él, tiene talento. Quería que se uniera a nosotros en nuestra conversación, porque necesita introducirse en el mundo de la literatura y pensó que yo sería un buen comienzo. La joven parece un poco intimidada por mi presencia. Ha derramado dos veces su café porque lo ha agitado con demasiada fuerza. No se atreve a mirarme a los ojos y no aparta la mirada de su taza de café agitada. Me pregunto qué estará pensando. Está esperando a que le hable, y no sé muy bien de qué podemos hablar, aparte del tiempo. Rompo el silencio comentando que ha sido un otoño muy lluvioso. La joven asiente ligeramente, pero solo por cortesía. Mi comentario trivial desconcierta a mi agente, que no quiere perder el tiempo con trivialidades. Saca un recorte de periódico del bolsillo de su chaqueta y me lo entrega. Es la última reseña publicada de mi novela. Le pido que me la resuma, para eso tengo una agente: «Es buena», dice, sin ocultar la satisfacción del hombre de negocios, que incluso insinúa que podría ser la novela del año. No hablo de ello con mi agente, pero sospecho que este crítico recibe cada mes un cheque de mi editorial y no quiere enfadarlo. Ya quedan pocos críticos honestos, y los que hay no conocen los fundamentos de la literatura. Por el bien de este antiguo arte, habría preferido una mala crítica, que es lo que se merece esta novela. En otra ocasión me habría alegrado, pero ahora que tengo que responder ante mi conciencia por todos mis actos, me entristece, porque incluso ahora la sabia frase «ha llegado la hora de la verdad» tiene sentido. Y la verdad es que es una mala novela. El joven escritor me felicita y me asegura que me lo merezco, y parece esperar mi agradecimiento. Creo que intenta proponer un tema de conversación en el que ella pueda participar. «Disculpe si me entrometo», decide finalmente intervenir, «pero a mí también me gusta la novela». Le pregunto qué le lleva a opinar eso. —Está bien escrita y los personajes están muy bien caracterizados —responde ella un poco avergonzada, porque no esperaba mi pregunta—. Hay descripciones muy bien dibujadas y los diálogos son muy naturales. Sí, creo que su última novela es muy buena. Es evidente que esta joven pertenece a una generación en la que los ideales son escasos, porque ha omitido lo esencial: la trama. La poesía no necesita trama, las palabras bastan, pero una novela no puede existir sin trama. La trama es el nexo entre la ficción y la realidad, y una buena novela debe dar testimonio, a través de la trama, de la realidad de su tiempo, del compromiso del autor con su época. Si falta ese vínculo, no puede ir más allá de su inmediatez y, en lugar de una novela, escribimos un panfleto de trescientas páginas, adornado con una portada sugerente y con un precio injustificado. No le comento esta idea, porque probablemente no se siente vinculada a su época. Le pregunto qué opina de la trama y parece pensar en la respuesta: «Es un tema clásico», responde sin mucha convicción. La traición a quien amamos. Es un buen argumento. Pero es descortés por mi parte no mostrar interés por su trabajo. También me interesa su idea de la literatura. Le pregunto qué género literario le atrae más y, sin dejarme terminar, me responde: «¡La novela, por supuesto!». Debe de ser así, porque su rostro se ha iluminado con el encanto del entusiasmo. Parece alegrarse de mi interés; es evidente que quería comunicarse conmigo, pero como escritora con escritora. Lo ha conseguido. Le pregunto cuál es el motivo de su entusiasmo por la narración y su respuesta no deja lugar a dudas: «Solo una novela puede contar una historia compleja que represente un mundo completo. El relato corto es muy breve y la narración solo puede reflejar una parte de ese mundo». Sin duda, esta joven sabe lo que quiere. Ahora veamos si también sabe por qué lo quiere. Le pregunto por su motivación. —¿Mi motivación? Nunca me he planteado esa pregunta, ¡creo que nací con el amor por la literatura! Tengo muchas razones para estar motivada —responde con una repentina y sorprendente seguridad en sí misma. Pero quizás lo más importante es que a través de la literatura se pueden transmitir muchos valores que pueden ayudar a cada generación a ser moralmente superior a la anterior. Es una buena respuesta. Me he equivocado con esta joven, la he subestimado. Le hago la última pregunta: —¿Y qué es para usted la literatura? —La literatura es una forma de contar historias que despiertan en el lector el sentido de la belleza del lenguaje, la creatividad de la imaginación y la comprensión de la realidad de la que proviene o en la que quiere vivir. Cuando las palabras no impiden que la imaginación vea, oiga o sienta lo que se lee, porque todas están en perfecta armonía, sin exceso ni falta de palabras. Algunas. Esa es mi opinión. Estoy impresionado por su reacción y felicito a mi agente por su acertada decisión. La joven se sale de lo común, pero eso no significa que vaya a tener el éxito que sin duda se merece. <10. Me despido de mi agente y de su joven acompañante, a quien animo a seguir adelante porque creo que tiene talento para triunfar, pero también le advierto del precio que tendrá que pagar por su pasión. Una advertencia inútil, porque la pasión supera todos los intentos de moderación. Seguirá su camino sin escuchar mis advertencias. Mi agente me pregunta qué pienso hacer hasta la presentación y si no quiero almorzar con él. Quizás piensa que no es un día en el que pueda dejarme sola y necesita compañía. Le digo que tengo pensado dar un largo paseo por el parque, pero rechazo su invitación; nunca me han gustado los restaurantes. La joven también parece preocupada por mi estado de ánimo y me hace una oferta tentadora: quiere acompañarme en mi paseo y luego ir a su apartamento, donde me preparará una especialidad de su región. Suena como un buen plan y acepto. En su invitación percibo el deseo de contarme sus inquietudes y mostrarme sus obras para conocer mi opinión, pero también un repentino afecto hacia mí, que me transmite una gran dosis de compasión. Está nublado y, de vez en cuando, hay claros por los que se cuela la luz del sol e ilumina todo el follaje como si fuera un fresco pintado por uno de los genios que probablemente habitan este parque. Mi joven acompañante parece contento de que haya aceptado su invitación y camina en silencio a mi lado. Tengo la impresión de que ya ha logrado su objetivo y no parece necesitar más argumentos o razones para convencerme. No hay duda de que me admira, lo que me produce incomodidad. Ningún ser humano es más admirable que otro, son los resultados de su educación, intuición o creatividad los que se admiran, pero no el ser humano en sí. Dado que todos merecemos el mismo respeto y consideración, no puede haber unos más admirables que otros. Intento aclararle esto con una pregunta personal y comprometida: —Me gustaría saber qué idea tiene usted de mí y por qué le interesa conocerme personalmente. La pregunta la ha pillado por sorpresa. Reflexiona unos instantes mientras su mirada se posa en un punto indeterminado del paseo ajardinado, con una sonrisa que debe de haber surgido de sus pensamientos. Se vuelve hacia mí, me mira fijamente y no duda en dar su sorprendente respuesta: —¡Porque estoy enamorada de ti! Ahora soy yo quien se sorprende, pero los años me han vuelto escéptico y han limitado mi capacidad de sentir afecto por los demás. Pero hay otra razón por la que rechazo su sorprendente afirmación: no tengo otra tarea en lo que me queda de vida que encontrar a la mujer a la que debo lo que esta joven admira. Mientras no pague mi dinero mis sentimientos están bloqueados. Se lo hago saber de la manera menos dolorosa: «A veces, los escritores vivimos nuestras fantasías como si fueran realidad. Estoy seguro de que amas a un personaje de tus novelas que se parece a mí». Pero su respuesta me sorprende aún más que la primera: «Te he dicho que estoy enamorada de ti, pero no que tú estés enamorado de mí. No puedes impedir que te quiera, pero yo no puedo impedir que no sientas afecto por mí. Sé que no te parezco atractiva, quizá incluso me encuentres fea, y quizá no te guste cómo visto. Yo elijo a quién quiero, pero no espero que seas mi amante. Me conformo con estar a su lado y, si le apetece, degustar mi cocina, ¡pero él debe saber que lo amo! Su generosidad es sublime: regala sus sentimientos para acompañar a un moribundo en sus pasos vacilantes y tener un invitado en su mesa. Sin duda, esta joven desgarbada tiene un gran corazón y puede permitirse derrochar su afecto. No debo permitir ese derroche, podría necesitarlo más adelante para sí misma. —¡Pero tú misma has visto que te has enamorado de un hombre enfermo que pronto abandonará este mundo! —Lo sé, y siento una gran tristeza, pero tú también eres escritor y haces que se amen personas que solo existen en tu imaginación. ¿Por qué no puedo hacer yo lo mismo? Cuando llegue el desafortunado día en que nos dejes, seguiré teniéndote en mi imaginación y seguiré amándote como te amo ahora. Es inevitable que te haga esta pregunta decisiva: -Pero, ¿qué tiene de atractivo un curentón moribundo que despierta en ti tal pasión? -Pocos hombres han logrado penetrar en el alma de una mujer. Admiramos al hombre que tiene ideas brillantes, pero no amamos al hombre por su inteligencia, sino porque, en el fondo, es un hombre. -Pocos hombres han logrado penetrar en el alma de una mujer. Admiramos al hombre que tiene ideas brillantes, pero no amamos al hombre por su inteligencia, sino porque es un hombre en esencia, mientras que podemos enamorarnos de un gigoló, un mecánico grasiento o un alcantarillero maloliente, ¡siempre y cuando sean hombres en esencia! Si además es inteligente y creativo, ¡es irresistible! -¿Pertenezco a esa categoría? No me responde, pero su sonrisa responde a mi pregunta. 11. El apartamento de mi joven amante es un museo de la nostalgia, ya que está lleno de objetos que le recuerdan su lugar de origen, que debe echar mucho de menos. Es una única habitación en la que reina un cierto caos. Su escritorio está junto a la única ventana de la habitación y está repleto de textos impresos, que seguramente son sus escritos, sobre los que descansa su ordenador portátil. Sobre la impresora hay un pequeño oso panda de peluche y en el alféizar de la ventana hay una verdadera colección de objetos diversos, posiblemente regalos o recuerdos de viajes. Su cama es un gran sofá cama, porque no hay espacio suficiente para una cama normal. En el lado opuesto de la ventana hay una habitación separada por una amplia cortina, que debe de ser su cocina. Junto a ella hay una mesa en la que no caben más de dos cubiertos, si se retira el enorme ramo de flores que empieza a marchitarse. La mesa también está llena de restos de una comida anterior, como platos sin lavar, vasos medio llenos y restos de pan. Es evidente que no esperaba visitas, así que se apresura a limpiar el desorden: —Disculpe el desorden, pero no esperaba visitas, lo recogeré enseguida. A pesar del desorden, el conjunto resulta íntimo y acogedor. Preferiría que no lo limpiara. —¿Quiere leer algo mío mientras preparo el almuerzo? Por favor, no me trate de «usted», ya que nos hemos confiado tanto que podemos llamarnos por nuestros nombres de pila. -Lo leeré con gran interés. Intenta ordenar las páginas esparcidas por su escritorio hasta que reúne unas veinte. -Son las primeras páginas de mi nueva novela —dice un poco avergonzado—, una historia de amor entre una joven bailarina y su coreógrafo... inspirada en usted. Insiste en no llamarme por mi nombre. Supongo que ese trato distante forma parte de su amor por mí. Si me llamara por mi nombre, perdería parte de su encanto. Tengo que aceptarlo. Me gusta su estilo. Me impresiona especialmente este pasaje: «Una bailarina con talento entiende el lenguaje de la música y lo traduce en los movimientos armoniosos de su ágil cuerpo. ¡Ya no necesita un coreógrafo, sino un amante que interprete la música que mueve su cuerpo! ¡Su cuerpo!». La comida estaba deliciosa y, para ella, también era una fuente de nostalgia. Me quedan unas horas hasta la presentación. Ella me sugiere que duerma un poco para despejar la mente. Acepto la idea. Desplegamos la cama y me acuesto. Ella me cubre con una manta ligera, cierra la persiana de la ventana y se encierra en su pequeña cocina para lavar los platos y terminar el resto del servicio. Casi dormido, oigo el ajetreo de la cocina, y me despierta recuerdos de tiempos pasados, cuando ella también cocinaba para mí. Me despierta el sonido de unos llantos. Es la joven la que llora. Está tumbada a mi lado y se seca las lágrimas apresuradamente cuando se da cuenta de que estoy despierto. —¿Te pasa algo, Alicia? le pregunto preocupado. Pero su respuesta me confunde: —Perdóname, soy una tonta; ¡he llorado de felicidad por tenerte a mi lado, en mi propia cama! Nunca hubiera imaginado que esta joven poco atractiva con un vestido llamativo fuera una persona tan extraordinaria. Las apariencias engañan. Siento la necesidad de saber más sobre ella. La dejo acercarse a mí, porque siento más afecto paternal que apasionado por ella. Le pido que me cuente algo sobre sí misma. Se acerca más a mí. Creo que quiere que la abrace. No puedo rechazarla y hago lo que ella desea. Me sonríe agradecida. «Solo soy una chica de provincias, fea y torpe», intento protestar, pero ella me interrumpe. No, es cierto, soy fea, por eso me visto de forma llamativa, aunque no sirva de mucho. A los chicos no les gustaba, aunque más de uno intentó violarme. Crecí sin el más mínimo afecto y pronto no tuve más remedio que para aliviar mi soledad, inventarme amantes y amigos. Sentía un verdadero rechazo hacia los chicos de mi edad, que eran violentos y groseros. Me enamoré por primera vez de un hombre maduro y casado. Me trataba con delicadeza y, aunque yo se lo habría permitido, nunca me pidió que me acostara con él. Ese es mi destino, él tampoco estaba enamorado de mí, creo que sentía lástima por mí. No tuve más remedio que abandonar mi ciudad y vine aquí. La literatura era mi única amiga. Mis novelas eran mi único consuelo. Conseguí que una modesta editorial se interesara por publicar una de mis novelas, aunque tuve que pagarla de mi propio bolsillo. Eso fue hace casi dos años. Envié el manuscrito a varias editoriales, pero todas lo rechazaron. Alguien me aconsejó que buscara un agente literario y encontré a su agente en Internet. Le envié una copia de mi novela y ya sabe cómo terminó la historia. Guardo silencio porque su historia es muy diferente a la mía: yo traicioné a quienes me amaban; ella fue fiel a quienes no la amaban. Su historia me hace sentir aún más culpable. Pero ella ha omitido algo y ya no puedo seguir aceptando que no me interese: —¡Pero yo no aparezco en tu historia! —Sí, claro, ¡falto! Lo conocí en la presentación de su última novela. Yo estaba sentada en la última fila. Por entonces tenía el aspecto de una joven normal y usted se me acercó varias veces, pero debía de ser invisible, porque ni siquiera me miró y yo no me atreví a cruzar la mirada con usted. Siempre he sido un poco tímida e introvertida, pero ese día estaba fuera de mí. Cuando lo vi en el estrado, con la camisa desabrochada, su gesto burlón y provocador, tan seguro de sí mismo, algo se movió en mi corazón. «Me di cuenta inmediatamente de que me había enamorado de usted, pero aún no conocía al hombre, al escritor», Se queda en silencio unos instantes, como si reviviera ese momento en su imaginación, porque tengo la sensación de que su cuerpo tiembla; sonríe, como si ahora le pareciera divertida su repentina pasión por mí. Cuando salgo de su conferencia, no sé cuánto tiempo deambulo sin rumbo fijo, tratando de contener las lágrimas. Me había enamorado del hombre más admirado del mundo literario. Los aplausos por su brillante discurso aún me duelen. Cuando terminaste y bajaste del trono, que para mí ya era un trono, porque tú ya eras mi rey, todas las jóvenes de la sala te rodearon porque querían tocar a su ídolo. Todas eran guapas y llevaban ropa de diseño. Yo era una chica de provincias, fea, tímida y torpe, y llevaba ropa pasada de moda. Esa noche me quedé despierta y lloré toda la noche. Cuando una mujer se enamora, el amado es parte de su carne y su alma, y su ausencia duele como si ambos hubieran sido arrancados. «No creemos que podamos sobrevivir a estas terribles heridas», vuelve a hacer una pausa, pero ahora parece revivir esos amargos momentos. Inesperadamente, toma una de mis manos y la acaricia. Eso la consuela y continúa con su historia. Pasé unos días angustiosos, pero al final lo acepté e intenté apagar el fuego que me quemaba, aunque no dejé de amarlo, solo para adormecer el recuerdo que tenía de él. Pero me propuse estar algún día a su altura para que se fijara en mí. Cambié mi vestuario y escribí desesperadamente una novela tras otra, en las que tú siempre eras, de alguna manera, el personaje principal», me lanza una mirada significativa y continúa. No te imaginas la alegría que sentí cuando vi tu foto en laoficina del agente que había aceptado representarme. —¡Sí, me lo imagino! —la interrumpo—Y ahora estás aquí, en mi cama, y me abrazas; ¿no tengo motivos para llorar de felicidad? 12. La descripción de su generoso amor por mí, que sin duda no merezco, cambia mi afecto por esta sensible joven que lleva el significativo nombre de Alicia. Ya no la encuentro fea ni torpe; no veo su rostro, sino su alma, y la encuentro hermosa. Me gustaría decírselo, pero temo que podría cambiar de opinión si vuelve el remordimiento por mi imperdonable traición. Solo si me libero de ellos podría corresponder a su amor por mí. Pero no debo olvidar que no debo hacerme ilusiones para disfrutar de los placeres de la vida, porque antes de que mis sentimientos puedan ser libres para amar a quien quiera, estaré muerto. Alicia no se merece este castigo. Es hora de ir al lugar de la presentación. Mi agente me ha llamado al móvil, está preocupado por mi estado mental, pero le aseguro que me siento lo suficientemente fuerte como para superar la presentación. Incluso la historia de esta joven me ha proporcionado nuevos argumentos para defender la literatura que nace de lo más profundo de mis sentimientos y condena lo banal y lo entretenido. Como era de esperar, la sala está llena hasta los topes. La mayoría se queda de pie porque no hay sillas suficientes para todos. No hay duda de que se han enterado de la noticia de mi diagnóstico. Mi agente me espera en una sala contigua para ponerme al día con los participantes más destacados. Han venido los editores de varias revistas literarias y la mayoría de los periodistas de las secciones culturales de los periódicos. Probablemente les interesa la historia del escritor que muere, y no la del que escribe. Alicia me ha acompañado hasta aquí, pero se ha perdido entre el público y la he perdido de vista. El moderador y los demás invitados ya están en el estrado. Cuando entro en la sala, se oye un murmullo revelador. Varios fotógrafos hacen instantáneas del grupo, pero sobre todo apuntan sus cámaras hacia mí. Deben de pensar que estas serán las últimas fotos que me harán. La moderadora me presenta y hace un breve resumen de la novela que voy a presentar. Ha llegado el momento de mi discurso. Busco a Alicia entre la multitud y la descubro al otro lado de la sala, apoyada en una columna. Ella ha sentido mi mirada y me sonríe. Quiere animarme; su sonrisa me facilita comenzar mi discurso. Buenos días. En primer lugar, quiero darles las gracias a todos por haber venido a la presentación de mi última novela. Me siento culpable por estar sentado en esta cómoda silla mientras la mayoría de ustedes tienen que estar de pie. Si hubiera sabido que vendrían tantos, habríamos celebrado esta presentación en el Estadio Olímpico. Se ríen de mi broma, pero estoy seguro de que la mayoría de ustedes no esperaban que, en estas circunstancias, aún tuviera sentido del humor. Supongo que todos han leído las críticas de mi nueva novela. La mayoría son positivas, pero no todas. ¡Olvidé enviar el cheque a dos o tres críticos! También supongo que ya han recibido la noticia de mi diagnóstico. Sí, solo me quedan unos meses de vida y no es motivo de risa, pero mi salud no mejorará si me lo tomo en serio», me interrumpe un murmullo ruidoso, pero pido silencio. Ayer me enteré del diagnóstico y, debido a la filtración, no pude renovar la prima de mi seguro de vida. Lo siento por mi gato, que es el beneficiario del seguro, porque, como seguramente sabrán, no tengo descendencia. Quiero mucho a mi gato, porque es el único que me entiende; ¡hace años que renuncié a entender a las personas! Pero supongo que no han venido aquí para saber de mi buena relación con mi gato, sino de mi última novela. Los escritores tenemos sólidos conocimientos gramaticales, pero cuando hablamos de estilo, no todos entendemos lo que significa y cómo se evalúa. Aunque los críticos insistan en encasillarnos de una u otra manera, el estilo no tiene reglas, sino que depende de nuestra sensibilidad y del valor que le damos a las palabras. Cada palabra, como las notas en la música, tiene un significado y un sonido, y debe combinarse con otras palabras que armonicen con ella, lo que no es habitual en la literatura actual, en la que predomina el significado sobre la entonación. No voy a desvelar la trama de esta nueva novela, solo diré que trata del drama de dos escritores, ella poeta y él narrador, unidos por la literatura, pero separados por las palabras. Entendemos a las personas que imaginamos, pero no a las reales que amamos. Para terminar, me gustaría contarles una historia conmovedora que ilustra mejor que cualquier argumento complicado qué es la literatura y para qué sirve. La historia que quiero contarles es la de una joven escritora provinciana que se considera fea y torpe, rechazada por todos, y que ha aprendido a amar generosamente a través de los personajes de sus novelas. Esta joven no escribe por la fama ni por el dinero, sino para sentirse amada, aunque sus amantes sean ficticios. Pero su extraordinaria humanidad y generosidad han sido recompensadas, y la querida protagonista de su ficción se ha convertido en realidad. Sin embargo, a pesar de su fugaz felicidad, la historia no tiene un final feliz, ya que el personaje real morirá unos meses más tarde y esta joven escritora provinciana, que, como ya he dicho, se considera fea y torpe, volverá a recurrir al poder sugestivo de la literatura para mantenerlo en su memoria y mantener viva para siempre la llama de su amor. Intento ver cómo reacciona Alice a mi mención, pero ya no está junto a la columna. ¡Ha desaparecido! Quizás la haya ofendido, pero debo continuar. Y es este extraordinario poder de la literatura lo que quería contarles en esta conferencia. Un poder que solo tiene la literatura, que surge de la inspiración y da forma a una imaginación creativa. No puede haber nada más obsceno que una literatura que embrutece, que carece de inspiración y de alma. Miles de palabras encadenadas sin armonía ni humanidad que nos cuentan historias banales y deshumanizadas cuyo único objetivo es entretener nuestro aburrimiento y distraernos de nuestras preocupaciones. La muerte me da miedo, como a todo el mundo, pero a cambio me ha dado algo que sin su terrible amenaza no habría tenido: ¡libertad! Ahora puedo decir lo que pienso sin temor a las consecuencias, y creo que la novela que les presento hoy no la he escrito yo, sino la demanda del mercado, como casi todas las novelas. otras novelas que se publican actualmente. Solo esta escritora joven, fea, torpe y provinciana, y quizás miles de otras personas igual de provincianas, feas y torpes como ella, a las que nadie presta atención, escriben sus novelas para sí mismas, tal y como les dictan su corazón y su mente, porque simplemente lo necesitan. La literatura, escrita con mayúsculas, es una necesidad, no un pasatiempo; no solo entretiene, sino que enseña; no solo tranquiliza, sino que cura; no solo se lee, sino que se vive. Si volviera a nacer, sería en un mundo en el que se pudiera sobrevivir sin las leyes del mercado y en el que todos fuéramos provincianos, feos y torpes. No tengo nada más que añadir, pero responderé con gusto a sus preguntas, siempre que no sean demasiado personales. Varias manos se levantaron para pedir la palabra y hacer preguntas. Respondo a la pregunta de un periodista: —Lamento su enfermedad, pero me gustaría saber cómo piensa pasar sus últimos días. Respondo sin dudar: —Meditando sobre la muerte. La siguiente pregunta la hace una mujer que debe de tener más o menos mi edad: —¿Qué ha deseado y no ha podido conseguir? —¡Entender el mundo en el que vivimos! La tercera pregunta me ha provocado una sensación inexplicable. La hace la joven Naomi, con la que he intercambiado varios mensajes. La pregunta me deja perplejo, no tengo una respuesta preparada. —¿Lamenta no tener familia y tal vez uno o varios hijos que ahora le cuidarían? —Siento que su pregunta tiene un significado oculto. ¿Qué puedo responder? Es demasiado tarde para lamentar nada. -Su pregunta es demasiado personal y ya le he indicado que no voy a responder a ese tipo de preguntas. La joven parece muy alterada y no quiere darse por vencida. Insiste. -¿Quién o qué le inspiró esta novela y cuál fue su motivación? No pensé en mi respuesta, salió directamente de mi subconsciente, donde debería haber estado durante muchos años: -Todos los escritores tenemos un conflicto emocional entre lo que creamos y de dónde obtenemos nuestra inspiración. Por lo general, hacemos realidad en nuestra imaginación lo que no es posible en la vida real. Me inspiré en una persona real a la que no entiendo. En cuanto a mi motivación, estoy tratando de entenderla. La joven parece satisfecha con mi respuesta y no insiste. Aplaudan mi intervención, pero solo los más jóvenes parecen haber entendido mi mensaje. La utopía no tiene más de veinte años. El dolor vuelve con gran intensidad. Le pido al moderador que dé por terminada la conferencia. El público parece entender los motivos y la sala se vacía. Alicia se ha unido a mí. Había salido corriendo de la sala para que no la vieran llorar. Quizás me había excedido y debería haber sido menos dramático. Mi agente me dice que hay una multitud esperándome fuera de la sala para que les firme ejemplares. No puedo negarme. La mayoría de ellos muestran su pesar por mi enfermedad con algunas palabras de consuelo. No sé cuántos libros he firmado, pero estoy agotado. Le pido a Alice que me deje apoyarme en su hombro y volvemos al salón a coger nuestros abrigos. Siento que el dolor nubla mi vista y estoy tan débil que me habría derrumbado si no me hubiera apoyado en ella. En este lamentable estado, no soy capaz de reconocer a la joven Naomi, que permanece en su sitio esperándome. Mi agente ha hablado con ella y le ha comunicado mi deseo de hablar con ella, pero sin darle ninguna razón. Sin embargo, no estoy de humor para mantener conversaciones literarias con mis admiradoras. Le pido que se disculpe y que se ponga en contacto conmigo por correo. Mi agente le da mi mensaje, pero la joven insiste en hablar conmigo. No se trata de literatura, aparentemente es algo personal. Alicia me ayuda a sentarme en un sillón en la habitación contigua y el dolor parece disminuir. Le pido a mi agente que llame a la joven; ¡espero que no sea otro amor platónico! 13. Por primera vez, mi enfermedad me ha impedido cumplir con mis obligaciones editoriales. Es evidente que mi estado de salud empeora cada día. Ha sido una bendición haber conocido a Alicia en este momento crucial. Por primera vez, no soy capaz de valerme por mí mismo y necesito ayuda. Empiezo a sentir los dolorosos presagios de la muerte. Estoy La conversación con la joven Naomi fue motivo de preocupación. Hay algo familiar en ella, como si la hubiera conocido en una vida anterior. Pero, por otro lado, siento que trae consigo acontecimientos graves que podrían cambiar la poca vida que me queda. Alicia parece compartir mi preocupación. Podría ser una rival con ventaja, porque Naomi es una joven muy elegante. Es de estatura media, su largo y elegante cabello castaño y sus formas armoniosas la convierten en una joven muy atractiva. Entra en la habitación acompañada de mi agente. Parece inquieta o quizás nerviosa. Me mira fijamente mientras estoy tumbado en el sofá. Debe comprender que esta conversación es inapropiada. Cuando se acerca a mí, siento una profunda compasión en sus ojos. Parece sentir mi enfermedad, como si ya nos conociéramos. Le pido que se siente en el sillón más cercano. —Bueno, Naomi, ¿qué es lo importante que tienes que decirme? Hace un gesto para sentarse, pero vuelve a quedarse de pie, algo la inquieta. Intercambia una mirada con mi agente y con Alicia, que permanece a mi lado y se apoya en uno de los reposabrazos del gran sofá: —¿Podríamos estar unos minutos a solas? —pide, visiblemente nerviosa—. Lo que tengo que decirle es muy personal. Mi agente me lanza una mirada interrogativa y Alicia se inquieta, porque debe creer que la chica es una temida rival. Si le pido que nos deje solos, pensará que no confío en usted, pero ahora me interesa mucho lo que esta joven quiere decirme. Le ruego que nos deje solos. Alicia no puede evitar intercambiar unas palabras conmigo. Una mirada triste y a la vez dubitativa, pero respeta mi deseo. Los dos salen de la habitación sin reproches. Naomi los sigue con la mirada y parece aliviada cuando cierra la puerta tras ellos. Durante unos instantes, en los que parece ordenar sus pensamientos y calmarse, no aparta la mirada de un punto indeterminado del suelo. Luego levanta la vista y me pregunta, visiblemente conmovida: —¿Recuerda quién escribió este verso? Si tu corazón fuera espuma, yo sería el océano; si tu alma fuera el cielo, yo sería la nube; si tus ojos fueran lluvia, yo sería un campo; si tus manos fueran agua, yo tendría sed. Es como si un rayo atravesara mi cabeza. Tengo una fuerte intuición, pero me niego a reconocerla. ¿Cómo llegó este poema a esta joven? No respondo, pero soy yo quien hace la siguiente pregunta, y siento que mi respiración se vuelve pesada y mi viejo corazón palpita: —¿Quién lo escribió? Ella me mira y siento una profunda preocupación en sus ojos. Está a punto de llorar. —¡Mi madre lo escribió hace veinte años...! Rompe a llorar en silencio y se cubre la cara con las manos. No se atreve a mirarme. Estoy desconcertado y no sé cómo reaccionar. Me hago la pregunta cuya respuesta espero con ansiedad: ¿Es esta joven mi hija? Si es así, ¿cómo han podido pasar todos estos años sin que su madre me lo haya dicho? Sí, es posible; nos amamos unas semanas antes de mi traición y no tomamos precauciones. Pero, ¿cómo debo comportarme con ella? No puedo sentir un afecto paterno repentino por alguien a quien no conozco, aunque sea mi madre. propia hija. Necesitaremos algún tiempo para conocernos y cultivar una relación normal entre padre e hija. Por un lado, la noticia me llena de alegría, pero por otro me entristece, porque durante veinte años no supe nada de su existencia y, cuando me enteré, solo me quedaban unos meses de vida. He conseguido recuperar la compostura, tengo que actuar con sensatez. Espero que ella también recupere la compostura y aclare mis muchas dudas: ¿Dónde está su madre? ¿Por qué me ha mantenido alejada de mi hija durante todos estos años? Mi supuesta hija se ha calmado y deja de llorar. Se vuelve hacia mí con una mirada suplicante, porque espera que le demuestre de alguna manera que la he adoptado. Pero necesito algunas respuestas: —Querida Naomi, tienes que entender que esta situación es muy confusa. No puedo comportarme como un padre en unos pocos instantes. Cálmate y dime por qué no te has puesto en contacto conmigo antes. ¿Dónde está tu madre? Pero deja que vengan mi agente y Alicia, son totalmente de confianza y pueden estar presentes. No puedo mostrarles desconfianza. Mi supuesta hija asiente levemente con la cabeza mientras se seca las lágrimas y trata de recuperar la compostura. Llamo a mi agente y a Alicia y les informo de la nueva situación. Ambos están perplejos y no saben qué decir. Alicia se acerca a Naomi e intenta consolarla acariciándole su largo y sedoso cabello. Naomi le agradece con una sonrisa. Parece que ahora se ha calmado. Espero que pueda disipar todas mis dudas. 14. No sabía que usted era mi padre hasta que hace un mes necesité una novela para un trabajo sobre literatura actual y encontré una de sus novelas en la biblioteca de la facultad. Cuando vi su foto, me llamó la atención nuestro parecido físico, pero no le di más importancia, pero cuando leí la descripción del personaje femenino, me di cuenta de que había descrito a mi madre. Leí todas sus novelas y, con pequeños cambios, en todas ellas seguía apareciendo la misma descripción de mi madre. Pero me faltaba uno de sus libros: el primero, que en su día ganó un conocido concurso literario y que podría haber sido la prueba definitiva. Pero no había ningún ejemplar en la biblioteca. El libro estaba agotado y un librero me dijo que usted no había autorizado la reimpresión. Así que busqué en todas las librerías de viejo de la ciudad, sin éxito. Cuando ya había perdido toda esperanza de encontrar el libro, recibí una llamada de una compañera de la universidad que me dio la buena noticia de que tenía un ejemplar del libro que buscaba. Cuando lo leí, todas mis dudas se disiparon. Su novela se titulaba Poetas sin cielo, un poema escrito por mi madre que describe la trama de su novela. Con la certeza de que usted es mi padre, recibí una invitación para la presentación de su nueva novela. Pero no quería que se enterara antes de estar segura de qué tipo de persona era mi padre, porque me había formado una imagen muy negativa de quien había abandonado a mi madre. Cuando me enteré de su enfermedad, cambié de opinión, pero al escucharla hoy, me sentí muy orgullosa de ser su hija y quiero creer que tiene una razón válida que justifique que la abandonara cuando estaba embarazada de mí. Por desgracia, mi madre no sabe la respuesta. Ustedes no lo saben, pero el trauma de la separación fue tan grande que sufrió un grave episodio de amnesia del que aún no se ha recuperado. Sigue sin tener ningún recuerdo de su relación con ustedes. Crecí con mis abuelos en un pequeño pueblo del norte, pero ellos tampoco sabían nada de la relación de su hija con ustedes. Mi madre era una mujer libre e independiente que siempre hacía lo que quería hasta que perdió la memoria. Mis abuelos la acogieron y ella sigue viviendo allí, pero ahora está sola, porque mis dos abuelos han fallecido, y yo me he matriculado en la universidad de esa ciudad, ¡la misma ciudad en la que tú y mi madre os conocisteis hace veinte años! ¡Es cierto que la realidad supera a la ficción! Estoy desolada, mi alma sufre más que mi cuerpo, pero para este dolor no hay analgésicos en la farmacia, solo los hay en el infierno. No merezco el cariño de esta hija ignorada, no merezco el cariño de nadie y dudo mucho que pueda evitar mi condenación, ¡casi la deseo como un castigo merecido! 15. Reina un silencio sepulcral. Percibo una reprobación oculta en los rostros de mi agente y de Alicia. Naomi parece agotada e indecisa, esperando mi reacción. Ahora debería darle una justificación por mi comportamiento, pero no tengo ninguna y ella debe saberlo. No espero que me perdone, pero al menos no se dejará engañar. Debe saber quién es su padre y si, a pesar de todo, cree que merece su afecto y su comprensión. —No, mi querida Naomi, no puedo justificarme, ¡tu padre es un sinvergüenza! —Alicia quiere protestar, no puede entender cómo he podido comportarme así, pero le pido que me deje terminar, tengo que confesar mi culpa. Naomi no puede culpar a su madre, yo soy el único culpable. Cuando se es joven y ambicioso, parece que todo está permitido y se cree que las heridas se curan fácilmente. Sabía que su madre sufriría por mi traición, pero supuse que pronto lo superaría. Quizás encontraría a otro joven y pronto me olvidaría. Nunca imaginé que su amor por mí fuera tan profundo y mi traición tan dolorosa. Tampoco sabía que estaba embarazada, porque después de dejarla no tuve el valor de interesarme por ella y nunca más la volví a ver. Sé que Naomi debe de estar decepcionada por mi confesión de culpa. Puedo ver la consternación y la confusión en su expresión facial. Es lamentable, pero sigo creyendo que la juventud cura rápidamente las heridas. Naomi también debe curar pronto esa herida. En mi desesperación, solo se me ocurre una lejana justificación: la literatura nos unió y la literatura misma nos separó. Creía que mi carrera literaria estaba por encima de los sentimientos, como si hubiera nacido para cumplir una misión, y nada, ni siquiera las personas y sus sentimientos, podía anteponerse a esa ceguera. Ambición. Mi único amor era la literatura, ¡no había lugar para nadie ni nada más! Cuando recibí su primer mensaje, comprendí mi error y por qué mis novelas carecían de motivación y humanidad, porque no puede haber humanidad en una novela si no está inspirada en el amor por las personas, de las que surgen los personajes. Alicia finalmente me enseñó lo contrario: ella sabe lo que es la literatura y para qué sirve. No tuvo la mala suerte de encontrar un agente literario capaz de promocionar las obras de un autor; alguien que conozca los gustos de los lectores normales y sepa lo que les gusta leer. Una agente que utilice su talento para sus fines comerciales. Que la convierta en el ídolo de la gente común y en un monstruo de sí misma. Mi agente ha reaccionado ante eso. Parece preguntarse si no está haciendo lo mismo conmigo. No quiero que él también se sienta culpable. «No pensaba en usted», le digo, «cuando aceptó representarme, yo ya había adquirido ese mal hábito y todas mis novelas adolecían de la misma falta de motivación, pero tenían el éxito asegurado. Solo después de esta última novela empecé a preocuparme, porque era el resultado de todos los años en los que me había negado a mí mismo; el escritor que escribió «Poetas sin cielo», la única novela que surgió de mi amor por una persona y no del marketing y el mercado. Naomi me lo recordó cuando ya era demasiado tarde para reparar mi pecado: ¡Nunca volveré a escribir, porque no merezco ser amado y no puedo amar a nadie! Alicia no acepta mi renuncia. Protesta y quiere expresar su opinión: —No estoy de acuerdo; ¡tu padre no es del todo inocente! Quien tiene el valor de admitir su culpa merece el perdón; el más santo era el más pecador. No es el santo quien necesita misericordia, sino el pecador. Naomi, debes perdonarlo, no porque sea tu padre y aunque en el pasado se haya comportado como un sinvergüenza, sino porque una persona arrepentida que reconoce sus errores merece tu compasión y tu perdón. El perdón es lo que nos hace humanos; el rencor nos convierte en bestias sin alma que solo tienen recuerdos. Mi hija está a punto de volver a llorar. ¡Está bajo una gran presión emocional y parece tan vulnerable! Me mira y veo en sus ojos el deseo de perdonarme. Alicia toma una de sus manos y la pone sobre la mía. Su mano arde y tiembla. Es la niña prodigio de una verdadera escritora que ha logrado el milagro del perdón. Naomi me abraza y llora en silencio. Creo oír un susurro: —¡Papá, te quiero! Pero ahora tengo una hija que necesita un padre fuerte. 16. Han pasado dos días desde el emocionante lanzamiento de mi última novela. No hace mucho que me convertí en padre de una hermosa joven. He aprendido una dura lección, pero esto es solo el comienzo de mi redención. He vivido veinte años en soledad y aislamiento, y ahora me cuesta aceptar que tengo que dedicar parte de mi tiempo a pensar en los demás. No sé cuáles son las tareas de un padre. Naomi es tan independiente como su madre y no necesita que nadie le diga qué hacer ni cómo hacerlo, y no me plantea grandes retos. Ella seguirá viviendo en el piso que comparte con dos amigas de la universidad, pero intentaremos cenar juntos dos o tres veces por semana en mi casa. Alicia se ha ofrecido a ser nuestra cocinera y nos deleitará con sus deliciosos platos locales. Naomi admite que no es muy hábil en la cocina, es una joven dedicada a su carrera. Creo que ha heredado mi pasión por la literatura y la sensibilidad de su madre por la poesía. No puedo decir si tiene talento o no, aún no ha tenido tiempo ni oportunidad de ponerse a prueba. Todavía no ha escrito nada importante. Pero siempre he creído que el talento no se hereda, sino que se nace con él. No está en los genes, sino en la mente y el alma, y debemos adquirirlo en el momento de nuestro nacimiento. Puede venir del cosmos o de alguien que haya fallecido en ese mismo instante. Creo en la transmigración de las almas porque el espíritu, al igual que la energía, no se destruye, sino que se transforma. Desde el principio de los tiempos existe un espíritu universal, al que los creyentes llaman Dios, del que proceden todos los seres vivos. La prueba evidente de la transmigración de las almas es que en mi familia no hay artistas ni escritores, sino solo personas normales que se dedican a cosas normales. Quizás los hubo entre mis antepasados lejanos, pero no lo sé. Mi enfermedad sigue su curso diabólico y no me deja mucho tiempo libre sin dolor. A menudo tengo que ir al hospital para someterme a un tratamiento doloroso. A cambio de soportar todas estas molestias, me aseguran que puedo prolongar el tiempo que tengo que pasar en el hospital. Tengo que poner mi conciencia en orden. Como era de esperar, mi última novela ha triplicado las ventas de las anteriores. La muerte es una tentación extraordinaria. Mi editor no puede ocultar su satisfacción, aunque es comprensivo. Los medios de comunicación me persiguen y he tenido que cambiar mi número de teléfono. Las condolencias son abrumadoras, me es imposible leerlas todas. Pero, por suerte, aún no saben nada de mi inesperada paternidad, deben creer que la joven que me acompaña es mi última conquista. En cuanto a Alicia, no puedo negar que siento un profundo afecto por ella, pero no se puede llamar amor, porque en este momento crítico no conozco el significado de esa hermosa palabra. Ella parece resignada y creo que, a pesar de todo, es feliz de estar a mi lado y ayudarme. Sí, debe de ser su destino no ser correspondida. Ha tenido mala suerte en la elección de sus amantes. Ella y Naomi parecen llevarse bien y compartir las mismas preocupaciones. Creo que se han hecho buenas amigas. Pero esta fugaz felicidad tiene una sombra oscura: ¡su madre! He hablado con Naomi sobre ella, no es un tema fácil. Naomi cree que mi presencia podría ayudarla a recuperar la memoria. Pero me pregunto si no sería mejor para ella seguir con su amnesia. No debe de ser agradable para ella recordar mi traición. Si recupera la memoria, quizá pueda perdonarme, pero también podría aumentar su rencor hacia mí. Por mi culpa, ha desperdiciado veinte preciosos años de su vida; no hay penitencia lo suficientemente grande como para compensarla por su sufrimiento. Sé que a Naomi le haría muy feliz volver a vernos juntos. Como si el tiempo no hubiera pasado y reconstruir el pasado en el momento en que fuimos más felices. Cuando escribió ese breve y apasionado poema para decirme en cuatro rimas cuánto me ama, y que marcó nuestras vidas. Hoy cenaremos en mi casa. Mis dos mujeres llegarán en cualquier momento y tengo que ordenar un poco. No me siento muy bien, a pesar de los analgésicos que me destrozan el estómago, sigue habiendo un dolor constante que me hace perder el ánimo y me estropea el buen humor. Es sorprendente y, por desgracia, paradójico que en los últimos veinte años, en los que he gozado de una salud excelente, no haya vivido ni cinco minutos de felicidad, y que, cuando mi salud se ha deteriorado, no sea capaz de vivir tantos momentos de felicidad como conocer a una mujer extraordinaria y reencontrar a una hija ignorada. La vida es un juego que consiste en hacer lo contrario de lo que consideramos razonable. Alicia ha sido la primera en llegar. Ha venido un poco antes para que la cena esté lista cuando llegue Noemí. Se interesa por mi salud. Me sugiere que, en mi estado, debería tener a alguien que me cuidara las 24 horas del día, y probablemente tiene razón, pero insisto en que aún no ha llegado el momento. —¿Y cuándo llegará ese momento, cuando haya muerto? Ha sido una reacción espontánea, pero se arrepiente de habérmelo dicho. Lo siente profundamente. -¡Perdóname, no quería...! -No hay nada que perdonar», la interrumpo, «tienes razón, y sé que te gustaría hacerlo tú misma, pero no puedo aceptar tu ayuda. Primero tengo que pagar mis deudas. La madre de Naomi necesita más ayuda que yo, y ella cree que mi presencia puede devolverle la memoria. Pero no sé cómo reaccionaría si recordara nuestra relación. Alicia ha entendido lo que no me atrevo a decir. Su rival ahora es la madre de Naomi, porque si ella me perdonara, sería ella quien me cuidaría hasta mi muerte. -Lo entiendo, una vez más se cumple mi triste destino: nunca seré correspondida por las personas que amo. Todos mis esfuerzos por vivir este momento no me han servido de nada. Siempre soy el último de la fila y, cuando llego, lo que han regalado ya se ha acabado. Alicia ha vuelto para deleitarme con sus guisos, pero Naomi no parece haber disfrutado de la cena. Estaba ausente y sus pensamientos estaban muy lejos de aquí. Habló por teléfono con su madre antes de venir y dice que está profundamente deprimida y confundida. «Tiene miedo de olvidarme también a mí», dice desesperada, «me ha enviado un verso que refleja su confusión y su lamentable estado. Tenemos que tomar una decisión esta noche. Hoy he soñado que soñaba que tú no eras quien eres, que el tiempo no tenía tiempo y que la muerte estaba muerta. No puedo evitar comparar este verso con el de hace veinte años. A pesar de todos estos años olvidados, sigue siendo una gran poeta. 17. Le pido a Naomi que me cuente todo lo que recuerda de su madre tras su episodio de amnesia. Lo que sé de los primeros años, de los que solo tengo una vaga imagen, me lo contaron mis abuelos. Naomi no parece muy entusiasmada con mi propuesta. Deben de ser recuerdos tristes. Recuerdos de una niña criada por dos ancianos y de una madre sin pasado que no puede decirle a su hija cómo sucedió, quién y dónde. Sin poder siquiera mencionar el nombre de su posible padre. No solo no tiene un padre desconocido, sino uno olvidado. Pero, por favor, intenta superar tu tristeza y seguir adelante. Antes de que nos veamos, necesito saber cómo han transcurrido todos estos años de olvido. «No sabemos nada sobre cómo se produjo la separación», continuó, superando la tristeza de revivir su infancia, «pero debió de ser muy doloroso, porque no recordaba nada de lo que había pasado y ni siquiera sabía quiénes eran sus padres o dónde vivía». Una policía la encontró dormida en un parque y, afortunadamente, pudieron identificarla gracias a una receta de un medicamento contra las náuseas del embarazo, ya que no tenía documentos de identidad oficiales. Pero no podían dejarla sola en ese estado, así que encontraron a mis abuelos, que la acogieron. Y eso es todo lo que sabemos de los primeros días de su amnesia. Naomi ha cambiado una serie de miradas inquietantes conmigo. Probablemente todavía se pregunta si no merezco su perdón. Me quedo en silencio, avergonzada, y no me atrevo a decir nada en mi defensa. Solo conozco la historia de un domingo en el que habíamos quedado para ir a ver una película de Oscar Wilde, pero no acudí a la cita... ¡Mientras ella esperaba en vano en la puerta del cine, yo estaba en la cama de mi seductor agente! ¿Tendré el valor de confesarlo? Si no lo confieso, ¡mi conciencia nunca estará tranquila! Espero a que me cuente toda la historia. Le ruego que me cuente lo que sucedió en los años siguientes. Mi pobre hija recuerda una parte de su vida que quizá también le gustaría olvidar, pero lo supera y sigue adelante: «Mi madre se mudó a la pequeña ciudad del norte donde vivían sus padres, mis abuelos maternos, y todos los esfuerzos por recuperar su memoria fueron en vano. Aparentemente, era capaz de llevar una vida normal, pero tuvo que aprender a reconocer su propio nombre, los nombres de sus padres y todas las demás circunstancias después de su amnesia. Cuando nací, yo ya lo sabía todo, excepto su estancia en esa ciudad y su relación contigo», me dice con la misma expresión de reproche. Mi abuelo era funcionario del ayuntamiento y recibía una pequeña pensión para mi madre, porque ella tenía continuos lapsos de memoria y no podía trabajar. Mi abuelo murió cuando yo tenía diez años, su salud empeoró desde el día en que se enteró de la amnesia de mi madre, y mi abuela murió unos meses antes de que yo me matriculase en la universidad. La pobre mujer estaba muy triste por todos estos acontecimientos, pero eso no le quitó la calma. No culpo a mi madre. Antes de que yo naciera, tuvimos durante varios años una criada que tenía la misma edad que mi madre, que ahora está con ella. No pude abandonar los estudios porque obtuve una beca con la que vivo actualmente. Ella nunca dejó de escribir poemas, debe de haber escrito lo suficiente como para llenar una docena de volúmenes, pero se negó a publicarlos. Siempre sospeché que se los había dedicado a usted, pero probablemente solo era una vaga intuición que no había llegado a su conciencia. Quizás por eso vivía atormentada por la incapacidad de imaginar la imagen de una persona que solo tenía una intuición. Eso es todo lo que puedo contarle sobre mi madre. Alicia nos ha preparado café, que nos sirve mientras permanecemos sentados en un silencio pensativo. Intento imaginarme a su madre veinte años después, la mujer a la que pronto volveré a encontrar y ante la que tendré que rendir cuentas por mi imperdonable comportamiento. Tengo la impresión de que me horrorizará, porque creo ver en su rostro envejecido las huellas indelebles del sufrimiento del que soy responsable. Alicia rompe el tenso silencio: «Si recibe un fuerte estímulo para recordar a la persona a la que parece seguir amando, tal vez recupere la memoria». Alicia ha dado en el clavo. No le basta con reunirse conmigo, sino con su amante, como si mi traición nunca hubiera ocurrido. Alicia parece profundamente afectada, creo que se arrepiente de su propuesta. Pero mi reparación requiere cierto sacrificio, y Alicia lo entenderá y finalmente lo aceptará. Veinte años después, tengo que volver a intentar seducir a la misma mujer a la que traicioné. El destino quiere ponerme a prueba y yo no voy a hacerlo. Puedo fallarte. 18. ¿Es posible curar un corazón herido? ¿Puede el tiempo borrar las heridas olvidadas? ¿Puede un anciano con el corazón agotado amar? ¿Puede un hombre enfermo curar a otro hombre enfermo? Me hago estas preguntas angustiosas para sentirme aún humano, pero sé que no tengo respuesta. Naomi y Alice se han ido hace poco más de una hora y han dejado un gran vacío. Nunca me había sentido tan solo. Es una soledad abismal, sin fondo, sin el más mínimo destello de luz. Mi alma ha quedado sumida en la más absoluta oscuridad. El cuerpo la ha abandonado; la alegría se ha trasladado a otros lugares más cálidos y acogedores. El placer se ha convertido en un dolor intenso, y la felicidad que hace una hora brillaba con fuerza se ha ido con ellas, no puedo retenerla mucho tiempo conmigo. Otra noche interminable me esfuerzo en vano por estar ausente de mí mismo. Busco con verdadera desesperación un estado que se acerque a la nada, sin pensamientos incontrolados, sin movimientos de ningún tipo. Intento entrenarme para prepararme para mi muerte sin sobresaltos de última hora, pero es completamente inútil. La mente no duerme, solo está temporalmente desconectada de la conciencia. Deja de pensar en lo que ve para pensar en lo que imagina. No se cansa, no se agota, no se rinde, porque no tiene carne que pueda enfermar, ni esqueleto que lo sostenga; no tiene ojos, ni boca, ni oídos, no come, ni bebe, ni ve, ni oye, solo piensa, sin descansar, porque es eterno y ya existía antes de ser mi mente. Naomi cree que, a pesar de las marcas visibles de mi enfermedad, sigo siendo un hombre atractivo y que puedo volver a seducir a su madre. Alicia no me ha comunicado su opinión, que ya conozco. Es una mujer infeliz, pero en algún momento y en algún lugar será recompensada por ello. Pero el tiempo se acaba, la enfermedad empeora y mis fuerzas vitales se desvanecen. No estoy seguro de poder llevar a cabo este plan hasta el final. Hemos acordado que Naomi invite a su madre a pasar unos días con ella en la ciudad. Nuestra reunión tendrá lugar en una cena de bienvenida en el apartamento de Naomi. Naomi acaba de llamarme, su madre ha aceptado la invitación y vendrá este fin de semana, y el sábado es el gran día del examen. Tengo que retroceder veinte años e intentar comprender las razones de mi traición. No basta con culpar a la ambición, la vanidad o el egoísmo. Debe haber una explicación razonable para justificar tal comportamiento, porque los seres humanos siempre tenemos una buena razón para justificar nuestro comportamiento. En innumerables ocasiones he pensado que descubrir significa destruir lo que estaba oculto. El sol brilla a costa de destruir sus reservas de hidrógeno. La imaginación crea a costa de destruir lo que aún no se ha imaginado. Al final, no quedará nada que imaginar, porque habremos destruido las reservas de imágenes, la muerte. Era inevitable destruir las causas que habían desencadenado mi creatividad, y esa causa era la mujer que la había inspirado. Si quería seguir siendo creativo, tenía que encontrar nuevas fuentes de inspiración para volver a destruirlas, y así sucesivamente hasta la muerte. No soy del todo inocente. Nunca deberíamos haber inventado la literatura, porque se alimenta de las almas de las personas. Cada novela, cada historia, cada cuento, cada poema ha devorado su insaciable ración de humanidad. Yo no soy una excepción, yo también tengo mis víctimas, pero de lo contrario no habría literatura ni arte ni ninguna otra expresión del alma humana que se alimente del alma humana. Nadie comprenderá estas razones, solo nuestro Creador conoce nuestras debilidades, nuestro canibalismo espiritual, nuestra venganza por ser humanos. No puedo alegar estas razones para mi exculpación, solo las comprenden aquellos que son víctimas de la inspiración que propaga este mal. Las personas normales son inmunes a esta enfermedad del espíritu. Ahora no me queda la menor duda de que esta es la causa de mi enfermedad física. Mi espíritu dañino se ha apoderado de mi cuerpo y no se detendrá hasta que muera. No hay cielos reservados para los escritores, pero tampoco hay infiernos, solo purgatorios: cerca del cielo, cerca del infierno. Si tuviera la fuerza y el tiempo necesarios para vivir, escribiría una novela con este título, que sería la gran novela de mi vida, pero también podría escribirla después de mi muerte, y podría ser la gran novela de mi muerte. Pero ¿por qué escribir? ¿Por qué agitar las aguas tranquilas del inconsciente? ¿Por qué sacar a la luz los defectos y las virtudes, las pasiones y las decepciones, o las lealtades o las traiciones de las personas? ¿Por qué contar tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras; tantas mentiras. ¿Historias que nunca han sucedido y nunca sucederán? ¿Por qué este enfermizo deseo de inmortalizar nuestra memoria después de haberla perdido? No, aunque me quedaran cien años de vida, nunca volvería a escribir una novela. Alguien tiene que dar el primer paso para liberar a la humanidad de este flagelo. Tengo la impresión de que estoy delirando y pensando cosas que no tienen sentido. No hay justificación para alguien que hace daño a otra persona sin tener una razón humana. Un médico puede hacerte daño para curar una herida, pero un escritor no puede alegar que sus fuentes de inspiración le hacen daño. Si tuviera que sopesar el placer que me han proporcionado mis novelas con el daño que he causado al escribirlas, ¿hacia qué lado se inclinaría la balanza? ¿Y quién podría dar la respuesta? No tengo salida. No tengo otro juez que mi propia conciencia, y esta me grita una y otra vez que soy culpable. 19. Hoy ha amanecido un día que afectará a mi estado de ánimo. Hoy también es el día en que llega a la ciudad la madre de Naomi, la persona de la que depende mi salvación. No estoy en el estado de ánimo adecuado para estas circunstancias. Debería recomponerme y superar el hecho de que me siento transportado de nuevo a mi época de estudiante; años en los que la vida era una hoja en blanco que esperaba ser escrita por ambos lados; años en los que lo más importante era ser joven, no solo disfrutar de la vida, sino también alejarse del mundo. Años en los que todo estaba permitido, excepto la nostalgia; en los que el amor era una herramienta de trabajo, en los que la sabiduría de la experiencia se consideraba una manía de viejo y sin valor en comparación con la vitalidad de los hechos. Aquellos años en los que las personas que te rodeaban eran muestras para tu laboratorio o el plomo de tu frasco, del que esperabas extraer oro siguiendo la fórmula mágica que inventaba tu exclusiva imaginación. Años, pues, que siempre quise olvidar y que ahora debo recordar. Mi memoria debe borrar sin dejar rastro lo que sucedió tras la prematura obtención del premio literario, como si nunca hubiera ocurrido. Como si hubiéramos recorrido juntos el ansiado camino hacia la fama y, cuando la alcanzamos, lo que parecía inevitable dado nuestro genio, viviéramos seis meses al año en Pigalle, en Montmartre o en Saint-Germain-des-Prés, donde yo escribía mis novelas en el calor de su inspiración y ella sus apasionados versos, inspirados en su amor por mí. Es como si cada primavera despertáramos en nuestra casita de Mallorca, junto al acantilado más alto de la costa, desde donde nuestra mirada se pierde en un horizonte tan infinito como nuestras ganas de vivir; tan hermoso como nuestras almas gemelas, tan misterioso como nuestra intuición o tan acogedor como nuestra cama, en la que nos amamos. Cuando tenía veinte años, no podía imaginarme con sesenta, y ahora que estoy a punto de cumplir sesenta, no puedo imaginarme con veinte. Sin embargo, tenía que suceder, porque el tiempo es el mayor engaño de la mente humana, porque es un instante eterno, este instante en el que vivo, o mejor dicho, hoy vivo en el mismo piso que hace veinte años. Lo que ha cambiado es la perspectiva y el entorno, ¡pero el momento es el mismo! Noemí me llamó para decirme que había ido a recoger a su madre a la estación y que la había encontrado muy mal y aturdida. Ahora están en su casa y ha podido descansar y recuperarse un poco. Me dice que, cuando se encuentre mejor, irán a la ópera, porque esa es la pasión de su madre. Van a representar Madame Butterfly, lo que parece muy apropiado dadas las circunstancias. Su madre no recuerda haber visto esta ópera antes, pero la ha visto dos veces, porque ha guardado las entradas como recuerdo. Ella cree que eso podría ayudar a nuestro plan. Le ha dicho que le gustaría que él la acompañara el lunes a la universidad a la que ella también asistió, pero insiste en que no recuerda haber asistido nunca a una universidad en esta ciudad. Está claro que ella sigue negándose obstinadamente a dejar que las imágenes y los sentimientos que guarda en su subconsciente pasen a su conciencia. Alicia también me ha llamado. Está preocupada por el deterioro de mi salud. Quiere saber si necesito ayuda. Le estoy agradecida, pero insisto en cuidar de mí misma hasta que vea los resultados de la prueba. Alicia está confundida y triste, porque no puede desear ni el fracaso ni el éxito. 13. Noemí Por primera vez mi enfermedad me ha impedido cumplir con los compromisos de mi editorial. Es evidente que mi estado de salud empeora cada día que pasa. Ha sido una bendición que conociera a Alicia en este crucial momento. Por primera vez no puedo valerme por mí mismo y necesito ayuda. Empiezo a sentir los dolorosos preámbulo de la muerte. Estoy inquieto por la entrevista con la joven Noemí. Hay algo en ella que me resulta familiar, como si la hubiera conocido en una vida anterior. Pero, por otro lado, presiento que trae consigo graves sucesos que pueden alterar lo poco que me quede de vida. Alicia parece compartir mi inquietud. Puede que se trate de una rival con ventaja, porque Noemí es una joven muy agraciada. Es de una complexión mediana, sus larga melena, de un elegante color castaño y sus armoniosas formas, la hacen una joven muy atractiva. Entra en la sala acompañada por mi agente. Parece inquieta o tal vez nerviosa. Me contempla postrado en el sofá. Debe comprender lo inoportuno de esta entrevista. Al acercarse siento en su mirada una profunda lástima. Parece que siente mi enfermedad como si ya nos conociéramos. Le ruego que se siente en el sillón contiguo. —Y bien, Noemí, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme? Hace un ademán para sentarse, pero vuelve a mantenerse erguida, algo le inquieta. Cambia una mirada con mi agente y con Alicia, que permanece junto a mí, recostada sobre uno los brazos del amplio sofá: —¿Podríamos estar solos unos minutos —me ruega visiblemente nerviosa—, lo que tengo que decirle es muy personal. Mi agente cambia una mirada de interrogación conmigo, y Alicia se inquieta, porque debe creer que la joven es definitivamente una temida rival. Si les ruego que nos dejen solos, pensarán que no les tengo confianza, pero ahora estoy vivamente interesado en lo que esa joven quiere decirme. Les ruego que nos dejen solos. Alicia no puede evitar cambiar conmigo una mirada triste y a la vez de duda, pero respeta mi deseo. Los dos salen de la sala sin ningún reproche. Noemí los sigue con la mirada y parece aliviada cuando cierra la puerta tras de sí. Durante unos instantes, en que parece ordenar sus pensamientos y tranquilizarse, no aparta su mirada de un punto indeterminado de suelo. Después alza su mirada y visiblemente emocionada me pregunta: —¿Recuerda usted quién escribió este verso?: Si tu corazón fuera espuma, yo sería océano; Si tu alma fuera cielo, yo sería nube; Si tu mirada fuera lluvia, yo sería campo; Si tus manos fueran agua, yo sería sed. Es como si un rayo cruzase mi mente. Tengo una poderosa intuición, pero me niego a reconocerla. ¿Cómo ha llegado ese poema a esta joven? No respondo, pero soy yo quien hace la siguiente pregunta, y siento que mi respiración se hace difícil y mi viejo corazón se agita: —¿Quién lo escribió? Ella me mira y siento en su mirada una profunda ansiedad. Está al borde del llanto. —¡Lo escribió mi madre hace veinte años...! Rompe a llorar en silencio y se cubre el rostro con sus manos. No se atreve a mirarme. Yo me siento aturdido, y no sé cómo reaccionar. Me hago la pregunta de la que espero con ansiedad una respuesta: ¿Es esta joven mi hija? Si es así, ¿cómo han podido pasar todos estos años sin que su madre me lo dijera? Sí, es posible; hicimos el amor pocas semanas antes de mi traición, y no tomamos ninguna precaución. Pero, ¿cómo debo comportarme con ella? No puedo sentir afecto paternal repentino por alguien que no conozco, aunque sea mi propia hija. Necesitaremos algún tiempo para conocernos y mantener una relación normal de padre a hija. Por un lado la noticia me llena de júbilo, pero por otro me entristece, porque durante veinte años he ignorado su existencia y cuando la conozco apenas me quedan unos meses de vida. He conseguido recuperar la calma, tengo que obrar con sensatez. Espero que ella también recupere la calma y me aclare mis muchas dudas. ¿Dónde está su madre? ¿Por qué ha mantenido a mi hija lejos de mí todos estos años? Mi supuesta hija se ha calmado y deja de llorar. Se vuelve hacía mí con una mirada de súplica, porque espera que le demuestre de alguna manera que la he adoptado. Pero yo necesitho algunas respuestas: —Querida Noemí, debes comprender que esta situación es muy confusa. No puedo comportarme como un padre en unos instantes. Cálmate y cuéntame por qué no me habéis contactado antes. ¿Dónde está tu madre? Pero permite que vengan mi agente y Alicia, son de absoluta confianza y pueden estar presentes. No debo mostrarles desconfianza. Mi supuesta hija asienta con un leve movimiento de cabeza mientras se seca las lágrimas y trata de recuperar la calma. Llamo a mi agente y a Alicia y les pongo al corriente de la nueva situación. Ambos están perplejos y no saben qué decir. Alicia se acerca a Noemí y trata de consolarla acariciando su larga y sedosa cabellera. Noemí se lo agradece con una sonrisa. Ya parece que está calmada. Espero que pueda despejar todas mis dudas. 14. La historia de Noemí —Yo no he sabido que usted era mi padre hasta hace apenas un mes, cuando necesitaba una novela para un trabajo sobre la literatura actual y encontré en la biblioteca de la facultad una de sus novelas. Cuando vi su fotografía me asombró nuestro parecido físico, pero no le presté más atención, peu’bbhb Leí todas sus novelas y en todas con pequeños cambios, seguía siendo la misma descripción de mi madre. Pero me faltaba uno de sus libros: el primero, que ganó un conocido concurso literario de aquella época, y que podía tener la prueba definitiva. Pero no tenían ningún ejemplar en la biblioteca. El libro estaba agotado y un librero me informó que usted no había autorizado su reedición. Entonces recorrí todas las librerías de usado de la ciudad, sin ningún éxito. Cuando ya había perdido toda la esperanza de encontrar ese libro, recibí la llamada de una compañera de la facultad para darme la buena noticia de que tenía un ejemplar del libro que buscaba. Cuando lo leí se despejaron todas mis dudas. Su novela se titulaba «Poetas sin cielo», como una poesía escrita por mi madre y que es el argumento de su novela. Segura de que era usted mi padre, reservé una invitación para la presentación de su nueva novela. Pero no deseaba que usted lo supiera hasta no estar segura de qué clase de persona era mi padre, porque me había formado una idea muy negativa de quién había abandonado a mi madre. Cuando me enteré de su enfermedad, cambié de actitud, pero cuando le he escuchado hoy me he sentido enormemente orgullosa de ser su hija, y quiero creer que tendrá alguna poderosa razón que pueda justificar que la abandonara cuando estaba embarazada de mí. Por desgracia mi madre no tiene la respuesta. Usted no lo sabe, pero fue tan grande el trauma de la separación, que sufrió un ataque de amnesia severa, de la que todavía hoy no se ha recuperado. Sigue sin recordar su relación con usted. Yo me crié con mis abuelos, en una pequeña localidad del norte, pero ellos tampoco estaban al corriente de las relaciones de su hija con usted. Mi madre era una mujer libre e independiente, siempre hacía lo que deseaba, hasta que perdió la memoria. Mis abuelos la acogieron y sigue viviendo allí, pero ahora está sola, porque mis dos abuelos han muerto y yo me he matriculado en la universidad de esta ciudad, la misma donde mi madre y usted se conocieron, ¡hace veinte años! ¡Es cierto que la realidad supera la ficción! Estoy desolado, mi alma me duele más que mi cuerpo, pero para este mal no venden calmantes en las farmacias, solo se pueden encontrar en el infierno. No merezco el afecto de esta hija ignorada; no merezco el afecto de nadie y dudo mucho que ya pueda evitar mi condenación. ¡Casi la deseo como merecido castigo! 15. El arrepentimiento Hay un silencio sepulcral. Noto en las expresiones de mi agente y de Alicia un velado reproche. Noemí parece agotada, indecisa, espera mi reacción. Ahora debería de darle una justificación sobre mi comportamiento, pero no tengo ninguna y ella debe de saberlo. No espero su perdón, pero al menos no vivirá engañada. Debe saber quién es su padre, y si a pesar de todo cree que merece su afecto y su comprensión. —No, querida Noemí, no tengo ninguna justificación. ¡Tu padre es un canalla! —Alicia quiere protestar, ella no puede entender que yo me haya podido comportar de aquella manera, pero le ruego que me deje concluir, necesito confesar mi culpa. Noemí no puede culpar a su madre; yo soy el único culpable—. Cuando somos jóvenes y ambiciosos todo nos parece válido y creemos que las heridas se curan con facilidad. Yo sabía que tu madre sufriría por mi traición, pero supuse que pronto lo superaría. Tal vez encontrase otro joven y pronto se olvidaría de mí. Nunca pude imaginar que su amor por mí fuese tan profundo, y mi traición tan dolorosa. Tampoco sabía que estaba embarazada, porque después de abandonarla no tuve el suficiente valor como para interesarme por ella, y no la volví a ver. Sé que Noemí debe sentirse defraudada con mi declaración de culpabilidad. Noto en su expresión el desconsuelo y la confusión. Es lamentable, pero sigo creyendo que la juventud cura pronto las heridas. Noemí debe curar también pronto esta herida. Solo se me ocurre en mi desesperación una remota justificación: —La literatura nos unió y la misma literatura nos separó. Yo creía que mi carrera literaria estaba por encima de los sentimientos; como si hubiera nacido para cumplir una misión, y no podía anteponer nada, incluidas las personas y sus sentimientos, a esta ciega ambición. Mi único amor era la literatura, ¡no había lugar para nadie ni nada más! Cuando recibí tu primer mensaje comprendí mi error, y por qué mis novelas carecían de motivación y humanidad, porque no puede haber humanidad en una novela si no es inspirada por el amor a las personas, de donde surgen los personajes. Alicia me ha terminado de probar mi error: ella sí sabe qué es y para qué nos sirve la literatura. Ella no ha tenido la desdicha de encontrar un agente literario con habilidad para promocionar las obras de un autor; alguien que conoce los gustos de los lectores corrientes y sabe lo que les gusta leer. Una agente que se sirve de tu talento para sus propósitos comerciales. Que te convierte en el ídolo de la gente corriente y en el monstruo de ti mismo. Mi agente ha reaccionado. Parece preguntarse si no estará haciendo él lo mismo conmigo. No quiero que se sienta también él culpable. —No estaba pensando en tí —le digo—, cuando aceptaste representarme yo ya había adoptado el mal hábito y todas mis novelas adolecían de lo misma falta de motivación, pero tenían él éxito asegurado. Sólo empecé a inquietarme a partir de esta última novela, era el resultado de todos estos años negarme a mí mismo; el escritor que escribió «Poetas sin cielo», la única novela fruto de mi amor por una persona, y no del marketing y del mercado. Noemí me lo recordó cuando ya es demasiado tarde para redimir mi pecado. ¡No volveré a escribir porque no merezco ser amado ni yo puedo amar a nadie! Alicia no admite mi renuncia. Protesta y quiere dar su opinión: —¡No estoy de acuerdo; tu padre no es totalmente culpable! Quién tiene el coraje de reconocer su culpa merece el perdón; los más santos fueron los más pecadores. No es el santo quien necesita compasión, sino ¡el pecador! Noemí, tienes que perdonarle, no porque sea tu padre y aunque en el pasado se haya comportado como un canalla, sino un ser humano arrepentido que reconoce sus culpas, merece tu compasión y tu perdón. Perdonar es lo que nos hace seres humanos; el rencor nos vuelve bestias sin alma, solo con memoria. Mi hija vuelve a estar al borde del llanto. Está sufriendo una gran presión emocional y ¡parece tan vulnerable! Me mira y noto en su mirada su deseo de perdonarme. Alicia toma una de sus manos y la pone sobre la mía. Su mano está ardiendo y tiembla. Ha sido el prodigio de una verdadera escritora quién ha hecho el milagro del perdón. Noemí se abraza a mí y llora en silencio. Creo escuchar como un susurro: —¡Papá, te quiero! Yo también tengo deseos de llorar. ¡Pero ahora tengo una hija que necesita un padre que sea fuerte! 16. La reconciliación Han pasado dos días desde la accidentada presentación de mi última novela. No es mucho tiempo para asumir que ahora soy el padre de una joven encantadora. He recibido una dura lección, pero no es más que el principio de mi redención. He vivido veinte años de soledad y aislamiento y ahora me resulta difícil asumir que tengo que dedicar algo de mi tiempo en pensar en los demás. Desconozco cuáles son las responsabilidades de un padre. Noemí es tan independiente como su madre y no necesita que nadie le diga lo que tiene que hacer o cómo lo tiene que hacer, y no me crea grandes responsabilidades. Seguirá viviendo en el apartamento que comparte con dos compañeras de la universidad, pero haremos lo posible por cenar juntos dos o tres veces a la semana en mi apartamento. Alicia se ha ofrecido a ser nuestra cocinera, y nos deleitará con sus deliciosos guisos locales. Noemí confiesa que no es muy hábil en la cocina, es una joven entregada a su carrera. Creo que ha heredado la pasión mía por la literatura y la sensibilidad de su madre para la poesía. No puedo decir si tiene o no talento, todavía no ha tenido tiempo ni oportunidad de ponerse a prueba. No ha escrito nada importante. Pero siempre he creído que el talento no se hereda, sino que se nace ya con él. No está en los genes; está en la mente y en el alma y debemos adquirirlo en el mismo instante de nuestra gestación. Puede que nos venga del cosmos o de algún fallecido en ese mismo instante. Creo en la transmigración, porque el espíritu, como la energía, no se destruye, se transforma. Desde el principio de los tiempos hay un espíritu universal, al que los creyentes llaman Dios, de donde provienen todos los de los seres animados. La prueba evidente de la transmigración es que en mi familia no hay artistas ni escritores, solo personas normales, preocupadas por cosas normales. Tal vez haya habido alguno entre mis remotos ancestros, pero yo lo desconozco. Mi enfermedad sigue su diabólico curso y no me deja mucho tiempo libre y sin dolores. Tengo que acudir con frecuencia al hospital para seguir un doloroso tratamiento. A cambio de soportar todas estas molestias me aseguran poder prolongar el tiempo que me quede de vida y que necesito para poner en orden mi conciencia. Como era de esperar, mi última novela ha triplicado las ventas de las anteriores. La muerte es un extraordinario reclamo. Mi editor no puede ocultar su satisfacción, aunque se muestre compasivo. Los medios de comunicación me acosan y he tenido que cambiar de número de teléfono. Los mensajes de condolencia son abrumadores, me resulta imposible leerlos todos. Pero por fortuna aún desconocen mi inesperada paternidad, deben creer que la joven que me acompaña es mi última conquista. En cuanto a Alicia, no puedo negar que siento por ella un profundo afecto, pero no se puede llamar amor, porque en estos críticos momentos desconozco el significado de esta hermosa palabra. Ella parece resignada y creo que, a pesar de todo, es feliz solo con poder estar a mi lado y servirme de ayuda. Sí, debe ser su destino el que no sea correspondida. No ha tenido suerte en la elección de sus amantes. Ella y Noemí parecen entenderse bien, y comparten las mismas inquietudes. Creo que se han hecho buenas amigas. Pero esta pasajera felicidad tiene una oscura sombra: ¡su madre! He hablado con Noemí sobre ella, no es un tema fácil. Noemí cree que mi presencia podría ayudarla a recobrar la memoria. Pero yo me pregunto si no será mejor que mantenga su amnesia. No debe ser para ella nada grato el recordar mi traición. Si recobra la memoria tal vez pueda perdonarme, pero también puede aumentar su resentimiento hacia mí. Por mi culpa ha malogrado veinte preciosos años de su existencia, no hay penitencia lo suficientemente grande para compensar su sufrimiento. Sé que a Noemí le haría enormemente feliz vernos juntos otra vez. Como si el tiempo no hubiera transcurrido, y reconstruir el pasado en el momento en que éramos más felices. Cuando escribió aquel corto y apasionado poema para decirme, con cuatro rimas, cuánto me amaba, y que ha marcado nuestras vidas. Hoy cenaremos en mi apartamento. Mis dos mujeres llegarán de un momento a otro y tengo que poner un poco de orden. No me encuentro muy bien, a pesar de los calmantes que hacen estragos en mi estómago, persiste un dolor constante que consigue hacerme perder la calma y agriar mi buen carácter. Es asombroso y tristemente paradójico que durante los últimos veinte años en los que he gozado de una excelente salud no creo haber tenido ni cinco minutos de felicidad, y cuando mi salud se ha quebrantado no soy capaz de gestionar tantos momentos de felicidad, he conocido a una extraordinaria mujer y he recuperado una hija ignorada! Vivir es un juego que consiste en hacer lo contrario de lo que consideramos razonable. La primera en llegar ha sido Alicia. Ha venido con algo de antelación para que cuando llegue Noemí esté a punto la cena. Se interesa por mi salud. Me sugiere que dado el estado en que me encuentro debería tener alguien que cuidase de mí las 24 horas del día y probablemente tiene razón, pero insisto que no ha llegado todavía el momento. —¿Y cuándo llegará ese momento, cuando esté muerto? Ha sido una reacción espontánea, pero lamenta habérmelo dicho. Está profundamente arrepentida. —¡Perdóneme; yo no quería...! —No hay nada que perdonar —la interrumpo—, llevas razón y sé que tú misma lo harías con agrado, pero no puedo aceptar tu ayuda. Antes tengo que terminar de pagar mis deudas. La madre de Noemí necesita más ayuda que la que necesito yo, y ella cree que mi presencia puede hacer que recupere la memoria. Pero no sé cómo reaccionaría si recuerda nuestra relación. Alicia ha entendido lo que no me atrevo a decir. Ahora su rival es la madre de Noemí, porque si aceptase perdonarme ella sería quien cuidaría de mí hasta el día de mi muerte. —Lo comprendo, una vez más se cumple mi triste destino: nunca seré correspondida por las personas a quienes amo. De nada me ha servido todos mis esfuerzos para vivir este momento. Siempre soy la última de la fila, y cuando llego yo se ha terminado lo que estaban regalando. Alicia ha vuelto a deleitarme con sus guisos, pero Noemí no parece haber disfrutado de la cena. Ha permanecido ausente y con su pensamiento lejos de aquí. Antes de venir habló con su madre por teléfono y cree que está profundamente deprimida y desorientada. —Teme olvidarse también de mí —comenta angustiada—. Me ha enviado un verso que reflejan su confusión y lamentable estado anímico. Tenemos que tomar una decisión esta misma noche. Hoy he soñado que soñaba, que tú no eras quien eras, que el tiempo no tenía tiempo, y que la muerte había muerto. No puedo evitar comparar este verso con el de hace veinte años. A pesar de todos esos años olvidados, sigue siendo una gran poetisa. 17. La amnesia Le ruego a Noemí que me cuente todo lo que recuerda de su madre después de su ataque de amnesia. —Lo que sé de los primeros años, de los que apenas guardo un borrosa imagen, me lo han contado mis abuelos. Noemí no parece estar muy entusiasmada con mi sugerencia. Deben ser recuerdos tristes. Recuerdos de una niña criada por dos ancianos y una madre sin pasado, sin que pueda contar a su hija cómo se gestó, por quién y dónde. Sin que fuera capaz ni siquiera de mencionar el nombre de su posible padre. No solo no ha tenido un padre desconocido, sino olvidado. Pero le ruego que intente superar su tristeza y prosiga. Antes de que nos encontremos necesito saber cómo han transcurrido todos estos años de olvido. —No sabemos nada de cómo se produjo la separación —continuó superando la tristeza de revivir su infancia—, pero debió ser muy dolorosa porque no recordaba nada de lo sucedido y ni siquiera recordaba quiénes eran sus padres o dónde vivía. Una policía la encontró dormitando en un parque y afortunadamente pudieron identificarla gracias a una receta de un medicamento contra las náuseas del embarazo, porque no llevaba ningún documento oficial de identidad. Pero no podían dejarla sola en aquel estado, y localizaron a mis abuelos, que la acogieron. Y eso es todo lo que sabemos de los primeros días de su amnesia. Noemí ha cambiado varias miradas inquietantes conmigo. Posiblemente todavía se esté preguntando si después de todo merezco su perdón. Yo permanezco en un patético silencio, sin atreverme a decir nada en mi defensa. Yo solo conozco la historia a partir de un domingo en que habíamos acordado asistir a la proyección de una película de Oscar Wilde, pero yo nunca acudí a la cita... mientras ella esperaba inútilmente en las puertas del cine, ¡yo estaba en la cama de mi seductora agente! ¿Tendré el valor de confesarlo? ¡Si no lo confieso mi conciencia nunca estará tranquila! Esperaré a conocer toda la historia. Le ruego que me cuente qué pasó durante los años siguientes. Mi pobre hija está rememorando una parte de su vida que posiblemente desee también ella olvidar, pero se sobrepone y continua: —Mi madre se trasladó a vivir a la pequeña localidad del norte de sus padres, mis abuelos maternos, y todos los esfuerzos por que recuperase la memoria fueron inútiles. Aparentemente podía llevar una vida normal, pero tuvo que aprender a reconocer su propio nombre, el de sus padres, y todas las demás circunstancias posteriores a su amnesia. Cuando nací yo ya era plenamente consciente de todo, excepto de su estancia en esta ciudad y de sus relaciones contigo —se dirige a mí con la misma expresión de velado reproche—. Mi abuelo era un funcionario del Ayuntamiento y consiguió una pequeña pensión para mi madre, porque tenía frecuentes lapsus de memoria y no estaba capacitada para realizar ningún trabajo. Mi abuelo murió cuando yo tenía diez años, su salud empezó a deteriorarse desde el día en que se enteró de la amnesia de mi madre, y mi abuela murió unos meses antes de que me matriculase en la universidad. La pobre fue muy desdichada por todos estos sucesos, pero jamás le hizo ningún reproche a mi madre. Teníamos una criada desde hacía varios años, antes de que yo naciera, de la misma edad de mi madre, que es quien la acompaña en estos momentos. Yo no podía renunciar a la Universidad, porque conseguí una beca de estudios, con la que sobrevivo en estos momentos. Ella no dejó de escribir poemas, debe de tener escritos los suficientes para llenar una docena de volúmenes, pero se ha negado a publicarlos. Siempre sospeché que te los dedicaba a ti, pero solo debía ser una débil intuición, que no accedía a su consciencia. Tal vez por eso vivía atormentada por la incapacidad de concebir la imagen de quien tenía solo una intuición. Eso es todo lo que puedo contar sobre mi madre. Alicia nos ha preparado café, que nos sirve mientras guardamos un pensativo silencio. Yo trato de imaginarme a su madre veinte años después, la mujer con la que tendré que reencontrarme muy pronto y rendir cuentas de mi imperdonable comportamiento. Tengo la impresión de que me horrorizará, porque creo ver en su envejecido rostro la indeleble marca del sufrimiento, del que yo soy culpable. Alicia rompe este tenso silencio: —Tal vez si recibe un fuerte estímulo para recordar a la persona a quién según parece que sigue amando, recobre la memoria. Alicia ha puesto el dedo en la llaga. No es suficiente con que se reencuentre conmigo, sino con su amante, como si nunca hubiera sucedido mi traición. Alicia parece profundamente afectada, creo que se arrepiente de su sugerencia. Pero mi redención requiere algún sacrificio, y Alicia lo comprenderá y terminará por aceptarlo. Veinte años después tengo que intentar volver a seducir a la misma mujer que traicioné. El destino quiere ponerme a prueba y no puedo defraudarle. 18. Preámbulo ¿Es posible sanar un corazón herido? ¿Puede borrar el tiempo las heridas olvidadas? ¿Puede amar un viejo con un corazón agotado? ¿Puede un enfermo sanar a otro enfermo? Me hago estas angustiosas preguntas para sentirme todavía un ser humano, pero sé que yo no tengo la respuesta.Noemí y Alicia se han marchado hace algo más de una hora, y han dejado un vacío inmenso. Nunca me había sentido tan esencialmente solo. Es una soledad abismal, sin fondo, sin el menor atisbo de luz. Mi alma ha quedado en la más absoluta oscuridad. El cuerpo la ha abandonado; la alegría ha emigrado a otras tierras más cálidas y acogedoras. El placer se ha transformado en intenso dolor y la felicidad, que hasta hace solo una hora rebosaba por todos sus bordes, se ha ido con ellas, yo soy incapaz de retenerla mucho tiempo junto a mí. Una interminable noche más me esfuerzo inútilmente por estar ausente de mí mismo. Busco con verdadera desesperación un estado mental cercano a la nada, sin pensamientos incontrolados, sin movimientos de ningún tipo. Intento ejercitarme para preparar mi muerte sin sobresaltos de última hora, pero es totalmente inútil. La mente no duerme, solo se desconecta provisionalmente de la conciencia. Deja de pensar en lo que ve para pensar en lo que imagina. No se cansa, no se agota, no se rinde, porque no tiene una carne que pueda enfermar, ni un esqueleto que la sustente; no tiene ojos, ni boca, ni oídos, no come, ni bebe ni ve ni oye, solo piensa sin reposo porque es eterna y ya existía antes de que fuera mi mente. Noemí cree que, a pesar de las huellas visibles de mi enfermedad, yo sigo siendo un hombre atractivo y que puedo volver a seducir a su madre. Alicia no me ha dado su opinión, que ya conozco. Es una mujer desgraciada, pero en algún momento y en algún lugar tendrá su recompensa. Pero el tiempo apremia, la enfermedad se agrava y mi ánimo decae. No estoy seguro de poder llevar este plan hasta el final. Hemos acordado que Noemí invitará a su madre a pasar unos días con ella en la ciudad. Nuestro encuentro será durante una cena de bienvenida, en el apartamento de Noemí Me acaba de llamar Noemí, su madre ha aceptado la invitación y vendrá este mismo fin de semana y el sábado será el gran día de la prueba. Tengo que retroceder veinte años y tratar de entender las razones que motivaron mi traición. No basta con culpar a la ambición, la vanidad o al egoísmo. Tiene que haber una explicación razonable para justificar ese comportamiento, porque los humanos siempre tenemos una buena razón para justificar nuestra conducta. Lo he pensado en infinidad de ocasiones que descubrir significa destruir lo que estaba oculto. El sol brilla a costa de destruir sus reservas de hidrógeno. La imaginación crea a costa de destruir lo que todavía no ha sido imaginado. Al final no quedará nada que imaginar porque habremos destruido las reservas de imágenes, la muerte. Era inevitable destruir las causas que habían provocado mi creatividad, y esa causa era la mujer que las había inspirado. Si quería seguir creando tenía que buscar nuevas fuentes para mi inspiración, para volver a destruirlas, y así hasta la muerte. No soy del todo culpable. Nunca debimos inventar la literatura porque se alimenta del alma de los humanos. Cada novela, cada relato, cada cuento o cada poesía han devorado su insaciable ración de humanidad. Yo no soy una excepción, también tengo mis víctimas, pero de otro modo no habría literatura ni arte ni ninguna otra expresión del alma humana que necesite alimentarse del alma humana. Nadie entenderá estas razones, solo nuestro creador conoce nuestras debilidades, nuestro canibalismo espiritual, nuestra venganza por ser humanos. No puedo argumentar estas razones para mi exculpación, solo las entiende quienes somos víctimas de la inspiración, por donde se contagia este mal. Las personas corrientes están inmunizadas contra esta enfermedad del espíritu. Ahora ya no me cabe la menor duda de que ha sido esta la causa de mi enfermedad corporal. Mi espíritu dañino se ha introducido en mi cuerpo y no cejará hasta provocar su muerte. No hay cielos reservados para los escritores, pero tampoco hay infiernos, solo hay purgatorios: cerca del cielo, cerca del infierno. Si me quedasen fuerzas y el tiempo de vida necesario, escribiría una novela con este título, que sería la gran novela de mi vida, pero puede que la escriba después de muerto, y sea la gran novela de mi muerte. Pero ¿por qué escribir; por qué remover las tranquilas aguas de la inconsciencia; por qué sacar a relucir los defectos y las virtudes, las pasiones y los desencantos o las lealtades o traiciones de los seres humanos? ¿Por qué contar tantas mentiras; tantas historias que nunca han sucedido ni nunca sucederán? ¿Por qué ese enfermizo afán de perpetuar nuestra memoria después de que hayamos perdido la memoria? No, aunque me quedaran cien años más de vida no volvería escribir ni una novela más. Alguien tiene que dar el primer paso para librar de esta lacra a la humanidad. Tengo la impresión de que estoy delirando y pienso cosas que carecen de sentido. No hay justificación para quién causa daño a un ser humano sin una razón también humana. Un médico puede causarte algún daño para curarte una herida, pero un escritor no puede alegar sus fuentes de inspiración para causar daño. Si pusiera en una balanza el placer que hayan podido causar mis novelas y el daño causado el escribirlas, ¿de qué lado se inclinaría la balanza? ¿Y quién puede tener la respuesta? No tengo escapatoria posible. No tengo más juez que mi propia conciencia, y no cesa de gritarme que soy culpable. 19. La madre Hoy ha amanecido un día desapacible que influirá en mi estado de ánimo. Hoy también es el día en que llegará a la ciudad la madre de Noemí; la persona de la que depende mi salvación. No me siento con el ánimo adecuado para las circunstancias. Debería de sobreponerme y mentalizarme de que he vuelto a mis años de la universidad; años en que la vida era una pliego en blanco, esperando a ser escrito por ambas caras; años en que lo más importante era ser joven, no solo para gozar de la vida sino para vivir alejado de la muerte; años en los que estaba todo permitido menos la nostalgia; que el amor era una herramienta de trabajo, en los que la sabiduría de la experiencia era considerada una manía de viejos y no valía nada comparada con la vitalidad de los hechos. Esos años en que las personas que te rodeaban eran muestras para tu laboratorio o el plomo de tu redoma, de la que esperaba obtener oro, siguiendo la mágica fórmula inventada por tu excluyente imaginación. Años, en fin, que siempre he deseado olvidar y que ahora tengo que rememorar. Mi memoria tiene que borrar sin dejar el menor rastro lo que sucedió después de que ganara el inoportuno premio literario, como si no hubiera sucedido. Como si hubiéramos seguido juntos nuestro anhelado sendero de la gloria, y una vez alcanzada, puesto que parecía inevitable dada nuestra genialidad, viviríamos seis meses al año en Pigalle, en Montmartre o en Saint-German-des-Prés, donde yo escribiría mis novelas al calor de su inspiración, y ella sus apasionados versos inspirados por su amor por mí. Como si cada primavera amaneciéramos en nuestra casita de Mallorca, junto al acantilado más elevado del litoral, desde donde nuestra vista se perdiese en un horizonte tan infinito como nuestros deseos de vivir; tan hermoso como nuestras almas gemelas, tan misterioso como nuestra intuición, o tan acogedor como nuestro lecho donde hacemos el amor. Cuando tenía veinte años no podía imaginarme con sesenta años, ahora que estoy a punto de cumplirlos no puedo imaginarme con veinte años. No obstante, tenía que suceder, porque el tiempo es la mayor estafa del entendimiento humano, ya que se trata de un instante eterno, este instante en el que vivo, o mejor diré, malvivo hoy, es el mismo en el que vivía hace veinte años, lo que ha cambiado es la perspectiva y el escenario, ¡pero el instante es el mismo! Noemí me ha llamado para decirme que ha recogido a su madre en la estación de ferrocarril, y que la ha encontrado muy desmejorada y aturdida. Ya están en su piso, y ha podido descansar y recuperarse algo. Me comenta que, si se encuentra mejor, asistirán a la Ópera, que es la pasión de su madre. Representarán «Madame Butterfly», que le parece muy oportuno para las circunstancias. Su madre no recuerda haber visto antes esta ópera, pero la había visto dos veces porque aún guardaba las entradas como recuerdo. Cree que puede ayudar a nuestro plan. Le ha comentado su deseo de que el lunes le acompañe a la Facultad, la misma a la que asistió ella, pero insiste que ella no no recuerda haber asistido nunca a una universidad en aquella ciudad. Es evidente que sigue obstinada en no permitir que las imágenes y sentimientos que guarda en su subconsciente accedan a la conciencia. También me ha llamado Alicia. Está preocupada por el empeoramiento de mi salud. Quiere saber si necesito ayuda. Se lo agradezco, pero insisto en valerme solo hasta ver como acaba la prueba. Alicia está confundida y apenada, porque no puede desear que sea un fracaso, pero tampoco que sea un éxito. Se hubiera sentido dichosa solo por tener la exclusiva de mis cuidados hasta el día de mi muerte. Pero la madre de Noemí tiene preferencia. Si tan solo fuéramos buenos amigos, ambas mujeres podría velar mi agonía, pero ha cometido la debilidad de enamorarse de mí, y el amor es egoísta y rigurosamente incompartible. Parece resignada pero no vencida. Yo soy el gran amor de su vida y no está dispuesta a retirarse y darse por vencida. Merodeará esperando una oportunidad. He creado muchos personajes femeninos, y presumía de cocerlas incluso mejor que se conocen ellas mismas, pero Alicia me ha demostrado lo irrisorio de mi petulancia: aún me quedan muchos recovecos del alma femenina por descubrir. Tal vez mi prematura muerte me ayude a descubrirlos. Lo que no he sabido comprender es cómo ve la muerte quien da la vida. Posiblemente sientan el mismo afecto por ambas. Muchas mujeres sufren más depresiones inmediatamente después de traer al mundo una nueva vida, que ante la visión de un moribundo. La vida les duele tanto como la muerte. 20. Un mal día Sigue el tiempo desapacible. Sobre el cristal de mi gran ventanal resbalan las gotas de agua de una lluvia débil pero persistente. La lluvia no me deprime, al contrario, me vivifica, el agua trae vida, pone brillo en todo lo que cubre. Las plantas se vigorizan y muestran todo su esplendor y belleza. Pero lo que agrada a la naturaleza desagrada a los humanos. Veo desde mi ventana gente contrariada. Les molesta todo lo que no pueden dominar y controlar, y la naturaleza no se somete fácilmente. Por esa razón estamos poniendo todo nuestro empeño en destruirla. Puede que logremos destruir también la lluvia. Permanezco recostado en la cama hasta casi el mediodía porque no sé qué puedo hacer que justifique el estar levantado. No tengo nada que escribir, a ningún acontecimiento que asistir ni alguna visita que recibir, nada; pero he encontrado una ocupación: releer mi primera novela, y tal vez también debería decir que es la única que he escrito, porque pienso que reúne las tres condiciones básicas para que pueda considerarse una novela: tiene una motivación: un apasionado alegato en defensa de la poesía y los poetas. Argumento también fruto de su imaginación y no de la mía. Las novelas que siguieron después carecían de motivación, solo tenían técnica y estilo, por eso no eran de este mundo mundo, sino de un mundo paralelo y deshumanizado. Noemí lleva razón. «Es media noche. Las luces de la ciudad ensucian el cielo y no puedo ver las estrellas. Tengo que imaginarlas. También tengo que imaginar la gente en esta calle desierta. Y los rosales, las orquídeas y las geranios inexistentes en los balcones de sus casas deshabitadas. Tengo que imaginar los niños que juegan en una escuela fantasma, y los gorriones que anidan en unos árboles ausentes. Esta es mi calle, donde no vivo, donde no habito, donde solo me imagino que vivo y habito.» Así debe ser. Nuestra vida debe transcurrir en una de estas calles desiertas, donde no vivimos sino que imaginamos que vivimos, porque cuando menos te lo esperas se agota tu tiempo, y te parece que en realidad no has vivido sino que te has soñado. Al releer esta primera novela siento con toda su crudeza la falsedad en la que he vivido todos estos años, y me pregunto qué clase de escritor sería hoy si hubiera seguido fiel a mí mismo. ¡No hubiera sido extraño que ganara el Premio Nobel! Ahora me tengo que conformar con el premio del mercado, y con los millares de adeptos al consumo de literatura entretenida y con fecha de caducidad. No tienen nada que trasmitir sobre nuestra forma de entender la vida y sus valores a generaciones venideras. No tengo vocación de redentor, y me agobian los elogios, pero cuando un artista se expresa en cualquiera disciplina, está enviando un mensaje en una botella que indefectiblemente caerá en manos de gentes de otras épocas, en otras latitudes del inmenso océano del tiempo; que tendrán otros valores, y que, gracias a esos mensajes, podrán asentarlos en el tronco general de la historia. Dada la brevedad de nuestra existencia, lo único sólido que tenemos los humanos para salvarnos de la riada de los inevitables cambios que todo lo arrollan, es la Historia. Hoy tengo uno de esos días en que me siento demasiado insignificante como para tener grandes ambiciones, porque esta gran humanidad que puebla nuestro planeta, de la que yo soy una ínfima parte, no es ni siquiera un grano de arena del desierto comparado con la inmensidad del universo que habitamos. Los hombres poderosos se creen grandes porque reinan sobre sus diminutos dominios, mientras que aquellos que reconocen ser infinitamente pequeños, habitan en el gran dominio de la inmensidad del universo. Los humanos tenemos un sin fin de alternativas para elegir la forma en que deseamos consumir nuestro valioso tiempo, pero solo hay una que se corresponde con nuestra personalidad. La razón de nuestra existencia no es otra que encontrarla y serle fieles hasta la muerte. Solo así cada individuo será una persona, y cada persona será un mundo, y todos los mundos juntos formarán un universo, y muchos universos reunidos en uno solo será la única idea que podemos hacernos de algo a lo que llamar «Dios», por lo que solo las personas y sus mundos están en contacto directo con Dios. Yo he vivido en permanente contacto con el infierno, porque renuncié a mi mundo personal, por lo que no tengo acceso al cielo. Puede que todavía me quede tiempo para reparar mi gran error, pero tendría que escribir una última novela: la continuación de la primera, lo que me allanaría el camino de mi salvación, pero para ello no solo necesito tiempo, sino inspiración; no solo tendría que reencontrarme con el escritor, sino también con su amante. ¿Podría suceder mañana? Debería pensar en la cena de mañana y en mi salvación, y creo que tengo una idea que serviría para ambas cosas: escribir mi última novela con la historia de nuestra relación. Revivir su memoria día a día, beso a beso, caricia a caricia, con todo detalle, matiz, sentimientos, ilusiones, esperanzas y proyectos para el futuro. Sí, ella tendría el relato que su conciencia se niega a recordar. Sería sin duda la gran novela de mi vida, la que me facilitaría una buena muerte. Pero ¿me quedará tiempo suficiente? ¿Podré afrontar el reto con la clarividencia y estado de ánimo adecuado para que esté al nivel de mi primera novela? Noemí me ha enviado un mensaje para comunicarme que su madre se ha recuperado y está muy animada. Por la tarde irán a la Ópera, como estaba previsto, y a la salida cenarán en un pequeño restaurante italiano que hay en las proximidades. Dice que me echa de menos y hubiera sido una dicha completa si pudiéramos estar los tres ya juntos y unidos como una familia. ¡Pobre Noemí! Aunque se cumplieran tus deseo tu dicha durará poco. Es mejor que te acostumbres a mi ausencia, aunque sigas echándome de menos en tus momentos felices, puede que yo te acompañe, aunque tú no puedas verme. Mañana le comentaré mi idea. 21. La espera También ha invitado a Alicia a la cena de bienvenida de su madre, porque quiere que parezca una reunión de viejos amigos, en la que su madre no sea el foco de mayor atención. Quiere probar si me reconocerá. Todavía no le he comunicado mi nueva idea, porque no estoy seguro de que esté en las condiciones y el estado de ánimo para realizarla. Llamo a Alicia para comunicarle la invitación de Noemí. Acepta. —Si le parece bien, puedo pasarme ahora por su casa y preparar algo de comer —me sugiere—, después podemos ir juntos al apartamento de su hija. Noto por el tono de su voz que ha recibido la noticia con gran alegría. Ahora la balanza del destino se inclina a su favor y en mi contra, pero acepto su oferta. Esta mujer se está convirtiendo en una necesidad, siempre está donde yo la necesito. No es un viejo sueño del pasado sino una realidad del presente, sin historia, sin remordimientos, sin necesidad de recuperar la memoria de lo que no ha sucedido. Ella trae paz a mi espíritu y consigue hacerme olvidar mi pasado, para recuperar el presente, que tanto lo necesito en estos difíciles momentos. Alicia ya está en mi apartamento y de nuevo escucho el sonido doméstico y de gratas recuerdos del trajín en la cocina. Esta mujer va dejando por donde va el halo de lo cotidiano, lo simple, pero que es lo verdaderamente entrañable. No solo está preparando una deliciosa comida, sino el ambiente hogareño que no es solo un caluroso sentimiento, sino una necesidad de cualquier ser humano. —¿Qué hará usted si no le reconoce? Me pregunta con aire despreocupado, como si no le afectase mi respuesta, mientras me sirve lo que ha cocinado. Yo le pido una vez más que no me trate de usted, porque ya no soy el héroe de sus sueños, sino el hombre desvalido y torturado que necesita de su ayuda. Pero Alicia sabe que tutearme significa dar un paso de gigantes en nuestra breve relación, y no desea cambiar el trato hasta que no esté segura de que ha conquistado mi alma y mi voluntad. Mientras tanto, seguirá con el mismo trato distante y respetuoso. Necesito descansar y dormir un poco para estar presentable durante la cena con mi hija y Alicia me prepara la cama, tal como hizo la primera vez en su minúsculo estudio. Mientras ahueca las almohadas me dirige varias miradas que yo puedo interpretar fácilmente. Parece quererme decir que esta vez no me despertará su llanto. Me ayuda a recostarme y, al igual que la primera vez, se vuelve a la cocina, y yo vuelvo a escuchar ese sonido tan doméstico y relajante del trajín de la cocina, con el que me quedo dormido. Alicia ha velado mi sueño leyendo el manuscrito de mi primera novela, que había quedado sobre la mesita del salón. Cuando despierto me lee en voz alta uno de sus pasajes más trágicos de la novela, momentos antes del suicidio de la protagonista. «No he nacido para vivir. No vine a este mundo para gozar de los placeres de la carne. No estoy viva para celebrar las maravillas de la naturaleza. No me siento parte de la vida. No, yo he venido al mundo para cantarlo, para recitarlo, para convertirlo en un largo poema, para disolverlo entre bellas palabras. Para que se diga de mí cuando muera que fui solo poesía, sin nada que me lo impidiera, ni mi cuerpo, ni mi mente; solo poesía, nada más que poesía.» —¿Quién ha podido inspirarle estas dramáticas líneas? —me pregunta con un gesto de desolación o tal vez de horror—, ¿ella? Todavía no tengo la mente suficientemente despejada para responder y me limito a sonreír. Ella lo entiende, y sigue leyendo, pero en silencio. Veo por su expresión de asombro que le impacta lo que está leyendo, no me extraña, son los pasajes previos al suicidio de la poetisa protagonista. Cierra el libro y se recuesta sobre el sofá. No espera mi respuesta porque ya la conoce. Cambia una triste mira conmigo. Creo que quiere darme su opinión: —¿Sabe?, creo que el suicidio de su poetisa protagonista está justificado —hace una pausa y parece como si lo que dice a continuación sea para ella misma—. Todos nacemos con un estigma grabado en nuestra frente, que nos dice quiénes somos y para qué hemos venido a este mundo; y a lo que podemos aspirar y lo que tenemos rigurosamente prohibido. Su protagonista nació con el estigma de la poesía en un mundo sin poesía, no tenía otra opción que inmolarse con ella —nuevo silencio que rompe con un sentido suspiro, y prosigue—. Yo también he nacido con un estigma: el de la fealdad. Sin duda un accidente de la naturaleza, porque no se parece en nada a mi alma. Debieron que nacer cada uno por su lado, sin ponerse de acuerdo. Mi alma me colma de buenos y nobles sentimientos, mientras mi cara me impide que los aproveche y muestre a los demás. Solo cuando escribo soy libre de regalar generosamente esos sentimientos a mis personajes, porque ellos no me encuentra fea y no ven mi estigma. No me cabe duda de que sabe de qué habla. Yo mismo la rechacé en los primeros momentos por su poco agraciado rostro. Me pregunto por qué los humanos hemos creado cánones de belleza que marginan al ostracismo y la soledad a personas como Alicia, o a mujeres y hombres en lo mejor de sus vidas, solo porque sus espaldas se encorvan, sus manos se descarnan, y en sus frentes aparecen las arrugas, que son el precio pagado por su sabia madurez, serenidad, dulzura, equilibrio e inteligencia! Sin duda merecemos cada uno de los tormentos a que conduce este comportamiento. Es inútil que trate de consolarla elogiando la belleza de su alma, porque el alma no se ve, el rostro sí. Lamentablemente para las personas con estos estigmas, el rechazo termina por contagiar también su alma del mismo estigma. Alicia es una gloriosa excepción, pero sin duda que se lo debe a la literatura. Parece que ambos estamos sumidos en nuestros respectivos pensamiento, y permanecemos en un elocuente silencio. Es Alicia quien lo rompe con una pregunta que me recuerda la idea de escribir un nuevo libro: —¿Aún nos quedan tres horas para reunirnos con su hija, ¿por qué no me cuenta algo de su romance con su madre? Creo que la idea es interesante, puede servirme de ejercicio para esa última novela que me ronda por la cabeza. Accedo y Alicia prepara café. ¡Sin duda espera una larga e interesante confesión! 22. La confesión Alicia parece una niña a quien la abuela se dispone a contarle un cuento de príncipes y princesas encantadas. Se ha quitado los zapatos (desde que me conoce ha moderado su vestimenta, y sobre todo ya no lleva aquellas horribles botas de militar), se arrellana en el sillón, recogiendo las piernas también en el sillón, y espera con ansiedad infantil mi relato. No sé cómo explicarlo, pero parece totalmente transfigurada. Soy incapaz de reconocer la joven torpe y fea, como ella misma se define, y veo una joven con una expresión radiante, una mirada inteligente, a la vez que curiosa como la de un gato, y un cuerpo rebosante de vitalidad. La naturaleza se ha portado mal con su rostro, pero ha sido generosa con su cuerpo. Empiezo contándole la anécdota de la cafetería donde nos conocimos. —Después de aquel gracioso suceso cada uno nos fuimos a nuestras clases correspondientes. Estábamos en la misma universidad y cursábamos los mismos estudios, pero yo le aventajaba en un curso, por lo que nuestras clases no coincidían. No nos intercambiamos nada con que poder ponernos nuevamente en contacto. Ella parecía desconfiar de todo el mundo, aunque yo por entonces desconocía la razón. Ha sufrido varias agresiones sexuales de alguno de sus compañeros de clase. Aquel día ninguno de los dos pudimos concentrarnos en las clases, algo mágico había sucedido. Creo que me enamoré de ella cuando me ofrecí a sujetarle los libros. No me miró con desconfianza, sino que apenas me vio noté como si yo fuese un viejo amante, a quien no había visto desde hacía mucho tiempo y se alegrase de volverme a ver, pero pasado ese instante de grata sorpresa, volvió su desconfianza, y rechazó mi ayuda. De no haber sufrido aquel aparatoso accidente posiblemente todo hubiera concluido así, pero el destino lo tenía todo previsto. —Aquel fin de semana nuestra facultad había organizado un encuentro de jóvenes poetas. Yo no hubiera dudado en asistir de haber sido de narrativa, pero de poesía no me entusiasmaba la idea. Pero aquel sábado estaba profundamente aburrido. Era fin de mes y mi asignación estaba prácticamente agotada. El encuentro era gratuito, así es que parecía una buena manera de matar el tiempo. Llegué con algo de retraso, justo en el momento de la intervención de la joven que conocí en la cafetería. Nos cruzamos en el pasillo central de la sala, cuando yo entraba y ella se dirigía al escenario, y creo que tanto a ella como a mí nos dio un vuelco el corazón, y nos saludamos con una delatadora sonrisa. Cuando la vi sobre el escenario, completamente a oscuras, excepto ella, iluminada con un haz de luz, me pareció un ángel que había descendido del cielo para anunciar la buena nueva de su poesía. Este fue el verso que escribió después de nuestro primer encuentro: Apenas nos miramos y ya nos besábamos Apenas nos conocíamos y ya nos amábamos, Apenas nos hablamos y ya nos entendíamos. Apenas nos separamos y ya nos añorábamos. Alicia parece sobrecogida por la pasión que hay en estas cuatro líneas. Ella no es apasionada, es sensible, porque la pasión ciega el entendimiento y Alicia es una persona reflexiva y razonable. Permanece en silencio para no distraerme de mi confesión. —Cuando finalizó aquel acto yo me apresuré a felicitarla por la lectura de sus poemas, que fue muy aplaudida por los asistentes, en su mayoría compañeros de la facultad. Al salir de la sala la encontré rodeada de sus amigos y admiradores, que la asediaban con preguntas y felicitaciones. Apenas había intercambiado unas miradas y unas sonrisas y ya me creía con derecho de tenerla para mí en exclusiva. Estaba tan contrariado que no sentí deseos de despedirme de ella, y malhumorado salí del auditorio. De nuevo parecía que el destino fuera en contra nuestra. Pero apenas estuve fuera del auditorio comprendí que había actuado con ira y sin una justificación, y regresé precipitadamente, justo en el momento en que ella salía acompañada de una de sus amigas. Al verme pude observar de nuevo su expresión de alegría reflejada en su rostro, y esta vez no dudó en llamar mi atención. —¿Por qué te has ido sin despedirte? ¿No te han gustado mis poemas? ¡Me gustaría conocer tu opinión! La amiga comprendió la situación y se excusó dejándonos solos. —¡Me han encantado! No me atreví a confesarle que había sentido celos. Le dije que yo también escribía, pero narrativa, no había nacido con la gracia de la poesía, pero sí con la necesaria imaginación para escribir novelas. Estuvimos paseando un buen rato, hablando de nuestras obras, de la importancia de la poesía, la mediocridad de las novelas que se publicaban, la excesiva comercialización del arte. Parecíamos haber encontrado el interlocutor ideal para desahogarnos de nuestras inquietudes artísticas. Por lo general coincidíamos en todo. Quedamos en vernos al día siguiente en el parque. Yo le enseñaría mis historias y ella sus últimos poemas. Aquella noche prácticamente la pasé en vela, porque no estaba satisfecho con ninguna de las historias que había escrito y no quería defraudar a mi nueva amiga. Yo por entonces era un perfecto desconocido, mientras que ella era muy conocida entre los estudiantes de la facultad y otros círculos locales sobre poesía. Todas las críticas eran favorables y le auguraban una brillante carrera literaria. Sin duda que influyó en mi inspiración su benéfica amistad, y aquella noche escribí mi primera obra verdaderamente literaría, las anteriores no pasaban de ser simples relatos, casi todos autobiográficos, que carecían de lo principal: una motivación. Cuando la conocí tenía 18 años. Como tú, había llegado de provincias, con una idea fija, que llevaba más en corazón que en la mente: ¡Triunfar como poetisa! No necesitaba los elogios, ella se consideraba genial, y no estaba equivocada. Todos los que la conocíamos nos habíamos formado la misma opinión. Para mí su genialidad era su mejor atractivo. Me atraía más como poetisa que como mujer, porque ninguno de los dos habitábamos en este mundo, sino en esos dos mundos hermanos: ella en el de la poesía y yo en el de la novela. ¡Y esa fue la causa de nuestra separación! Vivíamos con demasiada intensidad lo irreal y nos olvidamos de lo real. Nos encontramos en el parque en un día que hubiera podido haber pintado Botticelli o Velázquez. Era a principios de la primavera, en que el tono de las hojas nuevas es verde intenso. El cielo de un azul inimitable, decorado con nubes blancas de formas caprichosas e imaginativas. Huele a la savia de los rejuvenecidos tallos y a las resinas perfumadas que desprenden los tilos. Las aves nuevas aletean en sus nidos, impacientes por volar y conocer lo que será su mundo. En este mágico ambiente y en un apartado y solitario rincón del parque, le leí mi primer cuento escrito gracias a ella y para ella. En ese mismo instante empezó a fraguarse nuestra separación. Nuestra relación se hacía más íntima cada día, pero siempre sostenida por la pasión común de la literatura. Nuestra euforia crecía al mismo ritmo e intensidad que la calidad de sus poesías o de mis cuentos y relatos, porque por entonces todavía me sentía incapaz de abordar la novela. Nunca pensamos seriamente en nuestra relación como una simple pareja de enamorados, sino enamorados de la poetisa y del escritor. En ningún momento se nos pasó por la mente vivir juntos, porque eso supondría privarnos de la soledad necesaria para crear, teníamos suficiente con nuestros encuentros diarios, durante los que nos cargábamos de frases geniales, poemas apasionados, historias fantásticas y una dosis moderada de sensualidad. No hicimos el amor hasta después de los seis meses que duró nuestra relación. ¡En esa única relación se gestó Noemí! Alicia parece meditar sobre todo lo que le contado hasta ahora, porque tiene su mirada perdida en algún punto de la calle que se ve através de mis ventanas. Ha reaccionado y me mira con un cierto aire de reproche. —Entonces, no amaba a esa mujer, solo la utilizaba. —Sí, puedes decirlo así. —Y ella, ¿crees que también le utilizaba? —No, ella no me utilizaba; ella no necesitaba estímulos, ya te he dicho que estaba plenamente segura de su talento; era yo quien los necesitaba para descubrir el mío. Un mes después de nuestro encuentro, cuando ya había escrito una docena de relatos y cuentos que a ella le parecían geniales, me sugirió que escribiera una novela. Acepté su consejo y traté de encontrar un argumento que me motivara. Todos giraban, de una manera u otra, entorno a ella y nuestras extrañas relaciones. Le expuse mis ideas, pero no las encontró suficientemente originales. Fue entonces cuando me leyó su poesía sobre el suicidio de una poetisa, y me sugirió que ese podía ser un buen argumento, en el que ella podría colaborar con sus poesías. Acepté encantado su propuesta y comencé a trabajar en el argumento. Durante el tiempo que tardé en escribirla, tan solo dos meses, nuestros encuentros se centraban en el progreso de mi novela. Ella revisaba diariamente cada capítulo, cada párrafo y cada palabra que escribía, y corregía mis muchos defectos y erratas, hasta que le parecía que la síntaxis, ortografía, ritmo y estilo eran perfectos. Parecía como si la estuviera escribiendo ella misma. Cuando mi novela estaba prácticamente concluida, me sugirió que la enviara a un popular concurso literario para nuevos autores. Yo no podía negarme, porque no era solo mi novela, sino nuestra novela. Alicia me interrumpe. —¡Ahora entiendo por qué sufrió ese terrible ataque de amnesia. Su traición fue doble, porque traicionó a la amante y a la escritora! —¡Sin duda, fue una doble traición, pero entonces yo no lo tuve en consideración! No solo colaboró en su redacción, sino que se tomó la molestia de mecanografiar el original y enviarlo ella misma al concurso. —¿Por qué razón cree usted que lo haría? ¿Estaba realmente tan enamorada de usted que se sacrificó para ayudarle en su carrera? —Aunque me apena reconocerlo, debió ser así. Los días previos al fallo del concurso fueron realmente angustiosos para mí, pero no para ella. Sabía perfectamente que habíamos presentado una de las posibles novelas ganadoras, hasta ese extremo tenía confianza en sí misma y en sus juicios sobre literatura. Pero, además, era consciente de que entre los principiantes hay escasas posibilidades de que se presenten buenas novelas. La mayoría adolecen de un exceso de pasión, estilos disparatados, defectos de estructura y sintaxis, y argumentos poco originales. En realidad la gran mayoría son simples imitaciones de sus ídolos, o de los escritores de moda. Ella sabía que ganaríamos, ¡y así fue! Ella fue también la primera en conocer la noticia del premio, porque recibió el mensaje con el resultado y la invitación para la entrega de premios para ese mismo fin de semana en un conocido hotel de la ciudad. Cuando nos vimos en la facultad, ella me recitó la famosa sentencia de Julio César: «Vini, vidi, vici», que yo comprendí su sentido inmediatamente. Confieso que instantes después de conocer la noticia, me consideraba un ser superior, había matado al indeciso y modesto escritor para sentirme un nuevo miembro de las élites culturales del país. Y esa imagen me cegó desde el primer momento. Ella no sospechó nunca mi arrogancia, y se sentía tan feliz como si ella hubiera sido la premiada. Durante la ceremonia de entrega del premio, debió sentirse como la madre que asiste a la entrega del diploma de honor a su hijo en la universidad: sin envidia o celos profesionales. Pero yo ya estaba muy distante de ella. Veía mis libros apilados en las librerías, con la mención de aquel galardón. Me veía firmando ejemplares de mis boquiabiertas admiradores, pero sobre todo, me sentía superior y dominante. Alicia ha reaccionado, se yergue y me dirige una interrogante mirada. —¡Creo que se está inventando la historia! ¡Le conozco ya lo suficiente como para no creer que usted se comportara de esa manera! —¡Conoces un demonio arrepentido veinte años después. Pero no hubiera cometido ese pecado si no hubiera conocido a la verdadera culpable. Durante el cóctel que nos ofrecieron los patrocinadores, fueron muchos las invitados que se acercaron a mí para felicitarme. Ella parecía orgullosa de mi súbita popularidad. Desde el primer día en que supo mi vocación de escritor, deseaba que adquiriesemás seguridad en mí mismo, para proseguir nuestras ambiciosas carreras al mismo nivel. Ya daba por hecho que lograríamos nuestro ambicioso proyecto de fama y gloria sin que uno le hiciera sombra al otro. Cuando, fatigados por tantas emociones y ajetreo, estábamos a punto de abandonar la reunión, se nos acercó una mujer de mediana edad y de aspecto elegante, vestida con un sobrio traje chaqueta, el cabello de media melena, rubio y ligeramente rizado, y dirigiéndose a mí, como si no se hubiera percibido la presencia de mi compañera, y sin dejar de clavar su profunda e insinuante mirada en la mía, me entregó una tarjeta de visita, que debía estar perfumada con las fragancias del infierno, porque cuando la leí el perfume me evocó un abismo en el que no tardaría en caer —Necesitará un buen agente. Llámeme mañana y hablaremos sobre su futuro. Fue todo lo que dijo, y volvió a reunirse con un grupo de invitados. Aquella mirada me perturbó de tal manera que por un momento yo también me olvidé de su presencia. ¡Ella debió presentir en aquel momento mi traición! Ruego a Alicia que me perdone, pero no deseo continuar. Lo que sigue es la parte más dolorosa para mí, y su recuerdo me ha perseguido durante todos estos años. Alicia parece despertar de un sueño, o tal vez sea una pesadilla. Se ha terminado el café. Recoge la cafetera y las tazas y las lleva a la cocina. Permanece en silencio pero su mente debe estar rememorando la historia que acabo de contarle. Regresa de la cocina, cambia una triste mirada conmigo, vuelve a sentarse y, por fin, sé en qué está pensando. —¡Pobre mujer, no me hubiera gustado estar en su lugar. Yo también hubiera perdido la memoria. ¡No, yo hubiera perdido la cabeza! Su comentario me hace sentirme más culpable. Los que no tienen remordimientos no pueden saber lo duele recordarnos nuestros pecados. —¡Perdóneme. Sé que está profundamente arrepentido, y si yo fuera esa mujer, probablemente le perdonaría, pero eso no repara el daño causado. Tal vez fuese mejor que no recobrase la memoria! Si ella no recobra la memoria y no tengo su perdón, ¡me condenaré sin remedio! 23. Final de la confesión Han sido unos momentos de gran tensión emocional. Alicia se debate entre su elevado sentido de la justicia, su solidaridad con otras mujeres, su misericordia y su amor por mí. Finalmente han vencido la misericordia y el amor, pero eso no quiere decir que me considere redimido. Cree que de alguna manera debo recompensar a esa mujer. Pero ella no sabe cómo. Tampoco yo lo sé. —Aunque le reviva malos recuerdos, creo que se sentirá mejor si me cuenta el final de la historia. ¡Le prometo que no le haré ninguna recriminación! Tal vez Alicia tenga razón. Ocultando mi culpa solo consigo que se enquiste en mi conciencia, es más saludable airearlos. —Está bien, te contaré el resto de esta lamentable historia. Ni yo ni ella nos sentíamos como se supone que debíamos sentirnos después de la entrega de premios. Yo todavía no me había repuesto de la impresión que me causó la insinuante mirada de aquella mujer, y ella parecía quererme preguntar en qué estaba pensado, porque creo que leía mis pensamientos. Con un tono de voz casi suplicante, me rogó que no aceptara aquella mujer como mi agente, porque habría otros que estarían encantados en representarme. Supuse que sentía celos de ella, pero no tuve el valor de confesarle que, pese a sus temores, la llamaría y nos entrevistaríamos para conocer sus planes sobre mi promoción como escritor. Lo que sucedía era que aquella mujer vivía en el nuevo mundo en el que yo creía haber entrado después del premio, mientras que ella pertenecía a uno ya superado y sin alicientes para un escritor ambicioso. Yo no era ya un estudiante de letras, ¡era un escritor!, y los escritores pueden transgredir todas las normas morales porque están justificados. Aquella noche no pude conciliar el sueño hasta el amanecer, porque yo también me debatía entre lo que me dictaba mi conciencia y lo que me reclamaba mi ambición, porque no tenía sentido haber llegado hasta allí y renunciar a lo que cualquier otro autor haría en mi lugar. Después de todo, ella misma me ayudó a llegar hasta allí, ¿por qué no aceptar la ayuda de alguien que haga realidad tu sueño de escritor? Cuando aquella mañana nos encontramos en el campus, ya había tomado una decisión y ella me parecía una intromisión en mi libertad inaceptable, pero no tuve el valor de hacérselo saber, y traté de aparentar que nada había cambiado después del premio y seguiríamos nuestros planes de futuro tal como lo habíamos soñado. Ella debió sentirse aliviada por mi actitud, pero era evidente que mi entusiasmo y jovialidad había cambiado. Ya no ponía atención a sus lecturas ni estaba motivado para escribir nuevas historias. Ella lo interpretó como mi cansancio por los esfuerzos realizados para escribir mi primera novela, y no me lo reprochó. Esa misma tarde acudí al despacho de la agente, con la que ya había concertado una entrevista esa misma mañana. Su despacho estaba situado en su propio domicilio. Un amplio apartamento en un edificio noble, situado en una de las avenidas más caras de la ciudad. Ella misma me recibió a la salida del ascensor. Apenas si pude reconocerla. Ahora vestía unos tejanos ceñidos, que resaltaba las formas suaves de sus caderas, y una holgada blusa, con lo que parecía el logotipo de su agencia. Su recibimiento fue extremadamente cordial. Era evidente que tenía un gran interés por mí, no solo como escritor, sino como persona. —¡Mi más calurosa felicitación por el premio, pero ahora tienes que evitar que se olviden de tí en un par de meses.., yo puedo ayudarte —me dijo apenas salí del ascensor. Me introdujo en su despacho, una amplia y luminosa habitación sobriamente amueblada con dos confortables sillones de cuero negro, una gran mesa de trabajo y un amplio sofá del mismo material que los sillones. El único detalle que indicaba que estábamos en un despacho de trabajo eran las decenas de fotografías de sus autores representados que pendían de las paredes. Algunos de sus escritores encabezaban frecuentemente los primeros puestos de las más prestigiosas secciones de libros de periódicos y de revistas de literatura. Pronto estaría la mía también allí. Todo ello me demostraba que había elegido un buen agente. Nos acomodamos en los dos sillones. Me ofreció un dulce de una pequeña cesta que había sobre una mesita de cristal, y sin perder tiempo en presentaciones, me preguntó: —¿Quieres convertirte en el autor de moda? ¿Cuál podía ser mi respuesta: «No»? No había más que una posible respuesta: —¡Sí! —Bien, entonces a partir de hoy tenemos que trabajar en un programa que puede resultar duro y requerir toda tu dedicación. ¿Estás decidido? Me limité a asentir con un firme gesto de cabeza. —Mi comisión es del cinco por ciento; el contrato es por dos años, y tengo tu representación en exclusiva para todos los medios donde sea publicada, incluidos cine, televisión, radio y en la red. ¿Estás conforme? Volví a dar mi conformidad con un enérgico gesto afirmativo de cabeza. —Bien, entonces vuelve mañana a esta misma hora y firmaremos el contrato. ¡Antes de dos años serás uno de los escritores más leídos y cotizados del país! ¡Y así fue como firmé el contrato que arruinaría mi vida personal y de donde nacería el escritor profesional! Al día siguiente, y como estaba previsto, firmé mi condenación. Mi nueva agente fue más explícita y me argumentó las razones por las que estaba segura de mi éxito. —Tú representas el ideal de joven con talento, triunfador desde su primera obra, que no recurre a la pornografía, ni a la violencia, ni a tramas esotéricas, ni a romanticismos empalagoso, ni a detectives filósofos. Que escribes novelas sencillas, pero reales y ejemplares, que gustan a todos. Que además, tienes suficientes atractivos físicos como para atraer a las jóvenes lectoras. Tú escribes novelas que pueden leer toda la familia, en todas las edades, y en todas las épocas... —¡Pero yo solo he escrito una novela! La respuesta debí de haberla imaginado. Prácticamente estaban en las cláusulas del contrato que no me molesté en leer: —¡Pero las escribirás, yo te diré cómo! 24. La seducción Cuando salí del despacho de mi nueva agente comprendí el grave error que había cometido por mi precipitación y ceguera. Lo culpé a mi falta de experiencia, pero me consoló el que afortunadamente eran solo dos años, que pasaron vertiginosamente. Ahora me sentía avergonzado porque había echado tierra sobre nuestras nobles inquietudes, nuestra ilusión de mantenernos puros, desinteresados, alejados de los mercaderes de sueños, que nos atraen con cantos de sirena, y acaban por arrastrarnos a su sucio mundo de transacciones económicas, balances, accionistas, inversores, directores ejecutivos, banqueros, comerciantes sin principios ni escrúpulos y toda una marabunta de individuos incapaces de valorar lo que no tiene un precio y puede venderse en el mercado, como la honestidad, la generosidad o la ilusión... No tienen escrúpulos en vender y comprar almas, y subastarlas en sus corrompidos mercados financieros. Yo seré una de ellas. Pero, a decir verdad, antes de entrar en este despacho ya estaba corrompida. Aquella tarde habíamos quedado para asistir al estreno de una película sobre la vida de Oscar Wilde. Yo no estaba con el humor para asistir a la representación de otra crucifixión de un autor, pero debía mantener en secreto mi relación con mi nuevo agente. Acudí a la cita, aunque con cierto retraso, cuando la película ya había comenzado. Ella esperaba pacientemente en la solitaria entrada de cine. Pese a mi tardanza ella siempre justificaba mis deslealtades, porque no tenía ni una sombra de duda sobre mi fidelidad. Necesito hacer una pausa. Alicia está tan conmocionada como yo, pero ha prometido no hacerme recriminaciones y lo cumple. Yo me siento mal, porque no puedo borrar de mis recuerdos su frágil figura, iluminada por los letreros parpadeantes de la cartelera, cruzada de brazos, mirando angustiada a un lado y otro de la calle, tratando de justificar mi tardanza. Es probable que me hubiera esperado mucho tiempo más sin perder la fe en mí fidelidad. —Cuando me vio aparecer por el lado de la calle opuesto al que esperaba que llegase, tuvo un momento de duda, pero mi visión desbordaba cualquier deseo de reproche, y me recibió con una sonrisa que intentaría arrancársela a la tristeza que minutos antes la atenazaba. Creo que por primera vez sentí lástima de ella, y tal vez tuve un sincero deseo de arrepentimiento. Estuve tentado de ponerla al corriente de su situación, pero su sonrisa desbarató mi deseo. La abracé, nos besamos e improvisé una excusa. Ella me creyó porque necesitaba creerme y me urgió a que sacara cuanto las entradas que ya tendríamos tiempo después de la película para aclarar los detalles. ¡No era posible despertar a quien vive como sonámbula sin peligro de causarle algún daño irreparable! No hubo aclaración. La película nos había impactado tanto que al salir del cine durante un buen rato, paseamos por las calles ya desiertas sin decir una palabra. Ella rompió el silencio con un comentario que echó más fuego sobre mi conciencia: —¿Por qué tienen que pagar tan alto precio los genios solo por ser famosos? ¿Tendremos que pagar también nosotros tan alto precio? ¡No, claro que no; nosotros no cometeremos su error ni llevaremos dobles vidas que puedan causar escándalo! Seremos una pareja de escritores perfecta sin dar motivos para que no suceda lo que al desgraciado Oscar Wilde, ¿verdad? ¿Qué podía responder? En aquel momento no tuve el valor necesario para decirle la verdad y deshacer el engaño de una vez. Por mucho que sufriera no sería comparado a lo que tuvo que sufrir después. ¡Tanto que justificase su amnesia! Alicia me indica con gesto de su brazo que quiere decirme algo. —¿Y esa es la mujer que se sentará esta noche a su lado, en la misma mesa? Desde luego que si recobrase la memoria tendría motivos para odiarle. Pero siga, perdone mi interrupción! —Los días que siguieron a la firma del contrato fueron tan intensos que no tuve oportunidad de pensar en ella. Mi agente me invitaba a su apartamento, y, después de una ligera cena, nos sentábamos en los sillones de su despacho y discutíamos sobre el argumento de mi próxima novela. Desde luego que sería una historia de amor con final feliz. Una vez en mi apartamento yo escribía un capítulo o dos que le mostraba la noche siguiente. Ella hacía las correcciones y me sugería los cambios que creía eran necesarios. Tengo que confesar que llegamos a estar bien coordinados, porque a mí sus argumentos e ideas no me desagradaban y me resultaba fácil interpretarlas y escribirlas. Como dijo Noemí en su primer mensaje: Solo cambie de musa, y anulé cualquier noble motivación. Durante los primeros días su comportamiento fue estrictamente profesional, pero a medida que pasaban los día se fue haciendo más familiar e íntima, y se cambiaba de ropa para vestir una cómoda bata de noche, que dejaba sus atractivas piernas práticamente al descubierto. Tenía un plan para seducirme, pero no lo llevaría a cabo hasta que yo no finalizara la novela. ¡Ese sería el premio! Mis relaciones con la otra mujer que se había enredado en este drama, seguían siendo superficiales, como son las relaciones de quienes ocultan sus verdaderos sentimientos. Algunas veces se atrevía a preguntarme la causa de mi apatía, que tanto la hacía sufrir, y ella misma llegó a la conclusión de que la causa podría estar en una falta de relaciones más sensuales. Aunque no estaba en sus planes, se propuso seducirme y consentiría en que hiciéramos el amor. Nuestra relación había sido desde un principio una afinidad artística y no estábamos seguros de nuestra atracción física. En esos momentos me atraía infinitamente mas la belleza madura y la esperimentada sensualidad de mi agente que la de aquella poetisa, que no había despertado de su sueño de gloria y fantasías. Con la escusa de invitarme a cenar, preparó el ambiente necesario para mi seducción. Aquella noche gestamos a Noemí, pero ninguno de los dos quedó satisfecho de aquella relación. No; no nos habíamos unido para el amor carnal, ¡solo para el espiritual! No puedo continuar este relato, porque hoy, veinte años después, siento todavía la vergüenza de aquel precipitado placer, de aquellas relaciones frustradas que estaban más cercanas de la prostitución que del amor. —Discúlpame Alicia, pero creo que ya es hora de ir a nuestra cita con mi hija.. —¡Y con su madre! —Sí, y con su madre. Esta será la última vuelta de tuerca del destino. ¡No quiero pensar en nada más! Alicia está visiblemente abatida, lo noto en su mirada triste y ausente, tan distinta de la del principio de este relato. Se levanta apesadumbrada, como si le pesaran las piernas, y me ayuda a vestirme. Salgo de mi refugio privado como si me moviera una fuerza sobrenatural, contra la que de nada sirve mi propia voluntad. Ya es de noche, los días son cortos en octubre. Me sienta bien la brisa fresca del crepúsculo vespertino. Todavía queda una pálida franja de rojo en el horizonte. Hemos llamado un taxi que nos recogerá en la puerta, pero le pido al conductor que nos deje dos manzanas antes de la casa de mi hija. Alicia aprueba la idea. Quiero terminar mi relato ante de enfrentarme a esta difícil prueba. —Dos semanas después yo ponía punto y final a mi segunda novela, aunque tendría que reescribir varios capítulos que no eran del agrado de mi exigente agente. Pero ese era el día elegido por ella para seducirme, y preparó todo para que no tuviera escapatoria. Pero ese mismo día había quedado con la otra desgraciada mujer para volver a ver la película sobre Oscar Wilde, porque la vez anterior nos habíamos perdido buena parte del comienzo. La idea surgió de ella y no me pude negar. Pero no era solo el interés por la película por lo que deseaban verme, sino porque al parecer tenía una importante noticia que darme, pero no quiso avanzarme de qué se trataba. Deseaba que estuviera presente cuando me la diera. Supuse que debía tratarse de algo relacionado con sus poesías, tal vez había ganado un premio, o había encontrado un importante editor que se las publicase. Yo acudí a mi cita diaria con mi agente, con la intención de dejarle el manuscrito para que lo leyera y me anotara las correcciones, pero para mi sorpresa, me encontré con una mesa preparada con sumo esmero y detalles para dos personas, iluminada pálidamente por dos artísticas velas, Sobre una mesita auxiliar había una botella de champan puesta a enfriar, y en el centro de la mesa una bandeja de plata con canapés de caviar, salmón y otras delicatessen por el estilo. Pero lo que más me impresionó, y por supuesto me excitó, fue la forma que se había vestido para esa ocasión. Llevaba puesta una blusa de seda del mismo color de la piel abierta prácticamente hasta la cintura, donde se entreveían parte de sus senos, todavía firmes y una falda negra, ceñida y que le cubría por encima de sus rodillas. El conjunto era de una extrema elegancia, pero sobre todo ¡de un irresistible atractivo! No sé si conoces bien a los hombres, Alicia, pero no hay voluntad capaz de vencer una tentación como aquella. Por esta misma causa se condenó la humanidad; es el eterno pecado que ha cometido el hombre desde sus inicios: ¡la irresistible atracción de Eva y su manzana! En aquella sala se reproducía este drama bíblico: Caviar, champán y sexo. Después ya puede llevarnos la parca a sus tinieblas. Tenía que elegir entre las dos mujeres: una me ofrecía fama. La otra afecto espiritual, amistad sincera y, por supuesto, lealtad. —¿A quién hubieras elegido tú, Alicia? La pregunta la ha cogido desprevenida, pero la respuesta es fulminante: —¡A la segunda, por supuesto! —¡Yo no quería elegir; deseaba que las cosas siguieran como estaban, podía seguir teniendo ambas relaciones y no hacer daño a ninguna, pero mi agente me obligó a elegir. Finalmente quien decidió fue el champán y su irresistible atractivo sexual. Para festejar mi traición, comenzamos la velada en un cabaret donde escenificaban escenas sexuales de un indecente mal gusto, pero era parte de su plan. En la entrada del cine, iluminada solo por las luces parpadeantes de los letreros de neón, con los brazos cruzados, y sin dejar de mirar angustiada a un lado y otro de la calle, esperó inútilmente a quien ahora sé que deseaba comunicarme ¡que iba a ser padre! ¡Afortunadamente perdió la memoria! 25. El reentro Nos aproximamos a la casa del Noemí. Yo he concluido mi doloroso relato, y nos entregamos en silencio a nuestros propios pensamientos. Alicia debe preguntarse si no se habrá cegado por mi popularidad, porque no merezco su afecto; y yo me pregunto si podré mirar de frente a la mujer que espera la visita de un perfecto extraño. Los últimos acontecimientos sobrepasan mi capacidad de asimilación, y ahora me tengo que enfrentar a una nueva prueba descomunal. A unos pasos de distancia voy a encontrarme con la mujer a quien he robado los mejores años de su vida. Puede que me reconozca, en cuyo caso no sé cómo podré justificarme, y si no me reconoce, tampoco podré justificarme. Todos estos años solo me han servido para comprender que la ambición sin una causa noble no da frutos nobles, sino envenenados, con el veneno de tu propio espíritu igualmente envenenado. Pero hay algo que me inquieta y me asombra: ¿Realmente ha transcurrido todo ese tiempo? ¿No estamos siempre en el mismo instante? ¿Cuánto camino recorre el barquero en su barca? ¡Ninguno! Y, sin embargo, la barca sí recorre un espacio y consume un tiempo, arrastrada por la corriente. Yo también he sido arrastrado por la corriente, pero sigo en la misma barca; el mismo instante de siempre, y que probablemente sea eterno. La mujer que debe estar en el apartamento de Noemí es la misma que abandoné en la puerta de un cine de barrio, pero sigue, como yo, viviendo el mi mismo instante, ¡por nosotros no ha pasado el tiempo, nosotros hemos pasado sobre el tiempo, como el barquero sobre la corriente del río! Pero no es el cuerpo el que viaja dentro de la barca, sino el alma, a la que no afecta el tiempo. Ella tendrá la misma alma que tenía el día en que perdió la memoria, y es esa alma la que no ha envejecido y a buen seguro me reconocerá. Ahora se vuelven a encontrar y se preguntarán: ¿qué hemos hecho de nuestras vidas que tuvieran que separarse? Solo yo tengo la respuesta: No haberla escuchado ni seguido sus deseos. Estamos ante la puerta de su apartamento. Alicia me dirige una suplicante mirada. —¡Ha llegado su gran momento! Ahora tendrá la única oportunidad de salvar o condenar su alma! Llama y se escuchan unos pasos ágiles que deben ser los de mi hija Noemí. Pero no nos abre Noemí, ¡sino ella! Alicia no ha podido evitar un expresivo gesto de sorpresa y yo siento como si me precipitara por un abismo del tiempo y recorriese los veinte años pasado para caer en el mismo sitio donde me encontraba la noche de mi traición: ¡por ella no ha pasado el tiempo! ¡No hay en su rostro, todavía terso y joven, ningún rastro de sufrimiento. Su figura es la misma. Sus cabellos siguen rizados, pero algo más descoloridos, y lo que más me impresiona es su mirada serena y tierna, pero como perdida en la nada. No sé qué decir, pero estoy angustiado por su posible reacción. ¿Me habrá reconocido? Escucho unos pasos rápidos, es Noemí que viene a recibirnos. Pero se ha quedado como paralizada y contempla con ansiedad la escena. Por fin estamos su madre y yo frente a frente y ninguno de los dos es capaz de romper la tensión del momento. Noemí observa a su madre, pero no se produce ninguna reacción que pueda dale a entender que me ha reconocido. Ella permanece sujetando el pomo de la puerta, y parece relajada, está esperando que venga su hija. —¿Son tus invitados, Noemí? Noemí intenta disimular su desolación, ¡no me ha reconocido! —Si, mamá, son nuestros invitados. Cambia una desconsolada mirada conmigo. Alicia también siente la tensión del momento, y me mira interrogadora. La madre de Noemí nos ruega que entremos, nos deja libre la entrada y cierra la puerta detrás de Alicia. Nos sigue hasta un pequeño salón, donde ya está preparada una mesa para cuatro comensales. Nos quitamos los abrigos y Noemí los cuelga de un perchero. Su madre permanece callada frotándose las manos, no sabe qué hacer con ellas. Nos dirige fugaces miradas y sonríe levemente. Hay en su expresión extrañeza, es evidente que nos considera extraños, y no sabe cuál debe ser su comportamiento. Creo que está esperando a que su hija se los presente. Noemí esperaba algún gesto en la expresión de su madre que mostrase algún indicio de que me recordaba, pero es evidente que no ha sido así. Parece resignada y nos presenta a su indecisa madre. —Mamá, estos son mis amigos de los que te he hablado. Los dos son escritores, como nosotras. La madre parece acoger nuestra profesión con agrado, porque nos ha dedicado una amplia sonrisa con un gesto de admiración. Noemí intenta sin demasiadas esperanzas, provocar la memoria de su madre. —¡Él es un escritor muy famoso, seguro habrás visto su fotografía en algún periódico o en las revistas de literatura! Pero la madre lo niega rotundamente con un gesto de cabeza. Nos coge a todos de improviso una pregunta de su madre dirigida a mí: —Y qué escribe usted, ¿novelas o poesía...? Yo escribo poesías..., sí, he escrito muchas poesías... Pierde su mirada en un indeterminado punto de la habitación. Yo trato de no mostrar mi deplorable estado de ánimo y le respondo forzando una amistosa sonrisa: —Escribo Novelas, historias de gente corriente. Nada especial... pero conocí a una poetisa admirable, que por desgracia para sus muchos admiradores, ¡nunca las publicó! Ella me devuelve la sonrisa, pero no hace ningún comentario. Tengo la sensación de que algo está perturbando su mente, porque la sonrisa se ha quedado congelada en sus labios. Parece ausentarse y trasladarse algún otro lugar. Tal vez al campus de nuestra universidad. Es una mujer desvalida y vulnerable, la misma de hace veinte años, pero el tiempo y la amnesia la han tornado extremadamente sensible y emotiva. Me encantaría leer sus poesías. Me atrevo a sugerirlo: —¿Por qué no nos lee alguna? Ella se ha sobresaltado por mi inesperada sugerencia y parece avergonzarse. —¡Oh, no, no; las escribo para mí... Son muy personales... No les gustarían! Noemí escucha a su madre y parece desolada —Mamá, estos son mis amigos. Puedes confiar en ellos. ¡Vamos, anímate y léenos algunos de tus poemas! Todavía falta algo de tiempo para que esté la cena lista. Noemí quiere intentarlo todo. Posiblemente no habrá otra oportunidad. Su madre parece aturdida. Nos mira como si con ello quisiera comprobar nuestra disposición a escuchar sus poemas. Una vez más parece sumirse en lugares lejanos. Noemí vuelve a intentarlo y sugiere a su madre que lea los primeros que escribió, pero que ella no recuerda cuándo y dónde los escribió. No hay duda de que está padeciendo una gran presión. Siento lástima por ella, pero sobre todo me siento todavía más miserable. Esta pobre mujer asustada, que escribe poemas románticos dedicados a un amante que no consigue recordar y que lo tiene delante de ella, no merece este sufrimiento. Parece estar dudando. Todos estamos pendientes de su decisión. Ella vuelve a mirarnos como si tratara de leer nuestros pensamientos. Alicia ha estado en silencio, debe darse cuenta de que ahora tiene una verdadera rival. Tiene motivos justificados, ahora que la he vuelto a ver, retornan a mi mente con infinita nostalgia aquellos días felices, puros y generosos, y empiezo a creer que si el destino lo tiene previsto, podrían volver, aunque sea por poco tiempo. Neomí ha conseguido vencer los temores de su madre y accede a leernos algunos de sus poemas. Nos acomodamos los tres en un pequeño sofá mientras ella revuelve nerviosa varios cuadernos que guarda en una bolsa de viaje, y parece que no sabe por cuál decidirse. Por fin se decide por uno con las tapas de color rosa, donde hay una leyenda que no puedo leer. Se sienta en una de las sillas del comedor, hojea varias páginas y, por fin, parece decidirse por uno. Tiene el mismo tono de voz, la misma pausada cadencia y entonación. Era una grata experiencia escucharla recitar, ¡y veo que sigue igual! SI TU FUERAS... Si tu corazón fuera espuma, yo sería océano; Si tu alma fuera cielo, yo sería nube; Si tu mirada fuera lluvia, yo sería campo; Si tus manos fueran agua, yo sería sed. ¡Por el amor de Dios, otra vez ese verso! ¿Por qué juega el destino al gato y el ratón? ¿Por qué ha elegido precisamente este poema? Creo que ella ha notado mi turbación. Me dirige una extraña mirada que podría ser de interrogación, tal vez esté empezando a recordar! Noemí ha cambiado una mirada de asombro conmigo, parece que se está haciendo la misma pregunta. Alicia no ha reaccionado, pero sospecho lo que debe estar pensando: ¡Su estigma le persigue! La madre de Noemí ha salido de su momentáneo impase y prosigue la lectura. Cuando lo concluye tenemos la sensación de que ha hecho un gran esfuerzo. Cierra el cuaderno, lo deja sobre la mesa y se deja caer relajada sobre la silla. No quiere leer más poemas. Algo está perturbando nuevamente su mente. Ahora puedo leer la leyenda del cuaderno: «Poemas de amor y olvido. Primavera de 1997». Pero no hay ninguna indicación del lugar ni nombre de su autora. La felicito efusivamente, ella me lo agradece con una bondadosa sonrisa, pero la noto ausente, turbada. Noemí está preocupada por el abatimiento de su madre. Debe pensar que no debemos presionarla. Despertar su memoria bruscamente puede causarle un nuevo trauma. No insiste. La cena ya está lista. Alicia acompaña a Noemí a la cocina para ayudarla a servir la mesa. Ha cocinado mi hija y me ha sorprendido, no sabía que era tan buena cocinera. Su madre se ha relajado; está más tranquila y intercambiamos comentarios sobre lo húmedo que está resultando este otoño y lo que ha visto durante su estancia en la ciudad. —¿Le gustó la ópera «Madame Butterfly»? —¡Oh, sí; mucho! —¿No la encuentra un poco triste? —Sí, usted lleva razón, es un poco triste... Tengo la impresión de que está hablando conmigo, pero sus pensamientos están en otra parte. ¡Daría cualquier cosa por saber dónde! Noemí interviene en la conversación. —¡Tengo una idea —se dirige a mí—, ¿por qué no acompaña a mi madre a visitar algún museo? Yo no puedo faltar a clase, pero usted tal vez tenga tiempo. Sé que tenía deseos de ver la última exposición del Museo Nacional. Su madre intenta protestar. A mí me parece una buena idea. —¡Estaré encantado de acompañarla. Yo también tenía deseos de verla! Alicia permanece en un dramático silencio. Todo se está confabulando contra ella. Ha notado que yo empiezo estar vivamente interesado por la madre de Noemí, y hasta creo que sospecha que pueda sentir algo más que compasión. Lo cierto es que siento una gran añoranza de los tiempos en que éramos dos enamorados de la literatura, pero también dos buenos amigos, y la amistad es menos apasionada que el amor, pero más leal y generosa. Por otro lado, me gustaría pagarle con mi afecto su sufrimiento. Pero no puedo hacer nada por ella si no recobra la memoria y recuerda quien soy. Creo que Noemí es de la misma opinión. La cena ha sido deliciosa. Felicito a mi hija, que se siente muy halagada. Pero mis dolores amenazan con volver y me gustaría estar de vuelta a mi apartamento antes de que esto ocurra. Noemí nos trae los abrigos y noto en la mirada de su madre que siente nuestra marcha, creo que le he caído bien y ha superado sus recelos iniciales, posiblemente me recuerde vagamente. Quedamos en que la recogería aquí el día siguiente y pasaríamos la mañana visitando la exposición. Después iríamos a almorzar a un restaurante italiano, pues Noemi me ha puesto al día de los gustos gastronómicos de su madre, y adora la pasta italiana. ¡Sí, ya lo recuerdo! 26. La memoria He pasado una noche con intensos dolores. Puede que todas estas emociones perjudiquen mi salud. A los dolores se ha unido la incertidumbre sobre la madre de Noemí. Es muy probable que de no haber mediado nuestro pasado me hubiese sentido atraído por ella; por su bondad y sensibilidad, tan poco frecuente en el ambiente en que he vivido estos últimos veinte años. La he encontrado todavía atractiva, pero no es una atracción exclusivamente física, tal vez no pueda explicarlo a pesar de ser escritor, pero es una atracción física que emana del espíritu; una atracción física propia de seres humanos y no de animales. Es el gozo del placer cuando está atemperado por la sensibilidad y no solo por la sexualidad. Es como si el alma te diera su bendición para gozar de los placeres de la carne sin inconsciencia y bestialidad. No es sexo, es senso, si puedo decirlo así. Tal vez por eso tuvimos aquella frustrada relación, porque ella intentó imitar un comportamiento que no estaba en su personalidad, y yo por entonces tampoco lo hubiera sabido interpretar. No me siento bien, estoy decaído y me duele todo el cuerpo, pero tengo que sobreponerme y cumplir con la promesa que hice a la madre de Noemí. ¡Una nueva ausencia sería intolerable! El tiempo nos acompaña. Ha amanecido un día soleado, casi veraniego. La ducha me ha despejado y me siento algo mejor. La perspectiva de pasar una mañana con alguien que te ha amado pero es incapaz de reconocerte me llena de incertidumbre. Puede que no esté a la altura de las circunstancias y no sepa cómo comportarme. Después de todo somos dos enfermos, y los enfermos se entienden entre sí. Un taxi me lleva a la casa de Noemí, le pido que espere, porque nos llevará al Museo Nacional. La madre de Noemí me estaba esperando vestida para salir desde hacía mucho tiempo. Cuando me abre la puerta noto entusiasmo en su expresión. La saludo con un amistoso beso en la mejilla y no puedo evitar hacer un elogio de su buen aspecto, que ella parece agradecer. Sospecho que le he caído bien y se siente segura conmigo. ¿Qué ocurriría si supiera quién soy en realidad? No lo sé, pero tarde o temprano tiene que saberlo. Me cuesta aceptar lo que está sucediendo. Paso la mañana al lado de una mujer que he añorado durante muchos años, y ahora que está junto a mí me siento incapaz de manifestarle abiertamente mi afecto, y sigo padeciendo de los mismos remordimientos que con las anteriores, pero agravado por el constante temor de que recobre la memoria y se dé cuenta que esta junto al hombre que más daño le ha causado. Me gustaría que terminara esta pesadilla; que me reconociera y me condenase o perdonase. Si en muchas ocasiones me he preguntado qué hubiera sido de mí si no la hubiera abandonado, ahora no necesito imaginarlo. Visitaríamos la última exposición del Museo Nacional, pero iríamos cogidos de la mano, y hablaríamos de la marcha de las ventas de mi última novela, que a buen seguro no alcanzarías ni el décimo puesto de los más vendidos, pero a cambio contaría con un buen número de lectores cultos y fieles, con los que intercambiaría pensamientos, inquietudes, ideas y comentarios sobre mis novelas, el mensaje de los personajes, sobre literatura y arte en general. A muchos los conocería personalmente y podría considerarlos mis amigos, además de fieles lectores. Pero no me adularían, aunque sintieran admiración por mis novelas. No sería un ídolo de jovencitas cegadas por mi popularidad y el atractivo de un cuarentón con experiencia y que me consideran sexy, ya que tendría una compañera que todos conocerían y sabrían que siempre le había sido fiel, como dijo ella misma a la salida del cine de tan amargo recuerdo y que me resuenan en los oídos como si las hubiera pronunciado ayer: «Nosotros no cometeremos errores ni llevaremos dobles vidas que puedan causar escándalo! Seremos una pareja de escritores perfecta, sin dar motivos para que no suceda lo que al desgraciado Oscar Wilde, ¿verdad?». ¡Cómo desearía que hubiera sido así! Pero también hablaríamos del éxito de su último libro de poesías, porque sería mucho más popular y admirada que yo. Sus libros sí estarían en la cabeza de los más vendidos y valorados. Y no serían poemas dirigidos a un amante fantasma, sino a todo ese espectro multicolor que se puede expresar con la poesía. Este es el sueño que yo he malogrado y que ni siquiera puedo convertirlo en una novela ejemplar, escrita con el corazón y no con la cabeza, sin estudiar los gustos y tendencias del mercado, el número de lectores potenciales y las posibles regalías, ni malgastar el tiempo en eternas sesiones fotográficas para publicar la imagen más comercial, o mendigar una entrevista en el programa de mayor difusión a cambio de promocionar a un patrocinador al que no interesa lo que opinas sobre literatura, para que las futuras generaciones recibieran ese mensaje de amistad, fidelidad y generosidad de las gentes de generaciones ya desaparecidas. Esa hubiera sido posiblemente mi vida con ella. Durante el recorrido del taxi hasta el Museo, ella observa extrañada lo que ve como si nunca hubiera estado aquí. Cuando algo le llama especialmente la atención, cambia una mirada de asombro conmigo, yo le respondo con una sonrisa en señal de aprobación. En el museo ella parece entusiasmada con las pinturas que exponen. No hay duda que es una artista. Me comenta las que llaman más su atención. He adquirido para ella como recuerdo de esta visita un libro ilustrado sobre el pintor de la exposición, que me agradece con un discreto beso en la mejilla. Sin lugar a dudas es la misma encantadora mujer de hace veinte años. Sería una mañana memorable si yo no padeciera esté constante dolor. Intento que ella no note mi padecimiento, porque aunque sea breve, hoy es probablemente uno de los días más felices de los últimos años. Lo que nos hace más humanos es nuestra capacidad para conseguir el afecto y los amigos que solo nos conocen. Una amistad sin afecto es como una fotografía en blanco y negro: le falta color. La visita al Museo me está resultando agotadora, pero ella parece inmune al cansancio. Le sugiero que hagamos un descanso y tomemos algo en la cafetería del museo. Le parece buena idea. La cafetería me trae el lejano recuerdo de la de nuestra universidad. Veinte años después ella está otra vez en la fila delante de mí ¡y también lleva un libro en una mano! Por si no fuese suficiente esta coincidencia, ¡también tienen porciones de tarta de nata y fresas! Ella las ha visto y parece dudar si pone una porción en su bandeja. Hace el gesto con la intención de tomar una porción pero se retrae. Creo que la visión de esa tarta ha despertado posiblemente alguna zona de su inconsciencia. No puedo ver la expresión de su rostro, pero es incapaz de seguir adelante solo con una taza de café. Tengo la impresión de que algo vuelve a perturbar su mente. Hay varias personas detrás de nosotros que se están impacientando, porque ella se ha quedado como paralizada delante de la bandeja de las tartas. En un extraño gesto, que me parece más impulsivo que voluntario, toma por fin una de las porciones. Estoy empezando a inquietarme, presiento que veinte años de amnesia pueden tener aquí un trágico final. Pero no me importa, y doy un paso más hacia ese abismo, ¡me ofrezco a sujetarle el libro para que pueda coger la bandeja con las dos manos! Se vuelve bruscamente hacia mí y tengo la alarmante sensación de que su mirada me resulta remotamente familiar, ¡la misma que recuerdo cuando se volvió hacia mí en la cafetería de la facultad. Puede que ella también esté empezando a recordar aquella escena porque ¡vuelve a rechazar mi ayuda! No sé si afortunadamente o desgraciadamente, pero no se ha repetido el accidentado suceso que nos unió, y conseguimos llegar a una mesa sin accidentes! Ella ha debido notar mi turbación mezclada con mis dolores, porque su mirada muestra cierta inquietud, parece como si estuviese mirando a un extraño, que no es el mismo al que diez minutos antes había besado para agradecerle el inesperado regalo. El café y su porción de tarta están sobre la mesa, y por alguna razón permanecen intactos. Es como si fueran testigos de algún importante suceso y eran necesarios presentarlos como pruebas condenatorias a un jurado imaginario pero exigente. No puedo mirarla a los ojos sin sentirme descubierto, perdido en una profunda sensación de culpa para la que no hay redención. Si pudiera leer su mente seguro que mi imagen aparece desdibujada en una densa niebla, pero se encamina con rapidez a zonas más despejadas, donde terminará por ser perfectamente visible. Yo también estoy teniendo la sensación de que esta mujer se está transfigurando, y en poco tiempo puede emerger de la bruma y podrá, ¡por fin, conocer la identidad de su traidor! En medio de este estado de angustiosa transformación, escucho el ruido familiar de tazas y platos rodar por el suelo ¡Una mujer de avanzada edad ha perdido el equilibrio, y se le ha caído la bandeja! ¡Otra vez el destino entrometiéndose en nuestras atormentadas vidas! La mujer que está sentada frente a mí tiene ahora el rostro crispado, los ojos desorbitados, la mirada acusadora fija en la mía, que me siento incapaz de sostener. Se ha levantado tan bruscamente que ha provocado la caída de nuestras tazas de café y las porciones de tarta acusadores. Casi me grita: —¡Tú; eres tú! SEGUNDA PARTE: EL REENCUENTRO «El que perdona el pecado, busca afecto; el que lo divulga, aleja al amigo.» (Proverbios 17:9) 27. El rechazo La madre de Noemí se ha desvanecido en la cafetería. No sé hasta dónde ha recobrado la memoria, pero es evidente que me ha reconocido. Un guarda de seguridad del museo ha localizado a un médico entre los visitantes, que está intentando reanimarla. Me ha preguntado por la causa del desvanecimiento. Le he dicho que ha sufrido un shock. El médico quiere saber qué le causó el shock. Le respondo que la causa ha sido la fuerte impresión de reconocer a una persona que había olvidado durante los últimos veinte años. —Esa no es causa para un desvanecimiento. —Ella no deseaba reconocerle. Parece recuperarse. Entreabre los ojos, me contempla unos instantes y vuelve a cerrarlos. —¡Quiero volver a la casa de mi hija; llamen a mi hija y que venga a buscarme...! Le pide al médico que la atiende. —Le puede llevar el caballero que la acompaña. —¡No, no; llamen a mi hija! El médico me mira extrañado. —Es a mí a quien no quería reconocer. Es una larga historia; no sabría cómo explicársela. El guarda del museo sugiere que busquemos un taxi y que indiquemos al taxista dónde debe llevarla. Ella asiente con un débil gesto de cabeza. Alguien de los que contemplan la escena me ha reconocido, y corre la voz entre los demás que contemplan la escena. Noto en sus miradas un velado reproche. Creo que saben por lo que publican las revistas del corazón que mis relaciones con las mujeres son tortuosas, y que ella puede ser otra de mis víctimas. Nada causa más placer a los admiradores que descubrir las debilidades de sus ídolos, porque en el fondo los odian. Su admiración les esclaviza y este descubrimiento es una liberación. Pasan unos minutos angustiosos, pero por fin aparece un joven que debe ser el taxista, porque le acompaña el guarda. Le indico dónde deben llevarla. El joven taxista y el médico la acompañan, y salen de la cafetería. Yo me encuentro terriblemente solo, rodeado de gente que probablemente me odien por mi supuesta mala conducta con la víctima. Es posible que alguien haya podido tomar alguna foto con su móvil y mañana en toda la prensa amarilla y en las redes se publicará la foto, y algún periodista sin principios ni ética, aprovechará el incidente para escalar puestos recurriendo al libelo. Se inventará una historia asegurando que yo maltrato a mis compañeras, que deleitará a los lectores. Sabe perfectamente que yo no le demandaré, porque con toda seguridad será un pobre diablo al que no le llegará su mísero sueldo a fin del mes, y solo podría pagar los daños y perjuicios a costa de los contribuyentes, dándole cobijo y alimento en alguna de nuestras abarrotadas prisiones. Pero mi imagen se deteriorará, y en estos críticos momentos es lo que más deseo conservar. No doy oportunidad a los que han contemplado la escena de darles explicaciones y salgo precipitadamente del museo. Es urgente que llame a Noemí para que esté informada de la recuperación de la memoria de su madre y el dramático desenlace, que desgraciadamente ya me temía. Su móvil está desconectado, debe estar en una clase. Llamo a la secretaría de la Universidad y les ruego que le envíen mi mensaje, y que vaya a su casa urgentemente. No sé qué más puedo hacer. Después de hacer estas llamadas, me detengo a pensar sobre lo que ha sucedido. Y no necesito hacer grandes alardes de inteligencia para comprender que mi vida carece ya de sentido. Ni siquiera me sirve de agarradero de esta vida el tener una hija, porque no he sido, no soy ni podría ser, el padre que cualquier hija necesita. Conocerla ha sido un error. Hubiera sido mejor que no nos hubiéramos conocido. Cuando yo no existía, todo su afecto era para su madre y yo no tenía a nadie que juzgase mi conducta. Ahora yo me he entrometido y se siente obligada a repartirlo conmigo, y yo me siento obligado a rendir cuentas de mi conducta. Es mejor que yo me aparte cuanto antes de su camino, como si hubiera sido un espejismo, y que emplee sus nobles sentimientos en quién los merezca. Estoy paseando sin rumbo fijo por una avenida muy concurrida, pero dudo de que se percaten de mi presencia, porque ya me siento flotando en un lugar impreciso, antesala de mi viaje final, que ya no tardaré mucho en emprender. ¡Tal vez antes de lo previsto! ¡Alicia; sí, Alicia me ayudará! ¡Puedo confiar en ella; hará lo que le pida! Desconozco el sentimiento del amor y hasta donde podemos sacrificarnos por el ser amado, pero ella debe saberlo porque no hay sacrificio más sublime que amar sin ser correspondido. Y ella lo ha soportado con infinita generosidad. Alguien tiene que darme el empujón para que me encamine a un lugar donde pueda encontrar la paz. Me sobresalta la alarma de mi móvil. ¡Es Alicia! ¡Es como si mis anteriores pensamientos hubieran sido un conjuro para invocarla y hubiera escuchado mis deseos de morir antes de lo previsto. Ha sabido por Noemí que su madre ha recuperado la memoria y quiere saber cómo ha reaccionado al recordarme. Hace solo un minuto Alicia era poco menos que mi ángel exterminador, y ahora que la escucho la vida me vuelve a reclamar su atención, y consigue alejar de mi mente estos lúgubres pensamientos. Ella es una mujer y sabe cómo piensan y sienten las mujeres, por eso sabía que me rechazaría. Me pregunta cómo me encuentro de ánimo y le respondo que como un niño perdido en unos grandes almacenes a quienes los adultos les piden que no llore porque pronto encontrarán a sus padres. Yo también lloraba antes de su llamada porque me sentía perdido y asustado. Me pregunta si quiere que venga a mi apartamento para que le cuente que ha sucedido para que la madre de Noemí recuperase la memoria. —¡Gracias a una porción de tarta de nata con fresas! —le contesto. Alicia tiene libre el camino, pero sabe que yo seguiré siendo inaccesible en tanto no tenga el perdón de la mujer que ahora ya sabe quién soy y dónde vive su enemigo. Por supuesto, le ruego que venga. 28. La depresión A pesar de la inestimable ayuda moral y espiritual de Alicia, estoy profundamente deprimido. Debe ser una de esas depresiones que conducen inevitablemente al suicidio. Si no lo he cometido todavía es por cobardía y horror al dolor físico, pero hay muchas maneras de acabar con este sufrimiento. Si la vida no se apoya en el algún aliciente, no es posible vivirla. En los seres humanos la defensa de la vida no es instintiva, sino mental; es una decisión razonada y justificada, pero presionada por la falta irreversible de alicientes. Ningún animal se suicida. Yo he consumido y malgastado todos mis alicientes, sin que el resultado haya sido el que yo hubiera deseado. Pero también debo admitir que nunca he sabido qué es lo que realmente deseaba. Noemí me ha llamado. Ya está en su apartamento. Su madre está muy afectada y quiere marcharse mañana mismo a su localidad. Ha recuperado totalmente la memoria y recuerda como si hubiera pasado ayer las causas de su amnesia con todo detalle. Noemí ha intentado hacerla ver que estoy profundamente arrepentido, pero no quiere que hablen de mí. Cree que necesitará algún tiempo para superar sus resentimiento, pero lo único que yo no tengo es tiempo. No le ha hablado de mi enfermedad para que no piense que la quiere hacer chantaje. Ella siente profundamente esta situación, por tener que dividir sus afectos entre dos padres enfrentados. Su madre no comprende por qué ella me ha perdonado, cuando yo soy la principal víctima de este drama. Noemí teme que su madre se distancie de ella porque cree que no se ha comportado como ella esperaba. Piensa que debía haber sido más consecuente y no haberme perdonado, y pienso que tal vez su madre lleve razón. Alicia acaba de llegar. Desde el día que nos conocimos no ha pasado un solo día en que no se haya preocupado por mí y yo sigo obstinado en ignorarla. ¿Por qué insiste en mantener su lealtad a un hombre condenado y desahuciado que solo puede inspirar compasión y lástima? La respuesta debe estar en esos recovecos del alma de las mujeres que no he conseguido entender. 29. El plan de Alicia (Narradora: Alicia) Hoy lo he encontrado en un estado deplorable. Sé que esperaba que la madre de Noemí le hubiera dado la oportunidad de expresarle su arrepentimiento y sus propios sufrimientos y remordimientos en veinte años de soledad. Si ella ha vivido esos veinte años en la oscuridad, él hubiera preferido haber perdido también la memoria. Las mujeres estamos condenadas a perdonar las infidelidades de los hombres, porque han creado un mundo donde no es posible evitar este pecado. Si fuera el mundo de las mujeres, no sería posible la infidelidad porque tampoco existiría la propiedad. Los hombres serían tan compartidos como los alimentos o el trabajo. Nadie sería propiedad de nadie. Este hombre es una víctima de ese mundo, donde no hay otro aliciente que la competencia y el irrisorio placer de los vencedores. Él es también un vencedor desgraciado en un mundo hecho a su imagen y semejanza. Nosotras no podemos cambiar un mundo que tiene un Dios masculino. Pero las mujeres tampoco tendríamos dioses, solo energías, positivas o negativas. La energía ha creado el mundo, todos somos energías. Sé que en su desesperación estará pensando en el suicidio, pero es un hombre débil, y para suicidarse es necesario tener coraje. Los hombres se sienten fuertes si disponen de armas terribles, nosotras no necesitamos esas diabólicas armas ¡pero si nos lo propusiéramos, podríamos provocar la destrucción del mundo en el mismo tiempo que tardó Dios en crearlo! El mismo Dios tuvo que ser engendrado por una mujer. Me gustaría hacerle entender que él no es culpable y que sus remordimientos no tienen fundamento. Si hay que buscar una culpable es la madre de Noemí, porque su fantasía y su ignorancia de la naturaleza humana y de la realidad en la que vive provocaron la infidelidad de este hombre. Los pecados más graves no los cometen los inteligentes, sino los ignorantes, pero no se sienten culpables porque su ignorancia les sirve de atenuante. Su agente literario vivía en el mundo real, era una cuestión de competencia y ella tenía la mejor oferta, por eso fue la ganadora y consiguió el producto. Sería necesario revisar completamente nuestra moralidad y adaptarla también a las leyes de la oferta y la demanda. Si amo a este hombre es porque, además de la atracción física, durante veinte años ha sido consecuente y ha escrito lo que el mercado requería, pero su soledad justifica su rechazo. Solo cuando le amenazó la muerte decidió poner fin a esta inmoralidad, y decir en público lo que realmente sentía y pensaba. ¡Para mí es un héroe! Se pregunta por qué la madre de Noemí no quiere escucharle y le sugiero una idea que podría ayudarle: —¿Por qué no escribes una nueva novela con la historia de tus relaciones con ella y cómo has vivido en estos últimos veinte años. Ella no deseará verte, pero puede que leyese la novela. Creo que esta idea ya le rondaba por la cabeza desde hace algún tiempo, pero no se siente con suficientes fuerzas como para hacer algo así —¡Ya es demasiado tarde, Alicia, temo que mi enfermedad se agrava y ni siquiera podré contar con esos seis meses de tregua. Presiento que yo no viviré para ver florecer la próxima primavera y que no me libraré ya del frío invierno de la muerte! Es inútil que le dé ánimos, el sabe mejor que nadie cuándo le sobrevendrá la muerte, porque debe ser el acontecimiento más presentido. Sí, es posible que no vea florecer la próxima primavera y que para él sea demasiado tarde, pero no para mí: ¡Yo escribiré en su nombre esa novela! 30. La primera novela He tenido que ayudarle para que se cambie de ropa y se ponga cómodo. Tal vez haya llegado el momento de tutearle. Creo que ya solo me tiene a mí. Su hija Noemí solo sentirá piedad y compasión por él, pero permanecerá unida a su madre. Ahora es joven e idealista, y cree amar a todo el mundo, pero pronto será más selectiva, y será más exigente al prodigar sus afectos. Este ya es un padre muerto, del que solo quedará el recuerdo, pero la madre seguirá viva y reclamará exigente su afecto maternal, más como una obligación familiar que como un sincero sentimiento moral. Ahora mi pobre amigo es un perdedor, ya que con la muerte lo pierde todo. Necesito que me cuente lo que ha sido su vida en estos veinte años de remordimientos infundados. —Te prepararé algo de comer y después puedes descansar. Mientras duermes yo terminaré de leer tu primera novela. Pero cuando te despiertes, si te encuentras bien, quiero que me cuentes lo que ha sido tu vida durante estos veinte años. —¡Alicia, me has tuteado! Esperaba esta observación —Sí, te he tuteado; ya no hay razón para seguir guardando las distancias. Ahora estamos más cerca el uno del otro y compartimos la misma soledad. Puede que no me ames, pero me necesitas tú a mí como yo te necesito a ti. Ahora somos compañeros de viaje. Tú te apearás antes que yo, pero mi viaje tampoco será muy largo. Yo solo puedo confiar en ti y tú solo puedes confiar en mí. Posiblemente yo sea la única que llore tu muerte. Ahora descansa y yo vuelvo a la lectura de su primer libro, que ahora leo con suma atención. El que yo escriba debe tener su mismo estilo, porque debe ser su libro. No sé si debo informarle de mi idea, es posible que se sintiera frustrado al no poder escribirlo él mismo. He leído un párrafo que me impacta: «El día es oscuro para los poetas malditos, y la noche es clara y acogedora para nosotros; la luz daña nuestros ojos acostumbrados a las tinieblas. En las tinieblas no hay caminos visibles, es necesario recorrerlos con la imaginación. Durante el día son visibles todos los senderos donde te obligan a transitar. Por eso solo en las tinieblas somos libres, mientras que en la claridad del día somos esclavos. Yo he elegido la oscuridad de la muerte, porque al otro lado de la oscuridad siempre hay claridad. Renaceré en nuevo mundo saturado de luz, donde viviré eternamente.» ¿Será verdaderamente así? ¿Cómo saberlo en vida? Mi buen amigo lo comprobará muy pronto, y yo debería acordar con el un conjuro para que traspasara nuestra dimensión y me informase. ¿Sería posible? El breve descanso le ha sentado bien. Se ha levantado con buen estado de ánimo y accede a contarme su historia. Preparo café para los dos; me siento cómodamente en el sillón y le escucho con enorme atención. —Mi agente sabía que yo había traicionado a la otra mujer, pero no se sentía culpable. Creía que ella era infinitamente más beneficiosa para mi carrera que mi compañera. Como agente daba prioridad al triunfo de sus representados por encima de sus sentimientos. En solo tres meses conseguimos situar mi novela entre las 10 más vendidos, y dos meses más tarde, alcanzamos el primer puesto. ¡Ella había cumplido su promesa! Conocía todos los resortes para promocionar la novela de un perfecto desconocido. Y en ocasiones esos resortes no se movían con mucha ética o moralidad. Nuestra relación extraprofesional no era muy satisfactoria para ambos. Yo no era un amante a la altura de sus exigencias. La verdad es que por unas razones o por otras nunca he sido un gran amante. Cuando consiguió situarme en la cúspide de la popularidad dejó de interesarse por mí. Su pasión era sacar del anonimato a jóvenes escritores y compartir sus triunfos de una forma muy personal y física. Durante los primeros seis meses no tuve el valor necesario para interesarme por la suerte que había podido correr la víctima de mi ambición, pero no pasaba un solo día sin que su recuerdo y mi traición no pesase en mi conciencia. Me había prometido a mí mismo que tan pronto como mi carrera estuviera consolidada y libre de las ataduras de mi contrato con mi agente, la buscaría y le propondría retomar nuestros viejos sueños de gloria, y volveríamos a ser la pareja de escritores que ella había imaginado. Yo tenía ya los medios para hacerlo realidad. Pero todavía me quedaba un año de compromiso con mi agente. No, esa mujer no merece el afecto de este hombre; y por supuesto que él no es culpable. Si él es culpable ¡vivir es pecado! Nada de lo fundamental que hacemos los seres humanos es justo, porque nos mueve la necesidad y no la voluntad, pero en esto consiste el vivir. Todos hemos heredado el «pecado original.» —Mi agente no esperó a que terminara nuestro contrato para buscarse un nuevo amante. Otro joven escritor, tan ignorante e inexperto como era yo. Seguramente que le propondría la misma fama y éxito que a mí, pero él no había ganado ningún concurso. Es posible que no fuera mejor escritor que yo, pero probablemente era mejor amante. Por entonces no solo había ascendido a los primeros puestos de popularidad, sino que había creado una saga que prácticamente aseguraba el éxito de mis futuras novelas. Por eso decidí que había llegado el momento de reparar el daño causado, reencontrarme con ella, tratar de que me perdonara, y recuperar el tiempo perdido, que no obstante para mí había sido muy provechoso. ¡Pero no había ni rastro de ella —permanece unos instantes en silencio, creo que se da cuenta de la desolación que le esperaba si no lograba dar con el paradero de aquella mujer—. Ella estaba escondida en una remota localidad que apenas tenía contacto con el resto del país, y nadie sabía con quién se relacionaba durante su estancia en la universidad. Ella nunca reveló el nombre de aquella localidad, que tampoco coincidía con su lugar de nacimiento. Su padre era el secretario del Ayuntamiento y había hecho ya varios traslados, hasta ocupar ese cargo en aquella pequeña localidad. Fueron inútiles todas mis pesquisas. Para colmo ella había adoptado un nombre artístico para firmar sus poesías por el que era conocida, y no por su verdadero nombre, ¡que ni yo mismo sé! —¿Entonces, es cierto que agotaste todos los intentos para dar con ella? —le pregunto, aunque ya me ha dado la respuesta. —Todos los que estaban en mis manos. Supuse que había eliminado todo rastro del lugar en que se encontraba para que no pudiera localizarla. Yo no sabía que había perdido la memoria. Todavía dejé pasar el año que quedaba en nuestro contrato, sin dejar ni un solo día de intentar algún otro medio de dar con ella, pero todos mis esfuerzos resultaron inútiles. Finalmente llegué a la conclusión de que ella no quería ser localizada, porque de lo contrario después de dos años no había ninguna razón para que no fuese ella la que intentara ponerse en contacto conmigo. Sobre todo para que conociera a Noemí ¡No la creía tan rencorosa!, y desistí de seguir buscándola. Dos años de duro trabajo, de haber alcanzado la cúspide de popularidad y contar con los medios necesarios para realizar nuestro sueño, carecían de sentido y utilidad; en otras palabras: ¡se habían malogrado! —Pero ella dice todo lo contrario: que tú no tenías intención de dar con su paradero. —¡Para ella yo debía de estar ya muerto; no era necesario esperar a que padeciera esta enfermedad! —¿Y cómo viviste los años siguientes? —Los años siguientes no viví; sobreviví! No tenía otro aliciente que esas novelas de encargo, una cada año, ¡veinte espinas clavadas en mi mente! Contaba con miles de admiradoras, pero ni una sola a quién poder confiarme. Cuando escribes novelas para gente corriente, no esperes encontrar ni una sola fuera de lo corriente. Han sido unos años tan perdidos como para ella, a pesar de tener una excelente memoria. 31. Confidencias de una madre (Narradora Noemí) Mi padre no me ha contado toda la historia de su relación con mi madre. Ahora que ha recuperado la memoria y conozco la verdadera historia por mi madre, creo que tal vez ella lleva razón y no merece mi perdón. Mi madre pudo haber evitado mi nacimiento haciéndome abortar, que posiblemente lo habría hecho si mi padre hubiera conocido mi gestación. Si me gestaron es porque ella creía amarle y no quería perderlo, pero él no supo valorar su sacrificio y la abandonó. Ella sabía que había aceptado la representación de aquella mujer viciosa y desalmada, y fue tan ingenua que creyó que podría competir con ella. ¿Qué otra cosa podía hacer para retenerlo a su lado? De nada servía que escribiera los mejores poemas y se los dedicara, porque él había dejado de interesarse por la poetisa, y por supuesto por la mujer, pero no tuvo el valor de sincerarse con ella. Mi pobre madre ha estado llorando prácticamente desde que ha llegado a mi casa. Ha sido muy doloroso encontrarse cara a cara con un hombre que había mostrado tan poco coraje al ocultarle su infidelidad. —Es fácil arrepentirse cuando se presiente la muerte... —me comenta entre sollozos—. Has tenido que ser tú quien le encontraras... Si hubiera puesto más empeño hace años que hubiera dado conmigo, pero el éxito, y seguramente que sus muchas admiradoras, le tenían muy ocupado. No puedo reprocharle su rencor, no se olvidan veinte años perdidos en unas horas solo porque padezca una enfermedad incurable. Él es la causa de que mi madre padezca también un enfermedad incurable, pero del alma. Pero me entristece profundamente esta situación. Me hubiera gustado poder encontrar una justificación para los dos, porque en el fondo creo que son dos buenas personas. Los dos tienen un alma noble, y, si se han hecho daño debe de haber una poderosa razón. Mi padre culpa a su pasión por la literatura y tal vez tenga razón. Para crear es necesario salir de este mundo y contemplarlo sin que exista una relación afectiva, de otro modo no es posible entenderlo. Supongo que para crear personajes con distintas personalidades, el autor no tiene que estar vinculado emocionalmente a ninguna de ellas. Cuando mi padre se vio inmerso en la creación de sus novelas, su relación con el mundo que le rodeaba, incluida mi madre, debió cambiar y ya no eran personas sino personajes. Su vida era una ficción y su relación con mi madre, el argumento de alguna de sus futuras novelas. Como así fue. Si pretendo seguir sus pasos y ser tan buena escritora como es él, debo evitar crearme lazos afectivos con nadie de este mundo, porque, como él mismo me dijo, y que no he podido olvidar: «Si sueñas con ser una escritora fuera de lo común, tu vida transcurrirá dentro de ese mismo sueño fuera de lo común, y nunca podrás vivir en la realidad.» Mi madre también vivía su sueño fuera de lo común, pero cometió la torpeza de enamorarse de uno de sus personajes. No puedo exponer esta reflexión a mi madre porque tal vez no podría entenderla. A pesar de haber recobrado la memoria, sigue viviendo en su mundo de ficción, y mi padre es un personaje de su imaginación que accidentalmente se ha encarnado en el cuerpo de un amante. Deberían despertar de sus respectivos sueños y contemplarse el uno al otro tal y como son. Solo así podrían saber qué sienten realmente el uno por el otro. ¿Pero cómo despertar de un sueño a quién no sabe que está soñando? Sé que es inútil, pero intento hacer ver a mi madre este otro punto de vista: —Comprendo que estés dolida, pero tal vez vuestra pasión por la literatura os jugase una mala pasada, ninguno de los dos sabíais cómo era el otro verdaderamente. El amor es ciego, y solo ve lo que imagina que ve. Puede que tú estuvieras enamorado de alguien que existía solo en tu imaginación. Mi madre ha reaccionado, y me mira confusa y con cierto recelo. Parece que no ha entendido lo que he querido decir. Intento ser más explícita: —Lo que quiero decir es que tanto tú como él os necesitabais como admiradores de vuestras respectivas obras, que era lo que realmente amábais. Cuando mi padre encontró otra admiradora, ya no te necesitaba, pero tú seguías necesitándolo. Creo que sigue sin entender mis pensamientos sobre sus relaciones. Temo que crea que lo estoy tratando de justificar. —¡Noemí, hija, no sé qué intentas decirme! Su culpa es evidente, se aprovechó de mi inocencia. Yo siempre trataba de justificar su falta de interés porque creía ciegamente en que, a pesar de todo, me seguía siendo fiel. No era la primera vez que esa mujer le hacía llegar con retraso a nuestras citas, pero aquella noche necesitaba verle y comunicarle que estaba embarazada de ti, y no sabía cómo podría reaccionar. No era probable que deseara ser padre en aquellos delicados momentos de su carrera. Era necesario que lo supiera cuanto antes, pero no creía adecuado comunicárselo por escrito o por teléfono. Deseaba ver su primera reacción para saber si te aceptaba o te rechazaba. Por eso, ya puedes imaginar mi enorme frustración y angustia, por su ausencia. A pesar de dolor, intenté creer que tendría alguna poderosa razón para no acudir a la cita, ¡seguía confiando ciegamente en su fidelidad! Su expresión ha cambiado. Parece estar sintiendo la desolación y el dolor de aquella noche. Lo noto en las arrugas de su frente y en la humedad de sus párpados, está a punto de volver a llorar. —Me sentía tan angustiada e impotente que después de esperarle inútilmente más de una hora, no regresé directamente a mi apartamento. La noche era cálida y clara por lo que apetecía pasear. Pensé que un largo y relajante paseo calmaría mi angustia y estuve vagando por las calles más concurridas, para mezclarme con la gente y distraerme de mis pensamientos. Confiaba en que al día siguiente tendríamos oportunidad de encontrarnos. Y es entonces cuando tuve la terrible impresión que causó mi amnesia. En una de estas calles, había un club nocturno de mala fama, y me entretuve en contemplar las obscenas fotografías del reclamo, cuando de un taxi descendió él, acompañado de aquella mujer, que le tomó por el brazo y entraron en el club. Los dos parecían embriagados. Aquella imagen me produjo un fuerte impacto y sentí como si mi cabeza fuera a estallar. Cuando me recuperé de aquella terrible impresión no sabía dónde me encontraba ni tenía la menor idea de cómo había llegado hasta allí... —solloza en silencio; ahora la comprendo mejor—. Tampoco sabía dónde vivía, !ni siquiera recordaba mi nombre! Cerca de aquel lugar había un pequeño parque, perteneciente a una parroquia del barrio. En la mayoría de los bancos dormitaban indigentes. Estaba aterrorizada, pero necesitaba descansar, y me dejé caer exhausta sobre el único que estaba libre. Momentos después una mujer de la policía urbana que patrullaba el barrio se extrañó de mi aspecto, que no era de un mendigo y quiso que me identificara, pero yo no pude responder a ninguna de sus preguntas, por lo que comprendieron que me encontraba en estado de shock, y me trasladaron a la comisaría del barrio... El resto ya lo conoces... ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué tengo que encontrarme ante este horrible dilema? ¡Si salvo a uno condeno al otro! ¿Dónde está la justicia? ¿Quién de los dos es verdaderamente inocente y quién es verdaderamente culpable? ¿Y por qué tiene que ser uno de ellos culpable? ¿Por qué no pueden ser los dos inocentes? Cada uno tiene sus razones para hacer lo que han hecho y yo soy incapaz de juzgarlos. ¡Supongo que solo Dios puede juzgarlos! Mi madre está haciendo su pequeña maleta de viaje, porque se dispone a tomar el primer tren de la mañana. No habrá oportunidad para la reconciliación. Es probable que no esté en la cabecera de su lecho cuando él fallezca. No quiere volver esta ciudad que tan malos recuerdos le trae. Está decidida a olvidarse de él, pero ahora voluntariamente. Quién sabe, ahora que ha recobrado la memoria y puede hacer una vida normal, tal vez conozca a otro hombre con quien rehacer su traumática vida. Y yo, ¿qué debo hacer yo? Quiero que ella misma me dé la respuesta: —Mama, comprendo que tú estés resentida y quieras olvidarte de él, pero yo, ¿qué debo hacer yo? ¡Es mi padre, y es un moribundo! ¿Debo estar en la cabecera de su cama cuando fallezca? Su respuesta me hunde más en mi incertidumbre: —Hija mía; haz lo que te dicte tu conciencia, ya eres adulta, debes decidir por ti misma... Ahora soy yo quien siente deseos de llorar. —¡Yo no quiero ser adulta! 32. La madre de Noemí (Narradora: la madre de Noemí) Todavía no ha amanecido y ya estamos dispuestas para encaminarnos a la estación. Mi tren tiene su salida dentro de una hora y la estación no está lejos, pero aprovecharemos el tiempo para desayunar en la cafetería. Mi hija no está acostumbrada a estos madrugones y todavía está soñolienta. Se ha empeñado en acompañarme a la estación, pero ahora yo puedo manejarme sola perfectamente. El taxi nos espera en la calle y en menos de veinte minutos nos deja en la estación. Contemplo con nostalgia el paisaje urbano de mi juventud y que ya no volveré a ver. Tenemos mucho tiempo para charlar, pero antes de nada necesitamos un café bien cargado para despejarnos. Nos sentamos en una mesa apartada de la cafetería y Noemí me trae los cafés y dos croissants que todavía están calientes. Desayunamos en silencio. Ella espera que le cuente algo sobre cómo será mi vida desde ahora en mi pequeña localidad. Le digo que no cambiará nada, pero que ahora intentaré publicar algunos de mis poemas. —¿Incluso si están dedicados a mi padre? —¿Por qué no? Un poema es un poema, y no importa a quién esté dedicado, lo que importa es que mueva el sentimiento y emocione —Pero él puede leerlos. —Él no ha perdido la memoria; no tiene nada que recordar. —¿Volverás algún día a esta ciudad? —No, Noemí, mi pobre niña, no volveré a pisar esta ciudad. Para mí él ya está muerto ¡desde hace veinte años! Se quitó la vida la noche en que asistió a ese club de mala fama del brazo de aquella mujer. Ella cavó su propia sepultura, y después borró el epitafio de su tumba, porque también ella se olvidó de su víctima. Para mí ha permanecido muerto estos veinte años, hasta que resucitó momentáneamente para revivir de nuevo su agonía. He escrito el último verso dedicado a él, que puede servirle de panegírico: Fallezco cuando todavía soy joven; Muero cuando todavía soy adulto; Resucito cuando estoy a punto de morir; Vuelvo a morir cuando estaba a punto de vivir. —Este es mi regalo de despedida hasta que la muerte me quiera llevar también a su lado. Entonces sabremos quién de nosotros dos ha obrado justamente. La literatura perderá un escritor con todo su talento sin apenas usar y una poetisa con todo su talento sin apenas recordar. No, Noemí, no quiero forzarte a que tengas que elegir a quién condenas o a quién salvas. Tu alma y tu mente no nos pertenecen, solo tu cuerpo. El alma la has recibido de Dios, y solo tú tienes la posibilidad de descubrir cuál es tu verdadera personalidad. No trates de imitarnos y elige tu propio camino, que puede que te lleve a ser una escritora genial, pero también podrías ser una excelente doctora o una genial futbolista. No nos debes nada. Te engendramos por nuestra imprudencia, sin que ese fuera nuestro deseo, como se engendran la mayoría de los seres humanos. Somos nosotros los que estamos en deuda contigo, pero no tenemos los medios para compensarte por nuestros errores. Naciste libre y libre eres de elegir quién merece tu afecto y tu recuerdo. Tu madre te recibirá siempre con los brazos abiertos, pero vive tu vida y no sientas compasión ni esperes consuelo de nosotros. Si necesitas consuelo, aprende a consolarte tú misma; si necesitas apoyo, aprende a apoyarte en ti misma; si necesitas compasión; aprende a compadecerte de ti misma y si necesitas amor, aprende a amarte a ti misma. Tal vez no haya sido el consejo que una madre debe dar a su hija, pero al menos en esto coincido con su padre, a las personas solo les unen los afectos que suscitan sus obras; sin obras no puede haber afectos. —Tu padre y yo fuimos felices cuando ambos admirábamos nuestras respectivas obras, pero cuando él dejó de interesarse por mis poesías y yo dejé de admirar las suyas, porque dejó de escribir relatos para dedicarse a escribir novelas inspiradas por su perversa agente, no teníamos ninguna razón para seguir amándonos. Pero yo no quise aceptar que aquel joven escritor con talento se dejaría manejar por su agente, y seguía admirando al autor de «Poetas sin cielo». ¡Ahora sé lo equivocada que estaba! Solo si volviera a ser el escritor que yo idolatraba podría perdonarle. Pero tal vez para él sea ya demasiado tarde. Ese debe ser su destino y este debe ser el mío. La megafonía de la estación anuncia la inminente salida de mi tren. Mi pobre hija lo ha sentido como si anunciasen la salida de un tren hacia la eternidad y sin retorno, porque me mira angustiada y sé que está haciendo grandes esfuerzos para contener el llanto. —Mamá, si tengo que ser adulta, quiero ser como tú. Te quiero mucho... pero también a mi desgraciado padre... —Lo sé, tienes un corazón generoso porque eres joven. Con la edad se encoje y se vuelve más egoísta, aunque más fiel y exigente. —quiere acompañarme al andén—. No, nos despedimos aquí... Cuídate mucho, y no hagas pucheros como cuando eras una niña o me harás llorar también a mí. Regálame una sonrisa de despedida! Noemí intenta complacerme, pero su sonrisa es una alegre forma de llorar. Se me rompe el corazón en mil pedazos cuando me alejo de ella arrastrando mi pequeña maleta de viaje como si fuera mi ataúd. Cuando al fin traspaso la puerta de entrada al andén y ella ya no puede verme, dejo que mi alma oprimida se desahogue libremente y lloro en silencio... ¡No puedo evitar sentirme culpable de haber vivido! 33. La segunda novela (Narradora: Alicia) He leído dos veces el manuscrito de su primera novela y creo estar preparada para asumir este importante reto. Por supuesto que alteraré algunas cosas, ella tiene que comprender las razones de su abandono y ser capaz de justificarlo. Este hombre no puede dejar este mundo sin que tenga la conciencia tranquila y yo no podré convencerle de que es inocente. Pero tengo poco tiempo. ¡Me esperan largas noches en vela! He sabido por Noemí que su madre ha vuelto a su localidad y parece que no tiene intención de volver nunca más. Afortunadamente Noemí me sigue considerando una buena amiga en la que puede confiar. No me lo ha dicho de forma expresa, pero está atravesando por unos momentos muy complicados. Hemos quedado en encontrarnos en la cafetería donde conocí a su padre, pero él no asistirá, porque no le informaré de nuestro encuentro. Quiero que Noemí no tenga nada que le impida abrirme su corazón y me diga qué conclusiones ha sacado después de que lo que haya podido contar su madre sobre el comportamiento de su padre. Necesito esa información para terminar de hacerme una idea del argumento de esta nueva novela. Ahora ella conoce toda la historia, pero según la versión de su madre, quiero que conozca también la de su padre. Aprovecho hoy que pasará la mañana en el hospital para encontrarme con ella. Yo he llegado la primera y ocupo la misma mesa de aquel día. Frente a la mesa hay unos grandes espejos donde me veo reflejada y apenas puedo creerme que esa mujer sea yo. Mi mirada se vuelto severa, o mejor diría, fría y desencantada. Ya no me encuentro ni fea ni guapa, solo sobria y adulta. Tampoco necesito llamar la atención de nadie, porque ya tengo a quien prestar toda mi atención, por eso me visto otra vez con las mismas prendas pasadas de moda de cuando llegué de provincias. Incluso noto que mis movimientos son pausados y mi aspecto en general sugiere el de una sencilla asistenta social. Me encuentro más yo misma que con aquellas provocadoras prendas. ¡Qué poco se estiman a sí mismas quiénes necesitan esconderse en su forma de vestir! Noemí acaba de llegar. Tiene todo el aspecto de una criatura indefensa y confundida. Se queda indecisa en la puerta, como si temiera ser descubierta. No me ha visto o tal vez no me haya reconocido con mi nuevo aspecto, y hace ademán de salir. Le hago una señal con el brazo, y al reconocerme parece volver a la vida. Sonríe como si la hubiera salvado de algún peligro imaginario. Se sienta enfrente de mí. Me pregunta por el estado de salud de su padre. —No quiero engañarte Noemí, todos estos acontecimientos le han afectado... creo que no pasará de este inverno —su sonrisa se ha convertido en una amarga expresión de profunda tristeza—. Yo creo que lo que está empeorando su salud es su profunda depresión tras el rechazo de tu madre. Noemí baja la vista, como si no quisiera que note en su mirada el conflicto de sus sentimientos repartidos. Guardamos unos instantes de silencio en memoria del padre moribundo. Ella no tiene nada que decir, soy yo quien inicio la conversación. —¿Puedo preguntarte por qué razón tu madre no quiere escuchar la confesión de tu padre? Me cuenta la verdadera causa y no la que todos creíamos. Me temo que la madre tiene una poderosa razón para su actitud rencorosa. Incluso a mí me costaría perdonarle si estuviera en su lugar. La traición tiene ahora una imagen pornográfica, algo simplemente intolerante para una sensible poetisa. En sus delirios debió imaginárselo como un sátiro con cara de ángel. ¿Cómo podré justificar esa escena? ¿Por qué fueron a ese club después de que, con toda probabilidad, hubieran bebido con exceso durante la romántica cena privada? Debe haber una buena razón que le exculpe. —Querida amiga, a veces me pregunto, sobre todo como escritora, de qué nos sirve el lenguaje sin con él no logramos entendernos. Tal vez hubiera sido mejor comunicarnos con unos cuantos sonidos para expresar los sentimientos fundamentales, como hacen los animales, porque las palabras, por cultos, creativos o realistas que seamos, no son capaces de expresarse con la misma claridad que esos sencillos sonidos. Tus padres son dos excelentes personas, y se hubieran entendido con simples sonidos, sin utilizar palabras. El uso de las palabras los han confundido y separado. ¡Es una maldición bíblica! Las mismas palabras tienen distinto significado según quién y cómo las pronuncia. El corazón no entiende el significado de las palabras, sino el tono con que se pronuncian. El significado es tarea de la mente, pero la mente carece de sentimientos, lo mismo le da una palabra que otra. Tu madre solo escucha lo que se dice si es poético; pero tu padre solo presta atención de lo que le dicen si se parece a los diálogos de una novela. ¡Ninguno escucha lo que verdaderamente dice el otro! —¡Sí; ellos mismos admiten que su pasión por la literatura es lo que les ha separado! —No, Noemí; no es la literatura, sino las palabras. La literatura es un noble intento de dar algún sentido emotivo o intelectual a las palabras para que sus mensajes sean claros para los sentidos. Pero la vida no es una novela, no sabemos quiénes son los personajes ni de qué va el argumento ni siquiera conocemos su autor. Confiamos en que las palabras y sus significados sean suficientes para ir por el mundo con moralidad y sentido de la justicia, pero lo único que hacemos es inventarnos moralidades y justicias con palabras que no tienen el mismo significado para todos, por lo que no puede haber moralidad ni justicia mientras haya palabras. Noemí parece reflexionar sobre mis pensamientos. Ha llegado a una sabia conclusión: —Entonces, ¿tú crees que los dos son culpables? —Sin duda, pero es un pecado inevitable, porque necesitamos las palabras, no para entendernos, sino para comunicarnos. Por eso es tan necesaria la literatura que nace de esta maldición y trata de redimirse, pero no la que nace ya maldita y se regocija en su maldad, como el cerdo se revuelca en sus excrementos. Los escritores solo tenemos una misión: liberar las palabras de las llamas del infierno y conseguir que alcancen el cielo. Somos los ángeles caídos en este infierno, mientras habitamos la Tierra, y del cielo, cuando la abandonamos. —¿Y qué puedo hacer para que se reconcilien? —Las palabras no los reconciliarán, a menos que estén dichas de tal manera que el corazón las entienda. —¿Qué quieres decir? —¡Tu madre solo reaccionará si recibe el mensaje en una poesía! —¿Y quién escribirá esa poesía? —La persona que más los quiere... Tú la escribirás. Será tu debut en este mágico mundo de la Literatura y lo pasarás con un sobresaliente, porque tienes lo principal: una gran motivación. Sé que se siente abrumada, pero al mismo tiempo noto en su mirada la chispa del genio que exige su oportunidad. —Pero mi madre solo se reconciliaría si le prueba con una nueva novela que es el mismo que escribió «Poetas sin cielo», y que ella ha amado inconscientemente estos veinte años... —¡Tu padre la escribirá! No quiero revelar a Noemí que seré yo quien la escriba, porque inconscientemente podría revelárselo a su madre y todo el trabajo sería inútil. —Alicia, nunca me has dicho por qué te sientes obligada a cuidar a mi padre, porque siempre le tratas de usted, que no es propio de una amante... ¿Tienes algo que ver con su editorial o con su representante? Siempre había temido que Noemí me hiciera esta pregunta. Pero no tengo una clara respuesta aunque me la haga a mí misma. Hace solo un mes era una mujer enamorada de un escritor de fama, que me atraía físicamente y admiraba por su talento, por lo que no tenía la menor duda de las causas. Ahora mis sentimientos han sobrepasado el amor y están en una dimensión desconocida, que probablemente no sea de este mundo. Gracias a su enfermedad nos hemos encontrado en una dimensión que vas más allá de lo humano y debe tener algo que ver con lo divino, y que debe de ocultarse en nuestra personalidad astral. Solo en situaciones extremas penetramos en esa dimensión, que crea lazos eternos. Es como si yo estuviera ayudando a este hombre a entrar en esa dimensión, que debe ser el mito del Paraíso, donde nos volveremos a encontrar y ser amantes por toda la eternidad, por lo que no podemos escatimar esfuerzos para conseguirlo. Estoy tratando de asegurarme el amor de este hombre después de su muerte, por lo que no puedo sentir celos de su madre, que solo podrá amarlo con ese amor terrenal, temporal y de seres humanos, cuando yo me reservo su amor eterno y divino. Pero Noemí no lo entendería. —Tu padre y yo somos, además de colegas de profesión, viejos amigos. Me siento obligada a ayudarle a tener una buena muerte. Haría lo mismo por cualquiera de mis amigos y colegas escritores. 34. La redacción Hoy he comenzado la redacción de la novela. Tengo la extraña sensación de estar cumpliendo un mandato divino; la voluntad me llega de una fuente desconocida. De su resultado depende la salvación o condenación de un alma humana. Es como si estuviera donando sangre a un malherido. Empiezo con esa aterradora frase para todos los escritores: «Capítulo primero». Es como abrir las ataduras de la imaginación, en una perfecta unión con la mente. Es absolutamente necesario que las primeras lineas susciten en la madre de Noemí la necesidad de leer las siguientes líneas restantes o el fracaso estará asegurado. Estas son mis primeras líneas: «Los personajes protagonistas de esta historia no se conocieron por el azar, sino por el destino. Pero durante veinte años pusieron todo su empeño en ir contra lo que estaba escrito en las estrellas. Esta es la historia de dos amantes unidos por la literatura, pero separados por las palabras.» Creo que es un buen comienzo, y solo con un buen comienzo es posible un buen final. Ahora tengo que crear el autor de la novela, porque esta novela no la escribiré yo sino mis personajes. También en la vida real las cosas funcionan de la misma manera. Dios ha creado el hombre, y le ha dotado del entendimiento necesario para que decida por sí mismo el argumento de su historia. Prosigo: «Estos personajes son dos jóvenes con los defectos y las virtudes de todos los jóvenes: utópicos, independientes, rebeldes, temerarios, inconformistas, generosos, inocentes y descreídos. Como todos los jóvenes no viven en el presente, sino en el futuro; no tienen historia, solo grandes deseos de hacer historia. Tampoco tienen experiencia, solo vivencias. No son sabios, solo tienen deseos de saber. Hacen complicado lo sencillo, porque creen que lo sencillo es de viejos o de niños, pero no de ellos. Son, en fin, dos jóvenes de nuestro tiempo, pero como han sido los jóvenes en todos los tiempos. Ella siente pasión por la sensibilidad de Garcilaso y él por la imaginación de Cervantes; ella adora a Dante Alighieri, él a Lope de Vega; ella es poeta, el narrador. Ella se sabe con talento y está segura de sí misma; él duda de su talento, y no tiene confianza en sí mismo. Pero ella cree en él y decide posponer temporalmente su inevitable conquista de fama y gloria para ayudar al narrador joven inseguro, para así recorrer juntos el camino de la gloria, sin que uno haga sombra al otro.» Han pasado ya cuatro agotadoras semanas. La novela progresa con el mismo ritmo que decaen mis fuerzas. He llegado al punto crítico de la separación y no tengo ninguna dificultad para exonerar de toda culpa a mi reo de muerte. ¿Dónde puede el escritor encontrar la fuente de su inspiración si no es en la vida real? ¿Cómo describir un prostíbulo, observar la profunda tristeza que encierra la falsa alegría de las prostitutas; el afán de hacer pagar hasta la más mínima gota de placer recibido, si nunca ha estado en un prostíbulo? ¿Cómo puede una escritora con sus alas intactas y libre de volar donde le plazca, cortarle las suyas a otro escritor para que no se aleje demasiado de su nido? La poesía surge del alma; la narrativa de la vida. El poeta ve el mundo desde una nube; el narrador desde las alcantarillas. La poesía es música; la narrativa es ruido. La madre de Noemí todavía sigue viendo el mundo desde una nube, y si no desciende a tierra firme nunca sabrá que las nubes se hacen lluvia, ¡y el agua de la lluvia corre por las alcantarillas! He utilizado estas notas en este decisivo capítulo : «No fue una sorpresa encontrarme con una mesa montada con su inconfundible estilo para dos comensales. El champán puesto a enfriar, los canapés de caviar y otras delicatessen. Incluso sabía que elegiría las prendas más provocativas, en otras palabras, no era más que un escenario de novela que yo debía describir en la novela que escribía en aquellos momentos. Era la peculiar forma de colaboración de mi inteligente agente. Pero todavía quedaban algunas complicadas escenas por describir para las que carecía de las imágenes necesarias y podía caer fácilmente en el ridículo. Lo comenté con mi agente y me sugirió que hiciéramos una visita a uno de los clubes de peor reputación de la ciudad, donde seguramente tendría las imágenes que necesitaba. Pero recordé mi cita. Fue una dolorosa decisión. Sabía que se indignaría, pero quien tiene por compañero a un escritor debe estar habituada a estos desplantes. ¿Se enfadaría si yo fuera un médico que falta a su cita porque tiene que atender a un enfermo? Con mis novelas yo también curo a miles de enfermos de aburrimiento y falta de alicientes. ¡Mañana me excusaré y ella lo entenderá! Antes de aquella excursión a las entrañas más nauseabundas de la ciudad, terminamos el champán, porque sobrios no hubiéramos tenido valor para entrar en aquel lupanar.» »Lamentablemente dio la fatal coincidencia de que ella, frustrada y herida por mi ausencia, paseara por la calle donde se encontraba el club y nos sorprendió en el momento en que descendíamos del taxi y entrábamos en el club algo mareados, por lo que mi agente tuvo que apoyase en mi brazo. Si era cierto que confiaba ciegamente en mi fidelidad, debió esperar al día siguiente para comprobar que, a pesar de que las apariencias me condenaban, yo seguía siendo fiel. Pero aquella equívoca imagen superó toda su capacidad de tolerancia, y le hirió profundamente, ¡causándola el fatal trauma que nos ha mantenido separados durante estos últimos veinte años!» Si después de leer esto no le perdona, ¡esta mujer ha perdido el alma! 35. Invierno Cuanto más lento deseas que pase el tiempo más rápido se empeña en pasar. He estado tan ocupada este último mes que no he tenido consciencia del paso del tiempo ¡y ya estamos en invierno! Después de su entrevista con la madre, Noemí se muestra menos afectuosa con su padre. Lo que haya podido contarle su madre sobre sus relaciones con su padre le ha afectado notablemente. Hay algo que los separa, pero Noemí no quiere comentar con él su encuentro con la madre, y su versión de lo sucedido. Si lo oculta será porque debe ser algo muy escabroso y que no se atreve a comentar. También se ha habituado a la enfermedad de su padre, incluso parece mentalizada para asumir su prematura muerte, y tan solo le visita una vez por semana. Su disculpa es que está tan atareada con sus exámenes que apenas puede permanecer una hora en su apartamento, y ni siquiera se queda para la cena. Desde su precipitado regreso, de la madre no sabemos nada. Parece enterrada en un absoluto silencio. Al menos Noemí no la menciona. Lamentablemente es como si todo nuestro comportamiento hubiera entrado en una irresponsable rutina, sin que seamos verdaderamente conscientes de la gravedad del momento. Su padre ha tenido que ser ingresado varias veces en urgencias, porque su enfermedad se está agravando alarmantemente. Cada vez que llamo a una ambulancia para transportarlo al hospital, me ruega que le deje morir en su cama. ¡Siente horror de los hospitales, porque cree que allí están todos tan familiarizados con la muerte que ellos mismos la provocan! Los dolores le enturbian la mente y en esos críticos momentos pierde totalmente la voluntad de vivir, pero no puedo acceder a sus deseos, porque todavía necesito que sobreviva al menos el suficiente tiempo para ver culminado mi propósito. La novela está prácticamente concluida, porque no es muy extensa. Solo faltan algunas correcciones. Tuve alguna dificultad para encontrar un buen desenlace, pero creo haberlo resuelto satisfactoriamente. Su editor no tendrá conocimiento de esta novela, de la que editaré tan solo unas cuantas copias, las suficientes para cumplir con su cometido y ninguna más. Sobre el poema que debe escribir Noemí, tal vez sobrevaloré su talento, pero sigo confiando en ella, cualquier día me sorprenderá. Mi plan es que por Navidad se consume la reconciliación, y, por fin, yo también podré reconciliarme conmigo misma. Tal vez también aproveche esta penosa experiencia para escribir mi propia novela y con mi propia versión de los hechos, pero lo más probable es que dedique mi próxima obra a la memoria de este gran hombre. Tal como esperaba, Noemí no me ha defraudado, y ha escrito una conmovedora poesía que con toda seguridad influirá en el ánimo de su madre. De todas formas no creo que siga los pasos de sus padres. Es demasiado realista y tiene los pies demasiado firmes en la tierra. Sería una buena investigadora, o profesora. Si sus padres tienen problemas es por su temperamento artístico, creativo, inconstante, impredecible. Es difícil convivir con un artista. 36. El último invierno (Narrador: el enfermo) Este será, si la medicina no lo impide, mi último invierno. Me gustaría vivirlo intensamente, pero la vida se me escapa por entre los dedos como finos granos de arena de una playa. Pronto habré abandonado este conflictivo mundo. Cada día que pasa me siento más familiarizado con la muerte. Cada nuevo amanecer sale para mí el sol más oscuro, y su luz es más tenue. Lentamente lo que era una pesadilla se convierte en un sueño. A medida que la vida me castiga, la muerte me premia. La muerte me parecía un drama antes de conocer el verdadero rostro de la vida. Ahora que lo conozco la muerte me parece una comedia, y me causa un irresistible deseo de reír. Al final terminaré por convertir mi muerte en gran evento y me sentaré en el patio de butacas con verdaderas ansias de que se levante el telón. Puede que esté empezando a perder el juicio, pero esa debe ser la estrategia de la mente para eludir el sufrimiento. ¡Bendita sea la locura cuando la cordura se alía con el dolor para que lo sufras conscientemente! Pero yo deseo ser un testigo de excepción de mi propia muerte, porque es una experiencia única en la vida, y yo soy un escritor. Si pretendo describir la muerte en mis novelas ¡tengo que haberla experimentado! Sé que parece un pensamiento absurdo, pero más absurdo es creer que nuestra mente y nuestro espíritu no trascienden más allá del umbral de la muerte. Creo que todo cuanto hemos llegado a concebir e imaginar permanecerá de alguna manera, y sobrepasará a nuestra muerte, para ser los fundamentos de la personalidad de una nueva vida en el instante de su gestación, en quien nos transmigremos. También sé que este es un consuelo ingenuo, porque nadie ha podido comprobar semejante teoría. Otros creen que sus almas subirán al cielo, permanecerán en el purgatorio o descenderán al infierno, donde se reunirán con otras almas gemelas, virtuosas o pecadoras. Esta es la versión más popular. En mi teoría no hay cielos ni infiernos, pero si superación o degradación. Un alma ruin y depravada puede transmigrar en el feto de una bestia. No es la más popular, pero yo creo que debe ser así. Ahora paso la mayor parte del día postrado en la cama y mi mente solo está despejada cuando me hacen efecto los sedantes y desaparecen los dolores, cada vez con más intensidad. Alicia pasa el día junto a mí, pero por la noche, después de dejarme sedado y que consigo conciliar el sueño, regresa a su apartamento, para volver a primera hora de la mañana. Debe estar agotada, porque a veces se queda dormida en el sofá y soy yo quién vela su sueño. Se ha traído su portátil con el que pasa el tiempo cuando yo dormito. Dice que está trabajando en su nueva novela sobre la bailarina, pero no quiere leerme nada hasta que no esté finalizada. Se ha vuelto muy supersticiosa y cree que trae mala suerte. La encuentro cada día más desmejorada, incluso más delgada. Temo que ella pueda caer también enferma. Hoy hace uno de los días más crudos del invierno. Cae una copiosa nevada y los copos parecen como enloquecidos al ser empujados por un fuerte viento racheado, que cambia de dirección constantemente. Como cada mañana, escucho el agradable ruido de la cerradura cuando Alicia llega a mi apartamento. Está temblando de frío y completamente empapada. Le sugiero que se ponga una de mis batas y seque su ropa en el radiador de la calefacción. Muchas veces he tenido su cuerpo entre mis brazos, pero nunca la había visto desnuda. Esta mañana he tenido por fin esa oportunidad. Veo el cuerpo de una mujer atractiva pero no provocadora; sensual pero no sexual. Es armonioso pero no erótico. Es solo un cuerpo de ser humano. Ya se siente mejor. Mientras prepara mi desayuno, me intereso por la situación de su carrera, que parece haber abandonado por mi culpa. —Alicia, ¿cómo te van las cosas con mi agente? ¿Te ha conseguido algún contrato? Alicia lo niega con leve gesto de cabeza. —¿Y te ha dado alguna razón? —A los editores no les gusta las novelas donde no hay sexo, o por lo menos algo que excite su imaginación, y mis novelas las encuentran demasiado intelectuales o espirituales. —Sí, creo que mi primer agente me sedujo para que tuviera una experiencia sexual de primera mano y que pudiera describirlo con todos sus mínimos detalles. Esa fue también una de las clave del éxito de mis novelas. La sexualidad no es un invento de la cultura, es una realidad natural y no hay razón para que no sea parte de una trama, pero no debe ser descrita como una simple relación sexual, similar a la que mantienen los animales, porque lo que caracteriza a un ser humano es que de todas sus vivencias naturales extrae una valoración moral, lo que no existe en los animales. Entre los humanos el sexo no puede estar exento de esa misma moralidad. En la mayoría de las novelas se prescinde de esta necesaria premisa moral para describirlo como una relación puramente animal y, por tanto, inmoral. No es verdad que tanto en la guerra como en el amor todo vale. En la guerra también hay normas de conducta, ¿por qué no ha de haberlas en la sexualidad? Alicia escucha atentamente mi breve disertación sobre la sexualidad y parece estar de acuerdo, pero matiza algunos detalles. —La moral es relativa, y sus valores no son compartidos por todos, por eso creo que la sexualidad tiene que basarse en otras normas más realistas, que satisfaga el deseo sin incurrir en la prostitución... —¿Y cuáles son esas normas? —Por supuesto, el consentimiento mutuo, y el respeto de la sensibilidad de cada amante, siempre que ambos sean conscientes de las consecuencias de esta relación. Esa actitud ya es suficientemente moral. Ningún amante debe ser considerado un objeto de placer, sino que el placer debe tener un objeto, el de la mutua satisfacción de los sentidos, sin que nos cree una mala conciencia: ¡lo contrario sería prostitución! 37. La última Navidad (Narradora: la madre de Noemí) De nuevo estoy en esta pequeña y remota localidad. Me ha acogido con la primera nevada de este año y siento que esa nieve está cayendo también sobre mi alma. Ahora que he recuperado la memoria, los últimos veinte años de bendita amnesia me parecen un breve instante. Si no fuera por las arrugas, las del rostro y las del alma, no sabría que el tiempo ha pasado. Recordar para qué; ¿para reconocer el causante de tu amnesia?; ¿para volver a ver aquella dolorosa escena a la entrada de aquel burdel?; ¿para revivir aquellos sueños truncados por la ambición de un amigo desleal? ¡Para esto es mejor no recordar! Ahora tengo que olvidar lo que he recordado para que no me siga perturbando y reencontrarme con la poesía, que es mi única amiga y confidente. La única que es leal y por ninguna causa, justificada o no, te traiciona. No somos más que aquello en lo que creemos y creamos, lo demás es una quimera, porque solo existe en nuestra imaginación. Yo le imaginé como deseaba que fuera, pero él no era como yo le imaginaba, porque nadie puede penetrar en la mente y en el alma de otra persona. ¡Siempre nos defraudarán! Ahora tengo que seguir los mismos consejos que di a Noemí: Si necesitas consuelo, aprende a consolarte tú misma; si necesitas apoyo, aprende a apoyarte en ti misma; si necesitas compasión; aprende a compadecerte de ti misma y si necesitas amor, aprende a amarte a ti misma. ¿Qué hubiera sido de mí si él no hubiese ganado aquel inoportuno premio? ¿Seguiríamos unidos, se habría cansado de mí? Posiblemente estaríamos separados. Recuerdo la noche del recital. No se despidió de mí porque tenía celos de mis amigos. Pero, por otro lado, solo los que aman sienten celos. ¿Y qué hubiera sido de su carrera literaria si no hubiese conocido aquella mujer? Noemí quiere que lea sus novelas, pero ella misma asegura que están bien escritas y son interesantes, pero carecen de motivación. No trasmiten nada trascendental o humano, son novelas para regalar los oídos de gente corriente, sin ambiciones, conformistas y resignados a su vulgaridad. Si yo le hubiese ayudado, posiblemente no sería tan famoso, pero estaría mejor considerado y tendría más alicientes. Tenía el talento necesario para escribir algo más ambicioso; algo que mereciera pasar a la posteridad. Acabo de recibir un correo de Noemí. ¡La hecho tanto de menos! Debería escribirme más a menudo. Lo abro sin poder contener la emoción: «Querida mamá, dentro de dos semanas vuelve a ser Navidad y este año no sé con quién de vosotros dos debo pasar estas entrañables fechas. Sabes lo mucho que te quiero, pero me duele que mi padre las pase solo, estando tan enfermo. Mi corazón sigue dividido entre los dos, y no puedo decidirme por ninguno, ¡porque me gustaría que pudiera pasarlas con los dos!» Mi pobre hija se debate en una insoportable lucha emocional. Debería escribirla y decirle que no me importará si no viene y que la pase con su padre. ¡Alguien tiene que sacrificarse, porque ninguno de nosotros dos ha hecho más méritos para que merecer su cariño! «Tengo otra importante noticia para ti: Alicia me ha dado varias copias de la última novela autobiográfica de papá. A pesar de estar muy débil ha cumplido su promesa. La he leído y no he podido evitar llorar de alegría, pero no te digo por qué, es mejor que la leas y lo sepas por ti misma. ¿Me prometes que la leerás? Te envío una copia por correo. También te adjunto mi primera poesía dedicada a vosotros dos. Ya te dije en la estación que deseaba ser como tú. Espero que te guste. Un abrazo muy fuerte de tu hija que te quiere y te echa de menos, Noemí» Bien sabe Dios que haría cualquier sacrificio porque Noemí fuera feliz y no tuviera que sufrir por nuestras faltas, ¡pero me pide lo imposible! La traición no tiene redención. Jesús tampoco hubiera perdonado a Judas ni Dios perdona al demonio. Con una traición es suficiente, ahora no puedo traicionarme también a mí misma. No, Noemí, mi pobre niña, tú no puedes entender todavía como duelen las heridas del corazón. El mío ha sangrado durante veinte años, y ahora necesita cicatrizar su herida, puede suceder mañana o nunca. Todo está escrito en el destino. Deja que él decida por nosotros. Me dice que su padre ha publicado una nueva novela, y que es autobiográfica. Presiento que no debe dejarme en un buen lugar entre sus recuerdos. ¿Por qué Noemí tiene tanto interés en que la lea? No soy rencorosa. Yo también hubiera deseado que todo hubiera sucedido de otra manera. También añoro aquellos felices días del campus; aquel joven escritor inseguro que necesitaba mi ayuda; aquellos sueños prácticamente al alcance de nuestra mano. Pero el renegó de todo a cambio de treinta monedas de plata. ¡Dios es justo y le ha enviado el castigo que merece! Sin embargo los senderos del Señor son inescrutables, gracias a mí debilidad nació esta hija mía, que promete superarnos a los dos y ser el consuelo de ambos. Solo Dios sabe lo que está bien y lo que está mal. Si me mantengo firme será su voluntad y si él debe morir con remordimientos, también. Hoy ha amanecido con un denso manto de nieve que iguala todo con la misma blancura. A duras penas se puede caminar por estas empinadas callejuelas. Me he encontrado con el cartero cuando salía de la panadería y me ha entregado el sobre con el libro que me envía Noemí. Aquí todos nos conocemos y no son necesarios los buzones. Si no supiera que contiene también una poesía de mi hija ni siquiera lo abriría, pero quiero ver si Noemí llegará a ser una gran poetisa o está siguiendo un camino equivocado. Lo abro y me causa un doloroso impacto el título del libro: «Si tú fueras..., Memorias de dos amantes unidos por la literatura y separados por las palabras». ¿Qué pretende con este título? Pero veo el poema de Noemí. No es muy extenso. Lo leo: «NACÍ DE PADRES OLVIDADOS Por el amor o desamor, por el encanto o desencanto, de dos amantes desconocidos nací yo del olvido. De bebé no tuve quien me meciera, de niña no tuve quien me mimara, de adulta no tuve quién me aconsejara porque nací de padres olvidados Conocí a mi padre cuando se moría, conocí a mi madre cuando no recordaba, me conocí a mí misma cuando lloraba, porque seguimos estando olvidados. Te escribo este sencillo poema para que olvides lo que has recordado y recuerdes lo que has olvidado del escritor que habías amado. Tu hija que te quiere, Noemí.» Es un poema digno de mi hija. No ha podido expresar mejor sus deseos. Me ha llegado a lo más profundo de mi alma dolorida. Me siento culpable de haber ignorado los anhelos de mi hija. Tal vez ella tenga la correcta perspectiva de este drama y yo esté obcecada en mi venganza. Tal vez, después de todo, esté escrito en el destino que deba perdonarle. Pero ¿cómo saberlo? ¿Quién puede aconsejarme? ¿Debería recurrir a un sacerdote? ¿Saben ellos más sobre el alma humana que nosotros? ¿Les ha donado el mismo Dios la gracia de la fe, por lo que están más cerca de la virtud que los demás seres humanos? Yo he perdido la fe y confiado solo en mi propio juicio, sin esperar el milagro de la revelación, pero después de leer el emotivo poema de mi hija estoy empezando a dudar de mis certidumbres morales y puede que haya llegado el momento de pedir consejo a quien está entregado a la salvación de las almas, y la mía debe de estar en riesgo de condenarse. Si mi hija lo desea, creo que debo leer esta nueva novela. 38. La alarma (Narradora: Alicia) Tengo que avisar a Noemí, ¡su padre se está muriendo! Sé que es en contra de su voluntad, y es la voluntad de un moribundo, pero voy a llamar al hospital para que lo ingresen. Tiene que seguir aferrado a la vida unos días más. No puedo aceptar que esa mujer no tenga corazón. Tiene que venir y salvarle del infierno de sus remordimientos o no descansará en paz ni podremos encontrarnos en ese lugar del cosmos reservado para nuestras almas. Está postrado en la cama. Ya apenas puede moverse y no tiene ningún deseo de hablarme. Pero sigue todos mis movimientos con una mirada apagada, sin vitalidad, como si ya solo pudiera mover las niñas de sus ojos. Pero en esa turbia mirada de moribundo debe de haber una mente lúcida, que no está afectada por la enfermedad, y debe estar pensando en su situación. Casi puedo leer sus pensamientos. Acepta que su viaje por este mundo ha llegado a su fin, y espera la muerte con serenidad y resignación. También me dedicará alguno de sus últimos pensamientos. Sé que me escucha, lo noto en el parpadeo de sus ojos, y tengo que intentar reconfortarle: —Sé que puedes escucharme —parpadea ligeramente—. Tú no has sido un hombre fuerte, porque los genios son más débiles cuanta más sabiduría adquieren, pero la enfermedad te ha dado la fuerza necesaria para aceptarla sin quejas ni lamentos. Cada día que pasa y se acerca tu fin mi amor por ti se acrecienta con la misma proporción. En el momento de tu muerte seré la mujer más enamorada del universo. Ya sé que esto no te consuela... no estés triste, porque ella vendrá! Pero tienes que mantener un titánico pulso con la muerte. ¡No dejes que te lleve hasta que ella no te de su bendición! —sujeto su trémula mano que ya apenas tiene fuerza, para saber cómo reacciona—. Tienes que perdonarme, pero tengo que llamar al hospital para que prolonguen tu vida tanto como les sea posible. Cuando ella y Noemí lleguen te traeremos de nuevo aquí y podrás morir como sé que deseas: estrechando su mano hasta tu último suspiro. Después empezará nuestra verdadera vida. Entonces yo no seré la chica de provincias, fea y torpe, sino un alma luminosa que se encontrará con la tuya y permanecerán unidas por toda la eternidad. Pero si mueres sin su bendición, tu alma vagará errática de un universo a otro eternamente, sin que encuentre la paz, y yo estaré sola por la eternidad. Sé que harás esto por mí. Intento retirar mi mano para marcar el teléfono del hospital, pero he notado una ligera presión y sus mirada parece avivarse. Creo que trata de decirme algo. Tal vez quiera que no deje de estrecharle la mano. Sí, eso debe ser. —No quieres que llame al hospital, ni que deje de estrecharte la mano, ¿verdad? —lo confirma con un débil parpadeo—. Está bien, no llamaré al hospital, pero tienes que ser fuerte y resistir hasta que llegue ella y tu hija Noemí. Cierra los ojos y tengo la sensación de que está tratando de decirme que ya es muy tarde. ¿Quiere esto decir que puede morir en cualquier momento? 39. Un fatal destino (Narradora: la madre de Noemí) No he podido terminar de leer su última novela. Creo que es suficiente para sentirme cerca del infierno, ¡cuando me creía cerca de cielo! ¿Por qué el destino me tendió esa monstruosa trampa? ¿Por qué no confié en su lealtad? ¿Cómo es posible que una engañosa imagen haya podido robarnos los veinte mejores años de nuestras vidas? ¿Quién me impulsó a estar en aquel lugar en aquel preciso momento? ¿El demonio? ¿Qué monstruoso pecado había cometido para merecer ese castigo? ¡Pobre hombre, durante todos estos años no ha podido contarme lo que realmente había sucedido! ¡De haberlo sabido, por supuesto que yo le hubiera perdonado! ¿Cómo podía escribir las novelas que yo le inspiraba si se ha sentido culpable todos estos años? Tengo que escribir urgentemente a Noemí, comunicándole mi deseo de volver cuanto antes y mostrar a su padre mi arrepentimiento y mi deseo de reconciliación. ¡Posiblemente no habrá otra persona más feliz en este mundo que ella cuando reciba mi mensaje! Pero yo también siento como si mi corazón dejara de estar oprimido por primera vez desde hace veinte años, y está rebosante de júbilo y siento que vuelve a latir con la misma fuerza que cuando tenía diez y ocho años, el día que conocí a este desgraciado escritor por culpa de una porción de tarta de nata con fresas! ¡Esa debe ser la felicidad que causa el perdón! ¡Bendito sea Dios que me ha iluminado! ¡Estoy desesperada y al borde de una nueva crisis: la última tormenta de nieve nos ha dejado incomunicados! No hay ningún medio de comunicarme con Noemí. Sé por experiencia de otros años que estaremos varios días incomunicados, ¡y él puede morir en cualquier momento! ¿Por qué? ¿Qué fuerza maligna se interfiere en nuestro destino una y otra vez? ¡Por el amor de Dios, espero que no sea demasiado tarde! No; no puedo esperar a que reparen las líneas del teléfono y limpien de nieve de la carretera. Tengo que intentar llegar a la estación del ferrocarril, porque los trenes siguen circulando. Solo son cinco kilómetros. Dentro de una semana es Navidad y podía estar junto a su lecho, y pasar todos juntos las primeras navidades después de veinte años de ausencias. Tal vez el taxista del pueblo quiera llevarme. Iré a su casa ahora mismo. El taxista es un hombre ya mayor, a punto de jubilarse, y no se atreve a circular con esta ventisca. La carretera es angosta, con tramos con pendientes muy pronunciadas. Me sugiere que esperemos a que pase los vehículos quita-nieves, pero no cree que despejen la carretera hasta mañana o tal vez pasado mañana. Pero ni mañana ni pasado mañana hay trenes que enlacen con el que lleva a la capital. Tengo que tomar el próximo, que sale a las cinco de la mañana. Ha dejado de nevar y puedo hacer andando este recorrido. Para este viaje no necesito equipaje, será suficiente con lo quepa en el bolso. ¡Tengo que intentarlo! 40. La agonía (Narrador: el moribundo) ¡Pobre Alicia! ¿Cómo podría decirle que mi mente está despejada y soy plenamente consciente de que estoy a punto de morir? ¿Cómo decirle también que ya no tengo ningún remordimiento, porque solo he hecho lo que el destino tenía previsto para mí. Nuestras vidas están escritas en las estrellas, y nuestro espíritu es una parte del destino del universo. Destino que desconocemos. También la madre de Noemí tenía un destino; que se ha cumplido ya. No sé como decirle que he presentido su muerte en algún gélido lugar, y que nunca estará en la cabecera de mi lecho de muerte. Una vez dije que una muerte digna es morir estrechando la mano que quién sienta más afecto por ti, y esa persona eres tú, Alicia, además que tu presencia en este lugar lo convierte en un hogar, con lo que se cumplen sobradamente mis condiciones para una buena muerte. Ahora ya puedo morir en paz. Ella lo ha comprendido y sigue estrechando mi mano. Siento como late su vida en ella, ya inerte, y ese contacto hace que empiece a sentir una paz interior indescriptible. Es su alma que me traspasa y la siento dentro de mí, cuando apenas me quedan unos segundos de vida. Ahora aparecen las más emotivas imágenes familiares de mi infancia que guardaba en el subconsciente. Se suceden una detrás de otra con sus sonidos y sus sensaciones. Escucho mi propio llanto y la voz de mi madre que me mece en la cuna que le regalaron mis abuelos; veo a mi padre empujando el columpio del parque cercano a nuestra modesta casa en las afueras de la ciudad, cuando apenas debía tener dos o tres años. Él es joven y vigoroso, y empuja el columpio con tanta fuerza que me hace llorar por la excitación del juego. Pasan muchas otras imágenes, y de todas guardo alguna impresión. Me veo vestido con mi traje de almirante de mi primera comunión, y a mis padres, que me llevan de la mano casi en volandas a la iglesia del barrio. Allí veo a la niña, con su virginal vestido de primera comunión, que me hizo sentir la primera emoción apasionado del amor. Se suceden multitud de imágenes familiares, como la fotografía del colegio de primaria, el primer automóvil de mi padre, mi primer viaje en tren, la primera chica con que salí y el primer beso en los labios de una mujer, y después de muchas otras, también las imágenes de la cafetería de la universidad y las que sucedieron después. Pero todas pasan vertiginosamente y va quedando un vacío indescriptible tras de su efímera visión. Es como si se estuvieran borrando de mi conciencia para que cuando sobrevenga la muerte no queda ni rastro en mi alma de lo que ha sido mi vida en este mundo. Presiento que cuando llegue a la última imagen moriré, y ese momento está llegando ya, porque veo la imagen de mi agente literario, aquella noche que destruyó nuestras vidas. Veo a ella en la puerta entreabierta del apartamento de Noemí. Mi imaginación se ha quedado en blanco, y me invade una inmensa paz. Ya no siento la mano de Alicia, Ahora veo una luz intensa, cegadora, sé que voy a penetrar en esa luz donde permaneceré eterna... mente.... 41. La muerte (Narradora: Alicia) Ha hecho apenas un leve movimiento de cabeza recostándose contra la almohada, y no siento ninguna señal de vida en su mano, ¡creo que ha muerto! Pero parece que se ha quedado plácidamente dormido. No hay en su rostro el más mínimo signo de dolor. Retiro mi mano y la suya se desploma. ¡Sí, ha muerto! ¡El gran amor de mi vida yace muerto ante mis ojos! A partir de este instante la muerte hará su trabajo y sus bellas manos, su prodigiosa cabeza, y su maltrecho cuerpo los convertirá en cenizas. Pero la odiosa parca no tiene suficiente poder para destruir el fruto de quién ahora le pertenece. Su obra sobrevivirá, y su memoria no se borrará de mi imaginación hasta la muerte me lleve a mí también. Ahora debería llorarle evocando su memoria, pero quien se lo ha llevado de mi lado no se saldrá con la suya. Aunque mi alma está rota en pedazos, no derramaré una sola lágrima, porque ya le he llorado cuando estaba vivo. Ahora ya no me quedan apenas lágrimas, y debo guardar las que todavía me queden para cuando empiece a echarlo de menos y sienta su ausencia. ¡Ha sido un hombre con suerte, porque ha vivido haciendo la voluntad de otros, pero ha muerto de acuerdo a su propia voluntad. Solo unos pocos privilegiados tienen una muerte así. ¡Si es difícil vivir, mucho más es morir! 42. Las dos muertes (Narrador: el autor) Los dos amantes de la literatura mueren en el mismo día y a la misma hora, porque así estaba escrito en las estrellas. El cuerpo congelado de la madre de Noemí lo encontró el conductor del vehículo quita-nieves, que circularía esa misma mañana, limpiando de nieve la tortuosa carretera. Su cuerpo no estaba sobre la carretera, sino en un pequeño barranco, donde debió caer dada la oscuridad y la capa de nieve que lo ocultaba. Su antiguo amante murió por complicaciones mortales de su enfermedad incurable. Noemí había presentido la muerte de su madre cuando se despidieron en la estación del ferrocarril. Lamentablemente no tuvo que elegir con quién de los dos pasaría las Navidades, sino a quién de los dos lloraba. No fueron enterrados juntos. Ella yace en el pequeño cementerio de su localidad, y él se hizo incinerar su cadáver, y aventadas sus cenizas en una playa cercana, como era su deseo. Alicia se sintió profundamente afectada, pues según sus creencias, no se reuniría con su amado en esa dimensión que creyó descubrir en su personalidad astral. TERCERA PARTE: ENCUENTRO ASTRAL «Trabajad no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece.» (Juan 6:27) 43. La despedida La muerte me lo ha quitado y la muerte me lo devolverá. ¡Te buscaré allí donde te encuentres y volveremos a estar juntos, pero para la eternidad! Si estás en el Infierno te rescataré; si estás en el purgatorio, te acompañaré hasta que ganemos el Cielo, y si ya estás en el Paraíso, allí nos encontraremos, porque el amor no conoce barreras, ni humanas ni divinas. Este cadáver que yace en la cama ha perdido su alma, que debe vagar por el cosmos sin un destino en concreto. Nadie excepto yo podré dar con su paradero, porque mi cuerpo astral podrá viajar por todos los rincones más allá del universo, y en alguno de estos lugares te encontraré. Ella te condenó al infierno en una de tus pesadillas, y no ha venido para librarte de esta maldición. Ahora ya no es necesaria su presencia. Tengo que comunicar esta penosa noticia a Noemí, porque ella, a pesar de la oposición de su madre, le tenían un gran afecto. Ha muerto cuando faltan unas horas para un nuevo amanecer. No vale la pena despertar a Noemí tan temprano. Ya no es necesario que se apresure, su padre ya no la necesita. Esperaré a que amanezca. Me siento como si yo fuera la mensajera de la muerte, pero de una muerte esperada. Nadie se sorprenderá. Quienes conocieron su diagnóstico ya solo esperan leer su nota necrológica en la prensa o en la red, y exclamarán aquellas frases de condolencia que habrán escuchado en otras defunciones de otros personajes famosos. «Pobre, ha muerto en la flor de su vida y en la cúspide de su popularidad»; «Ha muerto cuando lo había tenido todo menos la salud»; «Así acaban sus vidas la mayoría de los grandes personajes: siempre antes de lo previsto»; «Los artistas viven a un ritmo e intensidad insano, por eso mueren temprano», etc. Creo que en el fondo llevan razón. El alma es lo que da vida al cuerpo y si abusamos de nuestra alma, abusamos también de nuestro cuerpo. Al final, el alma exhausta, pierde sus defensas y las pierde también el cuerpo, y sobreviene la inevitable enfermedad mortal. Mi desdichado amigo estaba condenado, porque vivió abusando de su alma desde que tuvo conciencia de su existencia. Amanece, pero este no es el mismo sol de ayer, ni las mismas estrellas que se desvanecen. No es la misma brisa matutina, ni el mismo color azul del cielo. No es la misma ciudad, ni la misma calle. Porque esta noche ha muerto un escritor, y cuando un escritor muere algo muere en el alma colectiva del mundo, porque los escritores y los artistas somos el alma del mundo. Con gran dolor de mi corazón me decido a llamar a la desdichada Noemí para comunicarle la triste noticia. Ella no responde, pero recibo un mensaje del contestador de su móvil: «Lo siento, no estoy disponible. Me dirijo a la localidad de mi madre. Me acaban de comunicar que la han encontrado muerta por congelación en la carretera cuando se dirigía a pie a la estación del ferrocarril. Estoy desolada y no puedo hablar. Déjame tu mensaje». Me siento profundamente afectada y, al mismo tiempo culpable, porque juzgué prematuramente a esa mujer. ¡Espero que me perdone! No obstante, ha tardado demasiado en perdonarle. Es ella quien hubiera tenido que estar estrechando su mano cuando expiró. Sin duda que ha encontrado la muerte cuando intentaba acudir a la llamada de su falsa novela, pero cuando ya era demasiado tarde. Nuevamente el destino se vuelve incomprensiblemente contra mí, y ella volverá a ser mi rival después de su muerte, porque los tres nos volveremos a encontrar más allá de esta atormentada vida. 44. El último viaje La infeliz Noemí ha tenido que hacerse cargo de dos sepelios en pocos días. Ha asistido al de su madre y, apenas ha tenido tiempo de llorarla, cuando tiene que hacerse cargo del de su padre. El hospital se ha encargado de su incineración y le ha entregado las cenizas. Ahora tiene que cumplir con la última voluntad de su padre y esparcirlas en el mar. Me ha pedido que la acompañe y saldremos para la costa mañana a primera hora. —¿Cómo murió mi padre —me pregunta Noemí cuando regresamos en un taxi a su apartamento, sin poder ocultar en su mirada una gran tristeza y su delicado rostro desfigurado por el dolor. —Creo que en paz, pero no puedo decirte más porque apenas podía hablar, solo puedo decirte que su semblante era sereno y parecía haber aceptado la muerte con resignación. —¿No mencionó a mi madre? —No podía hablar, pero estoy seguro que la tendría en sus últimos pensamientos. —El taxista de la localidad me dijo que intentaba coger el primer tren de la mañana para reunirse con mi padre, y que él no se atrevió a llevarla a la estación, por lo que ella intentó llegar a pie. —¿Por qué no esperó a que despejaran la carretera de la estación? —le pregunto, aunque yo puedo suponer la razón. —No lo sé, pero he encontrado un breve verso que escribió la noche de su muerte: «Esta noche no hay estrellas y no dejará de ser noche Esta noche no habrá luna, y nunca será de día.» Debió presentir también ella su muerte, porque no creía poder ver a mi padre con vida. Pero lo intentó y le costó también a ella la vida. Estén donde estén, mis padres se habrán reconciliado y por fin tendrán la paz que merecen. Escucho a Noemí y no puedo evitar un injusto deseo de que no se cumplan sus esperanzas. ¡No puede interponerse entre nosotros también después de muerta! Ya estamos en el apartamento de su padre. Yo no puedo evitar tener la sensación de su presencia, como si todavía su alma no hubiera salido de esta habitación y no pudiera salir por alguna razón que solo él debe saber. Noemí recorre con la mirada todo lo que perteneció a su padre, y que ahora le pertenece a ella, pero no parece que le preste interés. Ha ido a la estantería y selecciona una de sus novelas. Contempla la fotografía de su padre en la contraportada, y no puede contener el llanto. —Alicia, ¿cómo era mi padre realmente? Tú debiste conocerle mejor que yo. —Creo que sobre todo tenía miedo de condenarse, porque nunca pudo vivir de acuerdo a sus deseos por culpa de sus constantes remordimientos. Era un alma atormentada que escribía novelas para olvidarse de la causa de sus tormentos. —¿Tú le amabas? —Sí, le amaba, pero él nunca me correspondió. —Entonces ¿por qué no le abandonaste? —¿Abandonarle? ¿Cómo puedes abandonar lo que ya es una parte de ti? —Y ahora, ¿que harás? —Escribiré una novela sobre el viaje que hará tu padre por el cosmos. ¡Su vida después de muerto! —¡Pero eso es imposible! Supongo que te lo imaginarás. ¡Nadie ha podido reunirse con los muertos! No quiero alarmar a Noemí y explicarle que yo puedo desdoblar mi personalidad y separar mi cuerpo astral del físico. Lo he experimentado una vez y lo lograré una segunda vez. La primera apenas me moví a cortas distancias de mi cuerpo físico, pero esta nueva experiencia tengo que tomar todas las precauciones necesarias para que nadie perturbe mi concentración, porque tardaré mucho tiempo en regresar. —Sí, por supuesto que me lo imaginaré. —¿Dónde crees tú que estará en estos momentos? —noto en su mirada que se siente inquieta y temerosa, pero debe acostumbrarse a los fenómenos paranormales, porque sus padres intentarán ponerse en contacto con ella por medio de sus sueños, y debo prevenirla. —Creo que está aquí, porque su alma todavía no se habrá desarraigado totalmente de las emociones que le trasmitirán los objetos con los que ha tenido contacto en vida. —¿Y crees que nos estará viendo y escuchando? —me pregunta sin poder disimular su inquietud. —No, ni nos ve ni nos oye. Solo puede ponerse en contacto con nosotros a través de nuestro cuerpo astral, lo que sucede durante los sueños. Tienes que estar prevenida, porque es probable que aparezcan en tus sueños, y querrán saber en qué estado de ánimo te encuentras. Pero es probable que no hagan ninguna referencia a sus muertes, sino que aparecerán en escenas que no tendrán ningún sentido para ti. En los sueños no tenemos control de nuestra imaginación ni del tiempo ni del espacio. Creo que no debí hablarle de esta posibilidad. Ahora parece realmente asustada y lo estará más cuando llegue la noche y se enfrente a los sueños. Amanece un día brumoso y desapacible. No es el más adecuado para diseminar sus cenizas. Hemos quedado en la estación del ferrocarril, donde tomaremos un tren que nos dejará en una localidad costera. Noemí ya me está esperando en la entrada de la estación. Todavía tenemos tiempo de tomar un té caliente, que nos levante el ánimo. Nos hemos sentado en la misma mesa en que estuvo por última vez con su madre. Ella parece que ha recuperado su entereza. —Ahora sé por qué mi pobre madre me dio aquellos tristes consejos. «No esperes consuelo de nosotros. Si necesitas consuelo, aprende a consolarte tú misma». Yo presentí su muerte. Cuando se alejó de mí, ¡tuve el presentimiento de que esa era la última vez que la vería con vida! Durante el viaje a la costa apenas hemos intercambiado algunas palabras sobre el tiempo desapacible. Al otro lado de la ventanilla el paisaje parece participar de nuestra profunda tristeza. Una densa niebla se cierne sobre las pequeñas poblaciones que vamos dejando atrás. Es difícil creer que pueda haber gente feliz en un paisaje tan deprimente. A veces el tren circula junto a la carretera, y podemos ver los automóviles que circulan a la misma velocidad, ocupados por gente con obligaciones y responsabilidades que no piensan en la muerte, pero tampoco tienen oportunidad de pensar en la vida. ¡Viven, eso es todo! 45. Las cenizas A medida que nos aproximamos a la localidad costera se puede sentir el olor a salitre. Salimos de la pequeña estación del ferrocarril y es fácil orientarse y saber dónde está el mar, porque el frescor de la brisa marina nos indica claramente la dirección. El cielo parece un inmenso manto grisáceo, y una fría y húmeda niebla confunde las formas de las cosas. Los automóviles circulan con las luces encendidas a pesar de no ser todavía mediodía. Hay poca gente en las calles, parece una ciudad fantasma. Nos encaminamos al paseo marítimo. No está lejos. Ya se escucha el escandaloso graznido de las gaviotas. La calle de la estación desemboca directamente en un sencillo paseo marítimo, tan desolado como el resto. Ya podemos escuchar las olas chocando con la pared del paseo. Desde este paseo divisamos el mar, pero no puede verse la linea del horizonte, que se confunde con el cielo por su tono grisáceo y la densa neblina. A un lado del paseo hay un pequeño espigón, donde están amarradas unas pocas embarcaciones pesqueras, que seguramente no se han hecho a la mar por el temporal. Elegimos ese lugar para esparcir las cenizas. —Es muy triste acabar una larga vida de ilusiones, proyectos y ambiciones —comenta Noemí preparándose para volcar en el mar los restos de su padre—, en un puñado de polvo que se lo llevará las corrientes hasta el fondo del mar, y así termina su desgraciada historia. —Es solo su cuerpo, su alma seguirá existiendo, como seguirán existiendo sus obras. Un grupo de hambrientas gaviotas revolotean alrededor, sin duda deben creer que los restos que Naomí esparce sobre el agua puede ser alimento. —Ya se ha cumplido su deseo —me comenta sollozante—. ¡Ya no habrá mas muertes; ya no necesitamos esta urna! Con un gesto airado, arroja también la pequeña urna al mar. Se seca las lágrimas con el dorso de la mano, me coge enérgicamente del brazo y nos alejamos de aquel lugar. —«Si necesitas consuelo, aprende a consolarte tú misma». ¡Sí, mamá, ya he aprendido! Noemí ha recobrado el ánimo. La vida sigue y carece de utilidad llorar a los muertos. Bastante les hemos llorado cuando estaban vivos. De los muertos solo queda el recuerdo y él ha dejado un buen recuerdo. No es motivo de llanto. Me asombra su entereza, pero en realidad hasta hace solo unos meses ha sido huérfana desde que nació. No es de extrañar su comportamiento. El viaje de regreso es tan silencioso como el anterior. Noemí parece ausente, o tal vez esté pensando en su futuro como huérfana. Tiene su mirada perdida en el paisaje brumoso que vamos dejando atrás. Parece reaccionar a algún pensamiento que le obsesiona, porque de improviso se vuelve hacia mí y me comenta: —Tenías razón, esta noche he soñado con mis padres... —guarda un elocuente silencio, como si se preguntara si debe desvelarme su sueño—. Yo estaba sentada en un banco del parque y mi padre apareció de pronto y se sentó junto a mí, pero estaba muerto. Yo le pregunté por qué había abandonado a mi madre, y, de súbito, ella apareció sentada junto a él, pero también parecía estar muerta. No podían responder a mi pregunta. De pronto apareció un policía, y dirigiéndose a mí, me dijo. «Perdone, pero los muertos no pueden estar en el parque. Llévelos al cementerio y entiérrelos». Yo no sabía qué contestar, estaba aterrada. Pero incomprensiblemente, los dos se incorporaron, y dirigiéndose al policía, mi padre le dijo: «No es necesario que nos entierre ella, nosotros mismos nos enterraremos. Adiós Noemí, no tardes en reunirte con nosotros...», y desaparecieron hundiéndose en el suelo del parque. En ese momento desperté —guarda un silencio sepulcral, parece muy afectada por el sueño—. ¿Qué puede significar este sueño, Alicia? —¡Que tus padres te echan de menos! —respondo sin vacilar. —¿Quieres decir que desean mi muerte? —Para ellos ahora tu vives en la muerte, y ellos en la vida. Se han cambiado los papeles, por eso quieren que te reúnas con ellos. Es posible que este mismo sueño vuelva a repetirse, aunque con diferente argumento, y volverán a insistir en que te reúnas con ellos. Tienes que ser fuerte y no dejarte obsesionar por lo que escuches de tus padres durante el sueño. Aunque suceden en la dimensión astral, están perturbados por tu propio subconsciente. —¿Quieres decir que subconscientemente deseo morir y reunirme con ellos? —me pregunta alarmada. —Sí, pero es por causa de tu estado de ánimo actual. Lo superarás y tus padres ya solo aparecerán en tus sueños cuando los añores. Noemí parece reconfortada por mi explicación. Pero sigue sumida en sus pensamientos, y vuelve a perder su mirada en el paisaje brumoso que contemplamos al paso del tren. Noemí parece salir nuevamente de sus lúgubres pensamientos, se vuelve hacia mí y me confiesa: —¡Me gustaría ser como tú, Alicia: segura de quién eres y lo que deseas hacer de tu vida. Pero ¿quién soy yo? La hija no deseada de dos soñadores que fueron amantes de la literatura, pero que no entendieron el significado de la palabra amor, a pesar de que la escribieron cientos de veces. ¿Qué debo hacer? Ya no estoy segura de que quiera escribir, ¡con el ejemplo de mis padres he tenido suficiente! Tal vez, como dijo mi madre, sería una excelente doctora. No estoy segura de si debo animarla a que siga la vocación de sus padres, pero precisamente porque ellos no supieron combinar sus ambiciones mundanas con sus relaciones personales, Noemí aprenderá de los errores de sus padres y podría ser una excelente escritora sin necesidad de arruinar su vida. Sí, creo que debo animarla. ¡Sería el mejor tributo que rendiría a sus malogrados padres! —Noemí, en estos tiempos en que ya nadie cree en lo que escuchan o ven, solo pueden creer en lo que pueden imaginar, ¡y los escritores podemos proporcionarles esas imágenes del mundo que desearían escuchar o ver! Lamentablemente son mayoría los escritores que se regocijan en recrear las nauseabundas imágenes de lo que ya no podemos creer ni deberíamos ver. ¡Tú puedes ser una escritora que ilumine a los lectores! —Pero ¿cómo sé si tengo el talento necesario para no quedarme en la mediocridad? —Mi querida amiga, ¡eso nos preguntamos todos! No sabrás la respuesta hasta que no hayas superado unos cuantos fracasos, porque cada fracaso significará que has elegido un mal camino, y debes rectificar hasta que encuentres el tuyo propio. El talento consiste en ser tú misma. El tren está entrando en la estación central. Noemí no se trasladará al apartamento de su padre, porque no quiere vivir sola. Prefiere seguir viviendo con sus compañeras de la facultad, pero me ha sugerido que, si lo deseo, puedo acuparlo yo. La idea es muy atractiva, porque me facilita mi experiencia. Acepto su ofrecimiento, al menos por lo que reste del curso, y me trasladaré lo antes posible. 46. La preparación Ya estoy instalada provisionalmente en el apartamento del padre de Noemí. Es una sensación difícil de describir, porque todos los objetos del apartamento tienen algo de él, y aún tengo viva la memoria de su cuerpo muerto sobre la cama en que me dispongo a dormir. Pero no siento ningún temor, sino todo lo contrario, dormir en la cama donde todavía están los eflujos de un difunto es la mejor forma de comunicarse con él. Soy consciente de los riesgos y desconozco qué puede haber más allá de esta dimensión. Puede que se encuentre atrapado por alguna fuerza superior y mi energía no sea suficiente para liberarle. Pero también puede haber alcanzado alguna dimensión que se asemeje al Cielo, y mi viaje será en vano. De cualquir modo, su destino estaba escrito en las estrellas desde el día de su nacimiento, y se habrá cumplido sin apelación posible. Sobre todo tengo que asegurarme que nadie perturbará mi sueño mientras mi espectro se encuentre separado de mi cuerpo. Tengo que desconectar todo lo que pueda sonar, incluido el teléfono y todo lo que cree campos magnéticos, lo que me temo que será imposible de eliminar, y no se cómo me afectará. Después de todo, cuando me separe del cuerpo seré solo energía y no sé cómo pueden afectarle otras fuentes de energía que pueda haber en el apartamento. Es un riesgo que tengo que correr. La otra duda es, en el caso de que se encuentren nuestros espectros, saber cómo nos comunicaremos, porque en el encuentro solo nos podremos comunicar a través de nuestros pensamientos, para lo que deberemos ascender al plano mental. Si lográsemos alcanzar esa dimensión no podremos ocultar nuestros pensamientos, por lo que es imposible la mentira o el engaño, y todo debe suceder con total transparencia. Esa debe ser la maldición de la vida material: ¡la posibilidad de engañar y mentir, la causa de todos los desastres de este mundo! ¿Qué sucederá si no pudiera volver a mi cuerpo? ¿Moriré yo también? ¡Sería un suicidio, lo que supone ir contra mi destino escrito en las estrellas y mi alma vagaría, sin encontrar reposo, ¿hasta cuándo? ¿Pero cómo tener una noción del tiempo donde no hay más que energía? Todo es muy confuso, y sé que corro un gran riesgo. Pero ¿qué sentido tiene ya mi existencia en este mundo? He entregado mi corazón a un difunto y ahora no tengo otra opción que reunirme con él, ¡tanto si está en el Cielo como en el Infierno! Este fin de semana podría ser el día señalado para el encuentro, porque Noemí viajará a la localidad de su madre para gestionar los trámites de su herencia y no existe el riesgo de que pueda presentarse de improviso. Tampoco espero visitas inesperadas, porque en los últimos meses de su vida no tenía más amigo que su agente literario. Su negativa opinión sobre los escritores actuales le causó la enemistad con los que tenía alguna relación. De todas formas dejaré una nota en la puerta para asegurarme de cualquier otra eventualidad. Esta noche será el gran viaje. Quiero aprovechar estas horas previas para dejar por escrito lo que me propongo hacer, y espero poder escribir también lo que haya podido suceder a mi regreso. Para relajarme, doy un largo paseo por el mismo parque en el que le declaré mi amor. Es un paseo lleno de nostalgia y de profunda tristeza. Todo lo que veo me recuerda su amable persona, y a veces tengo la sensación de que está paseando junto a mí y me hace nuevas preguntas, pero esta vez son sobre los misterios de la vida y la muerte, para los que no tengo respuestas. Me siento en un banco y recuerdo el sueño de Noemí, me gustaría que me sucediera a mí, pero eso solo pasa en los sueños, la realidad es más terca, se niega a cambiar sus rígidas normas y todo sucede como está previsto que suceda. Estoy de nuevo en el apartamento y escribo las notas sobre la experiencia de esta noche. Ya oscurece. Es un gélido día de finales del invierno. Es posible que nieve. Por alguna razón la nieve me deprime. No me gusta, porque siento como si me estuviera callendo en mi alma. Me gustan los países cálidos, porque son más acogedores y la vida es más sencilla. Escucho los oratorios de Bach, porque creo que es la música que debe escucharse en el Paraíso. Me tiendo sobre la cama y me preparo para la concentración. 47. El viaje astral (Narrador: el difunto) Sé que he fallecido. He sentido una extraña vibración y lo que debe ser mi alma se desprende de mi cuerpo. Alicia ya se ha dado cuenta de mi fallecimiento y ha soltado mi mano, que cae ya inerte. Siento que una fuerza me impulsa a salir de mi apartamento, y traspaso la pared sin ninguna dificultad. Ahora estoy viajando a una velocidad vertiginosa, y me dirijo hacía la luz que vi en el momento de mi fallecimiento. He entrado en una extraña dimensión y continúo mi viaje atravesando un espacio en semi tinieblas. En esta dimensión veo multitud de espectros atrapados, que me imploran ayuda y tratan inútilmente de retenerme, porque sus manos crispadas penetran en mi espectro sin poder asirlo. Por su aspecto y vestiduras deduzco que algunos están en estas tinieblas desde hace miles de años. También creo que se trata de personas que han debido morir de forma violenta, porque sus espectros están horriblemente mutilados. Algunos carecen de extremidades, otros de cabeza y la mayoría muestran heridas posiblemente causadas por las guerras o accidentes, por las que habrán muerto. Pero ¿por qué permanecen en estas tinieblas y no ascienden a la zona luminosa donde parece que me dirijo yo? Noto una importante diferencia entre ellos y yo, donde debe estar la explicación. Mi aura es absolutamente resplandeciente, las de ellos están oscurecidas. Tal vez al morir con la conciencia tranquila y en paz, mi aura se cargó con energía positiva, que le confiere ese resplandor. He descrito este fenómeno en una de mis novelas, fruto de mi intuición, pero que ahora compruebo que era acertada. Por esta razón mi alma debe ser atraída directamente hacia la fuente de luz. Debe tratarse de un efecto simple de atracción electromagnética. Por esta razón, supongo que quien muere con la conciencia intranquila, de improviso o por accidente, el alma debe contener energía negativa que oscurece el espectro, y en esas condiciones deben de ser atraídos solo hasta esta dimensión, que debe ser la astral, la primera dimensión de donde están los que han muerto. Estas almas están suspendidas entre lo que los teólogos llaman el Cielo y el Infierno, que debe ser el Purgatorio. Su desesperado intento por adherirse a mí debe ser para que les transfiera la energía positiva que necesitan para entrar en una nueva dimensión que les lleve hasta la luz a la que me dirijo yo. Pero no parece que esta transferencia sea posible entre espectros. Posiblemente esa energía positiva que necesitan se les debe poder transferir desde el mundo físico, con invocaciones, oraciones o cualquier otra forma que desconozco, dirigidas especialmente a ellos y que les muestren su afecto. Sigo viajando a una velocidad que posiblemente sea la de la luz, pero todavía no he salido de esta dimensión donde posiblemente haya millones de almas en similares condiciones. Si este es el Purgatorio, donde las almas no están lo suficientemente iluminadas para alcanzar el Cielo, aquellas personas que mueran y que hayan cometido faltas que no tengan redención, sus auras estarán cargadas de energía negativa, y deben aparecer absolutamente oscuros, por lo que no podrán elevarse y permanecen en el mundo físico, y esto debe ser el Infierno de las almas en pena de la teología, y que por alguna causa que desconozco, pueden aparecer como muertos vivientes, o zombies. No tengo otra explicación. He atravesado otro plano cósmico y, por fin, estoy en la dimensión de la luz cegadora que me atrae irresistiblemente desde el instante de mi muerte. Tiene las mismas luminosidad que mi alma. Sin sombra que la oscurezca. Mi viaje por las dimensiones del cosmos parece que termina aquí, porque he dejado de moverme a velocidades vertiginosas. También aquí tal vez haya millones de almas luminosas como la mía. Todas parecen tener la mismo aspecto juvenil, no deben tener más de 18 ó 20 años, y permanecen suspendidos en esta inmensa dimensión luminosa. Mi espectro se mueve lentamente entre ellos. Me sonríen y parece que me dieran la bienvenida. Me detengo frente a un espectro que asombrosamente tiene mi apariencia de cuando tenía 18 ó 20 años, y estaba todavía en la universidad. Parece que sea mi doble. Ha ocurrido algo extraordinario: siento una extraña vibración y mi doble se ha fusionado penetrando en mi espectro. Ahora también yo tengo su misma apariencia. Me siento confundido, pero al mismo tiempo siento una gran sensación de bondad indescifrable. Una de las almas que ha contemplado mi transformación se acerca a mí y parece que desea comunicarme algo. Yo intento leer sus pensamientos, pero no escucho nada. Instantes después se acerca a mí otra alma todavía más resplandeciente, y, como la anterior, creo que está intentando que escuche sus pensamientos. ¡Le escucho! —¡Bienvenido a la dimensión luminosa, porque tu alma solo tiene energía positiva, y brilla como la luz que genera la fuente que alumbra y ha creado el cosmos! Una extraordinaria fuente de energía positiva, situada en una dimensión todavía más elevada, y que su luz es la creadora de todas las ilusiones visible e invisibles del cosmos. Cuanto más luminosa es nuestra alma, más nos acercamos a esa extraordinaria fuente de luz. Allí están las almas de los más virtuosos personajes de la historia, como Sócrates, Jesucristo o San Juan de la Cruz. Yo también soy una entidad luminosa superior y puedo comunicarme con cualquier alma, pero tú solo puedes comunicarte con los que hayas tenido contacto en vida y sientan afecto por ti. De ellos podrás escuchar sus pensamientos, pero ellos no podrán leer los tuyos. —Pero ¿qué me ha sucedido? ¿Quién era ese doble mío? ¿De dónde ha surgido? —Escucho tus pensamientos y contestaré a tus preguntas. Cuando nos gestan se generan dos entidades espirituales. Una tiene la forma del espacio que llegaremos a ocupar en el límite de nuestro crecimiento. Esa entidad está compuesta por energía positiva y permanece en esta dimensión. En ella está escrito nuestro destino. La otra entidad espiritual permanece en el embrión, que lo anima. Su energía es variable y depende de los procesos de su conciencia, que pueden generar energía positiva o negativa. Nuestro destino se cumple cuando actuamos de tal manera que se mantiene con energía positiva hasta el instante de nuestra muerte. De lo contrario actuamos en contra de nuestro destino y al morir no podemos fusionarnos con nuestro doble energético y permanecemos en una dimensión intermedia o en el mundo físico, si nuestra conciencia no tiene redención. Ese doble tuyo ha seguido tu desarrollo personal, y ha estado a tu lado siempre que lo invocabas. ¡Era tu ángel custodio! —¡Sí, ahora recuerdo mi experiencia en el pequeño parque de la iglesia horas después de conocer mi diagnóstico, en la que creí que un ángel estaba sentado en mi mismo banco. Debía ser este doble mío, al que yo había invocado previamente. —Ahora estás constituido tal y como estaba previsto en tu destino. ¡Ya no hay dualidad en ti, sino una absoluta unidad energética! Mi extraño viaje hasta esta dimensión luminosa ha concluido al reunirme con mi doble personalidad. Es como si a partir de este momento empezara una nueva vida eterna, pero no puedo decir que sea feliz, porque sería aceptar la infelicidad, desconocida en esta dimensión. Es un estado neutro, indescriptible, carente de toda angustia, temor o inquietud. Posiblemente la expresión adecuada sea «beatífico». Pero afortunadamente no estoy completamente separado de mi realidad física anterior, porque, en efecto, puedo escuchar los pensamientos de quienes se acuerdan de mí y me invocan, aunque débiles, como un susurro. En estos instantes Alicia me está invocando y escucho débilmente sus pensamientos. Me temo que está a punto de cometer una grave imprudencia, porque pretende unirse a mí en el plano astral, donde yo no estoy, y ella nunca podrá acceder a esta dimensión luminosa mientras esté viva. Si el cuerpo astral de Alicia penetra en la dimensión de los muertos corre el riesgo de que no pueda reincorporarse a su cuerpo físico, y es muy posible que se quede también atrapada en las tinieblas del Purgatorio, ¡y ya no podrá reunirse conmigo, como era su deseo! Tengo que encontrar la manera de comunicarme con ella y hacerla ver el riego que corre si persiste en su intento. Ahora no soy más que un contingente de energía sutil invisible, pero que puede desplazarse al mundo físico. Corro el riesgo de contagiarme con energía negativa y no poder regresar a esta dimensión, pero no puedo permitir que Alicia se condene por mi culpa. ¡Tengo que intentarlo! 48. El regreso He regresado a la dimensión del mundo físico y estoy a los pies de la cama donde yace Alicia. Está acercándose al estado de concentración donde puede producirse el desdoblamiento de su cuerpo astral. Si provoco una descarga de energía tal vez consiga encender la lámpara de la mesita de noche e interrumpir su concentración. Consigo que la lámpara parpadee y afortunadamente Alicia ha salido bruscamente de su concentración. Contempla extrañada la lámpara, pero no lo asocia con mi presencia. La desenchufa y vuelve a concentrarse. Tengo que intentarlo de nuevo y espero que se de cuenta de que trato de comunicarme con ella, porque la energía de mi áurea decae. Consigo que vuelva a parpadear débilmente, y Alicia se ha sobresaltado. Creo que ha comprendido que soy yo quien lo provoca. —¿Eres tú? ¿Estás aquí? Vuelvo a hacer parpadear la lámpara. Alicia ha comprendido que es mi respuesta. —¡Entonces, no has salido de tu apartamento, tal como yo suponía! Pero no puedes comunicarte conmigo. Ten paciencia pronto me reuniré contigo. Tal vez esta misma noche. Estoy intentando concentrarme y lograr desdoblar mi cuerpo astral, y entonces podremos comunicarnos y me podrás contar dónde te encuentras! Intento hacer parpadear de nuevo la lámpara pero es inútil. No podré evitar que se desdoble y entre en la dimensión de los muertos, y si llega a esa dimensión y queda atrapada no podré rescatarla. Solo espero que su alma no se condene y no pueda ya salir del mundo físico, lo que podría suceder si muere, porque el suicidio es una falta grave, ¡y llenaría su alma de energía negativa! —Por si me escuchas te comunico que la madre de Noemí también ha muerto —Alicia no sabe que no puedo escuchar cuando me habla, pero sí sus pensamientos, y se confirma mi presentimiento de la muerte de la madre de Noemí. Pero está pensando que confía en que no nos hayamos encontrado, porque sigue considerándola su rival, incluso después de muerta. Si la madre de Noemi está muerta debería poder comunicarme con ella. Tal vez sea que por no haberme dado su perdón antes de morir esté en el Purgatorio. ¿Pero, cómo saber dónde se encuentra? Debería escuchar sus pensamientos para saber dónde dirigirme, de otro modo me resulta imposible encontrar su alma entre millones de almas. Tal vez sus pensamientos no me mencionen y solo piense en la desdichada Noemí. Eso lo explicaría. Alicia vuelve a estar al borde de su proyección astral. Si lo consigue nos volveremos a encontrar, pero será por breve tiempo, porque ella debe regresar a su mundo físico de los vivos y yo al mío energético de los muertos. Son inútiles todos sus esfuerzos, nuestros destinos no se encuentran ni en la vida ni en la muerte. Siento verdadera lástima por esta mujer, pero ahora sé que es inútil luchar contra lo que está escrito en las estrellas. Debe ser el estigma de que ella me hablaba. El cuerpo de Alicia parece agitarse. Está vibrando. Mueve la cabeza de lado para otro, como si algo estuviera intentando desprenderse. Sí, lo está consiguiendo, y el espectro de su cabeza se desprende de su cuerpo, y el resto de su cuerpo astral también. Su cuerpo físico ha quedado en absoluto reposo, sin duda que duerme profundamente, mientras ella sueña su desdoblamiento. Sus primeros movimientos son imprecisos, se eleva lentamente pero mantiene sus ojos cerrados. Un delgado hilo de energía la mantiene unida a la vida. ¡Confío que no se rompa! Su ascensión se ha detenido. Abre los ojos y me contempla asombrada, pero no puede hablar. Ahora deberá leer mis pensamientos y yo los suyos. —Alicia, ¿por qué lo has hecho? —¡Está aquí! ¡Lo he conseguido! Pero ha cambiado su aspecto, ¡ahora es un hombre joven! —¡Alicia, lo que has conseguido es poner en riesgo tu vida! —Me reprocha lo que hecho, solo por estar a su lado. —Alicia, puedo escuchar tus pensamientos. Sí, tengo que reprochártelo. Ahora no podrás reunirte conmigo. Yo estoy muerto y tú estás viva... —¡Entonces si mi muerte puede solucionar nuestras diferencias, no volveré a mi cuerpo! —No conseguirías nada, porque sería un suicidio, y sabes que tu alma se condenaría y no podría separarse del mundo físico. ¡Renuncia a este amor inútil y peligroso para los dos! —¿Tú me lo pides? ¿No he sido tu fiel compañera hasta tu último suspiro? —Alicia, estás poniendo en peligro también mi salvación. Estos reproches, que sé que no son justos, harán que mi alma se contamine con energía negativa, y puede impedirme volver a la dimensión de la luz en la que había logrado ascender. Por el bien de los dos, ¡renuncia! —Lo entiendo... mi estigma me persigue también aquí, entre los muertos. Deseas estar con ella por toda la eternidad. ¿No es así? Si renuncio me condenaré de todos modos... —¡Pero salvarás mi alma, y también la de ella! —¡Os habéis encontrado! ¡Ella, con su inesperada muerte, ha ganado! —No, Alicia, no nos hemos encontrado. No sé dónde pueda estar. Tal vez nunca nos encontremos. Pero donde estoy el tiempo no existe. ¡Te esperaré, pero tienes que morir en paz con tu conciencia! No te asuste la vejez, cuando te reúnas conmigo volverás a tener 18 años. —¿Y ella? —Alicia, donde nos reuniremos no existe la felicidad ni la desdicha, solo la bondad; allí no podrás amarme ni odiarme; los tres podremos gozar de esa infinita bondad eternamente, y cuando le llegue su hora, confío en que también Noemí se reunirá con nosotros. —¿Me pides que deje consumir mi vida con la esperanza de compartir eternamente contigo la bondad de tu Paraíso? —!Sí, te lo ruego! —¿No tengo elección? —El Infierno ahora o el Cielo cuando la muerte quiera llevarte. —¡Me das a elegir entre dos infiernos! —Sí, Alicia, pero uno puede durar 30 ó 40 años y el otro la eternidad... —Supongo que debo renunciar y despedirnos hasta dentro de 30 ó 40 años, ¡y ni siquira puedo estrechar la mano que sostuve en el instante de tu muerte! —Así debe ser, Alicia... Pero tengo que pedirte algo más... Es sobre la madre de Noemí. Temo que esté retenida en un espacio tenebroso, intermedio entre el Cielo y el Infierno. Para que se libre de esta oscura dimensión necesita la ayuda de alguien vivo, que le trasmita la energía positiva que le ayude a ascender a un plano superior, y tú puedes ayudarla, y al mismo tiempo, ayudarte a ti misma para ganar tu salvación... —¿Me pides que salve a mi rival? —Ya no es tu rival, es un alma, que igual que tú, merece ascender a la dimensión de la luz y salir de las tinieblas donde puede que se encuentre. —¿Y qué puedo hacer por ella? —¡Reza por ella! —¡Nunca he rezado; no sabría cómo hacerlo! —Solo tienes que invocar su nombre y mostrarle tu afecto. Eso será suficiente para trasmitirle energía positiva. Trasmite este deseo también a mi hija, Noemí, que rece también por su madre, y entre las dos la salvareis. —¡Qué triste es mi destino! —No, querida Alicia, en el mundo de los vivos no hay mayor dicha que sentirse útil y necesario. Entrégate el resto de tu vida a escribir novelas con argumentos que inciten a la generosidad y la bondad, y vivirás feliz hasta que llegue tu hora y te reúnas con nosotros. —¡Ni siquiera tengo el consuelo del llanto! —Vuelve con los vivos y podrás aliviar tu corazón con el llanto. —Adiós entonces. ¡Hasta que la muerte nos una! —Adiós, mi querida Alicia, te esperaré en el Paraiso... Su espectro vuelve a unirse con su cuerpo, que permanece inmóvil. No puedo escucharlo, pero noto por su triste expresión que debe estar a punto de llorar. Ahora se lleva las manos al rostro y debe sollozar amargamente. ¡Pobre Alicia, nadie más que ella merece entrar en el Paraíso! 49. En el Purgatorio (Narradora: la madre de Noemí) ¿Por qué estoy encerrada en estas tinieblas? ¿Es este el destino de los muertos? ¿Dónde me encuentro? He visto mi cuerpo congelado al borde de la carretera mientras mi alma ascendía hasta llegar este tenebroso lugar. Sí, debo de estar muerta. ¡He sido una imprudente, y lo he pagado con la vida! ¿Qué será de mi pobre Noemí? Pretendía salvar a alguien de sus remordimientos y muero yo sin tener a nadie que me salvara de los míos! ¡Es este lugar el Infierno que merezco! ¡Sufriré esta angustia eternamente! Creo ver un pequeño resplandor que se aproxima a mí. Ahora distingo el espectro de un joven... ¡Oh, Dios mío; es él! ¡También él ha muerto! Pero es tal como era cuando le conocí hace veinte años! Sí, es él; es el mismo joven inquieto y ambicioso que leía mis poemas en el campus de nuestra universidad; con la misma sonrisa burlona; el mismo encanto en su mirada. Me avergüenzo de que me encuentre envejecida, aunque no sea más que un fantasma. Tal vez haya escuchado mis lamentos. ¡La muerte nos une de nuevo! Se acerca a mí y puedo escuchar sus pensamientos: —Mi querida amiga y admirada poeta, nos volvemos a encontrar en extrañas circunstancias. He sabido de tu triste muerte en la nieve cuando te disponías a velar mi lecho de muerte. Tan pronto como he escuchado tus lamentos me he apresurado a reunirme contigo. ¡No sé por qué estás en este tenebroso lugar, pero yo te ayudaré y te devolveré en la muerte con creces lo que has sufrido por mi culpa en vida. Yo necesitaba tu perdón para morir con la conciencia en paz, pero mi sincero arrepentimiento y las ayudas de nuestra hija y de esa extraordinaria persona, Alicia, me salvaron del infierno. —Yo te hubiera perdonado, pero la muerte se interpuso. Pero, ¡por el amor de Dios!, ¿puedes decirme dónde me encuentro? —Estás a medio camino entre el Cielo y el Infierno; en el Purgatorio. Tu conciencia no debía estar en paz en el momento de morir, y se contaminó con energía negativa, lo que te impide ascender a una nueva dimensión, donde yo me encuentro. Pero no temás, tu hija Noemí y Alicia de sacarán de aquí y podrás reunirte conmigo. —Nunca he hecho mal a nadie, ¿por qué merezco este castigo? —No tengo la respuesta. La energía y su relación con la conciencia tiene su propia norma, pero supongo que la energía positiva o negativa que acumula nuestra alma depende de estado del estado de nuestra conciencia en el momento de la muerte. —Entonces merezco estar en este siniestro lugar, porque fui una imprudente... ¡pero tenía una buena causa! —No hubiera servido de nada, porque yo fallecí el mismo día. ¡Ya era demasiado tarde! —Pero yo no sabía las razones que te llevaron a ese burdel aquella noche, y que cuentas en tu última novela. Si lo hubiese sabido, yo te habría perdonado desde el primer encuentro. —¡Yo no he escrito ninguna novela describiendo ese desgraciado suceso! —Noemí me envió una copia que le había entregado Alicia... —¡Alicia! Ella escribió ese libro y alteró los hechos para que tú acudieras a cofortarme en mi lecho de muerte. No sé que habrá relatado sobre aquel desgraciado suceso, pero tu impresión fue la verdadera: ¡yo te traicioné! —¿Es también este engaño parte de mi trágico destino? —Alicia solo pretendía salvar mi alma... —¡A costa de condenar la mía! —Se había propuesto prolongar mi vida hasta que tú llegases, pero yo se lo impedí. ¡Yo soy una vez más el culpable! Pero ya es tarde para lamentaciones. Nuestros destinos están a punto de cumplirse. El mío ya se ha cumplido, y Alicia y Noemí te ayudarán para que se cumpla también el tuyo. Ninguno de nosotros merece el Purgatorio, y mucho menos el Infierno. Nos equivocamos porque éramos humanos, pero por la misma razón nos arrepentimos, y pagamos con sufrimiento nuestra absolución. Ahora ya solo nos queda ganar el Cielo y toda una eternidad para sumirnos en una beatífica calma en la dimensión de la luz. —Si ese es también mi destino, ya solo me queda confiar en mi hija Noemí y reunirme contigo es ese Paraíso. ¡Así concluye una dramática historia que comenzó un día a principio de la primavera, ¡por causa de una tarta de nata y fresas! EPÍLOGO: REUNIÓN ASTRAL 50. Oraciones (Narradora: Noemí) Alicia me ha llamado porque desea verme para algo relacionado con mis padres fallecidos. Quedamos esta misma tarde y cenaremos juntas en el apartamento de mi padre, como en otros tiempos. Yo he recuperado el ánimo y hago una vida normal. Por suerte mi carrera me absorbe todo mi tiempo y ocupa mis pensamientos. Solo por las noches siento la ausencia de mis padres, pero en realidad siempre he sentido esta ausencia. Vuelvo a estar en el apartamento de mi difunto padre. Alicia no ha cambiado nada y sus libros, ordenador y todos sus objetos personales permanecen en el mismo lugar. Parece muy desmejorada. Es como si padeciera alguna enfermedad. Su mirada es lánguida y distante. Algo la distrae y la perturba constantemente. Me da la bienvenida con una leve sonrisa. Ya no es la mujer fuerte y segura de sí misma. Sin duda que la muerte de mi padre la ha afectado profundamente. —Alicia, ¿no te sientes bien? Pareces cansada, te encuentro muy desmejorada. —Sí, Noemí, no me encuentro bien. Estoy deprimida y triste. —¡Es por causa del fallecimiento de mi padre! —Sí, es por eso... Permanece en silencio, como si no quisiera darme otras razones para su depresión. Nos sentamos a la mesa y Alicia me sirve lo que ha cocinado para la cena y comemos en silencio. —He pensado en tu madre —me dice en una pausa, porque parece no tener apetito—. No soy creyente, pero creo que deberíamos rezar por la salvación de su alma... —¿Quieres decir que su alma no merecía ir al Cielo, si es que existe? —Las circunstancias de su muerte no han sido naturales sino accidentales, y en estas condiciones murió sin una compañía que la reconfortase y ayudase a limpiar su alma de cualquier remordimiento. Puede que esté en una dimensión en la que necesite nuestra ayuda. —¡Alicia, me inquietas! ¿Está sugiriendo que mi madre puede estar en el Infierno? —Si estuviera en el Infierno ya no tendría salvación, pero si está en el Purgatorio, nuestros rezos pueden ayudarla a salir de allí y subir al Cielo, ¡que es donde merece estar! —Alicia, estás hablando como una creyente. ¿De verdad crees en infiernos, purgatorios y cielos? Mi comentario parece haberla confundido, y creo que está meditando su respuesta. —¡Noemí, yo ya no sé en lo que creo! Te ruego que no me hagas más preguntas, porque no sabría qué contestar. Pero presiento que debemos invocarla y mostrarle nuestro afecto. Solo necesitas pensar en ella y trasmitirle tu cariño. Esté donde quiera que esté ella recibirá tu mensaje, y estará más cerca del Cielo. —Alicia, siempre he creído que tú y mi madre erais rivales. —Querida Noemí, con los muertos no se compite. Fuera de este mundo ya no late el corazón y no hay lugar para emociones como el amor. Solo hay bondad en el Cielo y maldad en el Infierno. Cerca de Cielo y del Infierno solo hay ansiedad y dudas. Nota del autor Alicia murió de tristeza dos meses más tarde. Su corazón se detuvo porque ya no tenía utilidad. No había en su alma ni un átomo de energía negativa y ascendió a la dimensión de la luz sin el mínimo contratiempo. FIN 13. Noemí Por primera vez mi enfermedad me ha impedido cumplir con los compromisos de mi editorial. Es evidente que mi estado de salud empeora cada día que pasa. Ha sido una bendición que conociera a Alicia en este crucial momento. Por primera vez no puedo valerme por mí mismo y necesito ayuda. Empiezo a sentir los dolorosos preámbulo de la muerte. Estoy inquieto por la entrevista con la joven Noemí. Hay algo en ella que me resulta familiar, como si la hubiera conocido en una vida anterior. Pero, por otro lado, presiento que trae consigo graves sucesos que pueden alterar lo poco que me quede de vida. Alicia parece compartir mi inquietud. Puede que se trate de una rival con ventaja, porque Noemí es una joven muy agraciada. Es de una complexión mediana, sus larga melena, de un elegante color castaño y sus armoniosas formas, la hacen una joven muy atractiva. Entra en la sala acompañada por mi agente. Parece inquieta o tal vez nerviosa. Me contempla postrado en el sofá. Debe comprender lo inoportuno de esta entrevista. Al acercarse siento en su mirada una profunda lástima. Parece que siente mi enfermedad como si ya nos conociéramos. Le ruego que se siente en el sillón contiguo. —Y bien, Noemí, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme? Hace un ademán para sentarse, pero vuelve a mantenerse erguida, algo le inquieta. Cambia una mirada con mi agente y con Alicia, que permanece junto a mí, recostada sobre uno los brazos del amplio sofá: —¿Podríamos estar solos unos minutos —me ruega visiblemente nerviosa—, lo que tengo que decirle es muy personal. Mi agente cambia una mirada de interrogación conmigo, y Alicia se inquieta, porque debe creer que la joven es definitivamente una temida rival. Si les ruego que nos dejen solos, pensarán que no les tengo confianza, pero ahora estoy vivamente interesado en lo que esa joven quiere decirme. Les ruego que nos dejen solos. Alicia no puede evitar cambiar conmigo una mirada triste y a la vez de duda, pero respeta mi deseo. Los dos salen de la sala sin ningún reproche. Noemí los sigue con la mirada y parece aliviada cuando cierra la puerta tras de sí. Durante unos instantes, en que parece ordenar sus pensamientos y tranquilizarse, no aparta su mirada de un punto indeterminado de suelo. Después alza su mirada y visiblemente emocionada me pregunta: —¿Recuerda usted quién escribió este verso?: Si tu corazón fuera espuma, yo sería océano; Si tu alma fuera cielo, yo sería nube; Si tu mirada fuera lluvia, yo sería campo; Si tus manos fueran agua, yo sería sed. Es como si un rayo cruzase mi mente. Tengo una poderosa intuición, pero me niego a reconocerla. ¿Cómo ha llegado ese poema a esta joven? No respondo, pero soy yo quien hace la siguiente pregunta, y siento que mi respiración se hace difícil y mi viejo corazón se agita: —¿Quién lo escribió? Ella me mira y siento en su mirada una profunda ansiedad. Está al borde del llanto. —¡Lo escribió mi madre hace veinte años...! Rompe a llorar en silencio y se cubre el rostro con sus manos. No se atreve a mirarme. Yo me siento aturdido, y no sé cómo reaccionar. Me hago la pregunta de la que espero con ansiedad una respuesta: ¿Es esta joven mi hija? Si es así, ¿cómo han podido pasar todos estos años sin que su madre me lo dijera? Sí, es posible; hicimos el amor pocas semanas antes de mi traición, y no tomamos ninguna precaución. Pero, ¿cómo debo comportarme con ella? No puedo sentir afecto paternal repentino por alguien que no conozco, aunque sea mi propia hija. Necesitaremos algún tiempo para conocernos y mantener una relación normal de padre a hija. Por un lado la noticia me llena de júbilo, pero por otro me entristece, porque durante veinte años he ignorado su existencia y cuando la conozco apenas me quedan unos meses de vida. He conseguido recuperar la calma, tengo que obrar con sensatez. Espero que ella también recupere la calma y me aclare mis muchas dudas. ¿Dónde está su madre? ¿Por qué ha mantenido a mi hija lejos de mí todos estos años? Mi supuesta hija se ha calmado y deja de llorar. Se vuelve hacía mí con una mirada de súplica, porque espera que le demuestre de alguna manera que la he adoptado. Pero yo necesitho algunas respuestas: —Querida Noemí, debes comprender que esta situación es muy confusa. No puedo comportarme como un padre en unos instantes. Cálmate y cuéntame por qué no me habéis contactado antes. ¿Dónde está tu madre? Pero permite que vengan mi agente y Alicia, son de absoluta confianza y pueden estar presentes. No debo mostrarles desconfianza. Mi supuesta hija asienta con un leve movimiento de cabeza mientras se seca las lágrimas y trata de recuperar la calma. Llamo a mi agente y a Alicia y les pongo al corriente de la nueva situación. Ambos están perplejos y no saben qué decir. Alicia se acerca a Noemí y trata de consolarla acariciando su larga y sedosa cabellera. Noemí se lo agradece con una sonrisa. Ya parece que está calmada. Espero que pueda despejar todas mis dudas. 14. La historia de Noemí —Yo no he sabido que usted era mi padre hasta hace apenas un mes, cuando necesitaba una novela para un trabajo sobre la literatura actual y encontré en la biblioteca de la facultad una de sus novelas. Cuando vi su fotografía me asombró nuestro parecido físico, pero no le presté más atención, peu’bbhb Leí todas sus novelas y en todas con pequeños cambios, seguía siendo la misma descripción de mi madre. Pero me faltaba uno de sus libros: el primero, que ganó un conocido concurso literario de aquella época, y que podía tener la prueba definitiva. Pero no tenían ningún ejemplar en la biblioteca. El libro estaba agotado y un librero me informó que usted no había autorizado su reedición. Entonces recorrí todas las librerías de usado de la ciudad, sin ningún éxito. Cuando ya había perdido toda la esperanza de encontrar ese libro, recibí la llamada de una compañera de la facultad para darme la buena noticia de que tenía un ejemplar del libro que buscaba. Cuando lo leí se despejaron todas mis dudas. Su novela se titulaba «Poetas sin cielo», como una poesía escrita por mi madre y que es el argumento de su novela. Segura de que era usted mi padre, reservé una invitación para la presentación de su nueva novela. Pero no deseaba que usted lo supiera hasta no estar segura de qué clase de persona era mi padre, porque me había formado una idea muy negativa de quién había abandonado a mi madre. Cuando me enteré de su enfermedad, cambié de actitud, pero cuando le he escuchado hoy me he sentido enormemente orgullosa de ser su hija, y quiero creer que tendrá alguna poderosa razón que pueda justificar que la abandonara cuando estaba embarazada de mí. Por desgracia mi madre no tiene la respuesta. Usted no lo sabe, pero fue tan grande el trauma de la separación, que sufrió un ataque de amnesia severa, de la que todavía hoy no se ha recuperado. Sigue sin recordar su relación con usted. Yo me crié con mis abuelos, en una pequeña localidad del norte, pero ellos tampoco estaban al corriente de las relaciones de su hija con usted. Mi madre era una mujer libre e independiente, siempre hacía lo que deseaba, hasta que perdió la memoria. Mis abuelos la acogieron y sigue viviendo allí, pero ahora está sola, porque mis dos abuelos han muerto y yo me he matriculado en la universidad de esta ciudad, la misma donde mi madre y usted se conocieron, ¡hace veinte años! ¡Es cierto que la realidad supera la ficción! Estoy desolado, mi alma me duele más que mi cuerpo, pero para este mal no venden calmantes en las farmacias, solo se pueden encontrar en el infierno. No merezco el afecto de esta hija ignorada; no merezco el afecto de nadie y dudo mucho que ya pueda evitar mi condenación. ¡Casi la deseo como merecido castigo! 15. El arrepentimiento Hay un silencio sepulcral. Noto en las expresiones de mi agente y de Alicia un velado reproche. Noemí parece agotada, indecisa, espera mi reacción. Ahora debería de darle una justificación sobre mi comportamiento, pero no tengo ninguna y ella debe de saberlo. No espero su perdón, pero al menos no vivirá engañada. Debe saber quién es su padre, y si a pesar de todo cree que merece su afecto y su comprensión. —No, querida Noemí, no tengo ninguna justificación. ¡Tu padre es un canalla! —Alicia quiere protestar, ella no puede entender que yo me haya podido comportar de aquella manera, pero le ruego que me deje concluir, necesito confesar mi culpa. Noemí no puede culpar a su madre; yo soy el único culpable—. Cuando somos jóvenes y ambiciosos todo nos parece válido y creemos que las heridas se curan con facilidad. Yo sabía que tu madre sufriría por mi traición, pero supuse que pronto lo superaría. Tal vez encontrase otro joven y pronto se olvidaría de mí. Nunca pude imaginar que su amor por mí fuese tan profundo, y mi traición tan dolorosa. Tampoco sabía que estaba embarazada, porque después de abandonarla no tuve el suficiente valor como para interesarme por ella, y no la volví a ver. Sé que Noemí debe sentirse defraudada con mi declaración de culpabilidad. Noto en su expresión el desconsuelo y la confusión. Es lamentable, pero sigo creyendo que la juventud cura pronto las heridas. Noemí debe curar también pronto esta herida. Solo se me ocurre en mi desesperación una remota justificación: —La literatura nos unió y la misma literatura nos separó. Yo creía que mi carrera literaria estaba por encima de los sentimientos; como si hubiera nacido para cumplir una misión, y no podía anteponer nada, incluidas las personas y sus sentimientos, a esta ciega ambición. Mi único amor era la literatura, ¡no había lugar para nadie ni nada más! Cuando recibí tu primer mensaje comprendí mi error, y por qué mis novelas carecían de motivación y humanidad, porque no puede haber humanidad en una novela si no es inspirada por el amor a las personas, de donde surgen los personajes. Alicia me ha terminado de probar mi error: ella sí sabe qué es y para qué nos sirve la literatura. Ella no ha tenido la desdicha de encontrar un agente literario con habilidad para promocionar las obras de un autor; alguien que conoce los gustos de los lectores corrientes y sabe lo que les gusta leer. Una agente que se sirve de tu talento para sus propósitos comerciales. Que te convierte en el ídolo de la gente corriente y en el monstruo de ti mismo. Mi agente ha reaccionado. Parece preguntarse si no estará haciendo él lo mismo conmigo. No quiero que se sienta también él culpable. —No estaba pensando en tí —le digo—, cuando aceptaste representarme yo ya había adoptado el mal hábito y todas mis novelas adolecían de lo misma falta de motivación, pero tenían él éxito asegurado. Sólo empecé a inquietarme a partir de esta última novela, era el resultado de todos estos años negarme a mí mismo; el escritor que escribió «Poetas sin cielo», la única novela fruto de mi amor por una persona, y no del marketing y del mercado. Noemí me lo recordó cuando ya es demasiado tarde para redimir mi pecado. ¡No volveré a escribir porque no merezco ser amado ni yo puedo amar a nadie! Alicia no admite mi renuncia. Protesta y quiere dar su opinión: —¡No estoy de acuerdo; tu padre no es totalmente culpable! Quién tiene el coraje de reconocer su culpa merece el perdón; los más santos fueron los más pecadores. No es el santo quien necesita compasión, sino ¡el pecador! Noemí, tienes que perdonarle, no porque sea tu padre y aunque en el pasado se haya comportado como un canalla, sino un ser humano arrepentido que reconoce sus culpas, merece tu compasión y tu perdón. Perdonar es lo que nos hace seres humanos; el rencor nos vuelve bestias sin alma, solo con memoria. Mi hija vuelve a estar al borde del llanto. Está sufriendo una gran presión emocional y ¡parece tan vulnerable! Me mira y noto en su mirada su deseo de perdonarme. Alicia toma una de sus manos y la pone sobre la mía. Su mano está ardiendo y tiembla. Ha sido el prodigio de una verdadera escritora quién ha hecho el milagro del perdón. Noemí se abraza a mí y llora en silencio. Creo escuchar como un susurro: —¡Papá, te quiero! Yo también tengo deseos de llorar. ¡Pero ahora tengo una hija que necesita un padre que sea fuerte! 16. La reconciliación Han pasado dos días desde la accidentada presentación de mi última novela. No es mucho tiempo para asumir que ahora soy el padre de una joven encantadora. He recibido una dura lección, pero no es más que el principio de mi redención. He vivido veinte años de soledad y aislamiento y ahora me resulta difícil asumir que tengo que dedicar algo de mi tiempo en pensar en los demás. Desconozco cuáles son las responsabilidades de un padre. Noemí es tan independiente como su madre y no necesita que nadie le diga lo que tiene que hacer o cómo lo tiene que hacer, y no me crea grandes responsabilidades. Seguirá viviendo en el apartamento que comparte con dos compañeras de la universidad, pero haremos lo posible por cenar juntos dos o tres veces a la semana en mi apartamento. Alicia se ha ofrecido a ser nuestra cocinera, y nos deleitará con sus deliciosos guisos locales. Noemí confiesa que no es muy hábil en la cocina, es una joven entregada a su carrera. Creo que ha heredado la pasión mía por la literatura y la sensibilidad de su madre para la poesía. No puedo decir si tiene o no talento, todavía no ha tenido tiempo ni oportunidad de ponerse a prueba. No ha escrito nada importante. Pero siempre he creído que el talento no se hereda, sino que se nace ya con él. No está en los genes; está en la mente y en el alma y debemos adquirirlo en el mismo instante de nuestra gestación. Puede que nos venga del cosmos o de algún fallecido en ese mismo instante. Creo en la transmigración, porque el espíritu, como la energía, no se destruye, se transforma. Desde el principio de los tiempos hay un espíritu universal, al que los creyentes llaman Dios, de donde provienen todos los de los seres animados. La prueba evidente de la transmigración es que en mi familia no hay artistas ni escritores, solo personas normales, preocupadas por cosas normales. Tal vez haya habido alguno entre mis remotos ancestros, pero yo lo desconozco. Mi enfermedad sigue su diabólico curso y no me deja mucho tiempo libre y sin dolores. Tengo que acudir con frecuencia al hospital para seguir un doloroso tratamiento. A cambio de soportar todas estas molestias me aseguran poder prolongar el tiempo que me quede de vida y que necesito para poner en orden mi conciencia. Como era de esperar, mi última novela ha triplicado las ventas de las anteriores. La muerte es un extraordinario reclamo. Mi editor no puede ocultar su satisfacción, aunque se muestre compasivo. Los medios de comunicación me acosan y he tenido que cambiar de número de teléfono. Los mensajes de condolencia son abrumadores, me resulta imposible leerlos todos. Pero por fortuna aún desconocen mi inesperada paternidad, deben creer que la joven que me acompaña es mi última conquista. En cuanto a Alicia, no puedo negar que siento por ella un profundo afecto, pero no se puede llamar amor, porque en estos críticos momentos desconozco el significado de esta hermosa palabra. Ella parece resignada y creo que, a pesar de todo, es feliz solo con poder estar a mi lado y servirme de ayuda. Sí, debe ser su destino el que no sea correspondida. No ha tenido suerte en la elección de sus amantes. Ella y Noemí parecen entenderse bien, y comparten las mismas inquietudes. Creo que se han hecho buenas amigas. Pero esta pasajera felicidad tiene una oscura sombra: ¡su madre! He hablado con Noemí sobre ella, no es un tema fácil. Noemí cree que mi presencia podría ayudarla a recobrar la memoria. Pero yo me pregunto si no será mejor que mantenga su amnesia. No debe ser para ella nada grato el recordar mi traición. Si recobra la memoria tal vez pueda perdonarme, pero también puede aumentar su resentimiento hacia mí. Por mi culpa ha malogrado veinte preciosos años de su existencia, no hay penitencia lo suficientemente grande para compensar su sufrimiento. Sé que a Noemí le haría enormemente feliz vernos juntos otra vez. Como si el tiempo no hubiera transcurrido, y reconstruir el pasado en el momento en que éramos más felices. Cuando escribió aquel corto y apasionado poema para decirme, con cuatro rimas, cuánto me amaba, y que ha marcado nuestras vidas. Hoy cenaremos en mi apartamento. Mis dos mujeres llegarán de un momento a otro y tengo que poner un poco de orden. No me encuentro muy bien, a pesar de los calmantes que hacen estragos en mi estómago, persiste un dolor constante que consigue hacerme perder la calma y agriar mi buen carácter. Es asombroso y tristemente paradójico que durante los últimos veinte años en los que he gozado de una excelente salud no creo haber tenido ni cinco minutos de felicidad, y cuando mi salud se ha quebrantado no soy capaz de gestionar tantos momentos de felicidad, he conocido a una extraordinaria mujer y he recuperado una hija ignorada! Vivir es un juego que consiste en hacer lo contrario de lo que consideramos razonable. La primera en llegar ha sido Alicia. Ha venido con algo de antelación para que cuando llegue Noemí esté a punto la cena. Se interesa por mi salud. Me sugiere que dado el estado en que me encuentro debería tener alguien que cuidase de mí las 24 horas del día y probablemente tiene razón, pero insisto que no ha llegado todavía el momento. —¿Y cuándo llegará ese momento, cuando esté muerto? Ha sido una reacción espontánea, pero lamenta habérmelo dicho. Está profundamente arrepentida. —¡Perdóneme; yo no quería...! —No hay nada que perdonar —la interrumpo—, llevas razón y sé que tú misma lo harías con agrado, pero no puedo aceptar tu ayuda. Antes tengo que terminar de pagar mis deudas. La madre de Noemí necesita más ayuda que la que necesito yo, y ella cree que mi presencia puede hacer que recupere la memoria. Pero no sé cómo reaccionaría si recuerda nuestra relación. Alicia ha entendido lo que no me atrevo a decir. Ahora su rival es la madre de Noemí, porque si aceptase perdonarme ella sería quien cuidaría de mí hasta el día de mi muerte. —Lo comprendo, una vez más se cumple mi triste destino: nunca seré correspondida por las personas a quienes amo. De nada me ha servido todos mis esfuerzos para vivir este momento. Siempre soy la última de la fila, y cuando llego yo se ha terminado lo que estaban regalando. Alicia ha vuelto a deleitarme con sus guisos, pero Noemí no parece haber disfrutado de la cena. Ha permanecido ausente y con su pensamiento lejos de aquí. Antes de venir habló con su madre por teléfono y cree que está profundamente deprimida y desorientada. —Teme olvidarse también de mí —comenta angustiada—. Me ha enviado un verso que reflejan su confusión y lamentable estado anímico. Tenemos que tomar una decisión esta misma noche. Hoy he soñado que soñaba, que tú no eras quien eras, que el tiempo no tenía tiempo, y que la muerte había muerto. No puedo evitar comparar este verso con el de hace veinte años. A pesar de todos esos años olvidados, sigue siendo una gran poetisa. 17. La amnesia Le ruego a Noemí que me cuente todo lo que recuerda de su madre después de su ataque de amnesia. —Lo que sé de los primeros años, de los que apenas guardo un borrosa imagen, me lo han contado mis abuelos. Noemí no parece estar muy entusiasmada con mi sugerencia. Deben ser recuerdos tristes. Recuerdos de una niña criada por dos ancianos y una madre sin pasado, sin que pueda contar a su hija cómo se gestó, por quién y dónde. Sin que fuera capaz ni siquiera de mencionar el nombre de su posible padre. No solo no ha tenido un padre desconocido, sino olvidado. Pero le ruego que intente superar su tristeza y prosiga. Antes de que nos encontremos necesito saber cómo han transcurrido todos estos años de olvido. —No sabemos nada de cómo se produjo la separación —continuó superando la tristeza de revivir su infancia—, pero debió ser muy dolorosa porque no recordaba nada de lo sucedido y ni siquiera recordaba quiénes eran sus padres o dónde vivía. Una policía la encontró dormitando en un parque y afortunadamente pudieron identificarla gracias a una receta de un medicamento contra las náuseas del embarazo, porque no llevaba ningún documento oficial de identidad. Pero no podían dejarla sola en aquel estado, y localizaron a mis abuelos, que la acogieron. Y eso es todo lo que sabemos de los primeros días de su amnesia. Noemí ha cambiado varias miradas inquietantes conmigo. Posiblemente todavía se esté preguntando si después de todo merezco su perdón. Yo permanezco en un patético silencio, sin atreverme a decir nada en mi defensa. Yo solo conozco la historia a partir de un domingo en que habíamos acordado asistir a la proyección de una película de Oscar Wilde, pero yo nunca acudí a la cita... mientras ella esperaba inútilmente en las puertas del cine, ¡yo estaba en la cama de mi seductora agente! ¿Tendré el valor de confesarlo? ¡Si no lo confieso mi conciencia nunca estará tranquila! Esperaré a conocer toda la historia. Le ruego que me cuente qué pasó durante los años siguientes. Mi pobre hija está rememorando una parte de su vida que posiblemente desee también ella olvidar, pero se sobrepone y continua: —Mi madre se trasladó a vivir a la pequeña localidad del norte de sus padres, mis abuelos maternos, y todos los esfuerzos por que recuperase la memoria fueron inútiles. Aparentemente podía llevar una vida normal, pero tuvo que aprender a reconocer su propio nombre, el de sus padres, y todas las demás circunstancias posteriores a su amnesia. Cuando nací yo ya era plenamente consciente de todo, excepto de su estancia en esta ciudad y de sus relaciones contigo —se dirige a mí con la misma expresión de velado reproche—. Mi abuelo era un funcionario del Ayuntamiento y consiguió una pequeña pensión para mi madre, porque tenía frecuentes lapsus de memoria y no estaba capacitada para realizar ningún trabajo. Mi abuelo murió cuando yo tenía diez años, su salud empezó a deteriorarse desde el día en que se enteró de la amnesia de mi madre, y mi abuela murió unos meses antes de que me matriculase en la universidad. La pobre fue muy desdichada por todos estos sucesos, pero jamás le hizo ningún reproche a mi madre. Teníamos una criada desde hacía varios años, antes de que yo naciera, de la misma edad de mi madre, que es quien la acompaña en estos momentos. Yo no podía renunciar a la Universidad, porque conseguí una beca de estudios, con la que sobrevivo en estos momentos. Ella no dejó de escribir poemas, debe de tener escritos los suficientes para llenar una docena de volúmenes, pero se ha negado a publicarlos. Siempre sospeché que te los dedicaba a ti, pero solo debía ser una débil intuición, que no accedía a su consciencia. Tal vez por eso vivía atormentada por la incapacidad de concebir la imagen de quien tenía solo una intuición. Eso es todo lo que puedo contar sobre mi madre. Alicia nos ha preparado café, que nos sirve mientras guardamos un pensativo silencio. Yo trato de imaginarme a su madre veinte años después, la mujer con la que tendré que reencontrarme muy pronto y rendir cuentas de mi imperdonable comportamiento. Tengo la impresión de que me horrorizará, porque creo ver en su envejecido rostro la indeleble marca del sufrimiento, del que yo soy culpable. Alicia rompe este tenso silencio: —Tal vez si recibe un fuerte estímulo para recordar a la persona a quién según parece que sigue amando, recobre la memoria. Alicia ha puesto el dedo en la llaga. No es suficiente con que se reencuentre conmigo, sino con su amante, como si nunca hubiera sucedido mi traición. Alicia parece profundamente afectada, creo que se arrepiente de su sugerencia. Pero mi redención requiere algún sacrificio, y Alicia lo comprenderá y terminará por aceptarlo. Veinte años después tengo que intentar volver a seducir a la misma mujer que traicioné. El destino quiere ponerme a prueba y no puedo defraudarle. 18. Preámbulo ¿Es posible sanar un corazón herido? ¿Puede borrar el tiempo las heridas olvidadas? ¿Puede amar un viejo con un corazón agotado? ¿Puede un enfermo sanar a otro enfermo? Me hago estas angustiosas preguntas para sentirme todavía un ser humano, pero sé que yo no tengo la respuesta.Noemí y Alicia se han marchado hace algo más de una hora, y han dejado un vacío inmenso. Nunca me había sentido tan esencialmente solo. Es una soledad abismal, sin fondo, sin el menor atisbo de luz. Mi alma ha quedado en la más absoluta oscuridad. El cuerpo la ha abandonado; la alegría ha emigrado a otras tierras más cálidas y acogedoras. El placer se ha transformado en intenso dolor y la felicidad, que hasta hace solo una hora rebosaba por todos sus bordes, se ha ido con ellas, yo soy incapaz de retenerla mucho tiempo junto a mí. Una interminable noche más me esfuerzo inútilmente por estar ausente de mí mismo. Busco con verdadera desesperación un estado mental cercano a la nada, sin pensamientos incontrolados, sin movimientos de ningún tipo. Intento ejercitarme para preparar mi muerte sin sobresaltos de última hora, pero es totalmente inútil. La mente no duerme, solo se desconecta provisionalmente de la conciencia. Deja de pensar en lo que ve para pensar en lo que imagina. No se cansa, no se agota, no se rinde, porque no tiene una carne que pueda enfermar, ni un esqueleto que la sustente; no tiene ojos, ni boca, ni oídos, no come, ni bebe ni ve ni oye, solo piensa sin reposo porque es eterna y ya existía antes de que fuera mi mente. Noemí cree que, a pesar de las huellas visibles de mi enfermedad, yo sigo siendo un hombre atractivo y que puedo volver a seducir a su madre. Alicia no me ha dado su opinión, que ya conozco. Es una mujer desgraciada, pero en algún momento y en algún lugar tendrá su recompensa. Pero el tiempo apremia, la enfermedad se agrava y mi ánimo decae. No estoy seguro de poder llevar este plan hasta el final. Hemos acordado que Noemí invitará a su madre a pasar unos días con ella en la ciudad. Nuestro encuentro será durante una cena de bienvenida, en el apartamento de Noemí Me acaba de llamar Noemí, su madre ha aceptado la invitación y vendrá este mismo fin de semana y el sábado será el gran día de la prueba. Tengo que retroceder veinte años y tratar de entender las razones que motivaron mi traición. No basta con culpar a la ambición, la vanidad o al egoísmo. Tiene que haber una explicación razonable para justificar ese comportamiento, porque los humanos siempre tenemos una buena razón para justificar nuestra conducta. Lo he pensado en infinidad de ocasiones que descubrir significa destruir lo que estaba oculto. El sol brilla a costa de destruir sus reservas de hidrógeno. La imaginación crea a costa de destruir lo que todavía no ha sido imaginado. Al final no quedará nada que imaginar porque habremos destruido las reservas de imágenes, la muerte. Era inevitable destruir las causas que habían provocado mi creatividad, y esa causa era la mujer que las había inspirado. Si quería seguir creando tenía que buscar nuevas fuentes para mi inspiración, para volver a destruirlas, y así hasta la muerte. No soy del todo culpable. Nunca debimos inventar la literatura porque se alimenta del alma de los humanos. Cada novela, cada relato, cada cuento o cada poesía han devorado su insaciable ración de humanidad. Yo no soy una excepción, también tengo mis víctimas, pero de otro modo no habría literatura ni arte ni ninguna otra expresión del alma humana que necesite alimentarse del alma humana. Nadie entenderá estas razones, solo nuestro creador conoce nuestras debilidades, nuestro canibalismo espiritual, nuestra venganza por ser humanos. No puedo argumentar estas razones para mi exculpación, solo las entiende quienes somos víctimas de la inspiración, por donde se contagia este mal. Las personas corrientes están inmunizadas contra esta enfermedad del espíritu. Ahora ya no me cabe la menor duda de que ha sido esta la causa de mi enfermedad corporal. Mi espíritu dañino se ha introducido en mi cuerpo y no cejará hasta provocar su muerte. No hay cielos reservados para los escritores, pero tampoco hay infiernos, solo hay purgatorios: cerca del cielo, cerca del infierno. Si me quedasen fuerzas y el tiempo de vida necesario, escribiría una novela con este título, que sería la gran novela de mi vida, pero puede que la escriba después de muerto, y sea la gran novela de mi muerte. Pero ¿por qué escribir; por qué remover las tranquilas aguas de la inconsciencia; por qué sacar a relucir los defectos y las virtudes, las pasiones y los desencantos o las lealtades o traiciones de los seres humanos? ¿Por qué contar tantas mentiras; tantas historias que nunca han sucedido ni nunca sucederán? ¿Por qué ese enfermizo afán de perpetuar nuestra memoria después de que hayamos perdido la memoria? No, aunque me quedaran cien años más de vida no volvería escribir ni una novela más. Alguien tiene que dar el primer paso para librar de esta lacra a la humanidad. Tengo la impresión de que estoy delirando y pienso cosas que carecen de sentido. No hay justificación para quién causa daño a un ser humano sin una razón también humana. Un médico puede causarte algún daño para curarte una herida, pero un escritor no puede alegar sus fuentes de inspiración para causar daño. Si pusiera en una balanza el placer que hayan podido causar mis novelas y el daño causado el escribirlas, ¿de qué lado se inclinaría la balanza? ¿Y quién puede tener la respuesta? No tengo escapatoria posible. No tengo más juez que mi propia conciencia, y no cesa de gritarme que soy culpable. 19. La madre Hoy ha amanecido un día desapacible que influirá en mi estado de ánimo. Hoy también es el día en que llegará a la ciudad la madre de Noemí; la persona de la que depende mi salvación. No me siento con el ánimo adecuado para las circunstancias. Debería de sobreponerme y mentalizarme de que he vuelto a mis años de la universidad; años en que la vida era una pliego en blanco, esperando a ser escrito por ambas caras; años en que lo más importante era ser joven, no solo para gozar de la vida sino para vivir alejado de la muerte; años en los que estaba todo permitido menos la nostalgia; que el amor era una herramienta de trabajo, en los que la sabiduría de la experiencia era considerada una manía de viejos y no valía nada comparada con la vitalidad de los hechos. Esos años en que las personas que te rodeaban eran muestras para tu laboratorio o el plomo de tu redoma, de la que esperaba obtener oro, siguiendo la mágica fórmula inventada por tu excluyente imaginación. Años, en fin, que siempre he deseado olvidar y que ahora tengo que rememorar. Mi memoria tiene que borrar sin dejar el menor rastro lo que sucedió después de que ganara el inoportuno premio literario, como si no hubiera sucedido. Como si hubiéramos seguido juntos nuestro anhelado sendero de la gloria, y una vez alcanzada, puesto que parecía inevitable dada nuestra genialidad, viviríamos seis meses al año en Pigalle, en Montmartre o en Saint-German-des-Prés, donde yo escribiría mis novelas al calor de su inspiración, y ella sus apasionados versos inspirados por su amor por mí. Como si cada primavera amaneciéramos en nuestra casita de Mallorca, junto al acantilado más elevado del litoral, desde donde nuestra vista se perdiese en un horizonte tan infinito como nuestros deseos de vivir; tan hermoso como nuestras almas gemelas, tan misterioso como nuestra intuición, o tan acogedor como nuestro lecho donde hacemos el amor. Cuando tenía veinte años no podía imaginarme con sesenta años, ahora que estoy a punto de cumplirlos no puedo imaginarme con veinte años. No obstante, tenía que suceder, porque el tiempo es la mayor estafa del entendimiento humano, ya que se trata de un instante eterno, este instante en el que vivo, o mejor diré, malvivo hoy, es el mismo en el que vivía hace veinte años, lo que ha cambiado es la perspectiva y el escenario, ¡pero el instante es el mismo! Noemí me ha llamado para decirme que ha recogido a su madre en la estación de ferrocarril, y que la ha encontrado muy desmejorada y aturdida. Ya están en su piso, y ha podido descansar y recuperarse algo. Me comenta que, si se encuentra mejor, asistirán a la Ópera, que es la pasión de su madre. Representarán «Madame Butterfly», que le parece muy oportuno para las circunstancias. Su madre no recuerda haber visto antes esta ópera, pero la había visto dos veces porque aún guardaba las entradas como recuerdo. Cree que puede ayudar a nuestro plan. Le ha comentado su deseo de que el lunes le acompañe a la Facultad, la misma a la que asistió ella, pero insiste que ella no no recuerda haber asistido nunca a una universidad en aquella ciudad. Es evidente que sigue obstinada en no permitir que las imágenes y sentimientos que guarda en su subconsciente accedan a la conciencia. También me ha llamado Alicia. Está preocupada por el empeoramiento de mi salud. Quiere saber si necesito ayuda. Se lo agradezco, pero insisto en valerme solo hasta ver como acaba la prueba. Alicia está confundida y apenada, porque no puede desear que sea un fracaso, pero tampoco que sea un éxito. Se hubiera sentido dichosa solo por tener la exclusiva de mis cuidados hasta el día de mi muerte. Pero la madre de Noemí tiene preferencia. Si tan solo fuéramos buenos amigos, ambas mujeres podría velar mi agonía, pero ha cometido la debilidad de enamorarse de mí, y el amor es egoísta y rigurosamente incompartible. Parece resignada pero no vencida. Yo soy el gran amor de su vida y no está dispuesta a retirarse y darse por vencida. Merodeará esperando una oportunidad. He creado muchos personajes femeninos, y presumía de cocerlas incluso mejor que se conocen ellas mismas, pero Alicia me ha demostrado lo irrisorio de mi petulancia: aún me quedan muchos recovecos del alma femenina por descubrir. Tal vez mi prematura muerte me ayude a descubrirlos. Lo que no he sabido comprender es cómo ve la muerte quien da la vida. Posiblemente sientan el mismo afecto por ambas. Muchas mujeres sufren más depresiones inmediatamente después de traer al mundo una nueva vida, que ante la visión de un moribundo. La vida les duele tanto como la muerte. 20. Un mal día Sigue el tiempo desapacible. Sobre el cristal de mi gran ventanal resbalan las gotas de agua de una lluvia débil pero persistente. La lluvia no me deprime, al contrario, me vivifica, el agua trae vida, pone brillo en todo lo que cubre. Las plantas se vigorizan y muestran todo su esplendor y belleza. Pero lo que agrada a la naturaleza desagrada a los humanos. Veo desde mi ventana gente contrariada. Les molesta todo lo que no pueden dominar y controlar, y la naturaleza no se somete fácilmente. Por esa razón estamos poniendo todo nuestro empeño en destruirla. Puede que logremos destruir también la lluvia. Permanezco recostado en la cama hasta casi el mediodía porque no sé qué puedo hacer que justifique el estar levantado. No tengo nada que escribir, a ningún acontecimiento que asistir ni alguna visita que recibir, nada; pero he encontrado una ocupación: releer mi primera novela, y tal vez también debería decir que es la única que he escrito, porque pienso que reúne las tres condiciones básicas para que pueda considerarse una novela: tiene una motivación: un apasionado alegato en defensa de la poesía y los poetas. Argumento también fruto de su imaginación y no de la mía. Las novelas que siguieron después carecían de motivación, solo tenían técnica y estilo, por eso no eran de este mundo mundo, sino de un mundo paralelo y deshumanizado. Noemí lleva razón. «Es media noche. Las luces de la ciudad ensucian el cielo y no puedo ver las estrellas. Tengo que imaginarlas. También tengo que imaginar la gente en esta calle desierta. Y los rosales, las orquídeas y las geranios inexistentes en los balcones de sus casas deshabitadas. Tengo que imaginar los niños que juegan en una escuela fantasma, y los gorriones que anidan en unos árboles ausentes. Esta es mi calle, donde no vivo, donde no habito, donde solo me imagino que vivo y habito.» Así debe ser. Nuestra vida debe transcurrir en una de estas calles desiertas, donde no vivimos sino que imaginamos que vivimos, porque cuando menos te lo esperas se agota tu tiempo, y te parece que en realidad no has vivido sino que te has soñado. Al releer esta primera novela siento con toda su crudeza la falsedad en la que he vivido todos estos años, y me pregunto qué clase de escritor sería hoy si hubiera seguido fiel a mí mismo. ¡No hubiera sido extraño que ganara el Premio Nobel! Ahora me tengo que conformar con el premio del mercado, y con los millares de adeptos al consumo de literatura entretenida y con fecha de caducidad. No tienen nada que trasmitir sobre nuestra forma de entender la vida y sus valores a generaciones venideras. No tengo vocación de redentor, y me agobian los elogios, pero cuando un artista se expresa en cualquiera disciplina, está enviando un mensaje en una botella que indefectiblemente caerá en manos de gentes de otras épocas, en otras latitudes del inmenso océano del tiempo; que tendrán otros valores, y que, gracias a esos mensajes, podrán asentarlos en el tronco general de la historia. Dada la brevedad de nuestra existencia, lo único sólido que tenemos los humanos para salvarnos de la riada de los inevitables cambios que todo lo arrollan, es la Historia. Hoy tengo uno de esos días en que me siento demasiado insignificante como para tener grandes ambiciones, porque esta gran humanidad que puebla nuestro planeta, de la que yo soy una ínfima parte, no es ni siquiera un grano de arena del desierto comparado con la inmensidad del universo que habitamos. Los hombres poderosos se creen grandes porque reinan sobre sus diminutos dominios, mientras que aquellos que reconocen ser infinitamente pequeños, habitan en el gran dominio de la inmensidad del universo. Los humanos tenemos un sin fin de alternativas para elegir la forma en que deseamos consumir nuestro valioso tiempo, pero solo hay una que se corresponde con nuestra personalidad. La razón de nuestra existencia no es otra que encontrarla y serle fieles hasta la muerte. Solo así cada individuo será una persona, y cada persona será un mundo, y todos los mundos juntos formarán un universo, y muchos universos reunidos en uno solo será la única idea que podemos hacernos de algo a lo que llamar «Dios», por lo que solo las personas y sus mundos están en contacto directo con Dios. Yo he vivido en permanente contacto con el infierno, porque renuncié a mi mundo personal, por lo que no tengo acceso al cielo. Puede que todavía me quede tiempo para reparar mi gran error, pero tendría que escribir una última novela: la continuación de la primera, lo que me allanaría el camino de mi salvación, pero para ello no solo necesito tiempo, sino inspiración; no solo tendría que reencontrarme con el escritor, sino también con su amante. ¿Podría suceder mañana? Debería pensar en la cena de mañana y en mi salvación, y creo que tengo una idea que serviría para ambas cosas: escribir mi última novela con la historia de nuestra relación. Revivir su memoria día a día, beso a beso, caricia a caricia, con todo detalle, matiz, sentimientos, ilusiones, esperanzas y proyectos para el futuro. Sí, ella tendría el relato que su conciencia se niega a recordar. Sería sin duda la gran novela de mi vida, la que me facilitaría una buena muerte. Pero ¿me quedará tiempo suficiente? ¿Podré afrontar el reto con la clarividencia y estado de ánimo adecuado para que esté al nivel de mi primera novela? Noemí me ha enviado un mensaje para comunicarme que su madre se ha recuperado y está muy animada. Por la tarde irán a la Ópera, como estaba previsto, y a la salida cenarán en un pequeño restaurante italiano que hay en las proximidades. Dice que me echa de menos y hubiera sido una dicha completa si pudiéramos estar los tres ya juntos y unidos como una familia. ¡Pobre Noemí! Aunque se cumplieran tus deseo tu dicha durará poco. Es mejor que te acostumbres a mi ausencia, aunque sigas echándome de menos en tus momentos felices, puede que yo te acompañe, aunque tú no puedas verme. Mañana le comentaré mi idea. 21. La espera También ha invitado a Alicia a la cena de bienvenida de su madre, porque quiere que parezca una reunión de viejos amigos, en la que su madre no sea el foco de mayor atención. Quiere probar si me reconocerá. Todavía no le he comunicado mi nueva idea, porque no estoy seguro de que esté en las condiciones y el estado de ánimo para realizarla. Llamo a Alicia para comunicarle la invitación de Noemí. Acepta. —Si le parece bien, puedo pasarme ahora por su casa y preparar algo de comer —me sugiere—, después podemos ir juntos al apartamento de su hija. Noto por el tono de su voz que ha recibido la noticia con gran alegría. Ahora la balanza del destino se inclina a su favor y en mi contra, pero acepto su oferta. Esta mujer se está convirtiendo en una necesidad, siempre está donde yo la necesito. No es un viejo sueño del pasado sino una realidad del presente, sin historia, sin remordimientos, sin necesidad de recuperar la memoria de lo que no ha sucedido. Ella trae paz a mi espíritu y consigue hacerme olvidar mi pasado, para recuperar el presente, que tanto lo necesito en estos difíciles momentos. Alicia ya está en mi apartamento y de nuevo escucho el sonido doméstico y de gratas recuerdos del trajín en la cocina. Esta mujer va dejando por donde va el halo de lo cotidiano, lo simple, pero que es lo verdaderamente entrañable. No solo está preparando una deliciosa comida, sino el ambiente hogareño que no es solo un caluroso sentimiento, sino una necesidad de cualquier ser humano. —¿Qué hará usted si no le reconoce? Me pregunta con aire despreocupado, como si no le afectase mi respuesta, mientras me sirve lo que ha cocinado. Yo le pido una vez más que no me trate de usted, porque ya no soy el héroe de sus sueños, sino el hombre desvalido y torturado que necesita de su ayuda. Pero Alicia sabe que tutearme significa dar un paso de gigantes en nuestra breve relación, y no desea cambiar el trato hasta que no esté segura de que ha conquistado mi alma y mi voluntad. Mientras tanto, seguirá con el mismo trato distante y respetuoso. Necesito descansar y dormir un poco para estar presentable durante la cena con mi hija y Alicia me prepara la cama, tal como hizo la primera vez en su minúsculo estudio. Mientras ahueca las almohadas me dirige varias miradas que yo puedo interpretar fácilmente. Parece quererme decir que esta vez no me despertará su llanto. Me ayuda a recostarme y, al igual que la primera vez, se vuelve a la cocina, y yo vuelvo a escuchar ese sonido tan doméstico y relajante del trajín de la cocina, con el que me quedo dormido. Alicia ha velado mi sueño leyendo el manuscrito de mi primera novela, que había quedado sobre la mesita del salón. Cuando despierto me lee en voz alta uno de sus pasajes más trágicos de la novela, momentos antes del suicidio de la protagonista. «No he nacido para vivir. No vine a este mundo para gozar de los placeres de la carne. No estoy viva para celebrar las maravillas de la naturaleza. No me siento parte de la vida. No, yo he venido al mundo para cantarlo, para recitarlo, para convertirlo en un largo poema, para disolverlo entre bellas palabras. Para que se diga de mí cuando muera que fui solo poesía, sin nada que me lo impidiera, ni mi cuerpo, ni mi mente; solo poesía, nada más que poesía.» —¿Quién ha podido inspirarle estas dramáticas líneas? —me pregunta con un gesto de desolación o tal vez de horror—, ¿ella? Todavía no tengo la mente suficientemente despejada para responder y me limito a sonreír. Ella lo entiende, y sigue leyendo, pero en silencio. Veo por su expresión de asombro que le impacta lo que está leyendo, no me extraña, son los pasajes previos al suicidio de la poetisa protagonista. Cierra el libro y se recuesta sobre el sofá. No espera mi respuesta porque ya la conoce. Cambia una triste mira conmigo. Creo que quiere darme su opinión: —¿Sabe?, creo que el suicidio de su poetisa protagonista está justificado —hace una pausa y parece como si lo que dice a continuación sea para ella misma—. Todos nacemos con un estigma grabado en nuestra frente, que nos dice quiénes somos y para qué hemos venido a este mundo; y a lo que podemos aspirar y lo que tenemos rigurosamente prohibido. Su protagonista nació con el estigma de la poesía en un mundo sin poesía, no tenía otra opción que inmolarse con ella —nuevo silencio que rompe con un sentido suspiro, y prosigue—. Yo también he nacido con un estigma: el de la fealdad. Sin duda un accidente de la naturaleza, porque no se parece en nada a mi alma. Debieron que nacer cada uno por su lado, sin ponerse de acuerdo. Mi alma me colma de buenos y nobles sentimientos, mientras mi cara me impide que los aproveche y muestre a los demás. Solo cuando escribo soy libre de regalar generosamente esos sentimientos a mis personajes, porque ellos no me encuentra fea y no ven mi estigma. No me cabe duda de que sabe de qué habla. Yo mismo la rechacé en los primeros momentos por su poco agraciado rostro. Me pregunto por qué los humanos hemos creado cánones de belleza que marginan al ostracismo y la soledad a personas como Alicia, o a mujeres y hombres en lo mejor de sus vidas, solo porque sus espaldas se encorvan, sus manos se descarnan, y en sus frentes aparecen las arrugas, que son el precio pagado por su sabia madurez, serenidad, dulzura, equilibrio e inteligencia! Sin duda merecemos cada uno de los tormentos a que conduce este comportamiento. Es inútil que trate de consolarla elogiando la belleza de su alma, porque el alma no se ve, el rostro sí. Lamentablemente para las personas con estos estigmas, el rechazo termina por contagiar también su alma del mismo estigma. Alicia es una gloriosa excepción, pero sin duda que se lo debe a la literatura. Parece que ambos estamos sumidos en nuestros respectivos pensamiento, y permanecemos en un elocuente silencio. Es Alicia quien lo rompe con una pregunta que me recuerda la idea de escribir un nuevo libro: —¿Aún nos quedan tres horas para reunirnos con su hija, ¿por qué no me cuenta algo de su romance con su madre? Creo que la idea es interesante, puede servirme de ejercicio para esa última novela que me ronda por la cabeza. Accedo y Alicia prepara café. ¡Sin duda espera una larga e interesante confesión! 22. La confesión Alicia parece una niña a quien la abuela se dispone a contarle un cuento de príncipes y princesas encantadas. Se ha quitado los zapatos (desde que me conoce ha moderado su vestimenta, y sobre todo ya no lleva aquellas horribles botas de militar), se arrellana en el sillón, recogiendo las piernas también en el sillón, y espera con ansiedad infantil mi relato. No sé cómo explicarlo, pero parece totalmente transfigurada. Soy incapaz de reconocer la joven torpe y fea, como ella misma se define, y veo una joven con una expresión radiante, una mirada inteligente, a la vez que curiosa como la de un gato, y un cuerpo rebosante de vitalidad. La naturaleza se ha portado mal con su rostro, pero ha sido generosa con su cuerpo. Empiezo contándole la anécdota de la cafetería donde nos conocimos. —Después de aquel gracioso suceso cada uno nos fuimos a nuestras clases correspondientes. Estábamos en la misma universidad y cursábamos los mismos estudios, pero yo le aventajaba en un curso, por lo que nuestras clases no coincidían. No nos intercambiamos nada con que poder ponernos nuevamente en contacto. Ella parecía desconfiar de todo el mundo, aunque yo por entonces desconocía la razón. Ha sufrido varias agresiones sexuales de alguno de sus compañeros de clase. Aquel día ninguno de los dos pudimos concentrarnos en las clases, algo mágico había sucedido. Creo que me enamoré de ella cuando me ofrecí a sujetarle los libros. No me miró con desconfianza, sino que apenas me vio noté como si yo fuese un viejo amante, a quien no había visto desde hacía mucho tiempo y se alegrase de volverme a ver, pero pasado ese instante de grata sorpresa, volvió su desconfianza, y rechazó mi ayuda. De no haber sufrido aquel aparatoso accidente posiblemente todo hubiera concluido así, pero el destino lo tenía todo previsto. —Aquel fin de semana nuestra facultad había organizado un encuentro de jóvenes poetas. Yo no hubiera dudado en asistir de haber sido de narrativa, pero de poesía no me entusiasmaba la idea. Pero aquel sábado estaba profundamente aburrido. Era fin de mes y mi asignación estaba prácticamente agotada. El encuentro era gratuito, así es que parecía una buena manera de matar el tiempo. Llegué con algo de retraso, justo en el momento de la intervención de la joven que conocí en la cafetería. Nos cruzamos en el pasillo central de la sala, cuando yo entraba y ella se dirigía al escenario, y creo que tanto a ella como a mí nos dio un vuelco el corazón, y nos saludamos con una delatadora sonrisa. Cuando la vi sobre el escenario, completamente a oscuras, excepto ella, iluminada con un haz de luz, me pareció un ángel que había descendido del cielo para anunciar la buena nueva de su poesía. Este fue el verso que escribió después de nuestro primer encuentro: Apenas nos miramos y ya nos besábamos Apenas nos conocíamos y ya nos amábamos, Apenas nos hablamos y ya nos entendíamos. Apenas nos separamos y ya nos añorábamos. Alicia parece sobrecogida por la pasión que hay en estas cuatro líneas. Ella no es apasionada, es sensible, porque la pasión ciega el entendimiento y Alicia es una persona reflexiva y razonable. Permanece en silencio para no distraerme de mi confesión. —Cuando finalizó aquel acto yo me apresuré a felicitarla por la lectura de sus poemas, que fue muy aplaudida por los asistentes, en su mayoría compañeros de la facultad. Al salir de la sala la encontré rodeada de sus amigos y admiradores, que la asediaban con preguntas y felicitaciones. Apenas había intercambiado unas miradas y unas sonrisas y ya me creía con derecho de tenerla para mí en exclusiva. Estaba tan contrariado que no sentí deseos de despedirme de ella, y malhumorado salí del auditorio. De nuevo parecía que el destino fuera en contra nuestra. Pero apenas estuve fuera del auditorio comprendí que había actuado con ira y sin una justificación, y regresé precipitadamente, justo en el momento en que ella salía acompañada de una de sus amigas. Al verme pude observar de nuevo su expresión de alegría reflejada en su rostro, y esta vez no dudó en llamar mi atención. —¿Por qué te has ido sin despedirte? ¿No te han gustado mis poemas? ¡Me gustaría conocer tu opinión! La amiga comprendió la situación y se excusó dejándonos solos. —¡Me han encantado! No me atreví a confesarle que había sentido celos. Le dije que yo también escribía, pero narrativa, no había nacido con la gracia de la poesía, pero sí con la necesaria imaginación para escribir novelas. Estuvimos paseando un buen rato, hablando de nuestras obras, de la importancia de la poesía, la mediocridad de las novelas que se publicaban, la excesiva comercialización del arte. Parecíamos haber encontrado el interlocutor ideal para desahogarnos de nuestras inquietudes artísticas. Por lo general coincidíamos en todo. Quedamos en vernos al día siguiente en el parque. Yo le enseñaría mis historias y ella sus últimos poemas. Aquella noche prácticamente la pasé en vela, porque no estaba satisfecho con ninguna de las historias que había escrito y no quería defraudar a mi nueva amiga. Yo por entonces era un perfecto desconocido, mientras que ella era muy conocida entre los estudiantes de la facultad y otros círculos locales sobre poesía. Todas las críticas eran favorables y le auguraban una brillante carrera literaria. Sin duda que influyó en mi inspiración su benéfica amistad, y aquella noche escribí mi primera obra verdaderamente literaría, las anteriores no pasaban de ser simples relatos, casi todos autobiográficos, que carecían de lo principal: una motivación. Cuando la conocí tenía 18 años. Como tú, había llegado de provincias, con una idea fija, que llevaba más en corazón que en la mente: ¡Triunfar como poetisa! No necesitaba los elogios, ella se consideraba genial, y no estaba equivocada. Todos los que la conocíamos nos habíamos formado la misma opinión. Para mí su genialidad era su mejor atractivo. Me atraía más como poetisa que como mujer, porque ninguno de los dos habitábamos en este mundo, sino en esos dos mundos hermanos: ella en el de la poesía y yo en el de la novela. ¡Y esa fue la causa de nuestra separación! Vivíamos con demasiada intensidad lo irreal y nos olvidamos de lo real. Nos encontramos en el parque en un día que hubiera podido haber pintado Botticelli o Velázquez. Era a principios de la primavera, en que el tono de las hojas nuevas es verde intenso. El cielo de un azul inimitable, decorado con nubes blancas de formas caprichosas e imaginativas. Huele a la savia de los rejuvenecidos tallos y a las resinas perfumadas que desprenden los tilos. Las aves nuevas aletean en sus nidos, impacientes por volar y conocer lo que será su mundo. En este mágico ambiente y en un apartado y solitario rincón del parque, le leí mi primer cuento escrito gracias a ella y para ella. En ese mismo instante empezó a fraguarse nuestra separación. Nuestra relación se hacía más íntima cada día, pero siempre sostenida por la pasión común de la literatura. Nuestra euforia crecía al mismo ritmo e intensidad que la calidad de sus poesías o de mis cuentos y relatos, porque por entonces todavía me sentía incapaz de abordar la novela. Nunca pensamos seriamente en nuestra relación como una simple pareja de enamorados, sino enamorados de la poetisa y del escritor. En ningún momento se nos pasó por la mente vivir juntos, porque eso supondría privarnos de la soledad necesaria para crear, teníamos suficiente con nuestros encuentros diarios, durante los que nos cargábamos de frases geniales, poemas apasionados, historias fantásticas y una dosis moderada de sensualidad. No hicimos el amor hasta después de los seis meses que duró nuestra relación. ¡En esa única relación se gestó Noemí! Alicia parece meditar sobre todo lo que le contado hasta ahora, porque tiene su mirada perdida en algún punto de la calle que se ve através de mis ventanas. Ha reaccionado y me mira con un cierto aire de reproche. —Entonces, no amaba a esa mujer, solo la utilizaba. —Sí, puedes decirlo así. —Y ella, ¿crees que también le utilizaba? —No, ella no me utilizaba; ella no necesitaba estímulos, ya te he dicho que estaba plenamente segura de su talento; era yo quien los necesitaba para descubrir el mío. Un mes después de nuestro encuentro, cuando ya había escrito una docena de relatos y cuentos que a ella le parecían geniales, me sugirió que escribiera una novela. Acepté su consejo y traté de encontrar un argumento que me motivara. Todos giraban, de una manera u otra, entorno a ella y nuestras extrañas relaciones. Le expuse mis ideas, pero no las encontró suficientemente originales. Fue entonces cuando me leyó su poesía sobre el suicidio de una poetisa, y me sugirió que ese podía ser un buen argumento, en el que ella podría colaborar con sus poesías. Acepté encantado su propuesta y comencé a trabajar en el argumento. Durante el tiempo que tardé en escribirla, tan solo dos meses, nuestros encuentros se centraban en el progreso de mi novela. Ella revisaba diariamente cada capítulo, cada párrafo y cada palabra que escribía, y corregía mis muchos defectos y erratas, hasta que le parecía que la síntaxis, ortografía, ritmo y estilo eran perfectos. Parecía como si la estuviera escribiendo ella misma. Cuando mi novela estaba prácticamente concluida, me sugirió que la enviara a un popular concurso literario para nuevos autores. Yo no podía negarme, porque no era solo mi novela, sino nuestra novela. Alicia me interrumpe. —¡Ahora entiendo por qué sufrió ese terrible ataque de amnesia. Su traición fue doble, porque traicionó a la amante y a la escritora! —¡Sin duda, fue una doble traición, pero entonces yo no lo tuve en consideración! No solo colaboró en su redacción, sino que se tomó la molestia de mecanografiar el original y enviarlo ella misma al concurso. —¿Por qué razón cree usted que lo haría? ¿Estaba realmente tan enamorada de usted que se sacrificó para ayudarle en su carrera? —Aunque me apena reconocerlo, debió ser así. Los días previos al fallo del concurso fueron realmente angustiosos para mí, pero no para ella. Sabía perfectamente que habíamos presentado una de las posibles novelas ganadoras, hasta ese extremo tenía confianza en sí misma y en sus juicios sobre literatura. Pero, además, era consciente de que entre los principiantes hay escasas posibilidades de que se presenten buenas novelas. La mayoría adolecen de un exceso de pasión, estilos disparatados, defectos de estructura y sintaxis, y argumentos poco originales. En realidad la gran mayoría son simples imitaciones de sus ídolos, o de los escritores de moda. Ella sabía que ganaríamos, ¡y así fue! Ella fue también la primera en conocer la noticia del premio, porque recibió el mensaje con el resultado y la invitación para la entrega de premios para ese mismo fin de semana en un conocido hotel de la ciudad. Cuando nos vimos en la facultad, ella me recitó la famosa sentencia de Julio César: «Vini, vidi, vici», que yo comprendí su sentido inmediatamente. Confieso que instantes después de conocer la noticia, me consideraba un ser superior, había matado al indeciso y modesto escritor para sentirme un nuevo miembro de las élites culturales del país. Y esa imagen me cegó desde el primer momento. Ella no sospechó nunca mi arrogancia, y se sentía tan feliz como si ella hubiera sido la premiada. Durante la ceremonia de entrega del premio, debió sentirse como la madre que asiste a la entrega del diploma de honor a su hijo en la universidad: sin envidia o celos profesionales. Pero yo ya estaba muy distante de ella. Veía mis libros apilados en las librerías, con la mención de aquel galardón. Me veía firmando ejemplares de mis boquiabiertas admiradores, pero sobre todo, me sentía superior y dominante. Alicia ha reaccionado, se yergue y me dirige una interrogante mirada. —¡Creo que se está inventando la historia! ¡Le conozco ya lo suficiente como para no creer que usted se comportara de esa manera! —¡Conoces un demonio arrepentido veinte años después. Pero no hubiera cometido ese pecado si no hubiera conocido a la verdadera culpable. Durante el cóctel que nos ofrecieron los patrocinadores, fueron muchos las invitados que se acercaron a mí para felicitarme. Ella parecía orgullosa de mi súbita popularidad. Desde el primer día en que supo mi vocación de escritor, deseaba que adquiriesemás seguridad en mí mismo, para proseguir nuestras ambiciosas carreras al mismo nivel. Ya daba por hecho que lograríamos nuestro ambicioso proyecto de fama y gloria sin que uno le hiciera sombra al otro. Cuando, fatigados por tantas emociones y ajetreo, estábamos a punto de abandonar la reunión, se nos acercó una mujer de mediana edad y de aspecto elegante, vestida con un sobrio traje chaqueta, el cabello de media melena, rubio y ligeramente rizado, y dirigiéndose a mí, como si no se hubiera percibido la presencia de mi compañera, y sin dejar de clavar su profunda e insinuante mirada en la mía, me entregó una tarjeta de visita, que debía estar perfumada con las fragancias del infierno, porque cuando la leí el perfume me evocó un abismo en el que no tardaría en caer —Necesitará un buen agente. Llámeme mañana y hablaremos sobre su futuro. Fue todo lo que dijo, y volvió a reunirse con un grupo de invitados. Aquella mirada me perturbó de tal manera que por un momento yo también me olvidé de su presencia. ¡Ella debió presentir en aquel momento mi traición! Ruego a Alicia que me perdone, pero no deseo continuar. Lo que sigue es la parte más dolorosa para mí, y su recuerdo me ha perseguido durante todos estos años. Alicia parece despertar de un sueño, o tal vez sea una pesadilla. Se ha terminado el café. Recoge la cafetera y las tazas y las lleva a la cocina. Permanece en silencio pero su mente debe estar rememorando la historia que acabo de contarle. Regresa de la cocina, cambia una triste mirada conmigo, vuelve a sentarse y, por fin, sé en qué está pensando. —¡Pobre mujer, no me hubiera gustado estar en su lugar. Yo también hubiera perdido la memoria. ¡No, yo hubiera perdido la cabeza! Su comentario me hace sentirme más culpable. Los que no tienen remordimientos no pueden saber lo duele recordarnos nuestros pecados. —¡Perdóneme. Sé que está profundamente arrepentido, y si yo fuera esa mujer, probablemente le perdonaría, pero eso no repara el daño causado. Tal vez fuese mejor que no recobrase la memoria! Si ella no recobra la memoria y no tengo su perdón, ¡me condenaré sin remedio! 23. Final de la confesión Han sido unos momentos de gran tensión emocional. Alicia se debate entre su elevado sentido de la justicia, su solidaridad con otras mujeres, su misericordia y su amor por mí. Finalmente han vencido la misericordia y el amor, pero eso no quiere decir que me considere redimido. Cree que de alguna manera debo recompensar a esa mujer. Pero ella no sabe cómo. Tampoco yo lo sé. —Aunque le reviva malos recuerdos, creo que se sentirá mejor si me cuenta el final de la historia. ¡Le prometo que no le haré ninguna recriminación! Tal vez Alicia tenga razón. Ocultando mi culpa solo consigo que se enquiste en mi conciencia, es más saludable airearlos. —Está bien, te contaré el resto de esta lamentable historia. Ni yo ni ella nos sentíamos como se supone que debíamos sentirnos después de la entrega de premios. Yo todavía no me había repuesto de la impresión que me causó la insinuante mirada de aquella mujer, y ella parecía quererme preguntar en qué estaba pensado, porque creo que leía mis pensamientos. Con un tono de voz casi suplicante, me rogó que no aceptara aquella mujer como mi agente, porque habría otros que estarían encantados en representarme. Supuse que sentía celos de ella, pero no tuve el valor de confesarle que, pese a sus temores, la llamaría y nos entrevistaríamos para conocer sus planes sobre mi promoción como escritor. Lo que sucedía era que aquella mujer vivía en el nuevo mundo en el que yo creía haber entrado después del premio, mientras que ella pertenecía a uno ya superado y sin alicientes para un escritor ambicioso. Yo no era ya un estudiante de letras, ¡era un escritor!, y los escritores pueden transgredir todas las normas morales porque están justificados. Aquella noche no pude conciliar el sueño hasta el amanecer, porque yo también me debatía entre lo que me dictaba mi conciencia y lo que me reclamaba mi ambición, porque no tenía sentido haber llegado hasta allí y renunciar a lo que cualquier otro autor haría en mi lugar. Después de todo, ella misma me ayudó a llegar hasta allí, ¿por qué no aceptar la ayuda de alguien que haga realidad tu sueño de escritor? Cuando aquella mañana nos encontramos en el campus, ya había tomado una decisión y ella me parecía una intromisión en mi libertad inaceptable, pero no tuve el valor de hacérselo saber, y traté de aparentar que nada había cambiado después del premio y seguiríamos nuestros planes de futuro tal como lo habíamos soñado. Ella debió sentirse aliviada por mi actitud, pero era evidente que mi entusiasmo y jovialidad había cambiado. Ya no ponía atención a sus lecturas ni estaba motivado para escribir nuevas historias. Ella lo interpretó como mi cansancio por los esfuerzos realizados para escribir mi primera novela, y no me lo reprochó. Esa misma tarde acudí al despacho de la agente, con la que ya había concertado una entrevista esa misma mañana. Su despacho estaba situado en su propio domicilio. Un amplio apartamento en un edificio noble, situado en una de las avenidas más caras de la ciudad. Ella misma me recibió a la salida del ascensor. Apenas si pude reconocerla. Ahora vestía unos tejanos ceñidos, que resaltaba las formas suaves de sus caderas, y una holgada blusa, con lo que parecía el logotipo de su agencia. Su recibimiento fue extremadamente cordial. Era evidente que tenía un gran interés por mí, no solo como escritor, sino como persona. —¡Mi más calurosa felicitación por el premio, pero ahora tienes que evitar que se olviden de tí en un par de meses.., yo puedo ayudarte —me dijo apenas salí del ascensor. Me introdujo en su despacho, una amplia y luminosa habitación sobriamente amueblada con dos confortables sillones de cuero negro, una gran mesa de trabajo y un amplio sofá del mismo material que los sillones. El único detalle que indicaba que estábamos en un despacho de trabajo eran las decenas de fotografías de sus autores representados que pendían de las paredes. Algunos de sus escritores encabezaban frecuentemente los primeros puestos de las más prestigiosas secciones de libros de periódicos y de revistas de literatura. Pronto estaría la mía también allí. Todo ello me demostraba que había elegido un buen agente. Nos acomodamos en los dos sillones. Me ofreció un dulce de una pequeña cesta que había sobre una mesita de cristal, y sin perder tiempo en presentaciones, me preguntó: —¿Quieres convertirte en el autor de moda? ¿Cuál podía ser mi respuesta: «No»? No había más que una posible respuesta: —¡Sí! —Bien, entonces a partir de hoy tenemos que trabajar en un programa que puede resultar duro y requerir toda tu dedicación. ¿Estás decidido? Me limité a asentir con un firme gesto de cabeza. —Mi comisión es del cinco por ciento; el contrato es por dos años, y tengo tu representación en exclusiva para todos los medios donde sea publicada, incluidos cine, televisión, radio y en la red. ¿Estás conforme? Volví a dar mi conformidad con un enérgico gesto afirmativo de cabeza. —Bien, entonces vuelve mañana a esta misma hora y firmaremos el contrato. ¡Antes de dos años serás uno de los escritores más leídos y cotizados del país! ¡Y así fue como firmé el contrato que arruinaría mi vida personal y de donde nacería el escritor profesional! Al día siguiente, y como estaba previsto, firmé mi condenación. Mi nueva agente fue más explícita y me argumentó las razones por las que estaba segura de mi éxito. —Tú representas el ideal de joven con talento, triunfador desde su primera obra, que no recurre a la pornografía, ni a la violencia, ni a tramas esotéricas, ni a romanticismos empalagoso, ni a detectives filósofos. Que escribes novelas sencillas, pero reales y ejemplares, que gustan a todos. Que además, tienes suficientes atractivos físicos como para atraer a las jóvenes lectoras. Tú escribes novelas que pueden leer toda la familia, en todas las edades, y en todas las épocas... —¡Pero yo solo he escrito una novela! La respuesta debí de haberla imaginado. Prácticamente estaban en las cláusulas del contrato que no me molesté en leer: —¡Pero las escribirás, yo te diré cómo! 24. La seducción Cuando salí del despacho de mi nueva agente comprendí el grave error que había cometido por mi precipitación y ceguera. Lo culpé a mi falta de experiencia, pero me consoló el que afortunadamente eran solo dos años, que pasaron vertiginosamente. Ahora me sentía avergonzado porque había echado tierra sobre nuestras nobles inquietudes, nuestra ilusión de mantenernos puros, desinteresados, alejados de los mercaderes de sueños, que nos atraen con cantos de sirena, y acaban por arrastrarnos a su sucio mundo de transacciones económicas, balances, accionistas, inversores, directores ejecutivos, banqueros, comerciantes sin principios ni escrúpulos y toda una marabunta de individuos incapaces de valorar lo que no tiene un precio y puede venderse en el mercado, como la honestidad, la generosidad o la ilusión... No tienen escrúpulos en vender y comprar almas, y subastarlas en sus corrompidos mercados financieros. Yo seré una de ellas. Pero, a decir verdad, antes de entrar en este despacho ya estaba corrompida. Aquella tarde habíamos quedado para asistir al estreno de una película sobre la vida de Oscar Wilde. Yo no estaba con el humor para asistir a la representación de otra crucifixión de un autor, pero debía mantener en secreto mi relación con mi nuevo agente. Acudí a la cita, aunque con cierto retraso, cuando la película ya había comenzado. Ella esperaba pacientemente en la solitaria entrada de cine. Pese a mi tardanza ella siempre justificaba mis deslealtades, porque no tenía ni una sombra de duda sobre mi fidelidad. Necesito hacer una pausa. Alicia está tan conmocionada como yo, pero ha prometido no hacerme recriminaciones y lo cumple. Yo me siento mal, porque no puedo borrar de mis recuerdos su frágil figura, iluminada por los letreros parpadeantes de la cartelera, cruzada de brazos, mirando angustiada a un lado y otro de la calle, tratando de justificar mi tardanza. Es probable que me hubiera esperado mucho tiempo más sin perder la fe en mí fidelidad. —Cuando me vio aparecer por el lado de la calle opuesto al que esperaba que llegase, tuvo un momento de duda, pero mi visión desbordaba cualquier deseo de reproche, y me recibió con una sonrisa que intentaría arrancársela a la tristeza que minutos antes la atenazaba. Creo que por primera vez sentí lástima de ella, y tal vez tuve un sincero deseo de arrepentimiento. Estuve tentado de ponerla al corriente de su situación, pero su sonrisa desbarató mi deseo. La abracé, nos besamos e improvisé una excusa. Ella me creyó porque necesitaba creerme y me urgió a que sacara cuanto las entradas que ya tendríamos tiempo después de la película para aclarar los detalles. ¡No era posible despertar a quien vive como sonámbula sin peligro de causarle algún daño irreparable! No hubo aclaración. La película nos había impactado tanto que al salir del cine durante un buen rato, paseamos por las calles ya desiertas sin decir una palabra. Ella rompió el silencio con un comentario que echó más fuego sobre mi conciencia: —¿Por qué tienen que pagar tan alto precio los genios solo por ser famosos? ¿Tendremos que pagar también nosotros tan alto precio? ¡No, claro que no; nosotros no cometeremos su error ni llevaremos dobles vidas que puedan causar escándalo! Seremos una pareja de escritores perfecta sin dar motivos para que no suceda lo que al desgraciado Oscar Wilde, ¿verdad? ¿Qué podía responder? En aquel momento no tuve el valor necesario para decirle la verdad y deshacer el engaño de una vez. Por mucho que sufriera no sería comparado a lo que tuvo que sufrir después. ¡Tanto que justificase su amnesia! Alicia me indica con gesto de su brazo que quiere decirme algo. —¿Y esa es la mujer que se sentará esta noche a su lado, en la misma mesa? Desde luego que si recobrase la memoria tendría motivos para odiarle. Pero siga, perdone mi interrupción! —Los días que siguieron a la firma del contrato fueron tan intensos que no tuve oportunidad de pensar en ella. Mi agente me invitaba a su apartamento, y, después de una ligera cena, nos sentábamos en los sillones de su despacho y discutíamos sobre el argumento de mi próxima novela. Desde luego que sería una historia de amor con final feliz. Una vez en mi apartamento yo escribía un capítulo o dos que le mostraba la noche siguiente. Ella hacía las correcciones y me sugería los cambios que creía eran necesarios. Tengo que confesar que llegamos a estar bien coordinados, porque a mí sus argumentos e ideas no me desagradaban y me resultaba fácil interpretarlas y escribirlas. Como dijo Noemí en su primer mensaje: Solo cambie de musa, y anulé cualquier noble motivación. Durante los primeros días su comportamiento fue estrictamente profesional, pero a medida que pasaban los día se fue haciendo más familiar e íntima, y se cambiaba de ropa para vestir una cómoda bata de noche, que dejaba sus atractivas piernas práticamente al descubierto. Tenía un plan para seducirme, pero no lo llevaría a cabo hasta que yo no finalizara la novela. ¡Ese sería el premio! Mis relaciones con la otra mujer que se había enredado en este drama, seguían siendo superficiales, como son las relaciones de quienes ocultan sus verdaderos sentimientos. Algunas veces se atrevía a preguntarme la causa de mi apatía, que tanto la hacía sufrir, y ella misma llegó a la conclusión de que la causa podría estar en una falta de relaciones más sensuales. Aunque no estaba en sus planes, se propuso seducirme y consentiría en que hiciéramos el amor. Nuestra relación había sido desde un principio una afinidad artística y no estábamos seguros de nuestra atracción física. En esos momentos me atraía infinitamente mas la belleza madura y la esperimentada sensualidad de mi agente que la de aquella poetisa, que no había despertado de su sueño de gloria y fantasías. Con la escusa de invitarme a cenar, preparó el ambiente necesario para mi seducción. Aquella noche gestamos a Noemí, pero ninguno de los dos quedó satisfecho de aquella relación. No; no nos habíamos unido para el amor carnal, ¡solo para el espiritual! No puedo continuar este relato, porque hoy, veinte años después, siento todavía la vergüenza de aquel precipitado placer, de aquellas relaciones frustradas que estaban más cercanas de la prostitución que del amor. —Discúlpame Alicia, pero creo que ya es hora de ir a nuestra cita con mi hija.. —¡Y con su madre! —Sí, y con su madre. Esta será la última vuelta de tuerca del destino. ¡No quiero pensar en nada más! Alicia está visiblemente abatida, lo noto en su mirada triste y ausente, tan distinta de la del principio de este relato. Se levanta apesadumbrada, como si le pesaran las piernas, y me ayuda a vestirme. Salgo de mi refugio privado como si me moviera una fuerza sobrenatural, contra la que de nada sirve mi propia voluntad. Ya es de noche, los días son cortos en octubre. Me sienta bien la brisa fresca del crepúsculo vespertino. Todavía queda una pálida franja de rojo en el horizonte. Hemos llamado un taxi que nos recogerá en la puerta, pero le pido al conductor que nos deje dos manzanas antes de la casa de mi hija. Alicia aprueba la idea. Quiero terminar mi relato ante de enfrentarme a esta difícil prueba. —Dos semanas después yo ponía punto y final a mi segunda novela, aunque tendría que reescribir varios capítulos que no eran del agrado de mi exigente agente. Pero ese era el día elegido por ella para seducirme, y preparó todo para que no tuviera escapatoria. Pero ese mismo día había quedado con la otra desgraciada mujer para volver a ver la película sobre Oscar Wilde, porque la vez anterior nos habíamos perdido buena parte del comienzo. La idea surgió de ella y no me pude negar. Pero no era solo el interés por la película por lo que deseaban verme, sino porque al parecer tenía una importante noticia que darme, pero no quiso avanzarme de qué se trataba. Deseaba que estuviera presente cuando me la diera. Supuse que debía tratarse de algo relacionado con sus poesías, tal vez había ganado un premio, o había encontrado un importante editor que se las publicase. Yo acudí a mi cita diaria con mi agente, con la intención de dejarle el manuscrito para que lo leyera y me anotara las correcciones, pero para mi sorpresa, me encontré con una mesa preparada con sumo esmero y detalles para dos personas, iluminada pálidamente por dos artísticas velas, Sobre una mesita auxiliar había una botella de champan puesta a enfriar, y en el centro de la mesa una bandeja de plata con canapés de caviar, salmón y otras delicatessen por el estilo. Pero lo que más me impresionó, y por supuesto me excitó, fue la forma que se había vestido para esa ocasión. Llevaba puesta una blusa de seda del mismo color de la piel abierta prácticamente hasta la cintura, donde se entreveían parte de sus senos, todavía firmes y una falda negra, ceñida y que le cubría por encima de sus rodillas. El conjunto era de una extrema elegancia, pero sobre todo ¡de un irresistible atractivo! No sé si conoces bien a los hombres, Alicia, pero no hay voluntad capaz de vencer una tentación como aquella. Por esta misma causa se condenó la humanidad; es el eterno pecado que ha cometido el hombre desde sus inicios: ¡la irresistible atracción de Eva y su manzana! En aquella sala se reproducía este drama bíblico: Caviar, champán y sexo. Después ya puede llevarnos la parca a sus tinieblas. Tenía que elegir entre las dos mujeres: una me ofrecía fama. La otra afecto espiritual, amistad sincera y, por supuesto, lealtad. —¿A quién hubieras elegido tú, Alicia? La pregunta la ha cogido desprevenida, pero la respuesta es fulminante: —¡A la segunda, por supuesto! —¡Yo no quería elegir; deseaba que las cosas siguieran como estaban, podía seguir teniendo ambas relaciones y no hacer daño a ninguna, pero mi agente me obligó a elegir. Finalmente quien decidió fue el champán y su irresistible atractivo sexual. Para festejar mi traición, comenzamos la velada en un cabaret donde escenificaban escenas sexuales de un indecente mal gusto, pero era parte de su plan. En la entrada del cine, iluminada solo por las luces parpadeantes de los letreros de neón, con los brazos cruzados, y sin dejar de mirar angustiada a un lado y otro de la calle, esperó inútilmente a quien ahora sé que deseaba comunicarme ¡que iba a ser padre! ¡Afortunadamente perdió la memoria! 25. El reentro Nos aproximamos a la casa del Noemí. Yo he concluido mi doloroso relato, y nos entregamos en silencio a nuestros propios pensamientos. Alicia debe preguntarse si no se habrá cegado por mi popularidad, porque no merezco su afecto; y yo me pregunto si podré mirar de frente a la mujer que espera la visita de un perfecto extraño. Los últimos acontecimientos sobrepasan mi capacidad de asimilación, y ahora me tengo que enfrentar a una nueva prueba descomunal. A unos pasos de distancia voy a encontrarme con la mujer a quien he robado los mejores años de su vida. Puede que me reconozca, en cuyo caso no sé cómo podré justificarme, y si no me reconoce, tampoco podré justificarme. Todos estos años solo me han servido para comprender que la ambición sin una causa noble no da frutos nobles, sino envenenados, con el veneno de tu propio espíritu igualmente envenenado. Pero hay algo que me inquieta y me asombra: ¿Realmente ha transcurrido todo ese tiempo? ¿No estamos siempre en el mismo instante? ¿Cuánto camino recorre el barquero en su barca? ¡Ninguno! Y, sin embargo, la barca sí recorre un espacio y consume un tiempo, arrastrada por la corriente. Yo también he sido arrastrado por la corriente, pero sigo en la misma barca; el mismo instante de siempre, y que probablemente sea eterno. La mujer que debe estar en el apartamento de Noemí es la misma que abandoné en la puerta de un cine de barrio, pero sigue, como yo, viviendo el mi mismo instante, ¡por nosotros no ha pasado el tiempo, nosotros hemos pasado sobre el tiempo, como el barquero sobre la corriente del río! Pero no es el cuerpo el que viaja dentro de la barca, sino el alma, a la que no afecta el tiempo. Ella tendrá la misma alma que tenía el día en que perdió la memoria, y es esa alma la que no ha envejecido y a buen seguro me reconocerá. Ahora se vuelven a encontrar y se preguntarán: ¿qué hemos hecho de nuestras vidas que tuvieran que separarse? Solo yo tengo la respuesta: No haberla escuchado ni seguido sus deseos. Estamos ante la puerta de su apartamento. Alicia me dirige una suplicante mirada. —¡Ha llegado su gran momento! Ahora tendrá la única oportunidad de salvar o condenar su alma! Llama y se escuchan unos pasos ágiles que deben ser los de mi hija Noemí. Pero no nos abre Noemí, ¡sino ella! Alicia no ha podido evitar un expresivo gesto de sorpresa y yo siento como si me precipitara por un abismo del tiempo y recorriese los veinte años pasado para caer en el mismo sitio donde me encontraba la noche de mi traición: ¡por ella no ha pasado el tiempo! ¡No hay en su rostro, todavía terso y joven, ningún rastro de sufrimiento. Su figura es la misma. Sus cabellos siguen rizados, pero algo más descoloridos, y lo que más me impresiona es su mirada serena y tierna, pero como perdida en la nada. No sé qué decir, pero estoy angustiado por su posible reacción. ¿Me habrá reconocido? Escucho unos pasos rápidos, es Noemí que viene a recibirnos. Pero se ha quedado como paralizada y contempla con ansiedad la escena. Por fin estamos su madre y yo frente a frente y ninguno de los dos es capaz de romper la tensión del momento. Noemí observa a su madre, pero no se produce ninguna reacción que pueda dale a entender que me ha reconocido. Ella permanece sujetando el pomo de la puerta, y parece relajada, está esperando que venga su hija. —¿Son tus invitados, Noemí? Noemí intenta disimular su desolación, ¡no me ha reconocido! —Si, mamá, son nuestros invitados. Cambia una desconsolada mirada conmigo. Alicia también siente la tensión del momento, y me mira interrogadora. La madre de Noemí nos ruega que entremos, nos deja libre la entrada y cierra la puerta detrás de Alicia. Nos sigue hasta un pequeño salón, donde ya está preparada una mesa para cuatro comensales. Nos quitamos los abrigos y Noemí los cuelga de un perchero. Su madre permanece callada frotándose las manos, no sabe qué hacer con ellas. Nos dirige fugaces miradas y sonríe levemente. Hay en su expresión extrañeza, es evidente que nos considera extraños, y no sabe cuál debe ser su comportamiento. Creo que está esperando a que su hija se los presente. Noemí esperaba algún gesto en la expresión de su madre que mostrase algún indicio de que me recordaba, pero es evidente que no ha sido así. Parece resignada y nos presenta a su indecisa madre. —Mamá, estos son mis amigos de los que te he hablado. Los dos son escritores, como nosotras. La madre parece acoger nuestra profesión con agrado, porque nos ha dedicado una amplia sonrisa con un gesto de admiración. Noemí intenta sin demasiadas esperanzas, provocar la memoria de su madre. —¡Él es un escritor muy famoso, seguro habrás visto su fotografía en algún periódico o en las revistas de literatura! Pero la madre lo niega rotundamente con un gesto de cabeza. Nos coge a todos de improviso una pregunta de su madre dirigida a mí: —Y qué escribe usted, ¿novelas o poesía...? Yo escribo poesías..., sí, he escrito muchas poesías... Pierde su mirada en un indeterminado punto de la habitación. Yo trato de no mostrar mi deplorable estado de ánimo y le respondo forzando una amistosa sonrisa: —Escribo Novelas, historias de gente corriente. Nada especial... pero conocí a una poetisa admirable, que por desgracia para sus muchos admiradores, ¡nunca las publicó! Ella me devuelve la sonrisa, pero no hace ningún comentario. Tengo la sensación de que algo está perturbando su mente, porque la sonrisa se ha quedado congelada en sus labios. Parece ausentarse y trasladarse algún otro lugar. Tal vez al campus de nuestra universidad. Es una mujer desvalida y vulnerable, la misma de hace veinte años, pero el tiempo y la amnesia la han tornado extremadamente sensible y emotiva. Me encantaría leer sus poesías. Me atrevo a sugerirlo: —¿Por qué no nos lee alguna? Ella se ha sobresaltado por mi inesperada sugerencia y parece avergonzarse. —¡Oh, no, no; las escribo para mí... Son muy personales... No les gustarían! Noemí escucha a su madre y parece desolada —Mamá, estos son mis amigos. Puedes confiar en ellos. ¡Vamos, anímate y léenos algunos de tus poemas! Todavía falta algo de tiempo para que esté la cena lista. Noemí quiere intentarlo todo. Posiblemente no habrá otra oportunidad. Su madre parece aturdida. Nos mira como si con ello quisiera comprobar nuestra disposición a escuchar sus poemas. Una vez más parece sumirse en lugares lejanos. Noemí vuelve a intentarlo y sugiere a su madre que lea los primeros que escribió, pero que ella no recuerda cuándo y dónde los escribió. No hay duda de que está padeciendo una gran presión. Siento lástima por ella, pero sobre todo me siento todavía más miserable. Esta pobre mujer asustada, que escribe poemas románticos dedicados a un amante que no consigue recordar y que lo tiene delante de ella, no merece este sufrimiento. Parece estar dudando. Todos estamos pendientes de su decisión. Ella vuelve a mirarnos como si tratara de leer nuestros pensamientos. Alicia ha estado en silencio, debe darse cuenta de que ahora tiene una verdadera rival. Tiene motivos justificados, ahora que la he vuelto a ver, retornan a mi mente con infinita nostalgia aquellos días felices, puros y generosos, y empiezo a creer que si el destino lo tiene previsto, podrían volver, aunque sea por poco tiempo. Neomí ha conseguido vencer los temores de su madre y accede a leernos algunos de sus poemas. Nos acomodamos los tres en un pequeño sofá mientras ella revuelve nerviosa varios cuadernos que guarda en una bolsa de viaje, y parece que no sabe por cuál decidirse. Por fin se decide por uno con las tapas de color rosa, donde hay una leyenda que no puedo leer. Se sienta en una de las sillas del comedor, hojea varias páginas y, por fin, parece decidirse por uno. Tiene el mismo tono de voz, la misma pausada cadencia y entonación. Era una grata experiencia escucharla recitar, ¡y veo que sigue igual! SI TU FUERAS... Si tu corazón fuera espuma, yo sería océano; Si tu alma fuera cielo, yo sería nube; Si tu mirada fuera lluvia, yo sería campo; Si tus manos fueran agua, yo sería sed. ¡Por el amor de Dios, otra vez ese verso! ¿Por qué juega el destino al gato y el ratón? ¿Por qué ha elegido precisamente este poema? Creo que ella ha notado mi turbación. Me dirige una extraña mirada que podría ser de interrogación, tal vez esté empezando a recordar! Noemí ha cambiado una mirada de asombro conmigo, parece que se está haciendo la misma pregunta. Alicia no ha reaccionado, pero sospecho lo que debe estar pensando: ¡Su estigma le persigue! La madre de Noemí ha salido de su momentáneo impase y prosigue la lectura. Cuando lo concluye tenemos la sensación de que ha hecho un gran esfuerzo. Cierra el cuaderno, lo deja sobre la mesa y se deja caer relajada sobre la silla. No quiere leer más poemas. Algo está perturbando nuevamente su mente. Ahora puedo leer la leyenda del cuaderno: «Poemas de amor y olvido. Primavera de 1997». Pero no hay ninguna indicación del lugar ni nombre de su autora. La felicito efusivamente, ella me lo agradece con una bondadosa sonrisa, pero la noto ausente, turbada. Noemí está preocupada por el abatimiento de su madre. Debe pensar que no debemos presionarla. Despertar su memoria bruscamente puede causarle un nuevo trauma. No insiste. La cena ya está lista. Alicia acompaña a Noemí a la cocina para ayudarla a servir la mesa. Ha cocinado mi hija y me ha sorprendido, no sabía que era tan buena cocinera. Su madre se ha relajado; está más tranquila y intercambiamos comentarios sobre lo húmedo que está resultando este otoño y lo que ha visto durante su estancia en la ciudad. —¿Le gustó la ópera «Madame Butterfly»? —¡Oh, sí; mucho! —¿No la encuentra un poco triste? —Sí, usted lleva razón, es un poco triste... Tengo la impresión de que está hablando conmigo, pero sus pensamientos están en otra parte. ¡Daría cualquier cosa por saber dónde! Noemí interviene en la conversación. —¡Tengo una idea —se dirige a mí—, ¿por qué no acompaña a mi madre a visitar algún museo? Yo no puedo faltar a clase, pero usted tal vez tenga tiempo. Sé que tenía deseos de ver la última exposición del Museo Nacional. Su madre intenta protestar. A mí me parece una buena idea. —¡Estaré encantado de acompañarla. Yo también tenía deseos de verla! Alicia permanece en un dramático silencio. Todo se está confabulando contra ella. Ha notado que yo empiezo estar vivamente interesado por la madre de Noemí, y hasta creo que sospecha que pueda sentir algo más que compasión. Lo cierto es que siento una gran añoranza de los tiempos en que éramos dos enamorados de la literatura, pero también dos buenos amigos, y la amistad es menos apasionada que el amor, pero más leal y generosa. Por otro lado, me gustaría pagarle con mi afecto su sufrimiento. Pero no puedo hacer nada por ella si no recobra la memoria y recuerda quien soy. Creo que Noemí es de la misma opinión. La cena ha sido deliciosa. Felicito a mi hija, que se siente muy halagada. Pero mis dolores amenazan con volver y me gustaría estar de vuelta a mi apartamento antes de que esto ocurra. Noemí nos trae los abrigos y noto en la mirada de su madre que siente nuestra marcha, creo que le he caído bien y ha superado sus recelos iniciales, posiblemente me recuerde vagamente. Quedamos en que la recogería aquí el día siguiente y pasaríamos la mañana visitando la exposición. Después iríamos a almorzar a un restaurante italiano, pues Noemi me ha puesto al día de los gustos gastronómicos de su madre, y adora la pasta italiana. ¡Sí, ya lo recuerdo! 26. La memoria He pasado una noche con intensos dolores. Puede que todas estas emociones perjudiquen mi salud. A los dolores se ha unido la incertidumbre sobre la madre de Noemí. Es muy probable que de no haber mediado nuestro pasado me hubiese sentido atraído por ella; por su bondad y sensibilidad, tan poco frecuente en el ambiente en que he vivido estos últimos veinte años. La he encontrado todavía atractiva, pero no es una atracción exclusivamente física, tal vez no pueda explicarlo a pesar de ser escritor, pero es una atracción física que emana del espíritu; una atracción física propia de seres humanos y no de animales. Es el gozo del placer cuando está atemperado por la sensibilidad y no solo por la sexualidad. Es como si el alma te diera su bendición para gozar de los placeres de la carne sin inconsciencia y bestialidad. No es sexo, es senso, si puedo decirlo así. Tal vez por eso tuvimos aquella frustrada relación, porque ella intentó imitar un comportamiento que no estaba en su personalidad, y yo por entonces tampoco lo hubiera sabido interpretar. No me siento bien, estoy decaído y me duele todo el cuerpo, pero tengo que sobreponerme y cumplir con la promesa que hice a la madre de Noemí. ¡Una nueva ausencia sería intolerable! El tiempo nos acompaña. Ha amanecido un día soleado, casi veraniego. La ducha me ha despejado y me siento algo mejor. La perspectiva de pasar una mañana con alguien que te ha amado pero es incapaz de reconocerte me llena de incertidumbre. Puede que no esté a la altura de las circunstancias y no sepa cómo comportarme. Después de todo somos dos enfermos, y los enfermos se entienden entre sí. Un taxi me lleva a la casa de Noemí, le pido que espere, porque nos llevará al Museo Nacional. La madre de Noemí me estaba esperando vestida para salir desde hacía mucho tiempo. Cuando me abre la puerta noto entusiasmo en su expresión. La saludo con un amistoso beso en la mejilla y no puedo evitar hacer un elogio de su buen aspecto, que ella parece agradecer. Sospecho que le he caído bien y se siente segura conmigo. ¿Qué ocurriría si supiera quién soy en realidad? No lo sé, pero tarde o temprano tiene que saberlo. Me cuesta aceptar lo que está sucediendo. Paso la mañana al lado de una mujer que he añorado durante muchos años, y ahora que está junto a mí me siento incapaz de manifestarle abiertamente mi afecto, y sigo padeciendo de los mismos remordimientos que con las anteriores, pero agravado por el constante temor de que recobre la memoria y se dé cuenta que esta junto al hombre que más daño le ha causado. Me gustaría que terminara esta pesadilla; que me reconociera y me condenase o perdonase. Si en muchas ocasiones me he preguntado qué hubiera sido de mí si no la hubiera abandonado, ahora no necesito imaginarlo. Visitaríamos la última exposición del Museo Nacional, pero iríamos cogidos de la mano, y hablaríamos de la marcha de las ventas de mi última novela, que a buen seguro no alcanzarías ni el décimo puesto de los más vendidos, pero a cambio contaría con un buen número de lectores cultos y fieles, con los que intercambiaría pensamientos, inquietudes, ideas y comentarios sobre mis novelas, el mensaje de los personajes, sobre literatura y arte en general. A muchos los conocería personalmente y podría considerarlos mis amigos, además de fieles lectores. Pero no me adularían, aunque sintieran admiración por mis novelas. No sería un ídolo de jovencitas cegadas por mi popularidad y el atractivo de un cuarentón con experiencia y que me consideran sexy, ya que tendría una compañera que todos conocerían y sabrían que siempre le había sido fiel, como dijo ella misma a la salida del cine de tan amargo recuerdo y que me resuenan en los oídos como si las hubiera pronunciado ayer: «Nosotros no cometeremos errores ni llevaremos dobles vidas que puedan causar escándalo! Seremos una pareja de escritores perfecta, sin dar motivos para que no suceda lo que al desgraciado Oscar Wilde, ¿verdad?». ¡Cómo desearía que hubiera sido así! Pero también hablaríamos del éxito de su último libro de poesías, porque sería mucho más popular y admirada que yo. Sus libros sí estarían en la cabeza de los más vendidos y valorados. Y no serían poemas dirigidos a un amante fantasma, sino a todo ese espectro multicolor que se puede expresar con la poesía. Este es el sueño que yo he malogrado y que ni siquiera puedo convertirlo en una novela ejemplar, escrita con el corazón y no con la cabeza, sin estudiar los gustos y tendencias del mercado, el número de lectores potenciales y las posibles regalías, ni malgastar el tiempo en eternas sesiones fotográficas para publicar la imagen más comercial, o mendigar una entrevista en el programa de mayor difusión a cambio de promocionar a un patrocinador al que no interesa lo que opinas sobre literatura, para que las futuras generaciones recibieran ese mensaje de amistad, fidelidad y generosidad de las gentes de generaciones ya desaparecidas. Esa hubiera sido posiblemente mi vida con ella. Durante el recorrido del taxi hasta el Museo, ella observa extrañada lo que ve como si nunca hubiera estado aquí. Cuando algo le llama especialmente la atención, cambia una mirada de asombro conmigo, yo le respondo con una sonrisa en señal de aprobación. En el museo ella parece entusiasmada con las pinturas que exponen. No hay duda que es una artista. Me comenta las que llaman más su atención. He adquirido para ella como recuerdo de esta visita un libro ilustrado sobre el pintor de la exposición, que me agradece con un discreto beso en la mejilla. Sin lugar a dudas es la misma encantadora mujer de hace veinte años. Sería una mañana memorable si yo no padeciera esté constante dolor. Intento que ella no note mi padecimiento, porque aunque sea breve, hoy es probablemente uno de los días más felices de los últimos años. Lo que nos hace más humanos es nuestra capacidad para conseguir el afecto y los amigos que solo nos conocen. Una amistad sin afecto es como una fotografía en blanco y negro: le falta color. La visita al Museo me está resultando agotadora, pero ella parece inmune al cansancio. Le sugiero que hagamos un descanso y tomemos algo en la cafetería del museo. Le parece buena idea. La cafetería me trae el lejano recuerdo de la de nuestra universidad. Veinte años después ella está otra vez en la fila delante de mí ¡y también lleva un libro en una mano! Por si no fuese suficiente esta coincidencia, ¡también tienen porciones de tarta de nata y fresas! Ella las ha visto y parece dudar si pone una porción en su bandeja. Hace el gesto con la intención de tomar una porción pero se retrae. Creo que la visión de esa tarta ha despertado posiblemente alguna zona de su inconsciencia. No puedo ver la expresión de su rostro, pero es incapaz de seguir adelante solo con una taza de café. Tengo la impresión de que algo vuelve a perturbar su mente. Hay varias personas detrás de nosotros que se están impacientando, porque ella se ha quedado como paralizada delante de la bandeja de las tartas. En un extraño gesto, que me parece más impulsivo que voluntario, toma por fin una de las porciones. Estoy empezando a inquietarme, presiento que veinte años de amnesia pueden tener aquí un trágico final. Pero no me importa, y doy un paso más hacia ese abismo, ¡me ofrezco a sujetarle el libro para que pueda coger la bandeja con las dos manos! Se vuelve bruscamente hacia mí y tengo la alarmante sensación de que su mirada me resulta remotamente familiar, ¡la misma que recuerdo cuando se volvió hacia mí en la cafetería de la facultad. Puede que ella también esté empezando a recordar aquella escena porque ¡vuelve a rechazar mi ayuda! No sé si afortunadamente o desgraciadamente, pero no se ha repetido el accidentado suceso que nos unió, y conseguimos llegar a una mesa sin accidentes! Ella ha debido notar mi turbación mezclada con mis dolores, porque su mirada muestra cierta inquietud, parece como si estuviese mirando a un extraño, que no es el mismo al que diez minutos antes había besado para agradecerle el inesperado regalo. El café y su porción de tarta están sobre la mesa, y por alguna razón permanecen intactos. Es como si fueran testigos de algún importante suceso y eran necesarios presentarlos como pruebas condenatorias a un jurado imaginario pero exigente. No puedo mirarla a los ojos sin sentirme descubierto, perdido en una profunda sensación de culpa para la que no hay redención. Si pudiera leer su mente seguro que mi imagen aparece desdibujada en una densa niebla, pero se encamina con rapidez a zonas más despejadas, donde terminará por ser perfectamente visible. Yo también estoy teniendo la sensación de que esta mujer se está transfigurando, y en poco tiempo puede emerger de la bruma y podrá, ¡por fin, conocer la identidad de su traidor! En medio de este estado de angustiosa transformación, escucho el ruido familiar de tazas y platos rodar por el suelo ¡Una mujer de avanzada edad ha perdido el equilibrio, y se le ha caído la bandeja! ¡Otra vez el destino entrometiéndose en nuestras atormentadas vidas! La mujer que está sentada frente a mí tiene ahora el rostro crispado, los ojos desorbitados, la mirada acusadora fija en la mía, que me siento incapaz de sostener. Se ha levantado tan bruscamente que ha provocado la caída de nuestras tazas de café y las porciones de tarta acusadores. Casi me grita: —¡Tú; eres tú! SEGUNDA PARTE: EL REENCUENTRO «El que perdona el pecado, busca afecto; el que lo divulga, aleja al amigo.» (Proverbios 17:9) 27. El rechazo La madre de Noemí se ha desvanecido en la cafetería. No sé hasta dónde ha recobrado la memoria, pero es evidente que me ha reconocido. Un guarda de seguridad del museo ha localizado a un médico entre los visitantes, que está intentando reanimarla. Me ha preguntado por la causa del desvanecimiento. Le he dicho que ha sufrido un shock. El médico quiere saber qué le causó el shock. Le respondo que la causa ha sido la fuerte impresión de reconocer a una persona que había olvidado durante los últimos veinte años. —Esa no es causa para un desvanecimiento. —Ella no deseaba reconocerle. Parece recuperarse. Entreabre los ojos, me contempla unos instantes y vuelve a cerrarlos. —¡Quiero volver a la casa de mi hija; llamen a mi hija y que venga a buscarme...! Le pide al médico que la atiende. —Le puede llevar el caballero que la acompaña. —¡No, no; llamen a mi hija! El médico me mira extrañado. —Es a mí a quien no quería reconocer. Es una larga historia; no sabría cómo explicársela. El guarda del museo sugiere que busquemos un taxi y que indiquemos al taxista dónde debe llevarla. Ella asiente con un débil gesto de cabeza. Alguien de los que contemplan la escena me ha reconocido, y corre la voz entre los demás que contemplan la escena. Noto en sus miradas un velado reproche. Creo que saben por lo que publican las revistas del corazón que mis relaciones con las mujeres son tortuosas, y que ella puede ser otra de mis víctimas. Nada causa más placer a los admiradores que descubrir las debilidades de sus ídolos, porque en el fondo los odian. Su admiración les esclaviza y este descubrimiento es una liberación. Pasan unos minutos angustiosos, pero por fin aparece un joven que debe ser el taxista, porque le acompaña el guarda. Le indico dónde deben llevarla. El joven taxista y el médico la acompañan, y salen de la cafetería. Yo me encuentro terriblemente solo, rodeado de gente que probablemente me odien por mi supuesta mala conducta con la víctima. Es posible que alguien haya podido tomar alguna foto con su móvil y mañana en toda la prensa amarilla y en las redes se publicará la foto, y algún periodista sin principios ni ética, aprovechará el incidente para escalar puestos recurriendo al libelo. Se inventará una historia asegurando que yo maltrato a mis compañeras, que deleitará a los lectores. Sabe perfectamente que yo no le demandaré, porque con toda seguridad será un pobre diablo al que no le llegará su mísero sueldo a fin del mes, y solo podría pagar los daños y perjuicios a costa de los contribuyentes, dándole cobijo y alimento en alguna de nuestras abarrotadas prisiones. Pero mi imagen se deteriorará, y en estos críticos momentos es lo que más deseo conservar. No doy oportunidad a los que han contemplado la escena de darles explicaciones y salgo precipitadamente del museo. Es urgente que llame a Noemí para que esté informada de la recuperación de la memoria de su madre y el dramático desenlace, que desgraciadamente ya me temía. Su móvil está desconectado, debe estar en una clase. Llamo a la secretaría de la Universidad y les ruego que le envíen mi mensaje, y que vaya a su casa urgentemente. No sé qué más puedo hacer. Después de hacer estas llamadas, me detengo a pensar sobre lo que ha sucedido. Y no necesito hacer grandes alardes de inteligencia para comprender que mi vida carece ya de sentido. Ni siquiera me sirve de agarradero de esta vida el tener una hija, porque no he sido, no soy ni podría ser, el padre que cualquier hija necesita. Conocerla ha sido un error. Hubiera sido mejor que no nos hubiéramos conocido. Cuando yo no existía, todo su afecto era para su madre y yo no tenía a nadie que juzgase mi conducta. Ahora yo me he entrometido y se siente obligada a repartirlo conmigo, y yo me siento obligado a rendir cuentas de mi conducta. Es mejor que yo me aparte cuanto antes de su camino, como si hubiera sido un espejismo, y que emplee sus nobles sentimientos en quién los merezca. Estoy paseando sin rumbo fijo por una avenida muy concurrida, pero dudo de que se percaten de mi presencia, porque ya me siento flotando en un lugar impreciso, antesala de mi viaje final, que ya no tardaré mucho en emprender. ¡Tal vez antes de lo previsto! ¡Alicia; sí, Alicia me ayudará! ¡Puedo confiar en ella; hará lo que le pida! Desconozco el sentimiento del amor y hasta donde podemos sacrificarnos por el ser amado, pero ella debe saberlo porque no hay sacrificio más sublime que amar sin ser correspondido. Y ella lo ha soportado con infinita generosidad. Alguien tiene que darme el empujón para que me encamine a un lugar donde pueda encontrar la paz. Me sobresalta la alarma de mi móvil. ¡Es Alicia! ¡Es como si mis anteriores pensamientos hubieran sido un conjuro para invocarla y hubiera escuchado mis deseos de morir antes de lo previsto. Ha sabido por Noemí que su madre ha recuperado la memoria y quiere saber cómo ha reaccionado al recordarme. Hace solo un minuto Alicia era poco menos que mi ángel exterminador, y ahora que la escucho la vida me vuelve a reclamar su atención, y consigue alejar de mi mente estos lúgubres pensamientos. Ella es una mujer y sabe cómo piensan y sienten las mujeres, por eso sabía que me rechazaría. Me pregunta cómo me encuentro de ánimo y le respondo que como un niño perdido en unos grandes almacenes a quienes los adultos les piden que no llore porque pronto encontrarán a sus padres. Yo también lloraba antes de su llamada porque me sentía perdido y asustado. Me pregunta si quiere que venga a mi apartamento para que le cuente que ha sucedido para que la madre de Noemí recuperase la memoria. —¡Gracias a una porción de tarta de nata con fresas! —le contesto. Alicia tiene libre el camino, pero sabe que yo seguiré siendo inaccesible en tanto no tenga el perdón de la mujer que ahora ya sabe quién soy y dónde vive su enemigo. Por supuesto, le ruego que venga. 28. La depresión A pesar de la inestimable ayuda moral y espiritual de Alicia, estoy profundamente deprimido. Debe ser una de esas depresiones que conducen inevitablemente al suicidio. Si no lo he cometido todavía es por cobardía y horror al dolor físico, pero hay muchas maneras de acabar con este sufrimiento. Si la vida no se apoya en el algún aliciente, no es posible vivirla. En los seres humanos la defensa de la vida no es instintiva, sino mental; es una decisión razonada y justificada, pero presionada por la falta irreversible de alicientes. Ningún animal se suicida. Yo he consumido y malgastado todos mis alicientes, sin que el resultado haya sido el que yo hubiera deseado. Pero también debo admitir que nunca he sabido qué es lo que realmente deseaba. Noemí me ha llamado. Ya está en su apartamento. Su madre está muy afectada y quiere marcharse mañana mismo a su localidad. Ha recuperado totalmente la memoria y recuerda como si hubiera pasado ayer las causas de su amnesia con todo detalle. Noemí ha intentado hacerla ver que estoy profundamente arrepentido, pero no quiere que hablen de mí. Cree que necesitará algún tiempo para superar sus resentimiento, pero lo único que yo no tengo es tiempo. No le ha hablado de mi enfermedad para que no piense que la quiere hacer chantaje. Ella siente profundamente esta situación, por tener que dividir sus afectos entre dos padres enfrentados. Su madre no comprende por qué ella me ha perdonado, cuando yo soy la principal víctima de este drama. Noemí teme que su madre se distancie de ella porque cree que no se ha comportado como ella esperaba. Piensa que debía haber sido más consecuente y no haberme perdonado, y pienso que tal vez su madre lleve razón. Alicia acaba de llegar. Desde el día que nos conocimos no ha pasado un solo día en que no se haya preocupado por mí y yo sigo obstinado en ignorarla. ¿Por qué insiste en mantener su lealtad a un hombre condenado y desahuciado que solo puede inspirar compasión y lástima? La respuesta debe estar en esos recovecos del alma de las mujeres que no he conseguido entender. 29. El plan de Alicia (Narradora: Alicia) Hoy lo he encontrado en un estado deplorable. Sé que esperaba que la madre de Noemí le hubiera dado la oportunidad de expresarle su arrepentimiento y sus propios sufrimientos y remordimientos en veinte años de soledad. Si ella ha vivido esos veinte años en la oscuridad, él hubiera preferido haber perdido también la memoria. Las mujeres estamos condenadas a perdonar las infidelidades de los hombres, porque han creado un mundo donde no es posible evitar este pecado. Si fuera el mundo de las mujeres, no sería posible la infidelidad porque tampoco existiría la propiedad. Los hombres serían tan compartidos como los alimentos o el trabajo. Nadie sería propiedad de nadie. Este hombre es una víctima de ese mundo, donde no hay otro aliciente que la competencia y el irrisorio placer de los vencedores. Él es también un vencedor desgraciado en un mundo hecho a su imagen y semejanza. Nosotras no podemos cambiar un mundo que tiene un Dios masculino. Pero las mujeres tampoco tendríamos dioses, solo energías, positivas o negativas. La energía ha creado el mundo, todos somos energías. Sé que en su desesperación estará pensando en el suicidio, pero es un hombre débil, y para suicidarse es necesario tener coraje. Los hombres se sienten fuertes si disponen de armas terribles, nosotras no necesitamos esas diabólicas armas ¡pero si nos lo propusiéramos, podríamos provocar la destrucción del mundo en el mismo tiempo que tardó Dios en crearlo! El mismo Dios tuvo que ser engendrado por una mujer. Me gustaría hacerle entender que él no es culpable y que sus remordimientos no tienen fundamento. Si hay que buscar una culpable es la madre de Noemí, porque su fantasía y su ignorancia de la naturaleza humana y de la realidad en la que vive provocaron la infidelidad de este hombre. Los pecados más graves no los cometen los inteligentes, sino los ignorantes, pero no se sienten culpables porque su ignorancia les sirve de atenuante. Su agente literario vivía en el mundo real, era una cuestión de competencia y ella tenía la mejor oferta, por eso fue la ganadora y consiguió el producto. Sería necesario revisar completamente nuestra moralidad y adaptarla también a las leyes de la oferta y la demanda. Si amo a este hombre es porque, además de la atracción física, durante veinte años ha sido consecuente y ha escrito lo que el mercado requería, pero su soledad justifica su rechazo. Solo cuando le amenazó la muerte decidió poner fin a esta inmoralidad, y decir en público lo que realmente sentía y pensaba. ¡Para mí es un héroe! Se pregunta por qué la madre de Noemí no quiere escucharle y le sugiero una idea que podría ayudarle: —¿Por qué no escribes una nueva novela con la historia de tus relaciones con ella y cómo has vivido en estos últimos veinte años. Ella no deseará verte, pero puede que leyese la novela. Creo que esta idea ya le rondaba por la cabeza desde hace algún tiempo, pero no se siente con suficientes fuerzas como para hacer algo así —¡Ya es demasiado tarde, Alicia, temo que mi enfermedad se agrava y ni siquiera podré contar con esos seis meses de tregua. Presiento que yo no viviré para ver florecer la próxima primavera y que no me libraré ya del frío invierno de la muerte! Es inútil que le dé ánimos, el sabe mejor que nadie cuándo le sobrevendrá la muerte, porque debe ser el acontecimiento más presentido. Sí, es posible que no vea florecer la próxima primavera y que para él sea demasiado tarde, pero no para mí: ¡Yo escribiré en su nombre esa novela! 30. La primera novela He tenido que ayudarle para que se cambie de ropa y se ponga cómodo. Tal vez haya llegado el momento de tutearle. Creo que ya solo me tiene a mí. Su hija Noemí solo sentirá piedad y compasión por él, pero permanecerá unida a su madre. Ahora es joven e idealista, y cree amar a todo el mundo, pero pronto será más selectiva, y será más exigente al prodigar sus afectos. Este ya es un padre muerto, del que solo quedará el recuerdo, pero la madre seguirá viva y reclamará exigente su afecto maternal, más como una obligación familiar que como un sincero sentimiento moral. Ahora mi pobre amigo es un perdedor, ya que con la muerte lo pierde todo. Necesito que me cuente lo que ha sido su vida en estos veinte años de remordimientos infundados. —Te prepararé algo de comer y después puedes descansar. Mientras duermes yo terminaré de leer tu primera novela. Pero cuando te despiertes, si te encuentras bien, quiero que me cuentes lo que ha sido tu vida durante estos veinte años. —¡Alicia, me has tuteado! Esperaba esta observación —Sí, te he tuteado; ya no hay razón para seguir guardando las distancias. Ahora estamos más cerca el uno del otro y compartimos la misma soledad. Puede que no me ames, pero me necesitas tú a mí como yo te necesito a ti. Ahora somos compañeros de viaje. Tú te apearás antes que yo, pero mi viaje tampoco será muy largo. Yo solo puedo confiar en ti y tú solo puedes confiar en mí. Posiblemente yo sea la única que llore tu muerte. Ahora descansa y yo vuelvo a la lectura de su primer libro, que ahora leo con suma atención. El que yo escriba debe tener su mismo estilo, porque debe ser su libro. No sé si debo informarle de mi idea, es posible que se sintiera frustrado al no poder escribirlo él mismo. He leído un párrafo que me impacta: «El día es oscuro para los poetas malditos, y la noche es clara y acogedora para nosotros; la luz daña nuestros ojos acostumbrados a las tinieblas. En las tinieblas no hay caminos visibles, es necesario recorrerlos con la imaginación. Durante el día son visibles todos los senderos donde te obligan a transitar. Por eso solo en las tinieblas somos libres, mientras que en la claridad del día somos esclavos. Yo he elegido la oscuridad de la muerte, porque al otro lado de la oscuridad siempre hay claridad. Renaceré en nuevo mundo saturado de luz, donde viviré eternamente.» ¿Será verdaderamente así? ¿Cómo saberlo en vida? Mi buen amigo lo comprobará muy pronto, y yo debería acordar con el un conjuro para que traspasara nuestra dimensión y me informase. ¿Sería posible? El breve descanso le ha sentado bien. Se ha levantado con buen estado de ánimo y accede a contarme su historia. Preparo café para los dos; me siento cómodamente en el sillón y le escucho con enorme atención. —Mi agente sabía que yo había traicionado a la otra mujer, pero no se sentía culpable. Creía que ella era infinitamente más beneficiosa para mi carrera que mi compañera. Como agente daba prioridad al triunfo de sus representados por encima de sus sentimientos. En solo tres meses conseguimos situar mi novela entre las 10 más vendidos, y dos meses más tarde, alcanzamos el primer puesto. ¡Ella había cumplido su promesa! Conocía todos los resortes para promocionar la novela de un perfecto desconocido. Y en ocasiones esos resortes no se movían con mucha ética o moralidad. Nuestra relación extraprofesional no era muy satisfactoria para ambos. Yo no era un amante a la altura de sus exigencias. La verdad es que por unas razones o por otras nunca he sido un gran amante. Cuando consiguió situarme en la cúspide de la popularidad dejó de interesarse por mí. Su pasión era sacar del anonimato a jóvenes escritores y compartir sus triunfos de una forma muy personal y física. Durante los primeros seis meses no tuve el valor necesario para interesarme por la suerte que había podido correr la víctima de mi ambición, pero no pasaba un solo día sin que su recuerdo y mi traición no pesase en mi conciencia. Me había prometido a mí mismo que tan pronto como mi carrera estuviera consolidada y libre de las ataduras de mi contrato con mi agente, la buscaría y le propondría retomar nuestros viejos sueños de gloria, y volveríamos a ser la pareja de escritores que ella había imaginado. Yo tenía ya los medios para hacerlo realidad. Pero todavía me quedaba un año de compromiso con mi agente. No, esa mujer no merece el afecto de este hombre; y por supuesto que él no es culpable. Si él es culpable ¡vivir es pecado! Nada de lo fundamental que hacemos los seres humanos es justo, porque nos mueve la necesidad y no la voluntad, pero en esto consiste el vivir. Todos hemos heredado el «pecado original.» —Mi agente no esperó a que terminara nuestro contrato para buscarse un nuevo amante. Otro joven escritor, tan ignorante e inexperto como era yo. Seguramente que le propondría la misma fama y éxito que a mí, pero él no había ganado ningún concurso. Es posible que no fuera mejor escritor que yo, pero probablemente era mejor amante. Por entonces no solo había ascendido a los primeros puestos de popularidad, sino que había creado una saga que prácticamente aseguraba el éxito de mis futuras novelas. Por eso decidí que había llegado el momento de reparar el daño causado, reencontrarme con ella, tratar de que me perdonara, y recuperar el tiempo perdido, que no obstante para mí había sido muy provechoso. ¡Pero no había ni rastro de ella —permanece unos instantes en silencio, creo que se da cuenta de la desolación que le esperaba si no lograba dar con el paradero de aquella mujer—. Ella estaba escondida en una remota localidad que apenas tenía contacto con el resto del país, y nadie sabía con quién se relacionaba durante su estancia en la universidad. Ella nunca reveló el nombre de aquella localidad, que tampoco coincidía con su lugar de nacimiento. Su padre era el secretario del Ayuntamiento y había hecho ya varios traslados, hasta ocupar ese cargo en aquella pequeña localidad. Fueron inútiles todas mis pesquisas. Para colmo ella había adoptado un nombre artístico para firmar sus poesías por el que era conocida, y no por su verdadero nombre, ¡que ni yo mismo sé! —¿Entonces, es cierto que agotaste todos los intentos para dar con ella? —le pregunto, aunque ya me ha dado la respuesta. —Todos los que estaban en mis manos. Supuse que había eliminado todo rastro del lugar en que se encontraba para que no pudiera localizarla. Yo no sabía que había perdido la memoria. Todavía dejé pasar el año que quedaba en nuestro contrato, sin dejar ni un solo día de intentar algún otro medio de dar con ella, pero todos mis esfuerzos resultaron inútiles. Finalmente llegué a la conclusión de que ella no quería ser localizada, porque de lo contrario después de dos años no había ninguna razón para que no fuese ella la que intentara ponerse en contacto conmigo. Sobre todo para que conociera a Noemí ¡No la creía tan rencorosa!, y desistí de seguir buscándola. Dos años de duro trabajo, de haber alcanzado la cúspide de popularidad y contar con los medios necesarios para realizar nuestro sueño, carecían de sentido y utilidad; en otras palabras: ¡se habían malogrado! —Pero ella dice todo lo contrario: que tú no tenías intención de dar con su paradero. —¡Para ella yo debía de estar ya muerto; no era necesario esperar a que padeciera esta enfermedad! —¿Y cómo viviste los años siguientes? —Los años siguientes no viví; sobreviví! No tenía otro aliciente que esas novelas de encargo, una cada año, ¡veinte espinas clavadas en mi mente! Contaba con miles de admiradoras, pero ni una sola a quién poder confiarme. Cuando escribes novelas para gente corriente, no esperes encontrar ni una sola fuera de lo corriente. Han sido unos años tan perdidos como para ella, a pesar de tener una excelente memoria. 31. Confidencias de una madre (Narradora Noemí) Mi padre no me ha contado toda la historia de su relación con mi madre. Ahora que ha recuperado la memoria y conozco la verdadera historia por mi madre, creo que tal vez ella lleva razón y no merece mi perdón. Mi madre pudo haber evitado mi nacimiento haciéndome abortar, que posiblemente lo habría hecho si mi padre hubiera conocido mi gestación. Si me gestaron es porque ella creía amarle y no quería perderlo, pero él no supo valorar su sacrificio y la abandonó. Ella sabía que había aceptado la representación de aquella mujer viciosa y desalmada, y fue tan ingenua que creyó que podría competir con ella. ¿Qué otra cosa podía hacer para retenerlo a su lado? De nada servía que escribiera los mejores poemas y se los dedicara, porque él había dejado de interesarse por la poetisa, y por supuesto por la mujer, pero no tuvo el valor de sincerarse con ella. Mi pobre madre ha estado llorando prácticamente desde que ha llegado a mi casa. Ha sido muy doloroso encontrarse cara a cara con un hombre que había mostrado tan poco coraje al ocultarle su infidelidad. —Es fácil arrepentirse cuando se presiente la muerte... —me comenta entre sollozos—. Has tenido que ser tú quien le encontraras... Si hubiera puesto más empeño hace años que hubiera dado conmigo, pero el éxito, y seguramente que sus muchas admiradoras, le tenían muy ocupado. No puedo reprocharle su rencor, no se olvidan veinte años perdidos en unas horas solo porque padezca una enfermedad incurable. Él es la causa de que mi madre padezca también un enfermedad incurable, pero del alma. Pero me entristece profundamente esta situación. Me hubiera gustado poder encontrar una justificación para los dos, porque en el fondo creo que son dos buenas personas. Los dos tienen un alma noble, y, si se han hecho daño debe de haber una poderosa razón. Mi padre culpa a su pasión por la literatura y tal vez tenga razón. Para crear es necesario salir de este mundo y contemplarlo sin que exista una relación afectiva, de otro modo no es posible entenderlo. Supongo que para crear personajes con distintas personalidades, el autor no tiene que estar vinculado emocionalmente a ninguna de ellas. Cuando mi padre se vio inmerso en la creación de sus novelas, su relación con el mundo que le rodeaba, incluida mi madre, debió cambiar y ya no eran personas sino personajes. Su vida era una ficción y su relación con mi madre, el argumento de alguna de sus futuras novelas. Como así fue. Si pretendo seguir sus pasos y ser tan buena escritora como es él, debo evitar crearme lazos afectivos con nadie de este mundo, porque, como él mismo me dijo, y que no he podido olvidar: «Si sueñas con ser una escritora fuera de lo común, tu vida transcurrirá dentro de ese mismo sueño fuera de lo común, y nunca podrás vivir en la realidad.» Mi madre también vivía su sueño fuera de lo común, pero cometió la torpeza de enamorarse de uno de sus personajes. No puedo exponer esta reflexión a mi madre porque tal vez no podría entenderla. A pesar de haber recobrado la memoria, sigue viviendo en su mundo de ficción, y mi padre es un personaje de su imaginación que accidentalmente se ha encarnado en el cuerpo de un amante. Deberían despertar de sus respectivos sueños y contemplarse el uno al otro tal y como son. Solo así podrían saber qué sienten realmente el uno por el otro. ¿Pero cómo despertar de un sueño a quién no sabe que está soñando? Sé que es inútil, pero intento hacer ver a mi madre este otro punto de vista: —Comprendo que estés dolida, pero tal vez vuestra pasión por la literatura os jugase una mala pasada, ninguno de los dos sabíais cómo era el otro verdaderamente. El amor es ciego, y solo ve lo que imagina que ve. Puede que tú estuvieras enamorado de alguien que existía solo en tu imaginación. Mi madre ha reaccionado, y me mira confusa y con cierto recelo. Parece que no ha entendido lo que he querido decir. Intento ser más explícita: —Lo que quiero decir es que tanto tú como él os necesitabais como admiradores de vuestras respectivas obras, que era lo que realmente amábais. Cuando mi padre encontró otra admiradora, ya no te necesitaba, pero tú seguías necesitándolo. Creo que sigue sin entender mis pensamientos sobre sus relaciones. Temo que crea que lo estoy tratando de justificar. —¡Noemí, hija, no sé qué intentas decirme! Su culpa es evidente, se aprovechó de mi inocencia. Yo siempre trataba de justificar su falta de interés porque creía ciegamente en que, a pesar de todo, me seguía siendo fiel. No era la primera vez que esa mujer le hacía llegar con retraso a nuestras citas, pero aquella noche necesitaba verle y comunicarle que estaba embarazada de ti, y no sabía cómo podría reaccionar. No era probable que deseara ser padre en aquellos delicados momentos de su carrera. Era necesario que lo supiera cuanto antes, pero no creía adecuado comunicárselo por escrito o por teléfono. Deseaba ver su primera reacción para saber si te aceptaba o te rechazaba. Por eso, ya puedes imaginar mi enorme frustración y angustia, por su ausencia. A pesar de dolor, intenté creer que tendría alguna poderosa razón para no acudir a la cita, ¡seguía confiando ciegamente en su fidelidad! Su expresión ha cambiado. Parece estar sintiendo la desolación y el dolor de aquella noche. Lo noto en las arrugas de su frente y en la humedad de sus párpados, está a punto de volver a llorar. —Me sentía tan angustiada e impotente que después de esperarle inútilmente más de una hora, no regresé directamente a mi apartamento. La noche era cálida y clara por lo que apetecía pasear. Pensé que un largo y relajante paseo calmaría mi angustia y estuve vagando por las calles más concurridas, para mezclarme con la gente y distraerme de mis pensamientos. Confiaba en que al día siguiente tendríamos oportunidad de encontrarnos. Y es entonces cuando tuve la terrible impresión que causó mi amnesia. En una de estas calles, había un club nocturno de mala fama, y me entretuve en contemplar las obscenas fotografías del reclamo, cuando de un taxi descendió él, acompañado de aquella mujer, que le tomó por el brazo y entraron en el club. Los dos parecían embriagados. Aquella imagen me produjo un fuerte impacto y sentí como si mi cabeza fuera a estallar. Cuando me recuperé de aquella terrible impresión no sabía dónde me encontraba ni tenía la menor idea de cómo había llegado hasta allí... —solloza en silencio; ahora la comprendo mejor—. Tampoco sabía dónde vivía, !ni siquiera recordaba mi nombre! Cerca de aquel lugar había un pequeño parque, perteneciente a una parroquia del barrio. En la mayoría de los bancos dormitaban indigentes. Estaba aterrorizada, pero necesitaba descansar, y me dejé caer exhausta sobre el único que estaba libre. Momentos después una mujer de la policía urbana que patrullaba el barrio se extrañó de mi aspecto, que no era de un mendigo y quiso que me identificara, pero yo no pude responder a ninguna de sus preguntas, por lo que comprendieron que me encontraba en estado de shock, y me trasladaron a la comisaría del barrio... El resto ya lo conoces... ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué tengo que encontrarme ante este horrible dilema? ¡Si salvo a uno condeno al otro! ¿Dónde está la justicia? ¿Quién de los dos es verdaderamente inocente y quién es verdaderamente culpable? ¿Y por qué tiene que ser uno de ellos culpable? ¿Por qué no pueden ser los dos inocentes? Cada uno tiene sus razones para hacer lo que han hecho y yo soy incapaz de juzgarlos. ¡Supongo que solo Dios puede juzgarlos! Mi madre está haciendo su pequeña maleta de viaje, porque se dispone a tomar el primer tren de la mañana. No habrá oportunidad para la reconciliación. Es probable que no esté en la cabecera de su lecho cuando él fallezca. No quiere volver esta ciudad que tan malos recuerdos le trae. Está decidida a olvidarse de él, pero ahora voluntariamente. Quién sabe, ahora que ha recobrado la memoria y puede hacer una vida normal, tal vez conozca a otro hombre con quien rehacer su traumática vida. Y yo, ¿qué debo hacer yo? Quiero que ella misma me dé la respuesta: —Mama, comprendo que tú estés resentida y quieras olvidarte de él, pero yo, ¿qué debo hacer yo? ¡Es mi padre, y es un moribundo! ¿Debo estar en la cabecera de su cama cuando fallezca? Su respuesta me hunde más en mi incertidumbre: —Hija mía; haz lo que te dicte tu conciencia, ya eres adulta, debes decidir por ti misma... Ahora soy yo quien siente deseos de llorar. —¡Yo no quiero ser adulta! 32. La madre de Noemí (Narradora: la madre de Noemí) Todavía no ha amanecido y ya estamos dispuestas para encaminarnos a la estación. Mi tren tiene su salida dentro de una hora y la estación no está lejos, pero aprovecharemos el tiempo para desayunar en la cafetería. Mi hija no está acostumbrada a estos madrugones y todavía está soñolienta. Se ha empeñado en acompañarme a la estación, pero ahora yo puedo manejarme sola perfectamente. El taxi nos espera en la calle y en menos de veinte minutos nos deja en la estación. Contemplo con nostalgia el paisaje urbano de mi juventud y que ya no volveré a ver. Tenemos mucho tiempo para charlar, pero antes de nada necesitamos un café bien cargado para despejarnos. Nos sentamos en una mesa apartada de la cafetería y Noemí me trae los cafés y dos croissants que todavía están calientes. Desayunamos en silencio. Ella espera que le cuente algo sobre cómo será mi vida desde ahora en mi pequeña localidad. Le digo que no cambiará nada, pero que ahora intentaré publicar algunos de mis poemas. —¿Incluso si están dedicados a mi padre? —¿Por qué no? Un poema es un poema, y no importa a quién esté dedicado, lo que importa es que mueva el sentimiento y emocione —Pero él puede leerlos. —Él no ha perdido la memoria; no tiene nada que recordar. —¿Volverás algún día a esta ciudad? —No, Noemí, mi pobre niña, no volveré a pisar esta ciudad. Para mí él ya está muerto ¡desde hace veinte años! Se quitó la vida la noche en que asistió a ese club de mala fama del brazo de aquella mujer. Ella cavó su propia sepultura, y después borró el epitafio de su tumba, porque también ella se olvidó de su víctima. Para mí ha permanecido muerto estos veinte años, hasta que resucitó momentáneamente para revivir de nuevo su agonía. He escrito el último verso dedicado a él, que puede servirle de panegírico: Fallezco cuando todavía soy joven; Muero cuando todavía soy adulto; Resucito cuando estoy a punto de morir; Vuelvo a morir cuando estaba a punto de vivir. —Este es mi regalo de despedida hasta que la muerte me quiera llevar también a su lado. Entonces sabremos quién de nosotros dos ha obrado justamente. La literatura perderá un escritor con todo su talento sin apenas usar y una poetisa con todo su talento sin apenas recordar. No, Noemí, no quiero forzarte a que tengas que elegir a quién condenas o a quién salvas. Tu alma y tu mente no nos pertenecen, solo tu cuerpo. El alma la has recibido de Dios, y solo tú tienes la posibilidad de descubrir cuál es tu verdadera personalidad. No trates de imitarnos y elige tu propio camino, que puede que te lleve a ser una escritora genial, pero también podrías ser una excelente doctora o una genial futbolista. No nos debes nada. Te engendramos por nuestra imprudencia, sin que ese fuera nuestro deseo, como se engendran la mayoría de los seres humanos. Somos nosotros los que estamos en deuda contigo, pero no tenemos los medios para compensarte por nuestros errores. Naciste libre y libre eres de elegir quién merece tu afecto y tu recuerdo. Tu madre te recibirá siempre con los brazos abiertos, pero vive tu vida y no sientas compasión ni esperes consuelo de nosotros. Si necesitas consuelo, aprende a consolarte tú misma; si necesitas apoyo, aprende a apoyarte en ti misma; si necesitas compasión; aprende a compadecerte de ti misma y si necesitas amor, aprende a amarte a ti misma. Tal vez no haya sido el consejo que una madre debe dar a su hija, pero al menos en esto coincido con su padre, a las personas solo les unen los afectos que suscitan sus obras; sin obras no puede haber afectos. —Tu padre y yo fuimos felices cuando ambos admirábamos nuestras respectivas obras, pero cuando él dejó de interesarse por mis poesías y yo dejé de admirar las suyas, porque dejó de escribir relatos para dedicarse a escribir novelas inspiradas por su perversa agente, no teníamos ninguna razón para seguir amándonos. Pero yo no quise aceptar que aquel joven escritor con talento se dejaría manejar por su agente, y seguía admirando al autor de «Poetas sin cielo». ¡Ahora sé lo equivocada que estaba! Solo si volviera a ser el escritor que yo idolatraba podría perdonarle. Pero tal vez para él sea ya demasiado tarde. Ese debe ser su destino y este debe ser el mío. La megafonía de la estación anuncia la inminente salida de mi tren. Mi pobre hija lo ha sentido como si anunciasen la salida de un tren hacia la eternidad y sin retorno, porque me mira angustiada y sé que está haciendo grandes esfuerzos para contener el llanto. —Mamá, si tengo que ser adulta, quiero ser como tú. Te quiero mucho... pero también a mi desgraciado padre... —Lo sé, tienes un corazón generoso porque eres joven. Con la edad se encoje y se vuelve más egoísta, aunque más fiel y exigente. —quiere acompañarme al andén—. No, nos despedimos aquí... Cuídate mucho, y no hagas pucheros como cuando eras una niña o me harás llorar también a mí. Regálame una sonrisa de despedida! Noemí intenta complacerme, pero su sonrisa es una alegre forma de llorar. Se me rompe el corazón en mil pedazos cuando me alejo de ella arrastrando mi pequeña maleta de viaje como si fuera mi ataúd. Cuando al fin traspaso la puerta de entrada al andén y ella ya no puede verme, dejo que mi alma oprimida se desahogue libremente y lloro en silencio... ¡No puedo evitar sentirme culpable de haber vivido! 33. La segunda novela (Narradora: Alicia) He leído dos veces el manuscrito de su primera novela y creo estar preparada para asumir este importante reto. Por supuesto que alteraré algunas cosas, ella tiene que comprender las razones de su abandono y ser capaz de justificarlo. Este hombre no puede dejar este mundo sin que tenga la conciencia tranquila y yo no podré convencerle de que es inocente. Pero tengo poco tiempo. ¡Me esperan largas noches en vela! He sabido por Noemí que su madre ha vuelto a su localidad y parece que no tiene intención de volver nunca más. Afortunadamente Noemí me sigue considerando una buena amiga en la que puede confiar. No me lo ha dicho de forma expresa, pero está atravesando por unos momentos muy complicados. Hemos quedado en encontrarnos en la cafetería donde conocí a su padre, pero él no asistirá, porque no le informaré de nuestro encuentro. Quiero que Noemí no tenga nada que le impida abrirme su corazón y me diga qué conclusiones ha sacado después de que lo que haya podido contar su madre sobre el comportamiento de su padre. Necesito esa información para terminar de hacerme una idea del argumento de esta nueva novela. Ahora ella conoce toda la historia, pero según la versión de su madre, quiero que conozca también la de su padre. Aprovecho hoy que pasará la mañana en el hospital para encontrarme con ella. Yo he llegado la primera y ocupo la misma mesa de aquel día. Frente a la mesa hay unos grandes espejos donde me veo reflejada y apenas puedo creerme que esa mujer sea yo. Mi mirada se vuelto severa, o mejor diría, fría y desencantada. Ya no me encuentro ni fea ni guapa, solo sobria y adulta. Tampoco necesito llamar la atención de nadie, porque ya tengo a quien prestar toda mi atención, por eso me visto otra vez con las mismas prendas pasadas de moda de cuando llegué de provincias. Incluso noto que mis movimientos son pausados y mi aspecto en general sugiere el de una sencilla asistenta social. Me encuentro más yo misma que con aquellas provocadoras prendas. ¡Qué poco se estiman a sí mismas quiénes necesitan esconderse en su forma de vestir! Noemí acaba de llegar. Tiene todo el aspecto de una criatura indefensa y confundida. Se queda indecisa en la puerta, como si temiera ser descubierta. No me ha visto o tal vez no me haya reconocido con mi nuevo aspecto, y hace ademán de salir. Le hago una señal con el brazo, y al reconocerme parece volver a la vida. Sonríe como si la hubiera salvado de algún peligro imaginario. Se sienta enfrente de mí. Me pregunta por el estado de salud de su padre. —No quiero engañarte Noemí, todos estos acontecimientos le han afectado... creo que no pasará de este inverno —su sonrisa se ha convertido en una amarga expresión de profunda tristeza—. Yo creo que lo que está empeorando su salud es su profunda depresión tras el rechazo de tu madre. Noemí baja la vista, como si no quisiera que note en su mirada el conflicto de sus sentimientos repartidos. Guardamos unos instantes de silencio en memoria del padre moribundo. Ella no tiene nada que decir, soy yo quien inicio la conversación. —¿Puedo preguntarte por qué razón tu madre no quiere escuchar la confesión de tu padre? Me cuenta la verdadera causa y no la que todos creíamos. Me temo que la madre tiene una poderosa razón para su actitud rencorosa. Incluso a mí me costaría perdonarle si estuviera en su lugar. La traición tiene ahora una imagen pornográfica, algo simplemente intolerante para una sensible poetisa. En sus delirios debió imaginárselo como un sátiro con cara de ángel. ¿Cómo podré justificar esa escena? ¿Por qué fueron a ese club después de que, con toda probabilidad, hubieran bebido con exceso durante la romántica cena privada? Debe haber una buena razón que le exculpe. —Querida amiga, a veces me pregunto, sobre todo como escritora, de qué nos sirve el lenguaje sin con él no logramos entendernos. Tal vez hubiera sido mejor comunicarnos con unos cuantos sonidos para expresar los sentimientos fundamentales, como hacen los animales, porque las palabras, por cultos, creativos o realistas que seamos, no son capaces de expresarse con la misma claridad que esos sencillos sonidos. Tus padres son dos excelentes personas, y se hubieran entendido con simples sonidos, sin utilizar palabras. El uso de las palabras los han confundido y separado. ¡Es una maldición bíblica! Las mismas palabras tienen distinto significado según quién y cómo las pronuncia. El corazón no entiende el significado de las palabras, sino el tono con que se pronuncian. El significado es tarea de la mente, pero la mente carece de sentimientos, lo mismo le da una palabra que otra. Tu madre solo escucha lo que se dice si es poético; pero tu padre solo presta atención de lo que le dicen si se parece a los diálogos de una novela. ¡Ninguno escucha lo que verdaderamente dice el otro! —¡Sí; ellos mismos admiten que su pasión por la literatura es lo que les ha separado! —No, Noemí; no es la literatura, sino las palabras. La literatura es un noble intento de dar algún sentido emotivo o intelectual a las palabras para que sus mensajes sean claros para los sentidos. Pero la vida no es una novela, no sabemos quiénes son los personajes ni de qué va el argumento ni siquiera conocemos su autor. Confiamos en que las palabras y sus significados sean suficientes para ir por el mundo con moralidad y sentido de la justicia, pero lo único que hacemos es inventarnos moralidades y justicias con palabras que no tienen el mismo significado para todos, por lo que no puede haber moralidad ni justicia mientras haya palabras. Noemí parece reflexionar sobre mis pensamientos. Ha llegado a una sabia conclusión: —Entonces, ¿tú crees que los dos son culpables? —Sin duda, pero es un pecado inevitable, porque necesitamos las palabras, no para entendernos, sino para comunicarnos. Por eso es tan necesaria la literatura que nace de esta maldición y trata de redimirse, pero no la que nace ya maldita y se regocija en su maldad, como el cerdo se revuelca en sus excrementos. Los escritores solo tenemos una misión: liberar las palabras de las llamas del infierno y conseguir que alcancen el cielo. Somos los ángeles caídos en este infierno, mientras habitamos la Tierra, y del cielo, cuando la abandonamos. —¿Y qué puedo hacer para que se reconcilien? —Las palabras no los reconciliarán, a menos que estén dichas de tal manera que el corazón las entienda. —¿Qué quieres decir? —¡Tu madre solo reaccionará si recibe el mensaje en una poesía! —¿Y quién escribirá esa poesía? —La persona que más los quiere... Tú la escribirás. Será tu debut en este mágico mundo de la Literatura y lo pasarás con un sobresaliente, porque tienes lo principal: una gran motivación. Sé que se siente abrumada, pero al mismo tiempo noto en su mirada la chispa del genio que exige su oportunidad. —Pero mi madre solo se reconciliaría si le prueba con una nueva novela que es el mismo que escribió «Poetas sin cielo», y que ella ha amado inconscientemente estos veinte años... —¡Tu padre la escribirá! No quiero revelar a Noemí que seré yo quien la escriba, porque inconscientemente podría revelárselo a su madre y todo el trabajo sería inútil. —Alicia, nunca me has dicho por qué te sientes obligada a cuidar a mi padre, porque siempre le tratas de usted, que no es propio de una amante... ¿Tienes algo que ver con su editorial o con su representante? Siempre había temido que Noemí me hiciera esta pregunta. Pero no tengo una clara respuesta aunque me la haga a mí misma. Hace solo un mes era una mujer enamorada de un escritor de fama, que me atraía físicamente y admiraba por su talento, por lo que no tenía la menor duda de las causas. Ahora mis sentimientos han sobrepasado el amor y están en una dimensión desconocida, que probablemente no sea de este mundo. Gracias a su enfermedad nos hemos encontrado en una dimensión que vas más allá de lo humano y debe tener algo que ver con lo divino, y que debe de ocultarse en nuestra personalidad astral. Solo en situaciones extremas penetramos en esa dimensión, que crea lazos eternos. Es como si yo estuviera ayudando a este hombre a entrar en esa dimensión, que debe ser el mito del Paraíso, donde nos volveremos a encontrar y ser amantes por toda la eternidad, por lo que no podemos escatimar esfuerzos para conseguirlo. Estoy tratando de asegurarme el amor de este hombre después de su muerte, por lo que no puedo sentir celos de su madre, que solo podrá amarlo con ese amor terrenal, temporal y de seres humanos, cuando yo me reservo su amor eterno y divino. Pero Noemí no lo entendería. —Tu padre y yo somos, además de colegas de profesión, viejos amigos. Me siento obligada a ayudarle a tener una buena muerte. Haría lo mismo por cualquiera de mis amigos y colegas escritores. 34. La redacción Hoy he comenzado la redacción de la novela. Tengo la extraña sensación de estar cumpliendo un mandato divino; la voluntad me llega de una fuente desconocida. De su resultado depende la salvación o condenación de un alma humana. Es como si estuviera donando sangre a un malherido. Empiezo con esa aterradora frase para todos los escritores: «Capítulo primero». Es como abrir las ataduras de la imaginación, en una perfecta unión con la mente. Es absolutamente necesario que las primeras lineas susciten en la madre de Noemí la necesidad de leer las siguientes líneas restantes o el fracaso estará asegurado. Estas son mis primeras líneas: «Los personajes protagonistas de esta historia no se conocieron por el azar, sino por el destino. Pero durante veinte años pusieron todo su empeño en ir contra lo que estaba escrito en las estrellas. Esta es la historia de dos amantes unidos por la literatura, pero separados por las palabras.» Creo que es un buen comienzo, y solo con un buen comienzo es posible un buen final. Ahora tengo que crear el autor de la novela, porque esta novela no la escribiré yo sino mis personajes. También en la vida real las cosas funcionan de la misma manera. Dios ha creado el hombre, y le ha dotado del entendimiento necesario para que decida por sí mismo el argumento de su historia. Prosigo: «Estos personajes son dos jóvenes con los defectos y las virtudes de todos los jóvenes: utópicos, independientes, rebeldes, temerarios, inconformistas, generosos, inocentes y descreídos. Como todos los jóvenes no viven en el presente, sino en el futuro; no tienen historia, solo grandes deseos de hacer historia. Tampoco tienen experiencia, solo vivencias. No son sabios, solo tienen deseos de saber. Hacen complicado lo sencillo, porque creen que lo sencillo es de viejos o de niños, pero no de ellos. Son, en fin, dos jóvenes de nuestro tiempo, pero como han sido los jóvenes en todos los tiempos. Ella siente pasión por la sensibilidad de Garcilaso y él por la imaginación de Cervantes; ella adora a Dante Alighieri, él a Lope de Vega; ella es poeta, el narrador. Ella se sabe con talento y está segura de sí misma; él duda de su talento, y no tiene confianza en sí mismo. Pero ella cree en él y decide posponer temporalmente su inevitable conquista de fama y gloria para ayudar al narrador joven inseguro, para así recorrer juntos el camino de la gloria, sin que uno haga sombra al otro.» Han pasado ya cuatro agotadoras semanas. La novela progresa con el mismo ritmo que decaen mis fuerzas. He llegado al punto crítico de la separación y no tengo ninguna dificultad para exonerar de toda culpa a mi reo de muerte. ¿Dónde puede el escritor encontrar la fuente de su inspiración si no es en la vida real? ¿Cómo describir un prostíbulo, observar la profunda tristeza que encierra la falsa alegría de las prostitutas; el afán de hacer pagar hasta la más mínima gota de placer recibido, si nunca ha estado en un prostíbulo? ¿Cómo puede una escritora con sus alas intactas y libre de volar donde le plazca, cortarle las suyas a otro escritor para que no se aleje demasiado de su nido? La poesía surge del alma; la narrativa de la vida. El poeta ve el mundo desde una nube; el narrador desde las alcantarillas. La poesía es música; la narrativa es ruido. La madre de Noemí todavía sigue viendo el mundo desde una nube, y si no desciende a tierra firme nunca sabrá que las nubes se hacen lluvia, ¡y el agua de la lluvia corre por las alcantarillas! He utilizado estas notas en este decisivo capítulo : «No fue una sorpresa encontrarme con una mesa montada con su inconfundible estilo para dos comensales. El champán puesto a enfriar, los canapés de caviar y otras delicatessen. Incluso sabía que elegiría las prendas más provocativas, en otras palabras, no era más que un escenario de novela que yo debía describir en la novela que escribía en aquellos momentos. Era la peculiar forma de colaboración de mi inteligente agente. Pero todavía quedaban algunas complicadas escenas por describir para las que carecía de las imágenes necesarias y podía caer fácilmente en el ridículo. Lo comenté con mi agente y me sugirió que hiciéramos una visita a uno de los clubes de peor reputación de la ciudad, donde seguramente tendría las imágenes que necesitaba. Pero recordé mi cita. Fue una dolorosa decisión. Sabía que se indignaría, pero quien tiene por compañero a un escritor debe estar habituada a estos desplantes. ¿Se enfadaría si yo fuera un médico que falta a su cita porque tiene que atender a un enfermo? Con mis novelas yo también curo a miles de enfermos de aburrimiento y falta de alicientes. ¡Mañana me excusaré y ella lo entenderá! Antes de aquella excursión a las entrañas más nauseabundas de la ciudad, terminamos el champán, porque sobrios no hubiéramos tenido valor para entrar en aquel lupanar.» »Lamentablemente dio la fatal coincidencia de que ella, frustrada y herida por mi ausencia, paseara por la calle donde se encontraba el club y nos sorprendió en el momento en que descendíamos del taxi y entrábamos en el club algo mareados, por lo que mi agente tuvo que apoyase en mi brazo. Si era cierto que confiaba ciegamente en mi fidelidad, debió esperar al día siguiente para comprobar que, a pesar de que las apariencias me condenaban, yo seguía siendo fiel. Pero aquella equívoca imagen superó toda su capacidad de tolerancia, y le hirió profundamente, ¡causándola el fatal trauma que nos ha mantenido separados durante estos últimos veinte años!» Si después de leer esto no le perdona, ¡esta mujer ha perdido el alma! 35. Invierno Cuanto más lento deseas que pase el tiempo más rápido se empeña en pasar. He estado tan ocupada este último mes que no he tenido consciencia del paso del tiempo ¡y ya estamos en invierno! Después de su entrevista con la madre, Noemí se muestra menos afectuosa con su padre. Lo que haya podido contarle su madre sobre sus relaciones con su padre le ha afectado notablemente. Hay algo que los separa, pero Noemí no quiere comentar con él su encuentro con la madre, y su versión de lo sucedido. Si lo oculta será porque debe ser algo muy escabroso y que no se atreve a comentar. También se ha habituado a la enfermedad de su padre, incluso parece mentalizada para asumir su prematura muerte, y tan solo le visita una vez por semana. Su disculpa es que está tan atareada con sus exámenes que apenas puede permanecer una hora en su apartamento, y ni siquiera se queda para la cena. Desde su precipitado regreso, de la madre no sabemos nada. Parece enterrada en un absoluto silencio. Al menos Noemí no la menciona. Lamentablemente es como si todo nuestro comportamiento hubiera entrado en una irresponsable rutina, sin que seamos verdaderamente conscientes de la gravedad del momento. Su padre ha tenido que ser ingresado varias veces en urgencias, porque su enfermedad se está agravando alarmantemente. Cada vez que llamo a una ambulancia para transportarlo al hospital, me ruega que le deje morir en su cama. ¡Siente horror de los hospitales, porque cree que allí están todos tan familiarizados con la muerte que ellos mismos la provocan! Los dolores le enturbian la mente y en esos críticos momentos pierde totalmente la voluntad de vivir, pero no puedo acceder a sus deseos, porque todavía necesito que sobreviva al menos el suficiente tiempo para ver culminado mi propósito. La novela está prácticamente concluida, porque no es muy extensa. Solo faltan algunas correcciones. Tuve alguna dificultad para encontrar un buen desenlace, pero creo haberlo resuelto satisfactoriamente. Su editor no tendrá conocimiento de esta novela, de la que editaré tan solo unas cuantas copias, las suficientes para cumplir con su cometido y ninguna más. Sobre el poema que debe escribir Noemí, tal vez sobrevaloré su talento, pero sigo confiando en ella, cualquier día me sorprenderá. Mi plan es que por Navidad se consume la reconciliación, y, por fin, yo también podré reconciliarme conmigo misma. Tal vez también aproveche esta penosa experiencia para escribir mi propia novela y con mi propia versión de los hechos, pero lo más probable es que dedique mi próxima obra a la memoria de este gran hombre. Tal como esperaba, Noemí no me ha defraudado, y ha escrito una conmovedora poesía que con toda seguridad influirá en el ánimo de su madre. De todas formas no creo que siga los pasos de sus padres. Es demasiado realista y tiene los pies demasiado firmes en la tierra. Sería una buena investigadora, o profesora. Si sus padres tienen problemas es por su temperamento artístico, creativo, inconstante, impredecible. Es difícil convivir con un artista. 36. El último invierno (Narrador: el enfermo) Este será, si la medicina no lo impide, mi último invierno. Me gustaría vivirlo intensamente, pero la vida se me escapa por entre los dedos como finos granos de arena de una playa. Pronto habré abandonado este conflictivo mundo. Cada día que pasa me siento más familiarizado con la muerte. Cada nuevo amanecer sale para mí el sol más oscuro, y su luz es más tenue. Lentamente lo que era una pesadilla se convierte en un sueño. A medida que la vida me castiga, la muerte me premia. La muerte me parecía un drama antes de conocer el verdadero rostro de la vida. Ahora que lo conozco la muerte me parece una comedia, y me causa un irresistible deseo de reír. Al final terminaré por convertir mi muerte en gran evento y me sentaré en el patio de butacas con verdaderas ansias de que se levante el telón. Puede que esté empezando a perder el juicio, pero esa debe ser la estrategia de la mente para eludir el sufrimiento. ¡Bendita sea la locura cuando la cordura se alía con el dolor para que lo sufras conscientemente! Pero yo deseo ser un testigo de excepción de mi propia muerte, porque es una experiencia única en la vida, y yo soy un escritor. Si pretendo describir la muerte en mis novelas ¡tengo que haberla experimentado! Sé que parece un pensamiento absurdo, pero más absurdo es creer que nuestra mente y nuestro espíritu no trascienden más allá del umbral de la muerte. Creo que todo cuanto hemos llegado a concebir e imaginar permanecerá de alguna manera, y sobrepasará a nuestra muerte, para ser los fundamentos de la personalidad de una nueva vida en el instante de su gestación, en quien nos transmigremos. También sé que este es un consuelo ingenuo, porque nadie ha podido comprobar semejante teoría. Otros creen que sus almas subirán al cielo, permanecerán en el purgatorio o descenderán al infierno, donde se reunirán con otras almas gemelas, virtuosas o pecadoras. Esta es la versión más popular. En mi teoría no hay cielos ni infiernos, pero si superación o degradación. Un alma ruin y depravada puede transmigrar en el feto de una bestia. No es la más popular, pero yo creo que debe ser así. Ahora paso la mayor parte del día postrado en la cama y mi mente solo está despejada cuando me hacen efecto los sedantes y desaparecen los dolores, cada vez con más intensidad. Alicia pasa el día junto a mí, pero por la noche, después de dejarme sedado y que consigo conciliar el sueño, regresa a su apartamento, para volver a primera hora de la mañana. Debe estar agotada, porque a veces se queda dormida en el sofá y soy yo quién vela su sueño. Se ha traído su portátil con el que pasa el tiempo cuando yo dormito. Dice que está trabajando en su nueva novela sobre la bailarina, pero no quiere leerme nada hasta que no esté finalizada. Se ha vuelto muy supersticiosa y cree que trae mala suerte. La encuentro cada día más desmejorada, incluso más delgada. Temo que ella pueda caer también enferma. Hoy hace uno de los días más crudos del invierno. Cae una copiosa nevada y los copos parecen como enloquecidos al ser empujados por un fuerte viento racheado, que cambia de dirección constantemente. Como cada mañana, escucho el agradable ruido de la cerradura cuando Alicia llega a mi apartamento. Está temblando de frío y completamente empapada. Le sugiero que se ponga una de mis batas y seque su ropa en el radiador de la calefacción. Muchas veces he tenido su cuerpo entre mis brazos, pero nunca la había visto desnuda. Esta mañana he tenido por fin esa oportunidad. Veo el cuerpo de una mujer atractiva pero no provocadora; sensual pero no sexual. Es armonioso pero no erótico. Es solo un cuerpo de ser humano. Ya se siente mejor. Mientras prepara mi desayuno, me intereso por la situación de su carrera, que parece haber abandonado por mi culpa. —Alicia, ¿cómo te van las cosas con mi agente? ¿Te ha conseguido algún contrato? Alicia lo niega con leve gesto de cabeza. —¿Y te ha dado alguna razón? —A los editores no les gusta las novelas donde no hay sexo, o por lo menos algo que excite su imaginación, y mis novelas las encuentran demasiado intelectuales o espirituales. —Sí, creo que mi primer agente me sedujo para que tuviera una experiencia sexual de primera mano y que pudiera describirlo con todos sus mínimos detalles. Esa fue también una de las clave del éxito de mis novelas. La sexualidad no es un invento de la cultura, es una realidad natural y no hay razón para que no sea parte de una trama, pero no debe ser descrita como una simple relación sexual, similar a la que mantienen los animales, porque lo que caracteriza a un ser humano es que de todas sus vivencias naturales extrae una valoración moral, lo que no existe en los animales. Entre los humanos el sexo no puede estar exento de esa misma moralidad. En la mayoría de las novelas se prescinde de esta necesaria premisa moral para describirlo como una relación puramente animal y, por tanto, inmoral. No es verdad que tanto en la guerra como en el amor todo vale. En la guerra también hay normas de conducta, ¿por qué no ha de haberlas en la sexualidad? Alicia escucha atentamente mi breve disertación sobre la sexualidad y parece estar de acuerdo, pero matiza algunos detalles. —La moral es relativa, y sus valores no son compartidos por todos, por eso creo que la sexualidad tiene que basarse en otras normas más realistas, que satisfaga el deseo sin incurrir en la prostitución... —¿Y cuáles son esas normas? —Por supuesto, el consentimiento mutuo, y el respeto de la sensibilidad de cada amante, siempre que ambos sean conscientes de las consecuencias de esta relación. Esa actitud ya es suficientemente moral. Ningún amante debe ser considerado un objeto de placer, sino que el placer debe tener un objeto, el de la mutua satisfacción de los sentidos, sin que nos cree una mala conciencia: ¡lo contrario sería prostitución! 37. La última Navidad (Narradora: la madre de Noemí) De nuevo estoy en esta pequeña y remota localidad. Me ha acogido con la primera nevada de este año y siento que esa nieve está cayendo también sobre mi alma. Ahora que he recuperado la memoria, los últimos veinte años de bendita amnesia me parecen un breve instante. Si no fuera por las arrugas, las del rostro y las del alma, no sabría que el tiempo ha pasado. Recordar para qué; ¿para reconocer el causante de tu amnesia?; ¿para volver a ver aquella dolorosa escena a la entrada de aquel burdel?; ¿para revivir aquellos sueños truncados por la ambición de un amigo desleal? ¡Para esto es mejor no recordar! Ahora tengo que olvidar lo que he recordado para que no me siga perturbando y reencontrarme con la poesía, que es mi única amiga y confidente. La única que es leal y por ninguna causa, justificada o no, te traiciona. No somos más que aquello en lo que creemos y creamos, lo demás es una quimera, porque solo existe en nuestra imaginación. Yo le imaginé como deseaba que fuera, pero él no era como yo le imaginaba, porque nadie puede penetrar en la mente y en el alma de otra persona. ¡Siempre nos defraudarán! Ahora tengo que seguir los mismos consejos que di a Noemí: Si necesitas consuelo, aprende a consolarte tú misma; si necesitas apoyo, aprende a apoyarte en ti misma; si necesitas compasión; aprende a compadecerte de ti misma y si necesitas amor, aprende a amarte a ti misma. ¿Qué hubiera sido de mí si él no hubiese ganado aquel inoportuno premio? ¿Seguiríamos unidos, se habría cansado de mí? Posiblemente estaríamos separados. Recuerdo la noche del recital. No se despidió de mí porque tenía celos de mis amigos. Pero, por otro lado, solo los que aman sienten celos. ¿Y qué hubiera sido de su carrera literaria si no hubiese conocido aquella mujer? Noemí quiere que lea sus novelas, pero ella misma asegura que están bien escritas y son interesantes, pero carecen de motivación. No trasmiten nada trascendental o humano, son novelas para regalar los oídos de gente corriente, sin ambiciones, conformistas y resignados a su vulgaridad. Si yo le hubiese ayudado, posiblemente no sería tan famoso, pero estaría mejor considerado y tendría más alicientes. Tenía el talento necesario para escribir algo más ambicioso; algo que mereciera pasar a la posteridad. Acabo de recibir un correo de Noemí. ¡La hecho tanto de menos! Debería escribirme más a menudo. Lo abro sin poder contener la emoción: «Querida mamá, dentro de dos semanas vuelve a ser Navidad y este año no sé con quién de vosotros dos debo pasar estas entrañables fechas. Sabes lo mucho que te quiero, pero me duele que mi padre las pase solo, estando tan enfermo. Mi corazón sigue dividido entre los dos, y no puedo decidirme por ninguno, ¡porque me gustaría que pudiera pasarlas con los dos!» Mi pobre hija se debate en una insoportable lucha emocional. Debería escribirla y decirle que no me importará si no viene y que la pase con su padre. ¡Alguien tiene que sacrificarse, porque ninguno de nosotros dos ha hecho más méritos para que merecer su cariño! «Tengo otra importante noticia para ti: Alicia me ha dado varias copias de la última novela autobiográfica de papá. A pesar de estar muy débil ha cumplido su promesa. La he leído y no he podido evitar llorar de alegría, pero no te digo por qué, es mejor que la leas y lo sepas por ti misma. ¿Me prometes que la leerás? Te envío una copia por correo. También te adjunto mi primera poesía dedicada a vosotros dos. Ya te dije en la estación que deseaba ser como tú. Espero que te guste. Un abrazo muy fuerte de tu hija que te quiere y te echa de menos, Noemí» Bien sabe Dios que haría cualquier sacrificio porque Noemí fuera feliz y no tuviera que sufrir por nuestras faltas, ¡pero me pide lo imposible! La traición no tiene redención. Jesús tampoco hubiera perdonado a Judas ni Dios perdona al demonio. Con una traición es suficiente, ahora no puedo traicionarme también a mí misma. No, Noemí, mi pobre niña, tú no puedes entender todavía como duelen las heridas del corazón. El mío ha sangrado durante veinte años, y ahora necesita cicatrizar su herida, puede suceder mañana o nunca. Todo está escrito en el destino. Deja que él decida por nosotros. Me dice que su padre ha publicado una nueva novela, y que es autobiográfica. Presiento que no debe dejarme en un buen lugar entre sus recuerdos. ¿Por qué Noemí tiene tanto interés en que la lea? No soy rencorosa. Yo también hubiera deseado que todo hubiera sucedido de otra manera. También añoro aquellos felices días del campus; aquel joven escritor inseguro que necesitaba mi ayuda; aquellos sueños prácticamente al alcance de nuestra mano. Pero el renegó de todo a cambio de treinta monedas de plata. ¡Dios es justo y le ha enviado el castigo que merece! Sin embargo los senderos del Señor son inescrutables, gracias a mí debilidad nació esta hija mía, que promete superarnos a los dos y ser el consuelo de ambos. Solo Dios sabe lo que está bien y lo que está mal. Si me mantengo firme será su voluntad y si él debe morir con remordimientos, también. Hoy ha amanecido con un denso manto de nieve que iguala todo con la misma blancura. A duras penas se puede caminar por estas empinadas callejuelas. Me he encontrado con el cartero cuando salía de la panadería y me ha entregado el sobre con el libro que me envía Noemí. Aquí todos nos conocemos y no son necesarios los buzones. Si no supiera que contiene también una poesía de mi hija ni siquiera lo abriría, pero quiero ver si Noemí llegará a ser una gran poetisa o está siguiendo un camino equivocado. Lo abro y me causa un doloroso impacto el título del libro: «Si tú fueras..., Memorias de dos amantes unidos por la literatura y separados por las palabras». ¿Qué pretende con este título? Pero veo el poema de Noemí. No es muy extenso. Lo leo: «NACÍ DE PADRES OLVIDADOS Por el amor o desamor, por el encanto o desencanto, de dos amantes desconocidos nací yo del olvido. De bebé no tuve quien me meciera, de niña no tuve quien me mimara, de adulta no tuve quién me aconsejara porque nací de padres olvidados Conocí a mi padre cuando se moría, conocí a mi madre cuando no recordaba, me conocí a mí misma cuando lloraba, porque seguimos estando olvidados. Te escribo este sencillo poema para que olvides lo que has recordado y recuerdes lo que has olvidado del escritor que habías amado. Tu hija que te quiere, Noemí.» Es un poema digno de mi hija. No ha podido expresar mejor sus deseos. Me ha llegado a lo más profundo de mi alma dolorida. Me siento culpable de haber ignorado los anhelos de mi hija. Tal vez ella tenga la correcta perspectiva de este drama y yo esté obcecada en mi venganza. Tal vez, después de todo, esté escrito en el destino que deba perdonarle. Pero ¿cómo saberlo? ¿Quién puede aconsejarme? ¿Debería recurrir a un sacerdote? ¿Saben ellos más sobre el alma humana que nosotros? ¿Les ha donado el mismo Dios la gracia de la fe, por lo que están más cerca de la virtud que los demás seres humanos? Yo he perdido la fe y confiado solo en mi propio juicio, sin esperar el milagro de la revelación, pero después de leer el emotivo poema de mi hija estoy empezando a dudar de mis certidumbres morales y puede que haya llegado el momento de pedir consejo a quien está entregado a la salvación de las almas, y la mía debe de estar en riesgo de condenarse. Si mi hija lo desea, creo que debo leer esta nueva novela. 38. La alarma (Narradora: Alicia) Tengo que avisar a Noemí, ¡su padre se está muriendo! Sé que es en contra de su voluntad, y es la voluntad de un moribundo, pero voy a llamar al hospital para que lo ingresen. Tiene que seguir aferrado a la vida unos días más. No puedo aceptar que esa mujer no tenga corazón. Tiene que venir y salvarle del infierno de sus remordimientos o no descansará en paz ni podremos encontrarnos en ese lugar del cosmos reservado para nuestras almas. Está postrado en la cama. Ya apenas puede moverse y no tiene ningún deseo de hablarme. Pero sigue todos mis movimientos con una mirada apagada, sin vitalidad, como si ya solo pudiera mover las niñas de sus ojos. Pero en esa turbia mirada de moribundo debe de haber una mente lúcida, que no está afectada por la enfermedad, y debe estar pensando en su situación. Casi puedo leer sus pensamientos. Acepta que su viaje por este mundo ha llegado a su fin, y espera la muerte con serenidad y resignación. También me dedicará alguno de sus últimos pensamientos. Sé que me escucha, lo noto en el parpadeo de sus ojos, y tengo que intentar reconfortarle: —Sé que puedes escucharme —parpadea ligeramente—. Tú no has sido un hombre fuerte, porque los genios son más débiles cuanta más sabiduría adquieren, pero la enfermedad te ha dado la fuerza necesaria para aceptarla sin quejas ni lamentos. Cada día que pasa y se acerca tu fin mi amor por ti se acrecienta con la misma proporción. En el momento de tu muerte seré la mujer más enamorada del universo. Ya sé que esto no te consuela... no estés triste, porque ella vendrá! Pero tienes que mantener un titánico pulso con la muerte. ¡No dejes que te lleve hasta que ella no te de su bendición! —sujeto su trémula mano que ya apenas tiene fuerza, para saber cómo reacciona—. Tienes que perdonarme, pero tengo que llamar al hospital para que prolonguen tu vida tanto como les sea posible. Cuando ella y Noemí lleguen te traeremos de nuevo aquí y podrás morir como sé que deseas: estrechando su mano hasta tu último suspiro. Después empezará nuestra verdadera vida. Entonces yo no seré la chica de provincias, fea y torpe, sino un alma luminosa que se encontrará con la tuya y permanecerán unidas por toda la eternidad. Pero si mueres sin su bendición, tu alma vagará errática de un universo a otro eternamente, sin que encuentre la paz, y yo estaré sola por la eternidad. Sé que harás esto por mí. Intento retirar mi mano para marcar el teléfono del hospital, pero he notado una ligera presión y sus mirada parece avivarse. Creo que trata de decirme algo. Tal vez quiera que no deje de estrecharle la mano. Sí, eso debe ser. —No quieres que llame al hospital, ni que deje de estrecharte la mano, ¿verdad? —lo confirma con un débil parpadeo—. Está bien, no llamaré al hospital, pero tienes que ser fuerte y resistir hasta que llegue ella y tu hija Noemí. Cierra los ojos y tengo la sensación de que está tratando de decirme que ya es muy tarde. ¿Quiere esto decir que puede morir en cualquier momento? 39. Un fatal destino (Narradora: la madre de Noemí) No he podido terminar de leer su última novela. Creo que es suficiente para sentirme cerca del infierno, ¡cuando me creía cerca de cielo! ¿Por qué el destino me tendió esa monstruosa trampa? ¿Por qué no confié en su lealtad? ¿Cómo es posible que una engañosa imagen haya podido robarnos los veinte mejores años de nuestras vidas? ¿Quién me impulsó a estar en aquel lugar en aquel preciso momento? ¿El demonio? ¿Qué monstruoso pecado había cometido para merecer ese castigo? ¡Pobre hombre, durante todos estos años no ha podido contarme lo que realmente había sucedido! ¡De haberlo sabido, por supuesto que yo le hubiera perdonado! ¿Cómo podía escribir las novelas que yo le inspiraba si se ha sentido culpable todos estos años? Tengo que escribir urgentemente a Noemí, comunicándole mi deseo de volver cuanto antes y mostrar a su padre mi arrepentimiento y mi deseo de reconciliación. ¡Posiblemente no habrá otra persona más feliz en este mundo que ella cuando reciba mi mensaje! Pero yo también siento como si mi corazón dejara de estar oprimido por primera vez desde hace veinte años, y está rebosante de júbilo y siento que vuelve a latir con la misma fuerza que cuando tenía diez y ocho años, el día que conocí a este desgraciado escritor por culpa de una porción de tarta de nata con fresas! ¡Esa debe ser la felicidad que causa el perdón! ¡Bendito sea Dios que me ha iluminado! ¡Estoy desesperada y al borde de una nueva crisis: la última tormenta de nieve nos ha dejado incomunicados! No hay ningún medio de comunicarme con Noemí. Sé por experiencia de otros años que estaremos varios días incomunicados, ¡y él puede morir en cualquier momento! ¿Por qué? ¿Qué fuerza maligna se interfiere en nuestro destino una y otra vez? ¡Por el amor de Dios, espero que no sea demasiado tarde! No; no puedo esperar a que reparen las líneas del teléfono y limpien de nieve de la carretera. Tengo que intentar llegar a la estación del ferrocarril, porque los trenes siguen circulando. Solo son cinco kilómetros. Dentro de una semana es Navidad y podía estar junto a su lecho, y pasar todos juntos las primeras navidades después de veinte años de ausencias. Tal vez el taxista del pueblo quiera llevarme. Iré a su casa ahora mismo. El taxista es un hombre ya mayor, a punto de jubilarse, y no se atreve a circular con esta ventisca. La carretera es angosta, con tramos con pendientes muy pronunciadas. Me sugiere que esperemos a que pase los vehículos quita-nieves, pero no cree que despejen la carretera hasta mañana o tal vez pasado mañana. Pero ni mañana ni pasado mañana hay trenes que enlacen con el que lleva a la capital. Tengo que tomar el próximo, que sale a las cinco de la mañana. Ha dejado de nevar y puedo hacer andando este recorrido. Para este viaje no necesito equipaje, será suficiente con lo quepa en el bolso. ¡Tengo que intentarlo! 40. La agonía (Narrador: el moribundo) ¡Pobre Alicia! ¿Cómo podría decirle que mi mente está despejada y soy plenamente consciente de que estoy a punto de morir? ¿Cómo decirle también que ya no tengo ningún remordimiento, porque solo he hecho lo que el destino tenía previsto para mí. Nuestras vidas están escritas en las estrellas, y nuestro espíritu es una parte del destino del universo. Destino que desconocemos. También la madre de Noemí tenía un destino; que se ha cumplido ya. No sé como decirle que he presentido su muerte en algún gélido lugar, y que nunca estará en la cabecera de mi lecho de muerte. Una vez dije que una muerte digna es morir estrechando la mano que quién sienta más afecto por ti, y esa persona eres tú, Alicia, además que tu presencia en este lugar lo convierte en un hogar, con lo que se cumplen sobradamente mis condiciones para una buena muerte. Ahora ya puedo morir en paz. Ella lo ha comprendido y sigue estrechando mi mano. Siento como late su vida en ella, ya inerte, y ese contacto hace que empiece a sentir una paz interior indescriptible. Es su alma que me traspasa y la siento dentro de mí, cuando apenas me quedan unos segundos de vida. Ahora aparecen las más emotivas imágenes familiares de mi infancia que guardaba en el subconsciente. Se suceden una detrás de otra con sus sonidos y sus sensaciones. Escucho mi propio llanto y la voz de mi madre que me mece en la cuna que le regalaron mis abuelos; veo a mi padre empujando el columpio del parque cercano a nuestra modesta casa en las afueras de la ciudad, cuando apenas debía tener dos o tres años. Él es joven y vigoroso, y empuja el columpio con tanta fuerza que me hace llorar por la excitación del juego. Pasan muchas otras imágenes, y de todas guardo alguna impresión. Me veo vestido con mi traje de almirante de mi primera comunión, y a mis padres, que me llevan de la mano casi en volandas a la iglesia del barrio. Allí veo a la niña, con su virginal vestido de primera comunión, que me hizo sentir la primera emoción apasionado del amor. Se suceden multitud de imágenes familiares, como la fotografía del colegio de primaria, el primer automóvil de mi padre, mi primer viaje en tren, la primera chica con que salí y el primer beso en los labios de una mujer, y después de muchas otras, también las imágenes de la cafetería de la universidad y las que sucedieron después. Pero todas pasan vertiginosamente y va quedando un vacío indescriptible tras de su efímera visión. Es como si se estuvieran borrando de mi conciencia para que cuando sobrevenga la muerte no queda ni rastro en mi alma de lo que ha sido mi vida en este mundo. Presiento que cuando llegue a la última imagen moriré, y ese momento está llegando ya, porque veo la imagen de mi agente literario, aquella noche que destruyó nuestras vidas. Veo a ella en la puerta entreabierta del apartamento de Noemí. Mi imaginación se ha quedado en blanco, y me invade una inmensa paz. Ya no siento la mano de Alicia, Ahora veo una luz intensa, cegadora, sé que voy a penetrar en esa luz donde permaneceré eterna... mente.... 41. La muerte (Narradora: Alicia) Ha hecho apenas un leve movimiento de cabeza recostándose contra la almohada, y no siento ninguna señal de vida en su mano, ¡creo que ha muerto! Pero parece que se ha quedado plácidamente dormido. No hay en su rostro el más mínimo signo de dolor. Retiro mi mano y la suya se desploma. ¡Sí, ha muerto! ¡El gran amor de mi vida yace muerto ante mis ojos! A partir de este instante la muerte hará su trabajo y sus bellas manos, su prodigiosa cabeza, y su maltrecho cuerpo los convertirá en cenizas. Pero la odiosa parca no tiene suficiente poder para destruir el fruto de quién ahora le pertenece. Su obra sobrevivirá, y su memoria no se borrará de mi imaginación hasta la muerte me lleve a mí también. Ahora debería llorarle evocando su memoria, pero quien se lo ha llevado de mi lado no se saldrá con la suya. Aunque mi alma está rota en pedazos, no derramaré una sola lágrima, porque ya le he llorado cuando estaba vivo. Ahora ya no me quedan apenas lágrimas, y debo guardar las que todavía me queden para cuando empiece a echarlo de menos y sienta su ausencia. ¡Ha sido un hombre con suerte, porque ha vivido haciendo la voluntad de otros, pero ha muerto de acuerdo a su propia voluntad. Solo unos pocos privilegiados tienen una muerte así. ¡Si es difícil vivir, mucho más es morir! 42. Las dos muertes (Narrador: el autor) Los dos amantes de la literatura mueren en el mismo día y a la misma hora, porque así estaba escrito en las estrellas. El cuerpo congelado de la madre de Noemí lo encontró el conductor del vehículo quita-nieves, que circularía esa misma mañana, limpiando de nieve la tortuosa carretera. Su cuerpo no estaba sobre la carretera, sino en un pequeño barranco, donde debió caer dada la oscuridad y la capa de nieve que lo ocultaba. Su antiguo amante murió por complicaciones mortales de su enfermedad incurable. Noemí había presentido la muerte de su madre cuando se despidieron en la estación del ferrocarril. Lamentablemente no tuvo que elegir con quién de los dos pasaría las Navidades, sino a quién de los dos lloraba. No fueron enterrados juntos. Ella yace en el pequeño cementerio de su localidad, y él se hizo incinerar su cadáver, y aventadas sus cenizas en una playa cercana, como era su deseo. Alicia se sintió profundamente afectada, pues según sus creencias, no se reuniría con su amado en esa dimensión que creyó descubrir en su personalidad astral. TERCERA PARTE: ENCUENTRO ASTRAL «Trabajad no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece.» (Juan 6:27) 43. La despedida La muerte me lo ha quitado y la muerte me lo devolverá. ¡Te buscaré allí donde te encuentres y volveremos a estar juntos, pero para la eternidad! Si estás en el Infierno te rescataré; si estás en el purgatorio, te acompañaré hasta que ganemos el Cielo, y si ya estás en el Paraíso, allí nos encontraremos, porque el amor no conoce barreras, ni humanas ni divinas. Este cadáver que yace en la cama ha perdido su alma, que debe vagar por el cosmos sin un destino en concreto. Nadie excepto yo podré dar con su paradero, porque mi cuerpo astral podrá viajar por todos los rincones más allá del universo, y en alguno de estos lugares te encontraré. Ella te condenó al infierno en una de tus pesadillas, y no ha venido para librarte de esta maldición. Ahora ya no es necesaria su presencia. Tengo que comunicar esta penosa noticia a Noemí, porque ella, a pesar de la oposición de su madre, le tenían un gran afecto. Ha muerto cuando faltan unas horas para un nuevo amanecer. No vale la pena despertar a Noemí tan temprano. Ya no es necesario que se apresure, su padre ya no la necesita. Esperaré a que amanezca. Me siento como si yo fuera la mensajera de la muerte, pero de una muerte esperada. Nadie se sorprenderá. Quienes conocieron su diagnóstico ya solo esperan leer su nota necrológica en la prensa o en la red, y exclamarán aquellas frases de condolencia que habrán escuchado en otras defunciones de otros personajes famosos. «Pobre, ha muerto en la flor de su vida y en la cúspide de su popularidad»; «Ha muerto cuando lo había tenido todo menos la salud»; «Así acaban sus vidas la mayoría de los grandes personajes: siempre antes de lo previsto»; «Los artistas viven a un ritmo e intensidad insano, por eso mueren temprano», etc. Creo que en el fondo llevan razón. El alma es lo que da vida al cuerpo y si abusamos de nuestra alma, abusamos también de nuestro cuerpo. Al final, el alma exhausta, pierde sus defensas y las pierde también el cuerpo, y sobreviene la inevitable enfermedad mortal. Mi desdichado amigo estaba condenado, porque vivió abusando de su alma desde que tuvo conciencia de su existencia. Amanece, pero este no es el mismo sol de ayer, ni las mismas estrellas que se desvanecen. No es la misma brisa matutina, ni el mismo color azul del cielo. No es la misma ciudad, ni la misma calle. Porque esta noche ha muerto un escritor, y cuando un escritor muere algo muere en el alma colectiva del mundo, porque los escritores y los artistas somos el alma del mundo. Con gran dolor de mi corazón me decido a llamar a la desdichada Noemí para comunicarle la triste noticia. Ella no responde, pero recibo un mensaje del contestador de su móvil: «Lo siento, no estoy disponible. Me dirijo a la localidad de mi madre. Me acaban de comunicar que la han encontrado muerta por congelación en la carretera cuando se dirigía a pie a la estación del ferrocarril. Estoy desolada y no puedo hablar. Déjame tu mensaje». Me siento profundamente afectada y, al mismo tiempo culpable, porque juzgué prematuramente a esa mujer. ¡Espero que me perdone! No obstante, ha tardado demasiado en perdonarle. Es ella quien hubiera tenido que estar estrechando su mano cuando expiró. Sin duda que ha encontrado la muerte cuando intentaba acudir a la llamada de su falsa novela, pero cuando ya era demasiado tarde. Nuevamente el destino se vuelve incomprensiblemente contra mí, y ella volverá a ser mi rival después de su muerte, porque los tres nos volveremos a encontrar más allá de esta atormentada vida. 44. El último viaje La infeliz Noemí ha tenido que hacerse cargo de dos sepelios en pocos días. Ha asistido al de su madre y, apenas ha tenido tiempo de llorarla, cuando tiene que hacerse cargo del de su padre. El hospital se ha encargado de su incineración y le ha entregado las cenizas. Ahora tiene que cumplir con la última voluntad de su padre y esparcirlas en el mar. Me ha pedido que la acompañe y saldremos para la costa mañana a primera hora. —¿Cómo murió mi padre —me pregunta Noemí cuando regresamos en un taxi a su apartamento, sin poder ocultar en su mirada una gran tristeza y su delicado rostro desfigurado por el dolor. —Creo que en paz, pero no puedo decirte más porque apenas podía hablar, solo puedo decirte que su semblante era sereno y parecía haber aceptado la muerte con resignación. —¿No mencionó a mi madre? —No podía hablar, pero estoy seguro que la tendría en sus últimos pensamientos. —El taxista de la localidad me dijo que intentaba coger el primer tren de la mañana para reunirse con mi padre, y que él no se atrevió a llevarla a la estación, por lo que ella intentó llegar a pie. —¿Por qué no esperó a que despejaran la carretera de la estación? —le pregunto, aunque yo puedo suponer la razón. —No lo sé, pero he encontrado un breve verso que escribió la noche de su muerte: «Esta noche no hay estrellas y no dejará de ser noche Esta noche no habrá luna, y nunca será de día.» Debió presentir también ella su muerte, porque no creía poder ver a mi padre con vida. Pero lo intentó y le costó también a ella la vida. Estén donde estén, mis padres se habrán reconciliado y por fin tendrán la paz que merecen. Escucho a Noemí y no puedo evitar un injusto deseo de que no se cumplan sus esperanzas. ¡No puede interponerse entre nosotros también después de muerta! Ya estamos en el apartamento de su padre. Yo no puedo evitar tener la sensación de su presencia, como si todavía su alma no hubiera salido de esta habitación y no pudiera salir por alguna razón que solo él debe saber. Noemí recorre con la mirada todo lo que perteneció a su padre, y que ahora le pertenece a ella, pero no parece que le preste interés. Ha ido a la estantería y selecciona una de sus novelas. Contempla la fotografía de su padre en la contraportada, y no puede contener el llanto. —Alicia, ¿cómo era mi padre realmente? Tú debiste conocerle mejor que yo. —Creo que sobre todo tenía miedo de condenarse, porque nunca pudo vivir de acuerdo a sus deseos por culpa de sus constantes remordimientos. Era un alma atormentada que escribía novelas para olvidarse de la causa de sus tormentos. —¿Tú le amabas? —Sí, le amaba, pero él nunca me correspondió. —Entonces ¿por qué no le abandonaste? —¿Abandonarle? ¿Cómo puedes abandonar lo que ya es una parte de ti? —Y ahora, ¿que harás? —Escribiré una novela sobre el viaje que hará tu padre por el cosmos. ¡Su vida después de muerto! —¡Pero eso es imposible! Supongo que te lo imaginarás. ¡Nadie ha podido reunirse con los muertos! No quiero alarmar a Noemí y explicarle que yo puedo desdoblar mi personalidad y separar mi cuerpo astral del físico. Lo he experimentado una vez y lo lograré una segunda vez. La primera apenas me moví a cortas distancias de mi cuerpo físico, pero esta nueva experiencia tengo que tomar todas las precauciones necesarias para que nadie perturbe mi concentración, porque tardaré mucho tiempo en regresar. —Sí, por supuesto que me lo imaginaré. —¿Dónde crees tú que estará en estos momentos? —noto en su mirada que se siente inquieta y temerosa, pero debe acostumbrarse a los fenómenos paranormales, porque sus padres intentarán ponerse en contacto con ella por medio de sus sueños, y debo prevenirla. —Creo que está aquí, porque su alma todavía no se habrá desarraigado totalmente de las emociones que le trasmitirán los objetos con los que ha tenido contacto en vida. —¿Y crees que nos estará viendo y escuchando? —me pregunta sin poder disimular su inquietud. —No, ni nos ve ni nos oye. Solo puede ponerse en contacto con nosotros a través de nuestro cuerpo astral, lo que sucede durante los sueños. Tienes que estar prevenida, porque es probable que aparezcan en tus sueños, y querrán saber en qué estado de ánimo te encuentras. Pero es probable que no hagan ninguna referencia a sus muertes, sino que aparecerán en escenas que no tendrán ningún sentido para ti. En los sueños no tenemos control de nuestra imaginación ni del tiempo ni del espacio. Creo que no debí hablarle de esta posibilidad. Ahora parece realmente asustada y lo estará más cuando llegue la noche y se enfrente a los sueños. Amanece un día brumoso y desapacible. No es el más adecuado para diseminar sus cenizas. Hemos quedado en la estación del ferrocarril, donde tomaremos un tren que nos dejará en una localidad costera. Noemí ya me está esperando en la entrada de la estación. Todavía tenemos tiempo de tomar un té caliente, que nos levante el ánimo. Nos hemos sentado en la misma mesa en que estuvo por última vez con su madre. Ella parece que ha recuperado su entereza. —Ahora sé por qué mi pobre madre me dio aquellos tristes consejos. «No esperes consuelo de nosotros. Si necesitas consuelo, aprende a consolarte tú misma». Yo presentí su muerte. Cuando se alejó de mí, ¡tuve el presentimiento de que esa era la última vez que la vería con vida! Durante el viaje a la costa apenas hemos intercambiado algunas palabras sobre el tiempo desapacible. Al otro lado de la ventanilla el paisaje parece participar de nuestra profunda tristeza. Una densa niebla se cierne sobre las pequeñas poblaciones que vamos dejando atrás. Es difícil creer que pueda haber gente feliz en un paisaje tan deprimente. A veces el tren circula junto a la carretera, y podemos ver los automóviles que circulan a la misma velocidad, ocupados por gente con obligaciones y responsabilidades que no piensan en la muerte, pero tampoco tienen oportunidad de pensar en la vida. ¡Viven, eso es todo! 45. Las cenizas A medida que nos aproximamos a la localidad costera se puede sentir el olor a salitre. Salimos de la pequeña estación del ferrocarril y es fácil orientarse y saber dónde está el mar, porque el frescor de la brisa marina nos indica claramente la dirección. El cielo parece un inmenso manto grisáceo, y una fría y húmeda niebla confunde las formas de las cosas. Los automóviles circulan con las luces encendidas a pesar de no ser todavía mediodía. Hay poca gente en las calles, parece una ciudad fantasma. Nos encaminamos al paseo marítimo. No está lejos. Ya se escucha el escandaloso graznido de las gaviotas. La calle de la estación desemboca directamente en un sencillo paseo marítimo, tan desolado como el resto. Ya podemos escuchar las olas chocando con la pared del paseo. Desde este paseo divisamos el mar, pero no puede verse la linea del horizonte, que se confunde con el cielo por su tono grisáceo y la densa neblina. A un lado del paseo hay un pequeño espigón, donde están amarradas unas pocas embarcaciones pesqueras, que seguramente no se han hecho a la mar por el temporal. Elegimos ese lugar para esparcir las cenizas. —Es muy triste acabar una larga vida de ilusiones, proyectos y ambiciones —comenta Noemí preparándose para volcar en el mar los restos de su padre—, en un puñado de polvo que se lo llevará las corrientes hasta el fondo del mar, y así termina su desgraciada historia. —Es solo su cuerpo, su alma seguirá existiendo, como seguirán existiendo sus obras. Un grupo de hambrientas gaviotas revolotean alrededor, sin duda deben creer que los restos que Naomí esparce sobre el agua puede ser alimento. —Ya se ha cumplido su deseo —me comenta sollozante—. ¡Ya no habrá mas muertes; ya no necesitamos esta urna! Con un gesto airado, arroja también la pequeña urna al mar. Se seca las lágrimas con el dorso de la mano, me coge enérgicamente del brazo y nos alejamos de aquel lugar. —«Si necesitas consuelo, aprende a consolarte tú misma». ¡Sí, mamá, ya he aprendido! Noemí ha recobrado el ánimo. La vida sigue y carece de utilidad llorar a los muertos. Bastante les hemos llorado cuando estaban vivos. De los muertos solo queda el recuerdo y él ha dejado un buen recuerdo. No es motivo de llanto. Me asombra su entereza, pero en realidad hasta hace solo unos meses ha sido huérfana desde que nació. No es de extrañar su comportamiento. El viaje de regreso es tan silencioso como el anterior. Noemí parece ausente, o tal vez esté pensando en su futuro como huérfana. Tiene su mirada perdida en el paisaje brumoso que vamos dejando atrás. Parece reaccionar a algún pensamiento que le obsesiona, porque de improviso se vuelve hacia mí y me comenta: —Tenías razón, esta noche he soñado con mis padres... —guarda un elocuente silencio, como si se preguntara si debe desvelarme su sueño—. Yo estaba sentada en un banco del parque y mi padre apareció de pronto y se sentó junto a mí, pero estaba muerto. Yo le pregunté por qué había abandonado a mi madre, y, de súbito, ella apareció sentada junto a él, pero también parecía estar muerta. No podían responder a mi pregunta. De pronto apareció un policía, y dirigiéndose a mí, me dijo. «Perdone, pero los muertos no pueden estar en el parque. Llévelos al cementerio y entiérrelos». Yo no sabía qué contestar, estaba aterrada. Pero incomprensiblemente, los dos se incorporaron, y dirigiéndose al policía, mi padre le dijo: «No es necesario que nos entierre ella, nosotros mismos nos enterraremos. Adiós Noemí, no tardes en reunirte con nosotros...», y desaparecieron hundiéndose en el suelo del parque. En ese momento desperté —guarda un silencio sepulcral, parece muy afectada por el sueño—. ¿Qué puede significar este sueño, Alicia? —¡Que tus padres te echan de menos! —respondo sin vacilar. —¿Quieres decir que desean mi muerte? —Para ellos ahora tu vives en la muerte, y ellos en la vida. Se han cambiado los papeles, por eso quieren que te reúnas con ellos. Es posible que este mismo sueño vuelva a repetirse, aunque con diferente argumento, y volverán a insistir en que te reúnas con ellos. Tienes que ser fuerte y no dejarte obsesionar por lo que escuches de tus padres durante el sueño. Aunque suceden en la dimensión astral, están perturbados por tu propio subconsciente. —¿Quieres decir que subconscientemente deseo morir y reunirme con ellos? —me pregunta alarmada. —Sí, pero es por causa de tu estado de ánimo actual. Lo superarás y tus padres ya solo aparecerán en tus sueños cuando los añores. Noemí parece reconfortada por mi explicación. Pero sigue sumida en sus pensamientos, y vuelve a perder su mirada en el paisaje brumoso que contemplamos al paso del tren. Noemí parece salir nuevamente de sus lúgubres pensamientos, se vuelve hacia mí y me confiesa: —¡Me gustaría ser como tú, Alicia: segura de quién eres y lo que deseas hacer de tu vida. Pero ¿quién soy yo? La hija no deseada de dos soñadores que fueron amantes de la literatura, pero que no entendieron el significado de la palabra amor, a pesar de que la escribieron cientos de veces. ¿Qué debo hacer? Ya no estoy segura de que quiera escribir, ¡con el ejemplo de mis padres he tenido suficiente! Tal vez, como dijo mi madre, sería una excelente doctora. No estoy segura de si debo animarla a que siga la vocación de sus padres, pero precisamente porque ellos no supieron combinar sus ambiciones mundanas con sus relaciones personales, Noemí aprenderá de los errores de sus padres y podría ser una excelente escritora sin necesidad de arruinar su vida. Sí, creo que debo animarla. ¡Sería el mejor tributo que rendiría a sus malogrados padres! —Noemí, en estos tiempos en que ya nadie cree en lo que escuchan o ven, solo pueden creer en lo que pueden imaginar, ¡y los escritores podemos proporcionarles esas imágenes del mundo que desearían escuchar o ver! Lamentablemente son mayoría los escritores que se regocijan en recrear las nauseabundas imágenes de lo que ya no podemos creer ni deberíamos ver. ¡Tú puedes ser una escritora que ilumine a los lectores! —Pero ¿cómo sé si tengo el talento necesario para no quedarme en la mediocridad? —Mi querida amiga, ¡eso nos preguntamos todos! No sabrás la respuesta hasta que no hayas superado unos cuantos fracasos, porque cada fracaso significará que has elegido un mal camino, y debes rectificar hasta que encuentres el tuyo propio. El talento consiste en ser tú misma. El tren está entrando en la estación central. Noemí no se trasladará al apartamento de su padre, porque no quiere vivir sola. Prefiere seguir viviendo con sus compañeras de la facultad, pero me ha sugerido que, si lo deseo, puedo acuparlo yo. La idea es muy atractiva, porque me facilita mi experiencia. Acepto su ofrecimiento, al menos por lo que reste del curso, y me trasladaré lo antes posible. 46. La preparación Ya estoy instalada provisionalmente en el apartamento del padre de Noemí. Es una sensación difícil de describir, porque todos los objetos del apartamento tienen algo de él, y aún tengo viva la memoria de su cuerpo muerto sobre la cama en que me dispongo a dormir. Pero no siento ningún temor, sino todo lo contrario, dormir en la cama donde todavía están los eflujos de un difunto es la mejor forma de comunicarse con él. Soy consciente de los riesgos y desconozco qué puede haber más allá de esta dimensión. Puede que se encuentre atrapado por alguna fuerza superior y mi energía no sea suficiente para liberarle. Pero también puede haber alcanzado alguna dimensión que se asemeje al Cielo, y mi viaje será en vano. De cualquir modo, su destino estaba escrito en las estrellas desde el día de su nacimiento, y se habrá cumplido sin apelación posible. Sobre todo tengo que asegurarme que nadie perturbará mi sueño mientras mi espectro se encuentre separado de mi cuerpo. Tengo que desconectar todo lo que pueda sonar, incluido el teléfono y todo lo que cree campos magnéticos, lo que me temo que será imposible de eliminar, y no se cómo me afectará. Después de todo, cuando me separe del cuerpo seré solo energía y no sé cómo pueden afectarle otras fuentes de energía que pueda haber en el apartamento. Es un riesgo que tengo que correr. La otra duda es, en el caso de que se encuentren nuestros espectros, saber cómo nos comunicaremos, porque en el encuentro solo nos podremos comunicar a través de nuestros pensamientos, para lo que deberemos ascender al plano mental. Si lográsemos alcanzar esa dimensión no podremos ocultar nuestros pensamientos, por lo que es imposible la mentira o el engaño, y todo debe suceder con total transparencia. Esa debe ser la maldición de la vida material: ¡la posibilidad de engañar y mentir, la causa de todos los desastres de este mundo! ¿Qué sucederá si no pudiera volver a mi cuerpo? ¿Moriré yo también? ¡Sería un suicidio, lo que supone ir contra mi destino escrito en las estrellas y mi alma vagaría, sin encontrar reposo, ¿hasta cuándo? ¿Pero cómo tener una noción del tiempo donde no hay más que energía? Todo es muy confuso, y sé que corro un gran riesgo. Pero ¿qué sentido tiene ya mi existencia en este mundo? He entregado mi corazón a un difunto y ahora no tengo otra opción que reunirme con él, ¡tanto si está en el Cielo como en el Infierno! Este fin de semana podría ser el día señalado para el encuentro, porque Noemí viajará a la localidad de su madre para gestionar los trámites de su herencia y no existe el riesgo de que pueda presentarse de improviso. Tampoco espero visitas inesperadas, porque en los últimos meses de su vida no tenía más amigo que su agente literario. Su negativa opinión sobre los escritores actuales le causó la enemistad con los que tenía alguna relación. De todas formas dejaré una nota en la puerta para asegurarme de cualquier otra eventualidad. Esta noche será el gran viaje. Quiero aprovechar estas horas previas para dejar por escrito lo que me propongo hacer, y espero poder escribir también lo que haya podido suceder a mi regreso. Para relajarme, doy un largo paseo por el mismo parque en el que le declaré mi amor. Es un paseo lleno de nostalgia y de profunda tristeza. Todo lo que veo me recuerda su amable persona, y a veces tengo la sensación de que está paseando junto a mí y me hace nuevas preguntas, pero esta vez son sobre los misterios de la vida y la muerte, para los que no tengo respuestas. Me siento en un banco y recuerdo el sueño de Noemí, me gustaría que me sucediera a mí, pero eso solo pasa en los sueños, la realidad es más terca, se niega a cambiar sus rígidas normas y todo sucede como está previsto que suceda. Estoy de nuevo en el apartamento y escribo las notas sobre la experiencia de esta noche. Ya oscurece. Es un gélido día de finales del invierno. Es posible que nieve. Por alguna razón la nieve me deprime. No me gusta, porque siento como si me estuviera callendo en mi alma. Me gustan los países cálidos, porque son más acogedores y la vida es más sencilla. Escucho los oratorios de Bach, porque creo que es la música que debe escucharse en el Paraíso. Me tiendo sobre la cama y me preparo para la concentración. 47. El viaje astral (Narrador: el difunto) Sé que he fallecido. He sentido una extraña vibración y lo que debe ser mi alma se desprende de mi cuerpo. Alicia ya se ha dado cuenta de mi fallecimiento y ha soltado mi mano, que cae ya inerte. Siento que una fuerza me impulsa a salir de mi apartamento, y traspaso la pared sin ninguna dificultad. Ahora estoy viajando a una velocidad vertiginosa, y me dirijo hacía la luz que vi en el momento de mi fallecimiento. He entrado en una extraña dimensión y continúo mi viaje atravesando un espacio en semi tinieblas. En esta dimensión veo multitud de espectros atrapados, que me imploran ayuda y tratan inútilmente de retenerme, porque sus manos crispadas penetran en mi espectro sin poder asirlo. Por su aspecto y vestiduras deduzco que algunos están en estas tinieblas desde hace miles de años. También creo que se trata de personas que han debido morir de forma violenta, porque sus espectros están horriblemente mutilados. Algunos carecen de extremidades, otros de cabeza y la mayoría muestran heridas posiblemente causadas por las guerras o accidentes, por las que habrán muerto. Pero ¿por qué permanecen en estas tinieblas y no ascienden a la zona luminosa donde parece que me dirijo yo? Noto una importante diferencia entre ellos y yo, donde debe estar la explicación. Mi aura es absolutamente resplandeciente, las de ellos están oscurecidas. Tal vez al morir con la conciencia tranquila y en paz, mi aura se cargó con energía positiva, que le confiere ese resplandor. He descrito este fenómeno en una de mis novelas, fruto de mi intuición, pero que ahora compruebo que era acertada. Por esta razón mi alma debe ser atraída directamente hacia la fuente de luz. Debe tratarse de un efecto simple de atracción electromagnética. Por esta razón, supongo que quien muere con la conciencia intranquila, de improviso o por accidente, el alma debe contener energía negativa que oscurece el espectro, y en esas condiciones deben de ser atraídos solo hasta esta dimensión, que debe ser la astral, la primera dimensión de donde están los que han muerto. Estas almas están suspendidas entre lo que los teólogos llaman el Cielo y el Infierno, que debe ser el Purgatorio. Su desesperado intento por adherirse a mí debe ser para que les transfiera la energía positiva que necesitan para entrar en una nueva dimensión que les lleve hasta la luz a la que me dirijo yo. Pero no parece que esta transferencia sea posible entre espectros. Posiblemente esa energía positiva que necesitan se les debe poder transferir desde el mundo físico, con invocaciones, oraciones o cualquier otra forma que desconozco, dirigidas especialmente a ellos y que les muestren su afecto. Sigo viajando a una velocidad que posiblemente sea la de la luz, pero todavía no he salido de esta dimensión donde posiblemente haya millones de almas en similares condiciones. Si este es el Purgatorio, donde las almas no están lo suficientemente iluminadas para alcanzar el Cielo, aquellas personas que mueran y que hayan cometido faltas que no tengan redención, sus auras estarán cargadas de energía negativa, y deben aparecer absolutamente oscuros, por lo que no podrán elevarse y permanecen en el mundo físico, y esto debe ser el Infierno de las almas en pena de la teología, y que por alguna causa que desconozco, pueden aparecer como muertos vivientes, o zombies. No tengo otra explicación. He atravesado otro plano cósmico y, por fin, estoy en la dimensión de la luz cegadora que me atrae irresistiblemente desde el instante de mi muerte. Tiene las mismas luminosidad que mi alma. Sin sombra que la oscurezca. Mi viaje por las dimensiones del cosmos parece que termina aquí, porque he dejado de moverme a velocidades vertiginosas. También aquí tal vez haya millones de almas luminosas como la mía. Todas parecen tener la mismo aspecto juvenil, no deben tener más de 18 ó 20 años, y permanecen suspendidos en esta inmensa dimensión luminosa. Mi espectro se mueve lentamente entre ellos. Me sonríen y parece que me dieran la bienvenida. Me detengo frente a un espectro que asombrosamente tiene mi apariencia de cuando tenía 18 ó 20 años, y estaba todavía en la universidad. Parece que sea mi doble. Ha ocurrido algo extraordinario: siento una extraña vibración y mi doble se ha fusionado penetrando en mi espectro. Ahora también yo tengo su misma apariencia. Me siento confundido, pero al mismo tiempo siento una gran sensación de bondad indescifrable. Una de las almas que ha contemplado mi transformación se acerca a mí y parece que desea comunicarme algo. Yo intento leer sus pensamientos, pero no escucho nada. Instantes después se acerca a mí otra alma todavía más resplandeciente, y, como la anterior, creo que está intentando que escuche sus pensamientos. ¡Le escucho! —¡Bienvenido a la dimensión luminosa, porque tu alma solo tiene energía positiva, y brilla como la luz que genera la fuente que alumbra y ha creado el cosmos! Una extraordinaria fuente de energía positiva, situada en una dimensión todavía más elevada, y que su luz es la creadora de todas las ilusiones visible e invisibles del cosmos. Cuanto más luminosa es nuestra alma, más nos acercamos a esa extraordinaria fuente de luz. Allí están las almas de los más virtuosos personajes de la historia, como Sócrates, Jesucristo o San Juan de la Cruz. Yo también soy una entidad luminosa superior y puedo comunicarme con cualquier alma, pero tú solo puedes comunicarte con los que hayas tenido contacto en vida y sientan afecto por ti. De ellos podrás escuchar sus pensamientos, pero ellos no podrán leer los tuyos. —Pero ¿qué me ha sucedido? ¿Quién era ese doble mío? ¿De dónde ha surgido? —Escucho tus pensamientos y contestaré a tus preguntas. Cuando nos gestan se generan dos entidades espirituales. Una tiene la forma del espacio que llegaremos a ocupar en el límite de nuestro crecimiento. Esa entidad está compuesta por energía positiva y permanece en esta dimensión. En ella está escrito nuestro destino. La otra entidad espiritual permanece en el embrión, que lo anima. Su energía es variable y depende de los procesos de su conciencia, que pueden generar energía positiva o negativa. Nuestro destino se cumple cuando actuamos de tal manera que se mantiene con energía positiva hasta el instante de nuestra muerte. De lo contrario actuamos en contra de nuestro destino y al morir no podemos fusionarnos con nuestro doble energético y permanecemos en una dimensión intermedia o en el mundo físico, si nuestra conciencia no tiene redención. Ese doble tuyo ha seguido tu desarrollo personal, y ha estado a tu lado siempre que lo invocabas. ¡Era tu ángel custodio! —¡Sí, ahora recuerdo mi experiencia en el pequeño parque de la iglesia horas después de conocer mi diagnóstico, en la que creí que un ángel estaba sentado en mi mismo banco. Debía ser este doble mío, al que yo había invocado previamente. —Ahora estás constituido tal y como estaba previsto en tu destino. ¡Ya no hay dualidad en ti, sino una absoluta unidad energética! Mi extraño viaje hasta esta dimensión luminosa ha concluido al reunirme con mi doble personalidad. Es como si a partir de este momento empezara una nueva vida eterna, pero no puedo decir que sea feliz, porque sería aceptar la infelicidad, desconocida en esta dimensión. Es un estado neutro, indescriptible, carente de toda angustia, temor o inquietud. Posiblemente la expresión adecuada sea «beatífico». Pero afortunadamente no estoy completamente separado de mi realidad física anterior, porque, en efecto, puedo escuchar los pensamientos de quienes se acuerdan de mí y me invocan, aunque débiles, como un susurro. En estos instantes Alicia me está invocando y escucho débilmente sus pensamientos. Me temo que está a punto de cometer una grave imprudencia, porque pretende unirse a mí en el plano astral, donde yo no estoy, y ella nunca podrá acceder a esta dimensión luminosa mientras esté viva. Si el cuerpo astral de Alicia penetra en la dimensión de los muertos corre el riesgo de que no pueda reincorporarse a su cuerpo físico, y es muy posible que se quede también atrapada en las tinieblas del Purgatorio, ¡y ya no podrá reunirse conmigo, como era su deseo! Tengo que encontrar la manera de comunicarme con ella y hacerla ver el riego que corre si persiste en su intento. Ahora no soy más que un contingente de energía sutil invisible, pero que puede desplazarse al mundo físico. Corro el riesgo de contagiarme con energía negativa y no poder regresar a esta dimensión, pero no puedo permitir que Alicia se condene por mi culpa. ¡Tengo que intentarlo! 48. El regreso He regresado a la dimensión del mundo físico y estoy a los pies de la cama donde yace Alicia. Está acercándose al estado de concentración donde puede producirse el desdoblamiento de su cuerpo astral. Si provoco una descarga de energía tal vez consiga encender la lámpara de la mesita de noche e interrumpir su concentración. Consigo que la lámpara parpadee y afortunadamente Alicia ha salido bruscamente de su concentración. Contempla extrañada la lámpara, pero no lo asocia con mi presencia. La desenchufa y vuelve a concentrarse. Tengo que intentarlo de nuevo y espero que se de cuenta de que trato de comunicarme con ella, porque la energía de mi áurea decae. Consigo que vuelva a parpadear débilmente, y Alicia se ha sobresaltado. Creo que ha comprendido que soy yo quien lo provoca. —¿Eres tú? ¿Estás aquí? Vuelvo a hacer parpadear la lámpara. Alicia ha comprendido que es mi respuesta. —¡Entonces, no has salido de tu apartamento, tal como yo suponía! Pero no puedes comunicarte conmigo. Ten paciencia pronto me reuniré contigo. Tal vez esta misma noche. Estoy intentando concentrarme y lograr desdoblar mi cuerpo astral, y entonces podremos comunicarnos y me podrás contar dónde te encuentras! Intento hacer parpadear de nuevo la lámpara pero es inútil. No podré evitar que se desdoble y entre en la dimensión de los muertos, y si llega a esa dimensión y queda atrapada no podré rescatarla. Solo espero que su alma no se condene y no pueda ya salir del mundo físico, lo que podría suceder si muere, porque el suicidio es una falta grave, ¡y llenaría su alma de energía negativa! —Por si me escuchas te comunico que la madre de Noemí también ha muerto —Alicia no sabe que no puedo escuchar cuando me habla, pero sí sus pensamientos, y se confirma mi presentimiento de la muerte de la madre de Noemí. Pero está pensando que confía en que no nos hayamos encontrado, porque sigue considerándola su rival, incluso después de muerta. Si la madre de Noemi está muerta debería poder comunicarme con ella. Tal vez sea que por no haberme dado su perdón antes de morir esté en el Purgatorio. ¿Pero, cómo saber dónde se encuentra? Debería escuchar sus pensamientos para saber dónde dirigirme, de otro modo me resulta imposible encontrar su alma entre millones de almas. Tal vez sus pensamientos no me mencionen y solo piense en la desdichada Noemí. Eso lo explicaría. Alicia vuelve a estar al borde de su proyección astral. Si lo consigue nos volveremos a encontrar, pero será por breve tiempo, porque ella debe regresar a su mundo físico de los vivos y yo al mío energético de los muertos. Son inútiles todos sus esfuerzos, nuestros destinos no se encuentran ni en la vida ni en la muerte. Siento verdadera lástima por esta mujer, pero ahora sé que es inútil luchar contra lo que está escrito en las estrellas. Debe ser el estigma de que ella me hablaba. El cuerpo de Alicia parece agitarse. Está vibrando. Mueve la cabeza de lado para otro, como si algo estuviera intentando desprenderse. Sí, lo está consiguiendo, y el espectro de su cabeza se desprende de su cuerpo, y el resto de su cuerpo astral también. Su cuerpo físico ha quedado en absoluto reposo, sin duda que duerme profundamente, mientras ella sueña su desdoblamiento. Sus primeros movimientos son imprecisos, se eleva lentamente pero mantiene sus ojos cerrados. Un delgado hilo de energía la mantiene unida a la vida. ¡Confío que no se rompa! Su ascensión se ha detenido. Abre los ojos y me contempla asombrada, pero no puede hablar. Ahora deberá leer mis pensamientos y yo los suyos. —Alicia, ¿por qué lo has hecho? —¡Está aquí! ¡Lo he conseguido! Pero ha cambiado su aspecto, ¡ahora es un hombre joven! —¡Alicia, lo que has conseguido es poner en riesgo tu vida! —Me reprocha lo que hecho, solo por estar a su lado. —Alicia, puedo escuchar tus pensamientos. Sí, tengo que reprochártelo. Ahora no podrás reunirte conmigo. Yo estoy muerto y tú estás viva... —¡Entonces si mi muerte puede solucionar nuestras diferencias, no volveré a mi cuerpo! —No conseguirías nada, porque sería un suicidio, y sabes que tu alma se condenaría y no podría separarse del mundo físico. ¡Renuncia a este amor inútil y peligroso para los dos! —¿Tú me lo pides? ¿No he sido tu fiel compañera hasta tu último suspiro? —Alicia, estás poniendo en peligro también mi salvación. Estos reproches, que sé que no son justos, harán que mi alma se contamine con energía negativa, y puede impedirme volver a la dimensión de la luz en la que había logrado ascender. Por el bien de los dos, ¡renuncia! —Lo entiendo... mi estigma me persigue también aquí, entre los muertos. Deseas estar con ella por toda la eternidad. ¿No es así? Si renuncio me condenaré de todos modos... —¡Pero salvarás mi alma, y también la de ella! —¡Os habéis encontrado! ¡Ella, con su inesperada muerte, ha ganado! —No, Alicia, no nos hemos encontrado. No sé dónde pueda estar. Tal vez nunca nos encontremos. Pero donde estoy el tiempo no existe. ¡Te esperaré, pero tienes que morir en paz con tu conciencia! No te asuste la vejez, cuando te reúnas conmigo volverás a tener 18 años. —¿Y ella? —Alicia, donde nos reuniremos no existe la felicidad ni la desdicha, solo la bondad; allí no podrás amarme ni odiarme; los tres podremos gozar de esa infinita bondad eternamente, y cuando le llegue su hora, confío en que también Noemí se reunirá con nosotros. —¿Me pides que deje consumir mi vida con la esperanza de compartir eternamente contigo la bondad de tu Paraíso? —!Sí, te lo ruego! —¿No tengo elección? —El Infierno ahora o el Cielo cuando la muerte quiera llevarte. —¡Me das a elegir entre dos infiernos! —Sí, Alicia, pero uno puede durar 30 ó 40 años y el otro la eternidad... —Supongo que debo renunciar y despedirnos hasta dentro de 30 ó 40 años, ¡y ni siquira puedo estrechar la mano que sostuve en el instante de tu muerte! —Así debe ser, Alicia... Pero tengo que pedirte algo más... Es sobre la madre de Noemí. Temo que esté retenida en un espacio tenebroso, intermedio entre el Cielo y el Infierno. Para que se libre de esta oscura dimensión necesita la ayuda de alguien vivo, que le trasmita la energía positiva que le ayude a ascender a un plano superior, y tú puedes ayudarla, y al mismo tiempo, ayudarte a ti misma para ganar tu salvación... —¿Me pides que salve a mi rival? —Ya no es tu rival, es un alma, que igual que tú, merece ascender a la dimensión de la luz y salir de las tinieblas donde puede que se encuentre. —¿Y qué puedo hacer por ella? —¡Reza por ella! —¡Nunca he rezado; no sabría cómo hacerlo! —Solo tienes que invocar su nombre y mostrarle tu afecto. Eso será suficiente para trasmitirle energía positiva. Trasmite este deseo también a mi hija, Noemí, que rece también por su madre, y entre las dos la salvareis. —¡Qué triste es mi destino! —No, querida Alicia, en el mundo de los vivos no hay mayor dicha que sentirse útil y necesario. Entrégate el resto de tu vida a escribir novelas con argumentos que inciten a la generosidad y la bondad, y vivirás feliz hasta que llegue tu hora y te reúnas con nosotros. —¡Ni siquiera tengo el consuelo del llanto! —Vuelve con los vivos y podrás aliviar tu corazón con el llanto. —Adiós entonces. ¡Hasta que la muerte nos una! —Adiós, mi querida Alicia, te esperaré en el Paraiso... Su espectro vuelve a unirse con su cuerpo, que permanece inmóvil. No puedo escucharlo, pero noto por su triste expresión que debe estar a punto de llorar. Ahora se lleva las manos al rostro y debe sollozar amargamente. ¡Pobre Alicia, nadie más que ella merece entrar en el Paraíso! 49. En el Purgatorio (Narradora: la madre de Noemí) ¿Por qué estoy encerrada en estas tinieblas? ¿Es este el destino de los muertos? ¿Dónde me encuentro? He visto mi cuerpo congelado al borde de la carretera mientras mi alma ascendía hasta llegar este tenebroso lugar. Sí, debo de estar muerta. ¡He sido una imprudente, y lo he pagado con la vida! ¿Qué será de mi pobre Noemí? Pretendía salvar a alguien de sus remordimientos y muero yo sin tener a nadie que me salvara de los míos! ¡Es este lugar el Infierno que merezco! ¡Sufriré esta angustia eternamente! Creo ver un pequeño resplandor que se aproxima a mí. Ahora distingo el espectro de un joven... ¡Oh, Dios mío; es él! ¡También él ha muerto! Pero es tal como era cuando le conocí hace veinte años! Sí, es él; es el mismo joven inquieto y ambicioso que leía mis poemas en el campus de nuestra universidad; con la misma sonrisa burlona; el mismo encanto en su mirada. Me avergüenzo de que me encuentre envejecida, aunque no sea más que un fantasma. Tal vez haya escuchado mis lamentos. ¡La muerte nos une de nuevo! Se acerca a mí y puedo escuchar sus pensamientos: —Mi querida amiga y admirada poeta, nos volvemos a encontrar en extrañas circunstancias. He sabido de tu triste muerte en la nieve cuando te disponías a velar mi lecho de muerte. Tan pronto como he escuchado tus lamentos me he apresurado a reunirme contigo. ¡No sé por qué estás en este tenebroso lugar, pero yo te ayudaré y te devolveré en la muerte con creces lo que has sufrido por mi culpa en vida. Yo necesitaba tu perdón para morir con la conciencia en paz, pero mi sincero arrepentimiento y las ayudas de nuestra hija y de esa extraordinaria persona, Alicia, me salvaron del infierno. —Yo te hubiera perdonado, pero la muerte se interpuso. Pero, ¡por el amor de Dios!, ¿puedes decirme dónde me encuentro? —Estás a medio camino entre el Cielo y el Infierno; en el Purgatorio. Tu conciencia no debía estar en paz en el momento de morir, y se contaminó con energía negativa, lo que te impide ascender a una nueva dimensión, donde yo me encuentro. Pero no temás, tu hija Noemí y Alicia de sacarán de aquí y podrás reunirte conmigo. —Nunca he hecho mal a nadie, ¿por qué merezco este castigo? —No tengo la respuesta. La energía y su relación con la conciencia tiene su propia norma, pero supongo que la energía positiva o negativa que acumula nuestra alma depende de estado del estado de nuestra conciencia en el momento de la muerte. —Entonces merezco estar en este siniestro lugar, porque fui una imprudente... ¡pero tenía una buena causa! —No hubiera servido de nada, porque yo fallecí el mismo día. ¡Ya era demasiado tarde! —Pero yo no sabía las razones que te llevaron a ese burdel aquella noche, y que cuentas en tu última novela. Si lo hubiese sabido, yo te habría perdonado desde el primer encuentro. —¡Yo no he escrito ninguna novela describiendo ese desgraciado suceso! —Noemí me envió una copia que le había entregado Alicia... —¡Alicia! Ella escribió ese libro y alteró los hechos para que tú acudieras a cofortarme en mi lecho de muerte. No sé que habrá relatado sobre aquel desgraciado suceso, pero tu impresión fue la verdadera: ¡yo te traicioné! —¿Es también este engaño parte de mi trágico destino? —Alicia solo pretendía salvar mi alma... —¡A costa de condenar la mía! —Se había propuesto prolongar mi vida hasta que tú llegases, pero yo se lo impedí. ¡Yo soy una vez más el culpable! Pero ya es tarde para lamentaciones. Nuestros destinos están a punto de cumplirse. El mío ya se ha cumplido, y Alicia y Noemí te ayudarán para que se cumpla también el tuyo. Ninguno de nosotros merece el Purgatorio, y mucho menos el Infierno. Nos equivocamos porque éramos humanos, pero por la misma razón nos arrepentimos, y pagamos con sufrimiento nuestra absolución. Ahora ya solo nos queda ganar el Cielo y toda una eternidad para sumirnos en una beatífica calma en la dimensión de la luz. —Si ese es también mi destino, ya solo me queda confiar en mi hija Noemí y reunirme contigo es ese Paraíso. ¡Así concluye una dramática historia que comenzó un día a principio de la primavera, ¡por causa de una tarta de nata y fresas! EPÍLOGO: REUNIÓN ASTRAL 50. Oraciones (Narradora: Noemí) Alicia me ha llamado porque desea verme para algo relacionado con mis padres fallecidos. Quedamos esta misma tarde y cenaremos juntas en el apartamento de mi padre, como en otros tiempos. Yo he recuperado el ánimo y hago una vida normal. Por suerte mi carrera me absorbe todo mi tiempo y ocupa mis pensamientos. Solo por las noches siento la ausencia de mis padres, pero en realidad siempre he sentido esta ausencia. Vuelvo a estar en el apartamento de mi difunto padre. Alicia no ha cambiado nada y sus libros, ordenador y todos sus objetos personales permanecen en el mismo lugar. Parece muy desmejorada. Es como si padeciera alguna enfermedad. Su mirada es lánguida y distante. Algo la distrae y la perturba constantemente. Me da la bienvenida con una leve sonrisa. Ya no es la mujer fuerte y segura de sí misma. Sin duda que la muerte de mi padre la ha afectado profundamente. —Alicia, ¿no te sientes bien? Pareces cansada, te encuentro muy desmejorada. —Sí, Noemí, no me encuentro bien. Estoy deprimida y triste. —¡Es por causa del fallecimiento de mi padre! —Sí, es por eso... Permanece en silencio, como si no quisiera darme otras razones para su depresión. Nos sentamos a la mesa y Alicia me sirve lo que ha cocinado para la cena y comemos en silencio. —He pensado en tu madre —me dice en una pausa, porque parece no tener apetito—. No soy creyente, pero creo que deberíamos rezar por la salvación de su alma... —¿Quieres decir que su alma no merecía ir al Cielo, si es que existe? —Las circunstancias de su muerte no han sido naturales sino accidentales, y en estas condiciones murió sin una compañía que la reconfortase y ayudase a limpiar su alma de cualquier remordimiento. Puede que esté en una dimensión en la que necesite nuestra ayuda. —¡Alicia, me inquietas! ¿Está sugiriendo que mi madre puede estar en el Infierno? —Si estuviera en el Infierno ya no tendría salvación, pero si está en el Purgatorio, nuestros rezos pueden ayudarla a salir de allí y subir al Cielo, ¡que es donde merece estar! —Alicia, estás hablando como una creyente. ¿De verdad crees en infiernos, purgatorios y cielos? Mi comentario parece haberla confundido, y creo que está meditando su respuesta. —¡Noemí, yo ya no sé en lo que creo! Te ruego que no me hagas más preguntas, porque no sabría qué contestar. Pero presiento que debemos invocarla y mostrarle nuestro afecto. Solo necesitas pensar en ella y trasmitirle tu cariño. Esté donde quiera que esté ella recibirá tu mensaje, y estará más cerca del Cielo. —Alicia, siempre he creído que tú y mi madre erais rivales. —Querida Noemí, con los muertos no se compite. Fuera de este mundo ya no late el corazón y no hay lugar para emociones como el amor. Solo hay bondad en el Cielo y maldad en el Infierno. Cerca de Cielo y del Infierno solo hay ansiedad y dudas. Nota del autor Alicia murió de tristeza dos meses más tarde. Su corazón se detuvo porque ya no tenía utilidad. No había en su alma ni un átomo de energía negativa y ascendió a la dimensión de la luz sin el mínimo contratiempo. FIN